Rambo contra la ciática

Revista Bagre. Sobador
Ilustración: Manuel Cabrera.
El sobador "Chino Rambo" se alistó como reservista en la guerra del Cenepa, donde no tuvo que enderezar hombros, pero sí cargar cuerpos mutilados.

La tarde que Joel Piloso se accidentó, hace un mes, su pierna derecha llevó la peor parte: tres puntos en la rodilla y dos en la planta del pie confirman que el vértigo de la velocidad, ese día, tuvo muy malas consecuencias. 

Iba por la 17 y Sedalana cuando un carro se pasó el disco “pare” y, con todo y moto, lo mandó a volar dos metros sobre la calzada.

“Acuéstate bien, mijo, acomódate”, dice Silvana Espinosa, a Piloso, su hijo.  

Ella y su padre lo han llevado junto al pie del parque Centenario sobre la calle Vélez, para que le revisen la pierna afectada. 

Varios quejidos y lamentos distraen la mirada de los viandantes a esa hora del día en que la humedad hace sudar hasta el cemento.

El encargado de atender a Piloso es el «Chino Rambo», un sobador de ojos apretados, oriundo de Portoviejo, pero criado en Calceta, cantón Bolívar, también en Manabí. Es el más solicitado de todos los sobadores del emblemático parque. 

En la radiografía de Joel no salió nada que llamara la atención del traumatólogo, pero el sobador, nada más con darle unos cuantos masajes al muchacho de 18 años, emite su diagnóstico inapelable: tiene el músculo abierto, por eso no puede doblar la pierna ni caminar. También da el remedio: con la sobada va a mejorar. 

Pareciera como si con cada estirón Piloso reviviera el día del accidente, pues de su boca se escapan repetidos ¡Ayyyy! ¡Ahhhhggg! ¡Ahhhgggg! El dolor es tal que podría hacerlo llorar, pero el joven se aguanta apretando los ojos. 

Un olor a mentol y linimento se cuela en las narices y, por un momento, se tiene la sensación de que se está en un consultorio al aire libre.

Revista Bagre. Parque Centenario.
El «Chino Rambo» dice conocer a la perfección los músculos y huesos de la anatomía humana. Ahora tiene una legión de clientes que acude hasta el parque Centenario para requerir sus servicios. Fotografía: Isabel Hungría.

«Chino Rambo» no se queda quieto. Con su cabeza de tres pelos y un moñito solitario, sudando como si hubiera corrido una maratón, danza sobre el cuerpo de Joel, quien contempla la esperanza de sentir el dolor que le aqueja marcharse de una buena vez.

El músculo, al cabo de unos minutos, parece rendirse a las manos del sobador que aprendió el oficio de su padre.

—Está más aguado, más suave —confirma doña Silvana con unos gestos que transitan entre la alegría y la adhesión al dolor de su hijo.

Conoce desde hace mucho tiempo al chino, aunque de vista, ya que un cuñado suyo, que se quebró las piernas, fue por esos pagos en busca de alivio.

—Con esto ya no se le va a hinchar la pierna, ¿verdad? —pregunta la madre en tanto, desde la floresta cercana de árboles envejecidos, uno que otro pájaro de plumaje desconocido se hace presente. 

—No, ya no. El Sikura desinflama, pero solo para frotarse, no para darse masaje —especifica «Chino Rambo» en tono casi marcial.  

Por un momento cesan los alaridos y las personas que esperan su turno se permiten unos minutos de tranquilidad.

—Llevo 13 años en la Plaza Centenario y tengo más trabajo que los que tienen 300 años aquí. Yo no puedo mentir ni dar el testimonio de lo que hago, eso lo da usted como paciente o las personas que me conocen —dice el sobador con el pecho henchido, pregonando la honestidad que asegura tener. 

—¿Después de cuántas sobadas sin solución uno debe ir al médico? 

—Es al revés; vienen del médico porque la lesión no ha sido curada. 

El «Chino Rambo» es un héroe de guerra devenido en sobador por la fuerza de las circunstancias. 

Un héroe del Cenepa

Revista Bagre. Sobador
El «Chino Rambo» se alistó en el año 1995 para defender al Ecuador en la guerra del Cenepa. Estuvo bajo las órdenes del coronel Luis Aguas. Fotografía: Isabel Hungría

La medalla que le cuelga del pecho se mueve con cada movimiento que realiza. 

Es una distinción por haber estado como reservista al mando del coronel Luis Aguas en la guerra del Cenepa del 95. 

