El ceviche de concha negra de Ecuador: Del manglar, ¡al ranking mundial Taste Atlas!

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Ilustración: Manuel Cabrera.
La concha negra habita en los manglares de la costa ecuatoriana. Sus cualidades —sabor y textura— ubicaron al Ceviche de Concha en el ranking mundial Taste Atlas

A la isla Puná —parroquia rural de Guayaquil desde hace 186 años— se llega luego de una hora de viaje en lancha rápida.

Una hora en la que un paisaje egoísta y repetido de principio a fin, sólo muestra agua, cielo y manglar.

Los 61 kilómetros —33 millas náuticas— que la separan del territorio continental, desde el muelle del Mercado Caraguay en Guayaquil, hasta el muelle municipal de la isla, no son suficientes para imaginar o suponer lo que puede ofrecer la tercera isla más grande del Ecuador, sólo por debajo de la Isabela y Santa Cruz, de la región insular de Galápagos.

La primera estampa que la Isla Puná muestra al visitante, es la de cientos de lanchas blanquicelestes arrimadas a la playa, como si fueran hormigas rodeando un mendrugo de pan.

José Castro vende pasteles de pollo en el muelle de Puná desde hace 25 años. Desde que dejó la pesca aguas afuera tras ser asaltado por tres piratas que lo dejaron medio muerto, con las costillas lesionadas, sin su motor Yamaha de 3.000 dólares y ni un solo pescado en la cesta.

“¡Ah, si supiera las ganas que tengo de volver!”

Conocido como “Cachuflín” no sólo en el muelle sino en toda esta ínsula flanqueda por los canales del Morro y Jambelí, Castro, de bigotes irregulares y con pantalones jean a la rodilla, hace un pequeño diagnóstico de todo aquello que prevalece a su alrededor, lanchas y pescadores, más lanchas y más pescadores. 

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“El 90 % de la población —cerca de 10.000 habitantes— se dedica a la pesca. No hay otra actividad que dé más utilidades.

Lo otro son restaurantes, venta de comida callejera, tiendas y pare de contar. No hay más. Así ha sido toda la vida, desde los tiempos de nuestros abuelos, cuando esto, donde usted está parado, era sólo montaña”.

Con el paso de los años, la montaña fue bajando hasta convertirse un extenso valle, las chozas dejaron de ser tales y la zona se pobló con nuevos descendientes. 

Paulatinamente, todo cambió, menos esa actividad fundamental que subordina sus manos y su alma al agua, la pesca.

Aunque la mayoría de los pobladores prefiere pescar especies como la corvina y el bagre, también hay una considerable cantidad de personas que se dedica a la recolección de conchas, tanto prietas como las llamadas “patas de mula”, más grandes que las primeras, pero de menor demanda porque su carne no es tan suave.

Palabra de conchero

Eulogio Beltrán tiene 70 años, 50 de los cuales los ha dedicado a estar metido en el lodo de los manglares cercanos, tales como Bajo Blanco, Bajo Negro y el Conchal, ubicados a poco más de una hora, allá, en donde la lejanía se achica y se topa con las aguas.

Con un impedimento físico que limita su movilidad, el hombre cuenta cómo es el trabajo en faenas que, casi siempre, comienzan a las 6 de la mañana y terminan “cuando los tarros estén llenos”, es decir, al mediodía. 

“Ahora estoy medio jodido, de un momento a otro la mano derecha se me endureció, así como la rodilla. 

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Pero igual salgo con mi hermano Santos de faena, porque es lo único que nos da para vivir”, relata Eulogio, en tanto que una brisa húmeda recorre la calzada. 

Parece que va a llover y a lo lejos se oye una voz femenina pidiendo con insistencia que recojan la ropa de cordeles que están allí, pero que no se ven. El ruido de decenas de motorizados conspira contra ese pedido.
“Ahora no hay cómo salir —prosigue Eulogio con esa

autoridad que otorgan los años acumulados en todo el cuerpo— porque el aguaje recién viene por Guayaquil. 

Estamos en lo que nosotros llamamos quiebre, cuando el agua está arriba. Ya el lunes podemos volver al trabajo”.

