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Al ingresar al Centro Cultural Metropolitano, sede principal de la Feria Internacional del Libro de Quito (FILQuito 2022), lo primero que llama la atención son las pantallas de colores neón (azul, verde, rosado) con el lenguaje iconográfico de los emoticones. Tras pasar el contador de visitantes, similar a un detector de metales, auxiliares de la organización te reciben para orientarte. Esta edición de la FILQuito se repartió en todos los pisos del edificio, de manera salpicada. No era fácil orientarse.
En la planta baja, a la derecha, estaban organizados los stands de editores. Allí, la ventaja era que uno podía dialogar con quienes deciden si un libro es o no posible, quienes te pueden contar los detalles del proceso de su elaboración. Un área donde se podían encontrar editoriales de larga trayectoria como Libresa, pero también nuevas propuestas, más cercanas al fanzine y al libro cartonero, como la Liga Fugaz De Editorxs, donde me encontré con el trabajo de Recodo Press y Rey Neblina.

Hay dos prototipos arcaicos de narradores en el mundo antiguo, según Walter Benjamin: el viajero que viene de lejos para contar una historia y el campesino que conoce su tierra y sus leyendas. Siempre queda lejos, libro publicado por la cartonera Rey Neblina, es una exploración, a través del dibujo y la escritura, de cómo los seres humanos hemos otorgado sentido al mundo a través del desplazamiento. Antes de armar un libro, lo que inicialmente se propuso David Canelos, alias Shuni, fue caminar desde Medellín hasta Quito y atestiguar su recorrido a través del dibujo, la escritura, el cómic, el video, las fotografías.
Todo ese contenido fue subido al sitio web No sé qué está pasando. Una “Carta de nabegasión” nos recibe y nos invita a abrazar la deriva entre un mosaico de textos, cómics, fotografías, ilustraciones y otros contenidos que revelan manifestaciones de la caminata, 970 kilómetros a pie en tres meses, en dos tramos: Medellín-Cali y Pasto-Quito.
La estructura descentrada del proyecto, el tamiz de la ironía y la comedia, el duelo, la ternura, la errancia del dibujo, plantean diversas preguntas, y al derivar, construyen una noción amplia del desplazamiento.
Esta exploración desembocó en Siempre queda lejos, la destilación de las experiencias de Shuni, a modo de cómic, sobre problemáticas como la migración, la vida urbana, el humor, la nostalgia. En “Partir”, por ejemplo, Shuni ilustra la riqueza semántica de esta palabra, para dar cuenta de cómo, al salir de nuestro hogar, nos dividimos definitivamente entre lo que se queda y lo que se va.
Las publicaciones de Rey Neblina son libros artesanales ensamblados de manera cuidada. El trabajo de Shuni es realzado por estos materiales, que se complementan con los textos, las fotografías, las referencias, que encontramos en el sitio web.

Si bien no se puede decir que a la FILQuito acudió el público esperado (más tarde se publicarán las estadísticas, suponemos), entre las compras de diciembre y la dificultad de llegar al Centro Histórico desde otros puntos de la ciudad, la feria ha sido la oportunidad para congregar a los públicos interesados en aproximarse al libro y a la cultura que gira alrededor de él.

