Pile, el pueblito de Ecuador donde se tejen los sombreros más finos del mundo

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Ilustración: Alicia Galarraga
En el pueblito de Pile del cantón Montecristi se elaboran los sombreros de paja toquilla más finos del mundo. De acuerdo a la complejidad y delicadeza que se utilicen para producirlos, pueden llegar a costar hasta 25 mil dólares. Sin embargo, el trabajo de estos artesanos, casi no es conocido ni valorado

Manuel Mera recuerda que cuando tejió su primer sombrero de paja toquilla tenía apenas ocho años. Lo hizo para lucirlo en la escuela, pero solo duró dos años en clases, porque al parecer el sombrero quedó tan bien hecho que sus padres lo sacaron de “los estudios” para que se dedicara sólo a eso, a seguir tejiendo sombreros. 

Pile era entonces el mismo pueblo que sigue siendo hoy. Con sus casas rodeadas de montañas, incrustadas como en una vasija de tierra, con calles polvorientas y con su gente asomada en las ventanas, sentadas en los portales, hablando de quién sabe qué cosas, saludando a los extraños como si los conocieran de toda la vida. Gente amable.

La calle principal, la única que tienen, lleva hasta el fondo del pueblo donde las casas parecen detenidas en el pasado, con sus portones y ventanas grandes, sus paredes de cañas, pequeñas y humildes, silenciosas también. Pile es un pueblo silencioso.

Manuel dice que Pile pasa de los 150 años, porque su abuela vivió allí 112 años y la sepultaron hace 20 años, más o menos. 

Y ella también tejía sombreros finos, lo hacía desde niña, hasta los últimos días de su vida. La abuela tejía con una habilidad única y una visión privilegiada, sin usar lentes, hilando cada fibra con precisión milimétrica para hacer sombreros muy finos, finísimos que luego se vendían en Montecristi o terminaban en Panamá.  

La comuna de Pile, pertenece al cantón Montecristi. Muchos piensan que es allí, en la cabecera cantonal, donde se tejen los sombreros más finos de paja toquilla. Otros le llaman Panama hats (sombreros de Panamá) pensando que en ese país los elaboran.

Pero no, es este pueblo pequeño de 1.200 habitantes donde están las manos más hábiles, donde el clima y otros elementos, parecen haberse dado cita para que sólo en Pile puedan tejerse estos sombreros.

—Lo primero es el clima, tiene que ver mucho para que crezca la paja toquilla de mejor calidad. Luego hay que tejer el sombrero sólo cuando el clima está fresco. Durante el invierno (de enero a mayo) se puede tejer de cuatro a diez de la mañana, el resto del día no, porque la fibra se quiebra con el calor. En los otros meses del año se puede tejer a cualquier hora, porque el clima se pone fresco por aquí. Eso sí, siempre y cuando, no haga sol— cuenta Manuel a detalle. Y es sorprendente, porque pocos saben que el clima, el sol, los conocimientos ancestrales y un par de manos rápidas deben juntarse para hacer un sombrero.

Y Manuel quiere que sepan eso. Quiere  que se valore el trabajo de los artesanos de Pile que en estos momentos venden sus sombreros a los intermediarios y pierden al menos el 30 por ciento de lo que en realidad cuestan.

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Los precios de los sombreros en Pile dependen de qué tan finos sean o cuantos grados tengan. Los grados son las veces que el tejido da vueltas sobre cada fibra. Los hay hasta el grado 62, el más fino que se ha hecho.

Ese sombrero puede llegar a costar 25 mil dólares en el extranjero. El tejido es casi imperceptible a la vista, comparado sólo con la seda y elaborarlo, puede llevar unos ocho meses o más. También están los de 18 o 22 grados, los más comunes en el pueblo; esos los venden en 50 o 60 dólares. 

Todos se hacen bajo pedido, especialmente los considerados finos que son de 30 grados en adelante y los extrafinos de 45 hasta 62 grados. En estos últimos, los costos varían entre tres, cuatro mil dólares o mucho más.  

Es que los sombreros de Pile han llegado a las cabezas de actores y hasta reyes. Es sabido en el pueblo, que el actor Charlie Sheen compró uno en 25 mil dólares. Y que un rey de un país de Europa mandó a elaborar 21 sombreros que costaron entre 10 mil y 20 mil dólares cada uno.

—Todos estos sombreros se vendieron hace más de 15 años a través de un gringo en los Estados Unidos. Él los ofrecía en el exterior. Actualmente se reciben pocos pedidos, por eso es que la gente ya no vive solo de esto, sino de otras actividades como la agricultura y la pesca— explica Manuel. 

