Cultura urbana

Silvia Brito: “el teatro infantil no es la última rueda del coche”

Teatro infanitil ecuador
Fotografía: Bullet Marketing. Ilustración: Manuel Cabrera.

Silvia Brito es actriz, escritora de guiones de teatro, titiritera y clown. Se vinculó al teatro cuando era adolescente. 

Desde esa etapa se las ha ingeniado para mantenerse en el mundo de las tablas, aunque su camino parecía estar alejado de ese sueño: Silvia es ingeniera en programación. 

¿Cómo diste el salto de la programación al teatro?

Aunque no lo parezca, existe un paralelismo entre el teatro y las matemáticas, porque los dos son abstractos.

Las obras de teatro se van creando con una lógica de programación equivalente a la de los sistemas informáticos. Estos, al igual que los guiones de teatro, tienen inicio, medio y fin. Aunque están relacionados, son núcleos independientes. 

Desde el teatro y la programación es posible crear muchos inicios, medios y fines. Entonces existen posibilidades infinitas de combinación. Estos elementos no son estáticos: por ejemplo, un inicio puede servir como medio o fin. 

“El Clown como un camino de encuentro con la esencia del actor”. Fotografía: Silvia Brito.

En la dramaturgia se llama escaleta. En programación se conoce como diagramas de flujo. 

En ambos es necesario seguir pasos para llegar a un objetivo o fin. En una obra se presenta un conflicto y, al igual que en la programación, el escritor debe analizar los varios caminos que puede seguir para llegar a un resultado o desenlace. 

En las dos ciencias se juega con probabilidades. Mientras el programador juega con probabilidades informáticas, el escritor de un guión de teatro juega con posibles escenarios. Y lo que suceda en ambos casos, es su responsabilidad.

¿Qué sucedería en la vida si tuviéramos la posibilidad de crear escenarios?

Sí existe, la vida es así: cada vez que tomamos una decisión frente a una disyuntiva, estamos creando los escenarios en los que vamos a habitar. 

Por ejemplo, cuando conocemos a alguien, tenemos la posibilidad de analizarlo. El problema es que, en muchas ocasiones, actuamos más por emoción que por lógica 

Obra: Noche Rifamuerte. Velada Bufonesca. Teatro Cronopio. Fotografía: Silvia Brito.

Cuando nos dirigimos a un lugar, también creamos escenarios futuros: elegimos la ruta con menos tráfico, hasta que llegamos a una bifurcación y otra vez debemos decidir por dónde continuar. Eso hace la programación y, a su vez, el teatro.

En este mundo de probabilidades, ¿qué pasa cuando en una obra de teatro se encuentran con niños que no responden como ustedes esperaban?

Tratamos de atraer a ese niño desde el personaje. Nos ha sucedido que hay quienes se suben al escenario y toman nuestros objetos, entonces les invitamos a que los dejen y vuelvan a su sitio. 

También vamos midiendo la respuesta del público, en general y en particular: en ocasiones nos hemos visto obligados a salir del guión. 

Escena de la obra Papeloplinoplis, el duende come libros. Fotografía: Silvia Brito.

¿Por qué el teatro lleva al público a la reflexión?

Porque la finalidad del teatro no es aleccionar, sino que los niños se abstraigan y saquen sus propias conclusiones. El teatro no trabaja desde el discurso sino desde la acción. 

Cuando los niños llegan a una reflexión, nosotros, como actores, sabemos que hemos logrado llevar el mensaje. No diciéndoles “niños siéntense, compórtense, sean educados”. No, así no trabaja el teatro.

Por ejemplo en nuestra obra “Papeloplinoplis, el Duende Come Libros”, Rupertito aprende la importancia de la lectura. 

Sin embargo, leer va más allá: es tener desarrollada la capacidad de observar lo que sucede a nuestro alrededor, escuchar los cuentos de la abuela, contar cómo nos fue en el día. Esto también es lectura, la lectura de lo que pasa en la vida. 

Y hablando de la lectura de la vida, ¿qué observas en las generaciones actuales de niños?

Creo que sí hay un cierto cambio, tal vez en la cuestión motriz, por el uso de aparatos tecnológicos. Pero en cuestión de la imaginación, como disponen de tanta información, hacen conexiones más rápido. 

Las generaciones anteriores tenían información limitada que venía de sus maestros, los abuelos o sus pares.

