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En Durán, Ecuador, disponer de agua potable es sinónimo de lujo y privilegio

Ilustración: Equipo Bagre
En Durán, la octava ciudad más poblada de Ecuador, sus habitantes se abastecen de agua potable mediante tanqueros a precios exhorbitantes. Muchos prefieren guardar silencio antes que señalar a los responsables de esta realidad, que pisotea uno de los derechos fundamentales de los seres humanos: el acceso a agua potable en condiciones salubres y suficientes
Autor: Redacción Bagre
Quito - 11 Feb 2024

Durán, cantón de la provincia del Guayas —ubicado a apenas 4 kilómetros de Guayaquil y cabecera del cantón Durán, con una población de 303.910 habitantes, según los datos del censo 2022— tiene una trascendencia histórica: fue una de las cunas del ferrocarril, que desde 1892 unió la Sierra con la Costa de Ecuador, mediante el tramo Durán-Chimbo.

Pese a ello y a que se encuentra a orillas de dos ríos —Daule y Babahoyo— en pleno siglo XXI, ¡se muere de sed!

Héctor Gonzabay, habitante de Durán, tiene dos prioridades en la vida: cuidar a su nieta Milly, de 5 años, y, estar atento al paso del tanquero de agua. 

De ninguna de las dos se puede descuidar, porque si la niña traspasa el umbral de la puerta de la casa —una suerte de palafito— podría caer al vacío y, si el carro del agua potable se acerca a sus dominios sin que él se percate, tocará esperar hasta tres días —cuando vuelva el tanquero al mismo sector— para poder abastecerse.

Gonzabay no tiene la edad para estar jubilado (59 años). Pero los golpes bajos de la vida lo sentaron para siempre en una silla de ruedas a través de la cual se enfrenta a ella. 

Desde su ventana no es difícil adivinar que ese barrio de la Cooperativa de vivienda 26 de  Agosto, en el cantón Durán, es un catálogo viviente de necesidades.

“Tengo cerca de 30 años aquí, la edad de mi Joselo (su hijo), porque cuando llegamos ya estaba nacido”, recuerda don Héctor sin dejar de mirar los pasos inseguros de su nieta, quien le dice papá solo a él, porque es hija de un matrimonio disuelto.

Por suerte, el tanquero del agua ya ha pasado y don Héctor tiene una cosa menos de la cual preocuparse… Al menos hasta que, otra vez, con un dólar en la mano, deba decirle a su vecino que «le haga» llenar el tanque que está afuera de su casa. 

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El derecho al agua en la normativa internacional de derechos
humanos

Para las Nacines Unidas, «el agua es un recurso natural limitado y un bien público fundamental para la vida y es indispensable para vivir dignamente y es condición previa para la realización de otros derechos humanos».

Y agrega:

«El derecho humano al agua es el derecho de todos a disponer de agua suficiente, salubre, aceptable, accesible y asequible para el uso personal y doméstico.

Un abastecimiento adecuado de agua salubre es necesario para evitar la muerte por deshidratación, para reducir el riesgo de las enfermedades relacionadas con el agua y para satisfacer las necesidades de consumo y cocina
y las necesidades de higiene personal y doméstica».

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Durán y la falta de agua potable: entre la costumbre y la resignación

“Desde que llegamos a Durán ya sabíamos que el agua no iba a chorrear por todos lados. Esto era una invasión —ocupaciones espontáneas de terrenos, públicos o privados, sin reconocimiento legal—, y precisamente por eso no nos costó mucho el terrenito.

Ahora, claro, lo que uno quisiera es que pongan redes de agua en toda la cooperativa”, comenta don Héctor, exvendedor ambulante de electrodomésticos en zonas rurales.

Cuando se refiere a “toda la cooperativa” está dejando entrever que algunas personas sí tienen agua, lo cual les resulta una especie de bendición.

“Por ejemplo, el vecino de al frente, don Paco, tiene agua entubada y, cuando no pasa el tanquero, nos entrega agua por medio de unas mangueras. Cobra un precio módico: 80 centavos el tanque”.

Un aire de resignación matiza las palabras de don Héctor, como si, luego de tantos años de lo mismo, cualquier aspiración de cambiar las cosas resultase una gestión vana.

“Sí ha habido mejoras, por ejemplo, la alcaldesa Arce —Alexandra Arce fue alcaldesa de Durán entre 2014 y 2019, y concejala entre 2009 y 2012— legalizó estos terrenos y la Prefectura asfaltó algunas calles. Lo que sí sigue faltando es el agua, aunque ese problema no es sólo de aquí ni de las invasiones, sino también de las ciudadelas y hasta del centro del cantón”.