En el primer piso se encontraban, aisladas del resto de stands, las librerías de segunda mano. Los libros también tienen una vida material después de haber nacido. Los ejemplares se dividen, y como si se tratara de averiguar las vidas posibles de un viajero en el tiempo, cada réplica tiene su único e irrepetible destino. El lugar en el que desembocan muchos de ellos es, precisamente, una librería de segunda mano, que se constituye como una casa de adopción de libros rechazados.
¿Qué provoca que la gente se deshaga de los libros?, le pregunto a Ernesto Basantes, librero e historiador a cargo de la librería Renacer Cultural. El origen de los libros descartados, rechazados, olvidados, es múltiple, dice.
Las familias aristocráticas, por ejemplo, tienden a deshacerse de sus libros y a desarmar bibliotecas que antaño pudieron ser célebres. Ernesto explica que se trata de un cambio cultural, un nuevo uso de los espacios. Esto pasa sobre todo con las familias adineradas, antes poseedoras de grandes bibliotecas, hoy en desuso. Las grandes casas se subdividen para aprovechar los espacios de otras formas.
Si hoy los libros pueden ser considerados artículos de lujo, tomando en cuenta sus altos costos comparados al ingreso promedio de la familia ecuatoriana (el ingreso promedio en el mercado laboral ecuatoriano no ha superado los USD 320), en el siglo XVIII, cuando aún no existían las imprentas en este territorio, lo eran aún más. Las personas que querían tener libros debían importarlos desde España. Los quiteños, según Ernesto Basantes, debían traer los libros por encargo.
Otro motivo por el cual se recibían libros en el periodo de la Colonia fue gracias a las órdenes religiosas, como la de los jesuítas, que formaron en la Real Audiencia de Quito una de las colecciones bibliográficas más importantes de América en ese tiempo.
No sabemos cómo llegaron al Ecuador los doce tomos del Año Christiano, escritos por Joaquín Lorenzo Villanueva, calificador del Santo Oficio y Capellán, exhibidos por Ernesto Basantes en su stand. Lo que sabemos es que, en el siglo XVIII, e incluso durante el primer siglo de la época republicana, la mayor parte de los libros que existían en el Ecuador eran religiosos.
Año Christiano es un libro particular, se siente lejano y cercano a la vez. Consiste en la presentación de los Santos con sus respectivas fechas de nacimiento. Se incluyen, por ejemplo, instrucciones para realizar misas en su honor, lo que da cuenta de que el libro estaba dirigido sobre todo a sacerdotes u otros miembros de la iglesia. Cuando decimos que vamos a celebrar el santo de alguien, refiriéndonos al cumpleaños, aludimos a esta tradición de celebrar el día en el que nació el santo que lleva su nombre, y no pocas veces las personas eran nombradas por el santo que nació el mismo día.
Esta colección de libros, exhibidos en la FILQuito entre tanta novedad, que no son ni los más antiguos ni los más preciados que tiene Ernesto —tiene joyas que no se atreve a sacar de su biblioteca—, resulta una rareza que nos permite viajar en el tiempo y especular acerca de las manos que los albergaron. Las motivaciones para comprar un libro antiguo son muchas, dice Ernesto, desde historiadores o estudiosos que los valoran por su contenido, hasta personas que simplemente desean tener un libro antiguo para exhibirlo como objeto decorativo.
Entre los autores internacionales que se presentaron en la FILQuito 2022 estuvieron Lina Meruane y Alejandro Zambra (de Chile), Evelio Rosero, Juan Ramón Roca, John Fitzgerald Torres y Carlos Satizábal (Colombia), Selva Almada, Jorge Boccanera, Laura Escudero, Mariano Quirós, Diego Fonseca y Hernán Ouviña (Argentina), Liliana, Colanzi, Edmundo Paz Soldán y Fernanda Verdesoto (Bolivia), Nerea Pallares (España), Kathy Serrano (Perú-Venezuela) y Émile Bravo (Francia).

Un libro, ya sea una investigación, una biografía, una antología de poemas, o un álbum fotográfico, es el resultado de un material mucho más amplio, extraído de la vorágine del mundo, o de otros libros, para brindarnos un relato, un testimonio, una experiencia, una concepción de la vida o un fragmento de ella.
Los libros pueden hablar de cualquier tema, pero a veces se quedan cortos al hablar de sí mismos (los prólogos, en algunas ocasiones, cumplen con esta función). Al ser artefactos cerrados, parecen estar desvinculados, funcionar bajo sus propias reglas. El principio y el fin son definitivos, y aunque libros como Rayuela de Julio Cortázar a veces se esfuerzan por romper las reglas, de todas maneras, el contenido de un libro es inmutable. La primera página siempre será la misma; la última, también.