Las actuales, manejan un abanico de información que, además, es global: miran películas, escuchan música. Y en ambos casos, estos productos no son exclusivos para niños. 

“El bufón, el clown que lanzan cuchilladas de verdad al mundo a través de la parodia, la sátira, la ironía.

Todos tienen teléfonos (algo que fue necesario durante la pandemia del covid). Entonces sus realidades son físicas y, a la vez, virtuales. 

Esto conlleva un riesgo: dejan de jugar con sus pares y conectarse con el otro. Para ellos, la realidad virtual puede llegar a ser muy cercana: envían saludos y abrazos en forma de emoticones, gifs y stickers. Tal vez para ellos no hay la necesidad que tenían las generaciones anteriores que decían: “encontrémonos para abrazarnos”. 

¿Cómo lograr hacer click, desde el teatro, con estas nuevas generaciones de niños hiperconectados?

Para nosotros, como actores de teatro, hay un reto en lo sensorial. Las obras no pueden ser tan sencillas sino que deben tener una cierta complejidad desde lo visual. 

Deben ser “llamativas”, deben lograr engancharlos, sorprenderlos, sacarlos de su “realidad virtual”. 

La obra debe permitirles que se paren, canten, rían. Pero a la vez, la posibilidad de abstraerse en el silencio, de no estar siempre moviéndose. Si la obra está bien estructurada, los chicos se enganchan y se logra que se olviden de la realidad virtual. 

¿Por qué te especializaste en teatro infantil?

Me encanta la literatura fantástica y todo lo que tenga que ver con la imaginación.

A los adultos nos cuesta engancharnos con estos temas porque estamos preocupados de asuntos“reales”, como el dolor, la pareja, la familia, la economía. 

Los niños todavía se mueven en los mundos de la imaginación y la fantasía. Y por eso me especialicé en teatro infantil, porque es como mantener viva una parte de mí.

Escena de Papeloplinopis, el duende come libros. Fotografía: Silvia Brito.

¿Que características tiene el público infantil?

Es exigente, más que el adulto. 

Un adulto asiste a una obra de teatro y si no le gusta, espera con calma que termine la obra y te aplaude de mala gana. O por último, no te aplaude  y se va. No le pasa nada. 

En cambio, si la obra le aburre, el público infantil puede llegar hasta a abandonar la sala de forma abrupta. Como son niños, y no tienen los filtros que tenemos los adultos, dicen en voz alta, en medio de la obra:

—Mamá, vámonos de aquí, me aburrí.

 En cuestiones técnicas son muy prolijos. En la pantomima, por ejemplo, si tú entraste por una puerta imaginaria y al salir, te moviste diez centímetros, te dicen: 

—¡Por ahí no está la puerta! 

Si inflaste una pelota imaginaria y minutos después la vuelves a inflar, te dicen:

—La pelota era más grande. 

Escena de La casa de Bernarda Alba. Teatro Patio de Comedias. Fotografía: Silvia Brito.

Esto nos obliga a ser más prolijos, a pulir los detalles técnicos porque los niños son detallistas y observadores.  Al contrario de un crítico de teatro que puede decirte:

—Estás aplicando mal la técnica de vin.

Entonces, como actores, debemos tener mayor precisión y prolijidad con los puntos fijos y ser más concretos: los guaguas no se comen cuentos y en cuanto a detalles, no te perdonan nada. 

Como actores, eso nos lleva a ser más técnicos, y nos obliga a pulirnos y a buscar la perfección que este público exige. 

¿Qué debe tener el teatro infantil para enganchar a su público?

Mucho detalle visual. En el teatro para adultos es suficiente con que exista un escenario que, hasta puede estar vacío. Lo importante en este caso es la intención, el trabajo actoral. 

Sin embargo, cuando se trata de teatro infantil, lo visual es muy importante. 

Por ejemplo, demora la construcción del teatrino, los títeres y el vestuario. Si en la obra existe circo, hay que ocuparse de todos los detalles: tal vez un monociclo, zancos y con ellos, ensayar y ensayar para dominarlos. 

En nuestras obras abundan elementos visuales. Para armar la más sencilla, ocupamos dos maletas con elementos. Otra puede necesitar ocho maletas y hay obras en las que tenemos que cargar todo un camión: en la parte plástica, el teatro infantil involucra mucho trabajo.