Don Héctor llama a su nieta y le dice, tomándole el mentón, que se ha puesto rosado por el sarpullido: “Ojalá tú alcances el agua que yo no  tuve. Ojalá tengas ese privilegio, ojalá mija”.

Una hilera de tanques alineados fuera de las casas, unos llenos y otros a medio llenar, en cuyas aguas quietas un cielo gris se retrata, parece decir que quizás, hay que esperar.  

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Fotografías: Jorge Ampuero.

Durán, “aguas afuera”

A poco menos de 10 minutos a pie, y siempre con el riesgo de que algún maleante le ponga a uno en apuros, se llega a la segunda etapa de El Recreo, curioso nombre para una ciudadela en donde difícilmente pueda alguien recrearse. 

Allí todas las calles y hasta los callejones están asfaltados. Hay alcantarillado, energía eléctrica, redes de agua potable, pero estas, las redes, lo que menos tienen es, justamente, agua. Así lo cuenta Belén Panchana, empleada de una camaronera ubicada en la vía Durán-Tambo. 

“El agua sólo viene tres días a la semana, lunes, miércoles y sábado. El resto de los días no hay y si hay, es hedionda, de mala calidad, turbia. Hay que hervirla. A veces ni eso sirve porque sigue apestosa y amarillenta”. 

Esta situación ha obligado a quienes allí viven a abastecerse no sólo por medio de tanques o reservorios plásticos sino de cisternas, de mayor capacidad.

“Llenar una cisterna, dependiendo del tamaño, puede costar de 30 a 40 dólares”.

Para Belén y su familia el asunto se complica, ya que su madre tiene un pequeño restaurante en el que, de manera obligada, usa agua todos los días para preparar los alimentos, para lavar los platos, y para el aseo del local.

«No podemos quedarnos sin agua por ningún motivo porque vivimos de esto», señala la joven, quien dice ganar en su trabajo 8 dólares por cada gaveta de camarón pelado, meta que apenas logra cumplir cada día. 

Pero la situación se ve agravada por los cortes de energía —desde el 27 de octubre del año pasado empezaron los cortes programados de energía debido a la sequía que sufre el Ecuador—, debido a que, en la mayoría de los casos, las cisternas funcionan con bombas de succión eléctricas. 

«Toca llenar baldes y bañarse con jarrita».

Cuando, en definitiva, no hay agua o esta presenta condiciones insalubres —situación que se da en repetidas ocasiones— deben comprar un galón de agua comercial por el mismo precio del tanque de 55 galones: un dólar. 

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Durán, sin agua potable en cantidades y condiciones adecuadas de salubridad: Desde cuándo y hasta cuándo

Los casos de Gonzabay y Panchana, repetidos hasta el hartazgo a lo largo y ancho de la octava ciudad más grande del país, orillan a preguntarse: ¿Desde cuándo este cantón, con grandes industrias y centros comerciales, cuna del ferrocarril histórico que unió a la Sierra con la Costa, se muere de sed junto a la fuente? ¿Por qué ningún gobierno, seccional o central, ha puesto coto a este suplicio?

Este cantón comenzó a poblarse en lo que actualmente es el cerro Las Cabras, hacia 1880, en terrenos que eran propiedad del ciudadano español José Durán. 

Las bondades de esas tierras, propicias para la agricultura, atrajeron a numerosas familias de la Sierra. 

La construcción del ferrocarril, que dinamizó la zona económicamente a inicios del siglo XX, fue otro factor que generó la multiplicación de los asentamientos poblacionales.

Pero fue durante la administración ejecutiva de León Febres-Cordero que Durán dejó de ser parroquia urbana de Guayaquil para convertirse en cantón. 

Esto sucedió en enero de 1986 y se calcula que, para la época, ya había cerca de 60.000 personas habitando esta ciudad vecina del río Babahoyo.

Como era de esperarse, la cantonización trajo consigo foráneos que comenzaron a poblar por todos sus frentes, menos por el costado del río. 

“No había redes de agua para esos sectores marginales y comenzó a contratarse tanqueros para que hicieran la respectiva provisión. Tal como sucedía en los 70 en los barrios Cristo del Consuelo o Mapasingue, en Guayaquil, o como sucede actualmente en Monte Sinaí o Ciudad de Dios, también en Guayaquil”. 

Quien habla así es Modesto Escandón, una especie de cronista popular que vive cerca de la estación de los Ferrocarriles del Estado, actualmente inactiva y puesta ante los ojos como un sitio turístico.

Escandón, nacido, criado y “de seguro, enterrado en Durán” —según sus propias palabras—. Desde un taburete en condiciones deplorables habla sin reservas de lo que él considera un negociado con varios ceros a la derecha.