El libro al que me referiré a continuación ha nacido al menos tres veces. La primera vez fue en el 2015, de la mano de los artistas Alice Bossut y Marco Chamorro, radicados en ese entonces en nuestro país. Su segunda edición fue realizada en el idioma de Alice, el francés, y fue publicado en Bélgica. Finalmente, el libro renació bilingüe, en catalán y español, gracias a la editorial catalana Yekybud. ¿Qué ha logrado que este libro infantil sea recibido por editoriales de tres países diferentes?
Como sucede con otros libros que se pueden encontrar en la librería El Oso Lector, este leporello (llamado así por su forma de acordeón), se destaca por romper el formato tradicional, juega con los tamaños y las formas. Como explica Carolina Bastidas, a cargo de la librería mencionada, la mayor parte de la producción de este tipo de libros proviene del extranjero, donde existe un mercado mayor para ellos. Es afortunado, por lo tanto, que en el Ecuador encontremos libros de este tipo, como sucede con El gigante de la laguna.
El libro, cuya autoría es doble, tanto en las ilustraciones como en el texto, ofrece en su despliegue el paisaje andino imbabureño, que da la sensación de rodearnos, abrazarnos e incluso abrumarnos. Hay un ojo cuidadoso que observa y transforma el entorno natural que vio nacer a este relato, inspirado en la tradición oral kichwa. El formato nos permite también adentrarnos en la gigantez del personaje principal. La primera edición fue realizada en serigrafía, una técnica de impresión artesanal que consiste en transferir una tinta a través de una malla tensada.
El reconocimiento que obtuvo esta publicación fue inmediato. Ganó el Premio de literatura infantil ”Darío Guevara Mayorga”, en la categoría ilustración, y fue finalista del Premis Junceda, categoría internacional, Barcelona, España, 2016.
“Es un libro que habla de lo bello y que, además, es bello”, mencionó Gustavo Puerta Leisse, editor y crítico literario venezolano especializado en literatura infantil, quien también destaca la capacidad de este libro de conectar con la tradición oral: “(…) si en otros lugares o en otros tiempos era la voz de los ancianos la que transmitía estas historias a las nuevas generaciones, hoy son Alice y Marco quienes plasman las palabras e imágenes de los Andes y las traen a nuevas tierras y a nuevos oyentes”.

Ir a las presentaciones de libros es una oportunidad de conocer qué sucedió antes de que un libro vea la luz, los obstáculos y los imprevistos. Hay libros que son gestados en circunstancias tan adversas que incluso existe la posibilidad de no sobrevivir al proceso.
Mientras permanecía en la cárcel esperando su condena, Ernesto Flores Sierra se preguntó por una de sus ocupaciones antes del presidio: un conjunto de ensayos que proponen una nueva aproximación a la historia de la literatura nacional. A través de sus abogados, logró contactarse con Fausto Rivera Yánez, editor de Severo, con quien había estado trabajando. ¿Todavía está en pie la publicación de los ensayos?, se preguntaba Ernesto. La respuesta fue afirmativa.