Escena de La Vida vale V. Teatro Patio de Comedias. Fotografía: Silvia Brito.

Como los niños miran producciones espectaculares en el cine y los estímulos que reciben de los aparatos electrónicos, como celulares y consolas de juegos, nos queda el reto de llamarles la atención de forma visual, sonora y sensorial. 

Por estos mismos estímulos, además, han desarrollado la multitarea y el reto es cómo captar su atención. Por eso, en nuestras obras les presentamos varias alternativas: música, títeres, circo, malabares. No es que una obra inicia y finaliza con títeres, sino que se combinan varias técnicas y elementos. 

¿Cómo sorprender a niños que están acostumbrados a producciones espectaculares, tanto en las plataformas de streaming como en el cine?

El teatro nunca podrá mostrar escenarios tan elaborados como lo hace el cine. Los efectos que se crean desde el cine o la animación son grandiosos y no hay comparación junto a un teatrino que se elaboró en papel.

En el teatro tradicional lo que nos queda es la historia, la narrativa: jugar con los conflictos, desafíos y pruebas por los que deben transitar los personajes.

El otro elemento con el que cuenta el actor es su energía. Durante una función, se hace necesario mantener altos niveles de energía, porque el teatro es un arte vivo, a diferencia del cine que no lo es.

Además se genera una doble construcción: la energía de lo que pasa en el escenario se combina con la energía del público. 

¿Cuales son las diferencias entre las reflexiones que  producen el cine y el teatro?

En el teatro, el niño se emociona y forma parte de la obra. A veces puede decir “cuidado, le vas a pisar”, o “estás mintiendo” y el actor, como está atento al público, debe tener la capacidad para adaptarse a estos factores inesperados e incluso responder a las emociones del público. 

Como el teatro es un arte vivo, se genera una conversación, una sinergia entre el público y los actores. En el cine no sucede así. El niño puede gritarle al personaje: “cuidado, ¡le vas a pisar!”. Pero la película sigue.

Además el teatro tiene un componente de ritualidad. No importa si la obra es en la calle, en un parque o en el mismo espacio teatral: el público se abstrae y esa abstracción es necesaria, porque permite que tanto el público como los actores se conecten en el aquí y en el ahora. 

El aquí es el momento y el ahora es la obra. 

El teatro infantil, ¿es para adultos?

¡Por supuesto, claro que sí! Nosotros no le llamamos teatro infantil, sino para público familiar. Si un niño disfruta una obra, está asegurado que el adulto también. Digamos que pasó el filtro más rígido que es la aprobación del público infantil. 

Cuando los adultos llevan a los niños al teatro, no es que son espectadores pasivos, sino que al final son parte del público y también hacen clic con alguna parte de la obra. También es interesante ver que las personas acuden en familia y así el teatro se convierte en un espacio valioso para compartir, para “ir y venir”. 

Con el teatro para adultos es al revés: estas obras no son para niños: no es la temática, ni aunque la adaptes. Por ejemplo, si la obra es “La casa de Bernarda Alba”, no es para niños y punto. 

Escena de La trágica siesta de Julián Regalado. Fotografía: Silvia Brito.

¿Por qué crees que a los seres humanos las historias nos atrapan? ¿Por qué sentimos conexión con las historias?

Porque es un ejercicio que hacemos todos los días, porque todo el tiempo estamos elucubrando cosas, a veces en negativo. Pero también porque soñamos. 

Las historias nos dan la posibilidad de crear, de vivir otras realidades, otras vidas, de tener experiencias distintas. 

Los escritores de teatro imaginamos las historias en nuestra mente, las plasmamos y a través de ellas creamos mundos. 

Un escritor decía que los escritores y los actores de teatro tenemos la posibilidad de ser dioses porque, por un momento, creamos nuevas realidades en las que va a suceder, exactamente, lo que queramos que suceda.

Al tener el teatro una construcción ritual donde “el rito revive al mito”, tenemos la posibilidad de crear historias para entender el mundo. 

Es así como el teatro nos ayuda a ver el mundo, a entender el mundo, lo que sucede en él, a mirarlo desde otras perspectivas, a cambiar de perspectiva o a crear nuevas y, además, a conocer y entender a los demás.