Don Eulogio, como casi todos los moradores de Puná, enfrenta situaciones económicas de vulnerabilidad.

Su único bien es una casa que, arrimada a otra de similar estructura, apenas le permite sobrevivir en ese pueblo ancestral al que el agua potable recién le llegó hace dos años. Antes, sólo agua de pozo. Dicen que era dulce, pero la cercanía del mar siembra dudas. 

Desde su experiencia de medio siglo, explica que lo más complicado del trabajo no es ni el sol ni meterse al lodo, que a veces está caliente. 

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Lo más complicado “son unos pescaditos que se llaman chalacos.

No sé si los habrá oído mentar, pero tienen tres espinas por donde mandan un veneno dolorosísimo. 

No lo mata, pero le quitan las ganas de seguir cogiendo las conchas, Y allí en donde están las conchas, estánlos chalecos, no hay cómo evitarlos”.

De las manos de Eulogio —fiel creyente de La Virgen de las Mercedes, patrona de la isla—, se puede decir cualquier cosa. Menos que están ociosas ya que, cuando no sale al río, se dedica a amarrar trasmallos o redes para la pesca, propios o ajenos. Algo se gana con ellos.

Su hermano Santos también opina, siempre sonriente.

“Nosotros somos parte de la cuadrilla del cholo Anastacio, somos cinco en total. Si no salimos con él también podemos ir con otros amigos, nunca falta alguien que lo invite a faenar. Gente es lo que más hay”, explica Santos, aferrado al guariche, una especie de bastón de fierro con un gancho, similar al de los cangrejeros.

¿Cómo van las cifras?

Cada recolector, en promedio, debe traer de su búsqueda subterránea un balde de conchas que luego venderá a 25 dólares, ya sea a los comerciantes del puente de Puná Alta o a los comerciantes que se van a la Caraguay, principal centro de ventas de mariscos del puerto principal.

“La mayoría se va para Guayaquil, allá tienen clientes seguros, algunos hasta hacen anticipo por el producto”.

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De acuerdo con cifras del Viceministerio de Promoción de Exportaciones e Inversiones, el 99 % de las conchas que exporta el país tiene como destino EE.UU., aunque Hong Kong también se ha convertido en un cliente atractivo. El año pasado, según la misma fuente, las exportaciones de concha cerraron en 410.000 dólares.

La concha prieta, en sus especies Anadara tuberculosa y Anadara similis, se encuentra en veda permanente siempre que su talla sea mayor a 4,5 centímetros desde cada una de sus dos valvas abiertas (tapas).

“¿A los concheros, también? ¡Sí!”, dicen los vacunadores

Como si se tratara de una epidemia que no respeta ni siquiera el mar, los concheros de la isla Puná también se quejan del acoso de los llamados “vacunadores”.

“Ya nos tienen bien vistos, esperan que uno salga a trabajar y allá afuera nos cogen. Los desgraciados nos obligan a ponerle un forro al motor para poder identificarnos.

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Con las manos nos hacen seña de cuánto quieren para la siguiente salida. Y no toca más que darles”, se lamenta un recolector que no quiere dar su nombre y mucho menos que lo fotografíen.

De acuerdo con su testimonio, hecho en voz baja y mirando a todos lados, las amenazas también se hacen en tierra firme, lo cual conlleva una situación extrema que pocos se atreven a revelar, como si el solo hecho de mencionarlo, pudiera ser causa de riesgo.

“En casi todas las casas de la isla hay gasolina porque se necesita para los motores de las lanchas. 

Imagínese si algún delincuente de estos llega a poner una bomba, por chica que sea, volamos todos. 

No queda ni una casa a salvo, porque algunas tienen hasta 10 canecas. Sería terrible”. 

La gasolina, por la cual pagan 3 dólares el galón, la compran de forma ilegal en Posorja. 

En Puná hay dos motobombas del Cuerpo de Bomberos y una lancha ambulancia que usa en casos de emergencia. El hospital general, ubicado cerca de un estero, se encuentra en construcción, con un avance del 30 %. 