Falta poco tiempo para que se cumplan cien años de la publicación de algunas de las obras literarias que marcaron un antes y un después en nuestras letras. Un hombre muerto a puntapiés (1926), Los que se van (1930), Huasipungo (1934) Los Sangurimas (1934) determinan, entre otras obras, el destino de nuestra literatura y la ferviente discusión de cómo, a través de la narración escrita, se pueden abordar problemas de nuestra sociedad. Ernesto Flores considera que esta problemática sigue viva. Todavía no es momento de pasar la página.
Además de un estudioso de la literatura, Ernesto Flores Sierra es militante del Movimiento Guevarista, acusado, a mediados de 2022, de ser una semilla de las FARC. Por ello, su casa fue allanada, y junto a otros colegas, fue arrestado.
Antes de esto, su ingreso como maestrante de la Universidad Andina Simón Bolívar le permitió leer con nuevos ojos a algunos de los autores paradigmáticos de nuestra tradición literaria, a quienes denominó “los cuatro jinetes”: José de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Pablo Palacio y Jorge Icaza. El estudio de autores como Antonio Cornejo-Polar, José Carlos Mariátegui y Agustín Cueva desembocó en una perspectiva marxista desde la cual relee nuestra historia literaria.
Luego de reunir varios ensayos que releen la historia de la literatura ecuatoriana, se animó a buscar un hogar para el conjunto. “La editorial Severo actúa como creo que deberían actuar todas las casas editoriales. Me parece que el autor ecuatoriano es muy maltratado”, afirma Ernesto, dando cuenta de las dificultades que existen para los autores: los editores suelen cobrar al autor por la publicación, en ocasiones, no existe un trato debido al texto, además de las adversidades implícitas de la escritura de un texto.
Parte del trabajo editorial, la definición de los últimos detalles, fue llevado a cabo por Ernesto en la cárcel. Su oficina de trabajo era la biblioteca del centro de reclusión. A través de un celular clandestino, préstamo de un compañero recluso y utilizando las precarias computadoras de la biblioteca, Ernesto revisó los manuscritos finales de su trabajo.
Es normal pensar obsesivamente en la muerte cuando estás en la cárcel, sobre todo si vives en el Ecuador. En menos de dos años han ocurrido once masacres carcelarias, con al menos 420 muertos, arrojando algunas de las imágenes más violentas conocidas en la historia de la República. Para Ernesto, la muerte venía signada no solamente por la violencia del contexto carcelario, sino también por la maldición de Los monos enloquecidos. Esta maldición se refiere a la obra del mismo nombre de José de la Cuadra, quien murió antes de concluirla. Luego, Joaquín Gallegos Lara, uno de sus únicos lectores, quiso reconstruir de memoria esta narración, sin embargo, la obra no pudo ser concluida: la muerte llegó primero.
Una noche turbia, durante su encarcelamiento, Ernesto pensó que, al abordar y querer explorar esta obra inconclusa, por su condición de escritor y militante encarcelado, rasgo que compartía con los autores antes mencionados, se estaba poniendo la soga al cuello.
Finalmente, Ernesto salió de la cárcel. No sólo sobrevivió su canto de mono enloquecido, sino que pudo salir para contar su historia. Pudo ver su libro publicado por la editorial que lo acogió y presentar el trabajo realizado a sus lectores. Ernesto aún espera por su sentencia.
Entre la larga lista de autores nacionales que participaron en esta edición de la FILQuito están Dora Aguavil, Sara Arana, Ana Minga, Amanda Pazmiño, Ángela Arboleda, Sandra Araya, Alexis Cuzme, Ernesto Carrión, Cecilia Velasco, Eduardo Varas, Jorge Martillo, Natalia García Freire, Raúl Vallejo, Rommel Manosalvas, Solange Rodríguez, Yuliana Ortiz, Santiago Vizcaíno, Gabriela Vargas, Leonardo Valencia, Gabriela Ponce, por mencionar algunos.
Aunque el contenido de un libro impreso sea inmutable cuando llega al papel, siempre habrá un antes y un después en el devenir de su creación. Antes, todas las condiciones que posibilitaron su impresión; después, lo que sucede con un ejemplar una vez publicado, las vidas que lleva, las manos que lo tocan y lo van deformando.
Averiguar el antes y el después de una publicación no siempre es fácil, pero hay formas de hacerlo. Una de ellas es ir a ferias de libros. Acompañando al fruto de su trabajo se encuentran, en los stands, personas que hacen posible estos artefactos y los traen a nuestras manos. Allí reside la magia de estos encuentros, la oportunidad de abrirnos paso más allá de la cobertura del libro y conocer otras formas en las que los libros se vinculan al mundo.