Otra vivencia que el teatro te puede crear es que quieras hacer lo que nosotros hacemos. 

Por ejemplo, los chicos se acercan a mi compañero de obra, Roberto, y le dicen que quieren aprender a manejar el monociclo y le piden a su padre que les compre uno. Se preguntan si podrán hacerlo. 

Otras personas dicen que quieren estudiar teatro, que quieren ser actores. Que venían con la duda de estudiar o no teatro y que después de ver la obra, ya no les queda dudas.

¿Qué sientes tú cuando escuchas esas palabras o cuando sabes que eres inspiración para otras personas?

Para mí es un compromiso. Entiendes que el público te está mirando y que no puedes ser irresponsable. 

Roberto y yo también damos clases y eso nos cuestionamos todo el tiempo: el arte es un espacio sensible y ejecutarlo es una gran responsabilidad. 

Por eso todo el tiempo tienes que preguntarte qué canales estás abriendo, qué fibras estás tocando. 

También te lleva a valorarte. Que si bien el ego, mal manejado es negativo, también hay un ego positivo que es la reafirmación y la valoración de un camino. 

Sabes que la persona que fue a tu obra estuvo en el momento justo y que tú también estuviste en el momento justo. 

Teatro de máscaras. Fotografía: Silvia Brito.

Te lleva a querer superarte, a mirar lo que hacen otros, admirarlos y querer hacer lo que ellos hacen. Eso también te plantea que todavía tienes mucho por aprender y que siempre hay la posibilidad de hacer algo más hermoso, más grande. 

También involucra la gratitud hacia el camino que has recorrido y hacia esa gente noble para la que eres inspiración y te dices a ti misma: “algo bueno estoy haciendo”.

En este momento me has llevado a reflexionar sobre mí misma, porque en muchas ocasiones no acepto los halagos y no está bien, porque es una incapacidad de recibir. Entonces ahora pienso que está bien recibir y agradecer las cosas lindas que te dicen.

¿Y de los niños que miran tus obras, cuáles son las palabras que más te han impactado?

“Te voy a seguir, no quiero separarme de ti”. A veces se suben al escenario y me traen dibujos. O me dicen “te quiero”. 

También vienen con su chupete a medio chupar y me lo entregan. Es algo muy conmovedor porque siento que quieren darme lo más valioso que tienen en ese momento. 

En una ocasión una niña tenía en su cabello dos vinchas. Se las sacó y me puso una a mí y la otra a Roberto. 

También hay niños que se nos lanzan y nos abrazan. Nosotros los recibimos con cariño y mucho respeto. 

Pero yo me quedo preocupada. Porque creo que es necesario que los niños sepan que no pueden abrazar a cualquier desconocido (nosotros somos desconocidos que acaban de conocer en la obra). Entonces creo que desde el teatro hay un tema pendiente: ¿qué cuentos los niños deben creerse y qué cuentos, no?

Esto me planteo por los casos de abuso y violaciones sexuales que hay hacia los niños. Entonces los niños deben saber a quién pueden abrazar y quién, no. El teatro es un espacio ideal para trabajar estos temas.

Me preocupa cuando los padres obligan a los niños a que abracen a familiares cercanos como tíos o abuelos, porque sabemos que la mayoría de abusos sexuales hacia los niños vienen de su entorno más cercano. 

Escena de la obra Punto de fuga. Fotografía: Silvia Brito.

Frente a esto, los niños no pueden hacer mucho, no pueden defenderse de un adulto. Creo que la mayor responsabilidad es de los adultos. Son ellos los que deben entender el peligro que pueden correr sus hijos. Y creo que el teatro es el espacio ideal para crear esa conciencia. 

Con nuestro propio público, hay niños que no quieren acercarse a nosotros. Pero los padres los obligan. Yo les digo que no es necesario que los niños nos abracen si no desean. Así respetamos la voluntad del niño y permitimos que se sienta seguro.

Entonces observo que los padres tampoco comprenden que no está bien obligar  a los niños  a abrazar a un desconocido.

¿Qué opinas de los abusos sexuales en espacios artísticos? 

Es preocupante y se hace necesario trabajar en un código de ética para el teatro. El otro confía, abre su espacio sensible y resulta que hay personas sin escrúpulos que utilizan el poder que tienen como maestros o formadores y lo utilizan para aprovecharse y manipular.