Estuvo en Base Norte, cuando Ecuador y Perú se enfrentaron en una batalla que se zanjó con la firma del tratado de Itamaraty. 

Allí, con la patria en el pecho, el chino no tuvo que enderezar el hombro de nadie pero sí cargar cuerpos mutilados. 

Vio compañeros sin brazos, sin piernas y unos hasta sin alma, que se fueron para siempre a causa de las balas enemigas.

Y otra vez el dolor… 

Echado nuevamente sobre su objetivo, el experto le pide a Joel Piloso que estire la pierna, que no haga fuerza, que se relaje, que no consuma bebidas heladas. 

Otro apretón sobre el recto femoral de la pierna izquierda tensa las venas del cuello del paciente, como si fueran a estallar. Se las puede contar una por una aun con sus ramificaciones más pequeñas.

El grito de Piloso, largo y prolongado, muy de adentro, llama la atención de todos nuevamente. El músculo sigue abierto. El chino opta por una toalla azul que aprieta, a manera de torniquete, sobre la pierna de Piloso. El chico, que lanza bufidos, también aprieta los dientes.

—Ese músculo es cosa seria, porque allí está toda la musculatura del cuerpo —sentencia el «Chino Rambo».

El sobador de 56 años no deja de mirar las partes que sus manos someten con prestancia y agitación. 

—¿Usted ha visto cuando la gallina tiene la carne abierta? Así mismo tiene él —dice con seriedad marcial.

Para corroborar los aciertos de su sapiencia, recuerda el caso de un chico al que le hizo traquetear los huesos —trac, trac, dice— y lo mandó muy orondo sin las muletas con las que había llegado. Su lesión solo tenía dos días.

Joel Piloso sigue a ras de suelo en espera de un estirón más, pero ya no es necesario. Ahora debe esperar tres o cuatro días a ver cómo reacciona el músculo.

—Si ya no le duele, no es preciso otro masaje. No por cobrarle la plata lo voy a hacer venir —explica «Chino Rambo», dando muestras de honestidad profesional.  

Joel, con evidente alivio, asegura que el sábado va a volver porque quiere curarse del todo y, quizá, montar pronto en su moto. 

Más pacientes desesperados

Es tanta la popularidad del «Chino Rambo», que sus pacientes viajan desde Milagro o Calceta para enderezar sus huesos o mitigar el dolor de cualquier lesión muscular. Fotografía: Isabel Hungría.

Cuatro evangélicos llegan al consultorio al aire libre del sobador. No piden por la buena salud de su alma, sino por la de sus cuerpos, los cuales exhiben de inmediato, como si se fueran a echar al río para matar el calor de un invierno sin ganas de irse. 

Con el torso desnudo y sin zapatos se preparan psicológicamente para someterse a la fuerza de «Rambo».

Uno de ellos es Daniel Villamar, un milagreño de 40 años que se faja día a día con sacos de cemento, hierro, palas y cerros de arena. Su trabajo de albañil le está pasando factura en el nervio ciático. 

El «Chino Rambo» lo tantea un momento, lo hace mover una y otra vez para ver cómo está y no errar en su apreciación.

Jadeante, el chino reaviva el calor que lleva dentro y vuelve a sudar mientras asienta sus manos sobre eso que él llama la “asiática lumbar”. Su voz suena entrecortada por el trabajo físico que realiza.

—Tenemos que tener presente que nosotros, los seres humanos, desde niños, comenzamos a jugar, a correr, nos caemos, y todos los cimbrones de esas caídas repercuten de la zona lumbar hacia abajo —explica. 

Siguiendo con el hilo de su análisis, menciona que el problema se complica porque entra frío al sistema óseo y al sistema muscular, lo cual se agrava cuando hay cambio de estación. No obstante, asegura que el Sikura es una buena opción para todos esos males.

Convencido de que la “asiática” es la lesión más dolorosa y que no hay peor agravante que el frío, el Chino es honesto al decir que si le llega un paciente con el talón de Aquiles roto o una fractura astillada, no lo atiende, pues eso es de operación y allí no se resuelven esas cosas. 

—¿Cuántos tipos de masaje realiza? 

—Muscular, antiestrés, relajante; que sé yo, son trucos quiroprácticos que uno coge en las extremidades para revisar el paciente. En tarso, metatarso y el empeine hay que dar un buen masaje. 