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Destino Principal

Si las lanchas de Puná llegan al mediodía, al mediodía se van para la calle Caraguay. 

Sus pescadores ni siquiera almuerzan, pues llevan en sus mochilas agua y guineos, provisiones suficientes para aguantar un regreso que puede ser cuando el sol ya se está ocultando y el agua ha comenzado a subir silenciosamente. 

En el mercado guayaquileño de la Caraguay, al tarro se lo comercializa a 30 dólares, es decir, con una ganancia de 5 dólares. 

También hay quienes prefieren llevar por lotes de 25 o 50 unidades, en cuyo caso, el precio varía entre 2,50 y 5 dólares.

“Las conchas que vienen de Puná son más baratas que las que llegan de San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas, porque está mucho más lejos y por ende, transportarlas cuesta más, no es que sean de mejor calidad ni nada, son iguales”, indica Antonio Parrales, uno de los vendedores más solicitados.

“Yo le vendo cosa buena, cosa fresca. Hay gente que con tal de hacer plata, le vende concha enferma. 

Verá, la concha es como la mujer que, cuando se enferma del periodo, sangra, y eso usted no puede vender porque hace daño. Normalmente sólo botan agüita”.

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Aunque no hay comparación en cuanto a la demanda de cangrejo, pues esta es muy superior, la concha se ha ganado un puesto de respeto en la gastronomía ecuatoriana e, incluso, fuera de las fronteras patrias. 

“Eso tiene su razón de ser. Por aquí, incluso, viene gente que tiene problemas con su pareja a buscar la concha, porque sabe que es un plato bien tuqueado (reforzado). 

Con esto lo pone papelito, lo deja como pata ‘e perro envenenado. 

Claro que a la gente le da vergüenza confesarlo, pero ya uno más o menos se da cuenta de qué es lo que les pasa”. 

Parrales se ríe con ganas y señala a otro vendedor como asiduo consumidor por su falta de poderío sexual.
Afrodisíaco o no, —que sea afrodisíaco, es una creencia popular sin asidero científico. De hecho, es imposible que así sea, porque sus niveles de zinc son demasiado bajos— este molusco, que puede ser hallado hasta a cinco metros de profundidad en el fango del manglar, el pasado 12 de octubre fue protagonista de la prensa mundial. El portal especializado, Taste Atlas, ubicó al ceviche de concha negra de Ecuador en su ranking mundial como “el tercer mejor plato de almeja valorado en el mundo”.

Opciones para el paladar

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La concha negra puede ser preparada de varias maneras, siendo las más populares, el ceviche —crudo o cocinado—, el arroz con concha y la concha asada. 

A la concha negra también se la puede incluir en el llamado arroz marinero. No obstante, en este plato deja ser la protagonista, ya que se la combina con mariscos.

Rita Ramón, oriunda de Gualaceo (Azuay), pero radicada en Puerto Inca (Naranjal) es dueña del restaurante “La Sazón Criolla”, ubicado en ese recinto que es paso obligado para todos quienes van hacia al sur del país, o del continente, porque se halla en la vía Panamericana.

“La concha tiene una característica muy particular. Para saber lo deliciosa que es, hay que probarla. No es como el pescado frito o como la fritada de cerdo, que con sólo olerlos, usted se hace una idea de su sabor. 

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La concha no huele, no es un producto que atraiga por su aroma. Para conocer su sabor, hay que masticarla, saborearla, morderla”.

Respecto a su preparación, Ramón indica que es muy sencilla y no demanda mucho tiempo.

“Lo principal, si se trata de un ceviche,es la salsa, porque le pone el toquecito que engancha a los clientes.

 De allí, a la concha negra hay que lavarla bien porque viene del lodo. Las yerbitas —culantro y perejil— son también imprescindibles en la preparación”.

Un ceviche de concha negra, dependiendo del restaurante donde se expenda, cuesta entre 3 y 30 dólares. 

Si se toma en cuenta todo el periplo que pasa, desde el fango profundo hasta la impecable mesa…¡son valores que vale la pena pagar!

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