Trastorno bipolar: aprendiendo a vivir como las olas del mar

bipolaridad
Ilustración: Carlos Almeida.
Gaby continuó manteniendo conversaciones con su hermano, aun después de que él se quitara la vida. Tiempo después le diagnosticaron trastorno bipolar tipo II. 

El trastorno afectivo bipolar provoca cambios constantes en el estado de ánimo.

Estos pueden ir de episodios depresivos a episodios de felicidad o irritabilidad exagerada. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo hay cerca de cuarenta millones de personas que padecen trastorno bipolar.

Se desconoce la causa del trastorno, pero se sabe que tiene un componente genético hereditario, por lo que se presenta con más frecuencia dentro de un mismo núcleo familiar con antecedentes. 

La doctora en Psiquiatría del Hospital Julio Endara, Verónica Vélez, señala que en el entorno familiar, cuando uno de los padres padece de trastorno bipolar, se corre un riesgo del 37 % de heredar la enfermedad a los hijos; si ambos la padecen ese riesgo aumenta al 53 %. 

En su opinión, el trastorno bipolar es como una gama de colores en las que existen múltiples estados emocionales que impactan considerablemente en el desempeño laboral, social y familiar. Es por ello que, en las fases depresivas, los pacientes suelen tener conductas autolíticas (autolesiones) o ideas de muerte.

Viviendo con el trastorno

Gaby continuó manteniendo «conversaciones» con su hermano, aun después de que él se quitara la vida. Lo veía, lo escuchaba y sentía su compañía, aunque ya no estuviera presente. Tiempo después, le diagnosticaron trastorno bipolar tipo II y desde entonces se ha mantenido en una constante lucha por sortear las vicisitudes de la enfermedad.

Ella cree que dos tíos y su hermano también padecían trastorno bipolar, pues tenían comportamientos extraños y parecidos a los que ella experimentaba. Pero nunca fueron diagnosticados; la muerte del último la llevó hacia una profunda depresión que le impedía hacer actividades cotidianas de manera normal e incluso, hubo momentos en los que también pensó en quitarse la vida. 

Cuando ella estudiaba en la universidad no lograba comprender por qué había situaciones que le afectaban mucho más que a sus compañeros. “Si un profesor era vago, a mí me molestaba, porque yo quería aprender y lloraba desconsoladamente por eso”.

Tampoco entendía cómo lograba mantenerse con energía por largos períodos de tiempo: “Yo tenía un niño de dos años al que atendía, iba a clases de 07:00 am a 01:00 pm, luego estudiaba idiomas, hacía tareas hasta la madrugada y seguía”.

Este trastorno se clasifica en tres tipos: trastorno bipolar I, trastorno bipolar II y trastorno ciclotímico. Se distinguen uno de otro principalmente por la frecuencia y severidad de los síntomas. En el caso de Gaby, al padecer trastorno de tipo II, ha experimentado más episodios de depresión que de euforia o felicidad exagerada, también conocida como manía.

A raíz de su depresión profunda, Gaby buscó ayuda en un médico amigo de la familia. Al principio fue tratada por depresión. Pero cuando los síntomas del trastorno se agravaron tuvo que buscar la ayuda de un psiquiatra. Una vez diagnosticada con trastorno bipolar, pasó por un proceso de aceptación, aprendió sobre él y se esforzó en comprenderlo. 

Una persona con trastorno bipolar puede pasar por fases maníacas, hipomaníacas y depresivas. En todas ellas el paciente deja de tener conciencia sobre lo que le sucede. En la fase maníaca se presenta una euforia intensa que tiene como consecuencia hacer actividades inexplicables. Por ejemplo, dar largas y extenuantes caminatas, hasta regalar sus pertenencias a extraños.

En otros casos, los pacientes pueden tener conductas sexuales de riesgo, consumir drogas y alcohol e, incluso, es posible llegar a experimentar ideas delirantes y alucinaciones. 

La fase hipomaníaca se caracteriza por mantener un elevado nivel de energía que lleva al paciente a realizar múltiples actividades sin cansarse. En la fase depresiva predomina el agotamiento, el llanto y las ideas de muerte. En la fase mixta se pueden tener síntomas de depresión mezclados con irritabilidad y agresividad. Depende de cada caso la frecuencia con la que se experimenta una u otra fase, pero la intensidad de cada una es lo que llega a alterar la calidad de vida del paciente.

Gaby y su mascota. Fotografía: archivo personal de Gaby.

Estabilizadores de ánimo y electrochoques

El tratamiento habitualmente usado en pacientes con trastorno bipolar tiene un enfoque multidisciplinario, en donde se utiliza medicación eutimizante (estabilizadores de ánimo), como el carbonato de litio. Además se debe tratar al paciente con psicoterapia. 

En medio de una fase depresiva, Gaby presentó dolor en varias partes de su cuerpo. “Me diagnosticaron fibromialgia, que es una enfermedad que se relaciona directamente con la depresión y es peor, porque te duele desde el pelo hasta las uñas”. Ella evoca su niñez como un paso constante por clínicas y hospitales, pues se enfermaba mucho, aunque en ese entonces no sabía sobre su trastorno.

Desde que conoció su diagnóstico pudo relacionar la bipolaridad con sus afecciones físicas. Esta es una de las razones en las que radica la importancia del tratamiento, pues la depresión y los episodios de manía pueden derivar en otro tipo de enfermedades.

