Da grima ver la actitud del alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, quien ha decidido apalancarse en el congestionamiento vehicular que causa la marcha del Orgullo para sugerir a la población LGBTIQ+ que vaya a mostrar sus plumas entre la maleza del parque Samanes.
Basa su argumento en un apotegma: “Nuestros derechos acaban cuando empiezan los derechos de la persona que está al lado nuestro”.
Señor Alcalde, permítame decirle que puede ser lo contrario: nuestros derechos empiezan cuando empiezan los derechos de la persona que está al lado nuestro. Porque solamente somos libres cuando somos libres juntos.
Hablando en cristiano, como parece que a usted le gusta, la libertad de unos y la libertad de otros no compiten. Cuando usted pone los derechos a competir aúpa una prédica cruel: vivimos en una jungla en la que pisas o te pisan.
Nuestro derecho es marchar, y el suyo y el de todos aquellos que lo aplauden es no hacerlo. Por tanto, transgredir los derechos del prójimo sería obligar a marchar a quienes no desean hacerlo.
Usted puede tener sus dogmas. Lo que no debe es encarar los hechos con cinismo.
¿Pruebas? Solo es cuestión de entrar a su Facebook y observar las fotografías en las que queda registrado cómo obstruye la avenida Malecón para celebrar su triunfo como alcalde.
No hay que hurgar demasiado. Allí aparecen una caravana que lo escolta y un puñado de banderas de la población LGBTIQ+ apoyándolo.
Probablemente en aquellos días los trapos con los colores del arcoíris no le resultaban hediondos. Debido a su voracidad electorera quizá veía en ellos una señal de la promesa divina de Génesis 9.16.
Queremos recordarle, señor Alcalde, que todas las personas somos iguales ante la ley. De esa igualdad habla el artículo 24 de la Convención Americana de Derechos Humanos.
No sea como esos personajes que confunden sociedad con iglesia, y derechos con versículos.

Señor Alcalde, la marcha del Orgullo, que viene realizándose desde hace catorce años por el centro de Guayaquil, tiene como máxima hacernos visibles ante la sociedad pacata que históricamente ha querido encerrarnos.
No actúe —lo exhortamos— con prejuicio confesional porque con esa posición abre el cerrojo para que el odio siga escalando.
¿Pruebas? Cada vez que usted se pronuncia sobre este tema los homofóbicos se alborotan y empiezan a agredirnos. Es como si tácitamente les dijera, o “sugiriera”: jueguen, muchachos.
Entendemos que por el cargo que ha ejercido como dirigente de fútbol esté habituado a lidiar con hinchas hostiles, esos mismos que haciendo gala de la vulgaridad que les caracteriza se han cebado con nosotros.
No somos hooligans, señor Alcalde, de manera que no tiene por qué verse obligado a medir fuerzas con nosotros. Nuestra finalidad no es alzar copas ni obtener estrellas ni burlarnos de quien está en el fondo de una tabla de posiciones, sino efectuar un ejercicio de resistencia para que algún día podamos vivir en paz, sin que nadie nos escupa.
Somos ciudadanos guayaquileños, señor Alcalde, por tanto pagamos impuestos y aportamos al desarrollo de la ciudad. De igual manera, no somos orientaciones sexuales que vagamos por el espacio: somos hijos, somos hermanos, somos primos, somos amigos, somos compañeros.
Y así como para usted el arcoíris tiene un significado, para nosotros también. La diferencia radica en que para usted es una promesa; para nosotros, un estandarte de lucha. Usted puede esperar. Nosotros no.