Es octubre en la mañana y las primeras lluvias comienzan a caer sobre Quito. A las 9:30, las calles de su centro histórico lucen serenas, sin la multitud de transeúntes que caracterizan las horas más concurridas del día.
Me encuentro en una acogedora cafetería. La luz matutina —que no se ha dejado intimidar por la pertinaz lluvia— ingresa por sus amplios ventanales, mezclándose con el embriagador aroma del café recién molido y el inconfundible perfume de las humitas. Las conversaciones de las otras mesas se entrelazan en un suave murmullo, creando un ambiente mágico que envuelve los sentidos.
Tengo una cita con la escritora María Elena Rodríguez. María Elena fue galardonada con Mención Especial en la Convocatoria de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Nela Martínez” 2022, por su libro “Zoom”.
Este compendio, de trece relatos cortos, lleva a las mujeres a escenarios modernos: la plataforma Zoom, las redes sociales, Whats App, o los hashtags.
“Zoom” se adentra en las luchas continuas de sus protagonistas femeninas, quienes, a pesar del entorno tecnológicamente avanzado, siguen combatiendo los demonios impuestos por la sociedad, sus familias y la educación católica de su niñez.
Durante nuestra conversación, María Elena comparte sus experiencias, destacando que la soledad ha sido su aliada en la escritura de estos relatos.
En esa soledad ha logrado exorcizar los demonios del pasado, los aprendizajes restrictivos de su infancia, y la educación que le enseñó a “obedecer y callar”.
María Elena enfatiza que “Zoom” fue para ella una herramienta que la condujo a liberarse de la pesada carga de sentir pecado, miedo y culpa —los paradigmas sobre los que se asentó la educación católica que recibió durante su niñez y adolescencia —, y también la enfrentó a un demonio adicional: la resistencia al placer, debido a las connotaciones religiosas que lo ancla al pecado.
Hoy, la escritora se siente fuerte y valiente. Cree que la escritura es una herramienta poderosa para que las mujeres exorcicemos nuestros miedos y demonios.
Sin embargo, subraya que cada una de nosotras debe encontrar el propio camino de liberación. Puede ser a través del teatro, la pintura, el yoga, el baile, o cualquier actividad que conecte con nuestra esencia y donde el pasar del tiempo, sea un concepto relativo.
Otro tema que persiguió a María Elena durante mucho tiempo fue el paradigma social que condiciona a las mujeres a buscar validación a través de los hombres y sus elecciones sobre nosotras: “Me caso contigo porque eres la elegida, la ungida”. En la actualidad, se declara libre de ese paradigma y vive para sí misma.
Tampoco pesa ya sobre sus hombros otra de las construcciones patriarcales recurrentes en la crianza de muchas de nosotras: el papel de la mujer abnegada, “sufrida”, mártir que cuida del marido y los hijos, a costa de postergarse siempre. Porque los sueños y metas de los demás, son más importantes que los propios.
En lo profesional, María Elena continúa escribiendo. Sostiene que aunque la escritura no siempre es autobiográfica, las emociones en los escritos, sí lo son. En muchos pasajes de “Zoom”, sus emociones personales dieron vida a las protagonistas de sus relatos.
Le pregunto: ¿Qué te dice la voz de tu niña interior en la actualidad?
“Ahora eres la verdadera María Elena, la auténtica”, me contesta.
Y continúa:
“No reniego de mis vivencias anteriores, gracias a ellas tuve la necesidad de hacer una búsqueda interior que me llevó a escribir este libro”.
—¿Qué le dirías a la niña María Elena, a la que vive en tu interior?
—No tengas miedo, yo estoy aquí y sé cuánto vales. Nadie más puede determinar tu valor ni tiene el poder para validarte.
Mis ojos se humedecen. Las palabras de María Elena me resuenan. Siento que mi niña interior las aprueba. La veo sonreír.
Con la voz entrecortada le pido que me lea una frase de “Zoom”, la que más le guste, la que más le resuene:
María Elena Rodríguez, la autora de “Zoom”, no sólo es una escritora talentosa y prolija, sino también una inspiración para las mujeres que luchamos contra nuestros propios demonios del pasado, y buscabamos la libertad a través del camino personal.
Nos despedimos. Yo me quedo en el café. Sus palabras resuenan en mí, mientras contemplo las calles del centro histórico de Quito, donde la lluvia sigue cayendo suavemente, como una promesa de renovación.