El terremoto ocurrido en la provincia de Manabí, el 16 de abril de 2016, provocó 670 víctimas mortales y 6.274 heridos. En Portoviejo, capital de la provincia, 137 personas fallecieron y tres fueron declaradas desaparecidas.
Estas cifras, sin embargo, no pueden resumir lo que ese día y en las semanas posteriores sucedió.
Denny Rezabala Rivera lo sabe muy bien.
Se hallaba con dos de sus tres hijos en el cuarto piso del edificio de su propiedad -de nombre Pillín- cuando la infraestructura de cinco plantas se desmoronó como un castillo de naipes.
Con el trepidar violento de la tierra, la cabeza de Denny quedó atrapada en el cristal líquido de su televisor. Su cadera, atorada en un librero, y sus piernas, debajo de una losa.
“No hubo tiempo para nada; todo empezó a caerse, no sabía lo que estaba pasando”, dice Denny desde el nuevo bazar de manualidades Pillín, negocio fundado hace más de cincuenta años por sus padres, y reubicado, tras su total destrucción, en las calles Chile entre Pedro Gual y 9 de Octubre.
Denny es cálida, amable, gentil. Nadie podría adivinar la pesadilla que vivió si observara el entusiasmo con el que corta fomix, dibuja palabras, adorna copas.
Su tono de voz es claro como la luz del día. Se ve agrietado solamente cuando recuerda a su hija Victoria, quien hoy tendría 23 años.
“No sabía que todo el edificio se había caído, creía que solo la losa de arriba había colapsado”, dice al mismo tiempo que pergeña una pistola de silicona con la que une los materiales que les permitieron a ella y a su familia convertirse en exitosos emprendedores.



Ochenta segundos de terror
Hoy, siete años después del terremoto, engoma las manualidades que tiene delante de sí con pasión, como si quisiera yuxtaponer las piezas que se rompieron debido al cabalgamiento ocurrido en el límite entre la placa Continental Sudamericana y la del Pacífico o placa de Nazca, a las 18:58 de un sábado propicio para la amnesia.
A causa de la furia de estas placas, Denny perdió a su hija Victoria, de 16 años; a su tía Mercedes Rivera, de 75, y a su sobrina María José, de 8.
El remezón, de 7.8 grados de magnitud, con epicentro en la localidad de Pedernales, en el noroeste del Ecuador, se produjo a una profundidad de diecisiete kilómetros, y aunque su duración fue de cincuenta segundos, la ciudad de Portoviejo, con una población de 280.000 habitantes, se movió treinta segundos más debido al tipo de suelo sobre el cual fue levantada: arcilla expansiva.
En total, en la considerada “zona cero”, en pleno centro de Portoviejo, colapsaron 40 edificios.
Justamente allí, en donde en cada cuadra actualmente puede apreciarse uno o dos terrenos desiertos, la familia de Denny puso a lo largo de cinco décadas todo su sudor.
Tres plantas del hotel Alejandro, de nueve pisos, también de propiedad de Denny, colapsaron.
Según un estudio realizado por Roberto Aguiar, docente de Ciencias de la Tierra y Construcción de la Escuela Politécnica del Ecuador (ESPE), en este sector hubo una amplificación de las ondas sísmicas.
“Los valores de aceleración se acentuaron por los suelos aluviales dejados por el río Portoviejo en su migración en la dirección suroeste, donde se asienta la denominada ‘zona cero’ con un alto nivel freático (profundidad de las aguas subterráneas en el interior de la tierra), a consecuencia de las temporadas lluviosas y la permanente filtración de aguas del alcantarillado construido en la década del 60, excavado para nuevas edificaciones o reparaciones”.
El estudio elaborado por Aguiar también hace un recuento de las vulnerabilidades que halló en las estructuras colapsadas: pisos blandos, columnas esbeltas, columnas cortas, viga fuerte/columna débil, pesos en las terrazas, irregularidades en planta y elevación, y nudos débiles.
En todo Portoviejo, 684 infraestructuras presentaron daños.