Otra doliente es busca de alivio

Aunque solo tiene 37 años, la columna de Carolina está como los pilares griegos del Partenón: en ruinas. Ella es otra de las personas que integra el séquito de visitantes del «Chino Rambo»; también es de Milagro. 

Hace un año aplastó una vara y se le dobló el pie. Cuando sufrió el accidente, debido al apogeo fúnebre de la pandemia, no había manera de hacerse una radiografía, se formó la fisura y un huesito le quedó desencajado de su posición original. Esa lesión no le permite ponerse zapatos cerrados.

Consciente de que en manos del chino debe contorsionarse de acuerdo a sus exigencias, ha vestido con una licra celeste que le permitirá retorcerse según las exigencias de las manos de este masajista.

Su caso es aprovechado por el sobador para explicar que el frío no solo afecta los huesos, sino también los pulmones, en donde radica la fuerza del ser humano, y que a veces reciben aire bueno y aire malo. 

—Los pulmones son la vida, la fuerza del hombre. ¿Por qué el covid mató a tanta gente? Porque no conocían un remedio natural. Yo ni me asusté —dice en tanto atiende a la mujer 

Parece como si quisiera hacerle un exorcismo depurador: le aplasta el pecho, le sube la pierna, se la baja y repite los movimientos en busca de alivio para ella.

Agua y más agua

Carolina, de 37 años, aplastó una vara y se le dobló el pie. Debido a la pandemia no pudo hacerse una radiografía, se le formó una fisura y un huesito le quedó desencajado. Fotografía: Isabel Hungría.

Son las 14:00  y el «Chino Rambo» hace una pausa en su faena. El sol descansa un poco y un grupo de palomas distribuidas en el cielo aterriza sobre el parque. De lejos, los próceres de octubre observan todo lo que ahí sucede desde hace más de un siglo. 

Una mujer que huele a Chanel pasa y mira de reojo, como si se fuera a contagiar de alguna enfermedad. 

A esa hora del día, el cuerpo del sobador solo ha recibido agua, tal vez unos cuatro litros.  Tampoco ha almorzado por la demanda de clientes, pero él hace como si nada, pues asegura, incluso, estar preparado para morir. 

Ya una vez libró la muerte cuando trabajaba como albañil. Una descarga de alto voltaje lo chispeó con todo y zapatos. La maraña de cicatrices en su abdomen y en su pierna da testimonio de ese suceso del que solo se salvó por la ayuda del Cuerpo de Bomberos.

—Me salvé porque me quemé; si no me quemaba me hubiese muerto porque no salía la corriente —recuerda el chino.

Un creyente confeso

Antes de iniciar cualquier tratamiento el sobador se encomienda a Dios —porque siempre hay que hablar con la verdad, como lo hacían los antiguos, los ancestros, que hablaban con el corazón.

Otro de sus rituales es hacer ejercicio en su casa para expulsar toda la energía negativa que sus pacientes le han transmitido. 

—¿Usted medica?

—Solamente cuando es necesario receto Neurobión para los músculos; Valerpan para el frío y Dolomedox para el nervio «asiático».

El turno ahora es para un señor mayor, de pantaloneta azul, a quien el sobador trata con la gentileza que demandan sus cuantiosos años. 

Lo hace sentir cómodo y, cuando sus manos se deslizan sobre el empeine, identifica una lesión que ya es vieja porque “se siente una babita en la piel”.

El hombre cayó de un caballo que colisionó con otro, con tan mala fortuna que uno de sus pies se quedó atorado en el estribo. El resultado: un esguince que le dejó “tucuda la guayabita”. 

Pero el paciente no ha ido por eso, sino porque ha convertido en un hábito que el chino lo enderece cada mes. 

El tratamiento de ese momento consiste en empujarle la espalda hacia adelante, bajarle los hombros con todo el peso de los brazos, subirle el brazo derecho, hacer el cuello a un lado, hacia la derecha y hacia la izquierda, como si de un muñeco se tratara.

Revista Bagre. Chino Rambo.
Para el «Chino Rambo» lo más importante es la honestidad. Esa virtud, dice, permite que muchos pacientes lo prefieran. Fotografía: Isabel Hungría.

Oliendo aún a mentol y con ganas de darse un mensaje a sí mismo, el sobador se guarda los dólares que ganó con cada músculo que hizo berrear, pero aún lo esperan varios pacientes adoloridos que están sentados en los bordes del parque Centenario. 

De lejos, otros sobadores comen ansias por la nutrida clientela del «Chino Rambo».

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