¿Cuál es tu apreciación sobre la educación actual?

Enfrentamos una educación estandarizada donde se siguen patrones y quienes se alejan de ellos o no calzan, son estigmatizados y excluidos. 

En los círculos educativos existe una prominencia hacia las ciencias exactas. Y quienes sienten y tienen otras inclinaciones son menospreciados. 

La educación no los acoge ni integra, cuando, tranquilamente, podría explotar las otras capacidades que tienen. Y esto se logra muy bien con el arte. 

En los círculos de teatro sucede algo similar con los intelectuales del teatro: te hacen sentir tonta y vuelves a repetir la historia de la escuela.

Hay quienes creen que mientras más autores citen en una conversación, son más intelectuales. Mientras menos círculos frecuenten, son más exclusivos; mientras más “heavy nebuloso” hablan, mientras nadie los entienda, son lo más top de los intelectuales del arte. 

Entonces para mi punto de vista, no estás haciendo del arte algo que sea para todos, que le lleve al otro información, mensaje y que se cree la oportunidad de reflexionar y hacer un cambio en la vida de otros. 

Silvia como parte del Teatro Cronopio. Fotografía: Silvia Brito.

No estás cumpliendo el papel de emisario, no estás llevando el mensaje de forma en que el otro pueda entender y que ese mensaje le sea valioso. Para mí, esa es la misión.

¿O sea, como la magia que encierran las historias: mientras más sencillas sean, mientras más fáciles sean de entender, el mensaje llegará a más personas y, entonces, estaremos cumpliendo con nuestro objetivo?

Sí, exacto. Ahí está la magia: cómo les llevas el mensaje, cómo lo dices, para que se pueda entender, para que sea “digerible”.

¿En qué condiciones se halla en la actualidad el teatro infantil en el Ecuador?

En otros países el teatro infantil es considerado y valorado. No solo para este público sino para toda la familia. Esto sucede con el Circo del Sol, por ejemplo. Es un espectáculo al que asiste toda la familia.

En cambio, en el país, las élites intelectuales consideran que los grupos que hacen teatro para niños, son “malos” o “mediocres”. Y que los “buenos” grupos son los que hacen teatro para adultos.

A ellos los toman en cuenta para conversatorios, coloquios, exposiciones, son los que aparecen en revistas de cultura, arte y de intelectuales, son el top de lo top.

Entonces no se dan cuenta que están cayendo en una gran contradicción.

Porque si no se forma a los públicos con el teatro infantil, ¿cómo se cultiva el público para el teatro de adultos? 

Además el teatro infantil no solo forma públicos sino que también los crea con criterio, lo cual es muy necesario.

Porque no solo se necesita que la gente asista al teatro. También es necesario que ese público acuda con un criterio para que pueda discernir sobre las temáticas, entienda el conflicto que atraviesa el personaje, saque sus propias conclusiones y construya sus aprendizajes. 

Para los gestores culturales, el teatro infantil es la última rueda del coche. Digamos, para usar una metáfora, que está en las últimas páginas del libro. Si revisamos la historia del teatro ecuatoriano, ocupa los últimos lugares, los menos importantes.

En el país, por ejemplo, es la primera vez que el Festival de Loja hizo un apartado para el teatro infantil. 

Pero tuvimos una experiencia amarga. Nos enviaron a una carpa de circo. Las obras de teatro necesitan un teatro (qué pena hacer una aclaración tan obvia). Porque se requiere luz, oscuridad, sonido. Y eso solo se puede crear en un espacio teatral.

En la carpa de circo en el Festival de Loja, a las once de la mañana, la obra se topó con que no había oscuridad, los niños se “asaban” porque el sol estaba en su pico máximo; además los sentaron en graderíos de circo que son de madera, donde corrían el riesgo de caerse. La carpa de circo, al ser 360, no permite que quienes están en la parte posterior observen un espectáculo teatral.

Entonces me pregunto, ¿qué criterios toman en cuenta los técnicos del arte, los estamentos gubernamentales, los intelectuales del arte, que no toman en serio los espacios artísticos y culturales dirigidos a los niños y no les dan el tratamiento adecuado? 

¿Cómo conectar a los niños con el arte, con la lectura?

El gusto por el arte, por las letras, pasa por la emoción. Si a un niño, sus padres le cuentan con emoción un cuento, el niño aprende a disfrutar de la lectura.