“Que conozcan el pueblo”

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Fotografías: Leonardo Ceballos.

Pile tiene un clima fresco. Está separado de la costa por unas montañas, que parecen paredes levantadas a propósito, para que los vientos sigan su camino hacia lo más alto.

Abajo, donde se ubican las casas, también están la única escuela y la única iglesia de Pile. Hasta hace poco, no había señal de celular. Y era culpa también de esa montañas que rodean a Pile y lo abrazan como escondiéndolo del mundo.

Recién hace cuatro años les colocaron una antena dentro del pueblo para que tuvieran internet y llamadas a teléfono celular. 

Desde entonces los artesanos empezaron a subir fotos en la página que crearon en Facebook para dar a conocer su trabajo. 

Jomaira Mera comenta que el objetivo es que el tejido de sombreros nunca muera. 

“Por eso hay que promocionarlo, darlo a conocer, que se posicione internacionalmente, que se reconozca a Pile como la zona donde se producen estos sombreros”, agrega.

—Creo que falta que se dé a conocer como sitio turístico. Creería que se debe iniciar por nosotros mismos, las autoridades deben publicitar los sombreros, colocar puntos de venta en el pueblo— indica Jomaira de 30 años, tejedora desde los 12.

Ella aprendió el oficio de su madre, aunque cree firmemente que se trata más de nacer con este talento, de amarlo para hacerlo bien. 

Jomaira camina por un patio angosto, al fondo hay unas cuantas casas y una montaña. En una esquina está una planta de paja toquilla, parecida a una pequeña palmera, de hojas verdes y finas, de la altura de un humano, un metro 70, más o menos. 

Para que la paja esté lista y se empiecen a elaborar los sombreros, existe un proceso. Lo primero es la cosecha, luego se corta y se pican las ramas. Pasan a cocinarse y sahumar. Se deja dos días secándose al sol. Luego se lava y se corta para empezar a separar las fibras y sólo dejar las blancas, las oscuras se desechan. 

Después de este proceso, los hábiles artesanos empiezan a tejer. Es el momento en que inicia la magia del tejido de sombreros que lleva varias generaciones en las manos de los habitantes de Pile.

Una asociación para vender

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Paulina Ordoñez tiene 47 años. A los 12 tejió su primer sombrero y desde entonces sus manos no han dejado de tocar la fibra de la paja toquilla.

Año tras año teje sombreros, y algunos los tiene en casa para ofrecer a los comerciantes que llegan a buscar la mercadería.

Paulina es la presidenta de ASOPROPILE, una asociación de artesanos que lleva cinco años formada y que agrupa a cerca de 43 tejedores.  

Dice que se asociaron para buscar compradores y vender los sombreros de manera directa. Ya no quieren depender de los intermediarios. 

Está segura que existe, aún, el deseo de que el tejido de sombrero no muera. Los padres le siguen enseñando a sus hijos a tejer. Pero no se está pagando bien por un sombrero.

—Imagínese hacer un sombrero en cuatro semanas y sólo ganar 60 dólares. No se puede vivir de esto en la actualidad— señala Paulina, y tiene sus argumentos:

—La canasta básica está como en 500 dólares. Antes no había internet, no se pagaba agua, luz, ni cable. Ahora, incluso, hay que pagar libros para estudiar. Es por eso que si sale un trabajo, uno lo hace, y deja el sombrero a un lado— expresa, mientras teje un sombrero, entrelazando los dedos, moviendo los pulgares en círculos, como quien manipula una palanca de videojuegos.

Paulina quiere que sus sombreros sean bien vendidos, que la tradición nunca muera.

Cuenta que hace ocho años se creó una escuela para enseñarles a los más jóvenes a tejer sombreros. Lo construyó el Estado, pero ahora funciona a medias.

Actualmente son las mismas familias, dentro de las casas quienes les enseñan a las nuevas generaciones a tejer los sombreros.

Ellos no quieren que muera la tradición, porque como dice Paulina, se trata de algo que le enseñó su mamá, y que ella aprendió de su abuela, y seguramente su abuela lo aprendió de su madre.

Y así, por generaciones,el sombrero ha pasado de mano en mano y de familia en familia.

Y todo ocurre en Pile, un pequeño pueblo rodeado de montañas que hasta hace poco, no tenía internet.

Pero eso sí, hace más de un siglo, en Pile, se tejen los sombreros más finos del mundo.    

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