No estábamos preparados
Denny no sabe de estructuras, pero conoce perfectamente lo perniciosas que pueden ser.
Su hija Victoria fue rescatada de entre los escombros el día del terremoto y aunque todo hacía pensar que las lesiones que había sufrido eran leves, el 17 de abril de 2016, un día después del sismo, falleció.
Denny, en cambio, fue sacada de las ruinas en que quedó su edificio ocho horas después del movimiento telúrico, es decir a las tres de la mañana. Consigo traía heridas, las piernas adormecidas y gratitud.
“Todo era oscuridad. Tenía la cabeza en el aire pero vino una réplica y el televisor se partió, así pude asentar la cabeza. Escuché que gritaban mi nombre, eran mi hijo mayor y mi exesposo, empezaron a hablarme, a decirme que todo estaba bien, que todos habían sido rescatados, pero a mi tía Mercedes y a su nietecita María José, que se encontraban en el quinto piso, no pudieron salvarlas. Finalmente me sacaron. Lo hicieron sin herramientas, a mano limpia”.
Una vez que Denny se vio fuera de peligro acudió con sus familiares al hospital general de Portoviejo, Verdi Cevallos.
“No estábamos preparados, no había luz, no había médicos, las instalaciones estaban colapsadas; estuvimos en carpas, con lluvia, sin espacio. Allí pasamos la noche. A la mañana siguiente mi hija falleció”. A Denny se le cuartea la voz y se le enlagunan los ojos cada vez que menciona a Victoria.
Ante el horrendo suceso, la mujer se marchó del hospital y empezó otra odisea porque no había atención en los estamentos públicos para hacer los papeleos. Todo Portoviejo estaba ocupado: buscando agua, buscando alimentos o buscando la manera de comunicarse por teléfono con sus familiares porque no había luz.
Ya por la tarde, Denny sintió un dolor intenso en las piernas; se percató entonces de que una de ellas estaba completamente hinchada, tanto que doblaba el tamaño de la otra. Volvió al hospital y los médicos le indicaron que debían amputar sus dos extremidades inferiores. Denny tenía trombos.
Quisieron salvarle una de las piernas, por eso fue enviada tres días después al Hospital Eugenio Espejo de Quito, en un avión militar, junto a dieciséis heridos. De todos los que viajaron, solamente ella y otra persona sobrevivieron.

Un año lejos de Portoviejo
En Quito, la atención fue inmejorable, dice Denny con pasión. Aunque allí le amputaron las dos piernas, la ristra de contrariedades no terminó, ya que luego le detectaron el “síndrome del aplastamiento”, lo que le ocasionó insuficiencia renal y calcifilaxis.
El síndrome del aplastamiento es una lesión que se presenta cuando se ejerce una fuerza o presión sobre una parte del cuerpo. Esta lesión generalmente sucede cuando una parte del cuerpo es aplastada entre dos objetos pesados.
La calcifilaxis, también denominada arteriolopatía urémica calcificante, se trata de un síndrome que causa necrosis cutánea (muerte celular de una porción del tejido, lo que puede dar lugar a una gangrena) y que afecta principalmente a los pacientes con diálisis.
En efecto, debido a la insuficiencia renal que le causó el síndrome del aplastamiento, Denny recibió diálisis por algunos meses, después de salir de terapia intensiva. Entre tratamientos, terapia y pruebas para sus prótesis, permaneció en Quito trescientos sesenta y cuatro días.
Con la lumbre del dolor aún en su pecho, volvió a Portoviejo un día antes de que se cumpliera el año del terremoto y a un sitio al que no reconocía como su hogar.
En Manabí hubo 3.741 réplicas, 28.678 albergados y 113 personas rescatadas con vida.

Volver a empezar
Con una mesa y una silla afuera de lo que quedó del edificio, Denny empezó a elaborar nuevamente manualidades. Sus padres comenzaron de ese modo hace cincuenta años.
En el ámbito económico, Denny se está levantando. Le preguntamos si cree que podrá recuperar los bienes materiales que perdió. Responde ipso facto que no le interesa.
“No le voy a hacer fuerza, lo que quiero en este momento es tener para el diario y no pasar necesidades. Tener para la educación de mi hijo hasta que termine su carrera”. Se siente agradecida con la gente, con las personas que le ayudaron. Muchas, aclara, aunque también hubo otras que aprovecharon para saquear lo que había quedado de su otro negocio, el hotel Alejandro.
“Cuando estaba en Quito mi familia me llamaba para decirme que la puerta de lo que quedaba del hotel estaba abierta. Se robaron todo. Desde el pasamanos hasta los sanitarios, la gritería, todo”.
Por fortuna Denny no perdió sus brazos, herramientas indispensables para su supervivencia no solo material sino también emocional.
Mientras elabora botones conmemorativos al Día del Padre con la destreza que le confieren sus años de experiencia dice que este 16 de abril no irá al cementerio a visitar a su hija porque el sitio en donde fue sepultada queda en un lugar al que no puede acceder fácilmente. Está en lo alto, aclara. Entonces se da cuenta de lo que dice y matiza: “ella es mi ángel”.