Gaby recuerda que en uno de sus episodios depresivos fue internada en una clínica de afecciones mentales en donde le practicaron, sin su consentimiento, terapia con electrochoques. Considera que ese no fue el procedimiento más adecuado, ya que los fármacos y la psicoterapia la han ayudado de mejor manera. 

Con respecto a ese tipo de tratamiento, la doctora Vélez menciona que se tiene una idea negativa de la terapia electro convulsiva (electrochoques) debido a las representaciones negativas que se le ha dado en películas o programas de televisión. Aclara que esta terapia tiene varios beneficios y se usa dependiendo de las necesidades del paciente. 

“Para que una persona sea meritoria se debe haber agotado la terapia farmacológica y tener otros factores donde se deba evitar el uso de fármacos, por ejemplo, el embarazo. En las pacientes embarazadas no se puede dar fármacos y esta terapia es una de las más nobles, no provoca daño ni a la madre ni al niño”, explica.

La doctora expone que durante la terapia electro convulsiva se hace una descarga eléctrica en las células neuronales, lo que provoca un reseteo que permite a las células iniciar de cero. “Todas las sustancias como dopamina, serotonina, noradrenalina que son algunos de los neurotransmisores que existen en nuestro cerebro, llegan a un estado en donde pueden reiniciar su funcionamiento”.

Todo tratamiento, ya sea farmacológico, psicoterapia o terapia con electrochoques debe ser realizado bajo estricta supervisión médica y aplicando los protocolos necesarios para cada caso. A Gaby, por ejemplo, le ha ayudado en mayor parte asistir a psicoterapia, pues esta le ha permitido entender y enfrentar ciertos aspectos de su vida que tienen relación con la bipolaridad.

Un día más 

La voz de Gaby se quiebra en medio de su relato. “He aprendido a vivir con dolor, he intentado suicidarme cuatro veces, pero estoy todos los días luchando con esto. Un día más, un día más”. Su dolor va más allá de los padecimientos que ocasionan el trastorno. También se refleja en el abandono de su familia, en la falta de garantías en salud mental por parte del Estado y en el estigma social bajo el que se encuentran las personas que padecen afecciones mentales. 

La doctora Vélez considera que el acompañamiento familiar es sumamente importante en pacientes con trastorno bipolar, porque así se evitan conductas de riesgo y se puede conocer el momento en que el paciente va a pasar por una crisis. La soledad y el abandono familiar impiden trazar estrategias sobre cómo tratar al paciente y tampoco garantiza que se cumpla el tratamiento médico de forma adecuada.

Gaby ha sentido ese abandono en gran parte de su vida. Cuenta, por ejemplo, que sus padres nunca se interesaron por conocer los pormenores de la enfermedad ni su estado de salud. “A pesar de todas las medicinas y tratamientos, el problema era mi familia. Nunca me preguntaban cómo me sentía con mi enfermedad, no les importaba”, dice. Actualmente no mantiene contacto con sus padres, en cambio, se ha apoyado en su familia política y sus mascotas. 

Sin embargo, el abandono no viene solo por parte de la familia, sino también del entorno. Gaby explica que la medicina que debe consumir a diario es cara y que una sola pastilla cuesta alrededor de 3,50 dólares. De igual manera, las terapias son costosas e incluso ha pasado por temporadas en las que no ha podido acceder a ellas debido al tema económico. Aclara que en el Hospital Julio Endara, donde recibe atención gratuita, a veces le proporcionan la medicina, pero cuando hay desabastecimiento debe adquirir los fármacos por cuenta propia. 

De igual manera, la doctora Vélez menciona que no existe una ley de salud mental en el país que abarque proyectos para brindar el acceso igualitario a la salud para todas las poblaciones. “La atención de la salud mental está centralizada en las grandes ciudades, en ciudades más pequeñas no hay especialistas que puedan dar un tratamiento farmacológico. Existen de uno a dos psiquiatras por cada 100 mil habitantes, esto provoca que la población esté desprotegida”.

Gaby, en su graduación como Comunicadora Social.

Como las olas del mar

Cada paciente busca la forma de sanar o de, al menos, mantener un equilibrio que le permita disfrutar de su entorno y seres queridos. Gaby encuentra apoyo en sus mascotas, tiene cuatro perros y tres gatos, todos rescatados. Explica que el dolor sigue ahí, pero que ha aprendido a enfrentarlo gracias a los tratamientos. “Para disipar mi depresión yo me maquillo más, salgo a pasear con mi esposo, me pongo a ver películas de terror, me pongo a leer, me encanta la historia. Desde niña adoro leer”, comenta.  

Ahora Gaby sabe que nada de lo que ha ocurrido a causa de la bipolaridad es su culpa y lo que busca al compartir su testimonio es que las personas se eduquen y tomen conciencia de que tener una afección mental no es fácil, que se necesita más empatía y dejar de hablar a la ligera sobre trastornos de los cuales no se tiene conocimiento. 

La doctora Vélez concuerda con Gaby, e indica que como sociedad debemos aprender sobre las afecciones mentales, conocerlas y romper con los estigmas que se tienen sobre las personas que las padecen. Subraya que, con el tratamiento adecuado, una persona con trastorno bipolar puede tener una vida perfectamente normal.

Con sus manos, Gaby dibuja las olas del mar y explica que así es como se siente vivir con trastorno bipolar. A diferencia de los tsunamis que alcanzan grandes tamaños o el momento en que las olas se rompen en la playa, la vida de una persona con trastorno bipolar es como ondas que van y vienen mar adentro, sin llegar a alturas inalcanzables, ni caer en el abismo.

Comparte en tus redes sociales
Scroll al inicio