Pero si un profesor le manda a leer como castigo, no va a desarrollar ni la emoción ni el gusto por la lectura porque el arte se traspasa por la emoción, por lo sensible. Tiene que haber una emoción de por medio para que el arte o el gusto por la lectura se instalen en el niño.

Obra Una fiesta para Nani. Fotografía: Silvia Brito.

Y eso en el aprendizaje en general: si hay una emocionalidad en el maestro desde el ambiente, desde generar espacios adecuados, el niño aprende sin esfuerzo. Esto nos pasa también como adultos. Si de un ministerio me llaman y me dicen que valoran mi trabajo y que quieren contar con él, a mí me emociona. Pero si me dicen fríamente: “envíe su propuesta y ya veremos”, me desmotivan 

Y en cuanto a los adolescentes, ¿hay espacios en el teatro nacional para ellos?

No, está abandonado.

Para este público, las temáticas deben ser otras, partiendo de las problemáticas o interrogantes  que se desee abordar. Para poner un ejemplo muy doloroso, el índice de suicidios de adolescentes en el país es preocupante. El suicidio está entre las trece principales causas de fallecimiento en este segmento de edad. Desde el teatro se puede trabajar y concientizar.

En el caso de las chicas, pueden caer en violaciones consensuadas porque no tienen la capacidad para saber si quieren tener relaciones sexuales. Pero como quieren complacer a su pareja, terminan teniéndolas y luego se preguntan ¿esto es el sexo? ¿esto es amor?

Y resulta que adoptan configuraciones que van a cargar el resto de su vida y, en torno a ellas, desarrollarán patrones con los que actuarán en la etapa adulta, donde puede estar ausente el placer, el gusto, incluso su libertad para decidir ejercer ese placer. 

Además están en un momento muy difícil. Están pasando por un mar de emociones y a veces no tienen con quién compartirlas. Porque sus padres están muy ocupados trabajando y los chicos pasan mucho tiempo solos. Tal vez el único referente que tienen son sus pares.

Entonces es ahí donde el teatro puede convertirse en un espacio interesante donde encuentren respuestas y no caigan en peligros como las drogas o los falsos perfiles que ahora abundan en redes sociales.

***

Me declaro una ferviente fan del teatro y todo lo que su mundo encierra. Desde los momentos iniciales, cuando las luces se apagan y el espacio queda a oscuras y en silencio, hasta el sonido de las tablas que crujen con las pisadas de los actores. ¡Ambos toman vida! 

El gusto por el teatro se despertó en mí durante la infancia. Mi padre me llevaba con frecuencia a obras teatrales: Cenicienta, Plaza Sésamo, Teatro Negro de Praga, y otros tantos títulos que no tengo en la memoria con precisión. 

Pero en mí se quedó la emoción, la reflexión y el recuerdo.

Como el del emisario del rey que paseaba el zapato de Cenicienta en medio de la sala de teatro, buscando a quién le calce; o el del Teatro Negro de Praga que me sorprendió, porque los actores formaban columnas inmensas con sus cuerpos. Y el de una Principita que rompía todos los estereotipos, porque las niñas “no podemos” ser pilotos de avión. 

Durante mi juventud, un grupo de teatro fue la universidad a vender entradas para una obra en la sala Demetrio Aguilera Malta.

Fui una de las pocas que les compró. Y ninguno de mis amigos quiso acompañarme.

Mi padre aceptó gustoso la invitación. Los dos acudimos a la obra y disfrutamos haciendo fila para ingresar, mientras saboreábamos papas fritas sin marca y le dábamos mordiscos a un chocolate Bios. 

Ahora que soy madre, procuro que mis hijas tengan proximidad al arte y la cultura. Es más, gracias a mi hija menor, Dayra, descubrí a Silvia Brito y su obra del duende come libros.

Fotografía: Archivo personal de Alicia Galarraga.

La foto es del 30 de junio del 2019 y su pie, cita las palabras textuales con la que los actores cerraron la obra:

“El teatro es muy efímero, por eso se queda en esas partes más recónditas del corazón”

Agrego, que esas partes son las más valiosas, porque nos vuelven sensibles y humanos. Por eso hay que regarlas, hay que cuidarlas, hay que podarlas. Por medio del teatro, por ejemplo.