Mujeres invisibles: el trabajo en casa que no se paga

Ilustración: Gabo Cedeño.
Las mujeres han sido encasilladas durante siglos en el rol de amas de casa. Su trabajo no es remunerado. Sin embargo, equivale al 20% del PIB de los países de Latinoamérica.

La escena se despliega ante nuestros ojos como una pintura en movimiento: en el corazón de una ciudad de Latinoamérica, las mujeres caminan presurosas. Con sus miradas fijas en el suelo se abren paso entre los adoquines y las sombras del amanecer. Sus rostros reflejan la preocupación y el cansancio de llevar sobre sus hombros el peso de una vida consagrada al cuidado del hogar, los hijos y el esposo.

Infografía: Manuel Cabrera

En el mercado, las vendedoras apilan con esmero sus frutas y verduras, mientras las amas de casa escogen cuidadosamente los productos que alimentarán a sus familias. Sus manos, curtidas por el trabajo y la dedicación, sostienen canastos repletos de esperanzas y anhelos, secretos guardados en lo más profundo de sus corazones .A veces sueñan despiertas. En esos sueños, no están atadas a los dictados de una sociedad que las relega a un rol que no les pertenece por completo.

Las mujeres han sido encasilladas, durante siglos, en el rol de amas de casa. Las consecuencias siguen siendo palpables en la actualidad.

El peso de los siglos

Sin título. Autor desconocido. 1490

En las entrañas del tiempo, las voces susurrantes de mujeres relegadas al rincón más oscuro, tejen una historia de sumisión, prudencia, devoción y silencio.

Viajemos a una ciudad europea que, en la Alta Edad Media, resplandece bajo un cielo gris y melancólico, donde las nubes parecen acariciar con suavidad las torres y las cúpulas de sus iglesias y catedrales. El viento, serpenteando con gracia entre las calles empedradas y las casas de madera y piedra, arrastra las historias y los susurros de una sociedad profundamente marcada por la tradición y el orden.




El paradigma de que las mujeres deben dedicarse exclusivamente a las tareas domésticas y de cuidado está tan enraizado, que se ha mantenido vigente a través de los siglos.

En esta realidad, las mujeres de la época se ven confinadas a sus hogares, atrapadas en un rol que les ha sido impuesto por una cultura y una religión que las relega a un segundo plano, a la sombra de los hombres y de sus ambiciones. Sus vidas transcurren entre las paredes de sus casas, en un eterno devenir de tareas y responsabilidades domésticas, lejos del bullicio de la ciudad y de las intrigas y los desafíos que enfrentan los hombres en sus afanes cotidianos.

Este modelo se traslada a las tierras conquistadas de América Latina y las mujeres, en estos territorios, son obligadas a replicar el modelo europeo de sumisión y confinamiento a la vida doméstica. Mucho tiene que ver en ello la Iglesia Católica: en aquella época tenía poder más allá de los púlpitos de sus templos, conventos, monasterios y catedrales.

A estos destinos de sumisión contribuyeron hombres brillantes como el neurólogo y psiquiatra alemán Paul Julius Moebius. En su obra “La inferioridad mental de las mujeres”, escrita en 1900, se ampara en criterios médicos y científicos para denostar y justificar que la mujer sea relegada a las labores domésticas y la vida de hogar. Incluso, hombres que se destacaron en América Latina por sus pensamientos ilustrados, como Juan León Mera, no cuestionaron que la mujer sea relegada al encierro y las labores de hogar.

Paul Julius Moebius, neurólogo y psiquiatra alemán.
Juan León Mera, político, escritor e historiador ecuatoriano.

Un paradigma que trae consecuencias negativas

La tarde cae y las calles de esa ciudad de Latinoamérica se llenan de sombras y siluetas que se funden en el atardecer. Las mujeres, agotadas por las labores domésticas del día, cargan en sus hombros el peso de una realidad que les ha sido impuesta, un trabajo que suele ser desvalorizado, no solo por sus esposos e hijos, sino también por la sociedad en su conjunto. Y por el cual no reciben paga. CEPAL calcula que, en Latinoamérica, el aporte económico del trabajo no remunerado equivale a un 20% del PIB y las mujeres contribuyen con el 70%.

Ilustración: Manuel Cabrera.

En sus hogares, las amas de casa se afanan en preparar la cena, en atender las necesidades de sus seres queridos, en limpiar y ordenar los espacios que conforman su universo cotidiano. Su trabajo, invisible a los ojos de muchos, se desarrolla en silencio, en un baile solitario de manos que lavan, cocinan y cuidan. La sociedad, por su parte, sigue avanzando, sumida en sus propias inquietudes y batallas, y apenas se detiene a reflexionar sobre el papel fundamental de las amas de casa en el tejido de la vida.

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