“Esto es como la guerra. No le demos vueltas: si usted quiere seguir fabricando y vendiendo armas, no puede interesarle que haya paz.

Lo mismo sucede aquí, ciertas autoridades están involucradas en el negocio del agua, ¿qué les puede interesar que haya agua entubada para el pueblo, para la gran masa necesitada?”. 

Consciente de lo peligroso que se ha vuelto su lugar natal, se niega a dar nombres y a que le saquen fotos, ni siquiera de espalda, ni siquiera de lejos.

“Un exalcalde dijo a la prensa que el agua del río Babahoyo es demasiado salobre, que tiene un alto nivel de salinidad y que eso dificulta que se la potabilice porque es muy costoso. ¡Mentira! Y si así fuera, ya han pasado demasiados años como para no darle una solución… ¿No le parece?”.

Lee también: En Durán, Ecuador, lo cotidiano se trastoca por el dominio del crimen organizado y la delincuencia

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Durán y agua potable: Un sistema caduco e inoperante

De acuerdo con información pública de su sitio web, EMAPAD, la Empresa de Agua Potable y Alcantarillado de Durán, provee a la ciudad a través de 7 pozos ubicados en la parroquia Chobo, del cantón Milagro. 

Estos pozos, alimentados de forma natural por las lluvias, por las filtraciones de los ríos u otro tipo de acumulaciones acuíferas, producen, por hora, 1.960 metros cúbicos de agua, los cuales son trasladados a la ciudad por medio de dos tuberías: una de 550 y otra de 800 milímetros. 

La primera se encarga del suministro del sector este y, la segunda, que tiene 90 años de antigüedad, de los sectores norte, sur y oeste. Todo esto cuando funcionan con regularidad, pues los cortes han sido otras de las constantes. 

Hay quienes incluso hablan de sabotajes o “accidentes provocados” a las tuberías para favorecer el negocio del agua en tanqueros.

Por medio de este sistema, el de las redes, aunque siempre regidos por un horario o cronograma, se benefician 260.000 usuarios. 

En la ciudadela Pedro Menéndez Gilbert, a simple vista, se observan verdaderas marañas de mangueras conectadas a una tubería matriz desde la cual toman el agua. 

Los camiones cisternas —los que tienen contrato con el municipio y los que no, también— se encargan del resto, sobre todo de las áreas sin legalizar.

Echando números 

Por medio de un convenio, Guayaquil también provee a Durán 60.000 metros cúbicos de agua al mes.

Esto, en cuanto se refiere a la provisión de agua por tuberías. Respecto al líquido que se reparte en tanqueros, en la ciudad existen tres asociaciones de expendio del líquido vital. Según la misma EMAPAD, la venta de agua a los distribuidores, al año, suma cerca de 600.000 dólares. 

Un acercamiento a los choferes distribuidores de agua dejó claro que nadie quiere identificarse ni mucho menos revelar los nombres de las personas para las que trabajan. ¿Fotos? Ni de chiste.

Un simple cálculo matemático pone sobre el tapete las ganancias de los distribuidores: mientras ellos pagan a la empresa de agua 50 centavos por el metro cúbico (1.000 litros), los usuarios deben pagar —excepto cuando llueve— 1 dólar por los 220 litros que tiene el tanque. 

Escandón tenía razón cuando habla de que hay grandes intereses de por medio para que la sequía continúe y, de ser el caso, se agrave.

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Durán y agua potable: Sus habitantes se encomiendan al Señor

La cooperativa “Galilea” es una de las 42 invasiones identificadas en Durán. Allí el agua es una ilusión que se les escurre por las manos.

Lorenzo Mite, también trabajador de una camaronera cercana, pero oriundo de la comuna Tugaduaja (provincia de Santa Elena), no se hace problemas con el agua; para él, es cuestión de encomendarse al Señor, quien «se encarga de proveerme de todo cada día”.

“Antes que del agua, las autoridades deben preocuparse de la delincuencia. Ayer nomás hubo una balacera en la esquina. Nadie se entera de nada, pero sucede, siempre sucede.

Mire que, cuando hubo la epidemia del covid, igual no teníamos agua ni para lavarnos las manos, pero aquí estamos, seguimos dando la batalla”, comenta Mite, dueño de una casa que parece resentirse cuando el viento pasa revista en ese recodo del mundo.

Mite asegura que también tiene afincadas sus esperanzas en la llegada de la estación invernal, porque “el agua es vida y ahí tenemos agua de sobra, o sea, vida de sobra”.

Para alegría de Mite y de los suyos, repentinamente, empieza a garuar…

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