Al medio día la tienda sexual de Aura Menéndez, ubicada en Manta, Ecuador, está vacía. Nadie a esa hora llega allí por casualidad. Lo hacen solo los que necesitan un “juguete” de forma urgente o quienes buscan la pastillita, aquella que hace que el momento dure un poco más. ¡Una maravilla la pastillita!
No hay clientes en el negocio, sólo Aura detrás de un mostrador y Jeanne. La llamaremos Jeanne, como la protagonista de “El último Tango en París”, aquella película erótica que en los 70 del siglo pasado fue un controvertido éxito.
Jeanne es una muñeca sexual. Está a la entrada del local con una sonrisa apenas perceptible. Su rostro perfecto compuesto por labios y mejillas de silicona, ojos de vidrio y una peluca corta de un tono castaño que resalta sus hermosas facciones, moldeadas y serias.
Jeanne es actualmente la sensación de la tienda, pero hace unas semanas tenía a los lados una gemela, otra muñeca sexual, quien en ese entonces también robaba miradas.
Un día llegó un pescador, capitán de barco, la miró de reojo, la analizó profundamente como si quisiera enamorarse de ella, como si en realidad la estuviera cortejando, y terminó llevándosela.
Pagó los 1.600 dólares que costaba. La necesitaba en altamar. La quería como compañera sexual en las noches solitarias y frías que tienen los pescadores; en esos viajes de cuatro a seis meses alejados de sus mujeres y en los que buscan alguna manera de satisfacer sus deseos.
Desde entonces Jeanne se quedó allí, con su sonrisa tímida, a la entrada del negocio, esperando que alguien pague por ella. Tal vez debería sonreír un poco más.
“Tóquela”, dice Aura. “Es tan realista, la piel suave y flexible. Ya la han visto algunos clientes y les gusta”, cuenta Aura, morena, de cabellos rizados, de una sonrisa amable. Todo lo contrario a la seriedad de Jeanne.
Dice que tiene un buen grupo de clientes, principalmente gente que trabaja en barcos pesqueros y compran juguetes sexuales porque pasan mucho tiempo fuera de casa, lejos de sus mujeres.
Ellos se van al mar por varios meses y necesitan “compañía”, expresa con ironía, levantando el índice y el dedo medio de ambas manos, simulando las comillas.
Pero ya son pocos los que llevan muñecas sexuales, comenta. La mayoría opta por los juguetes más discretos, los que únicamente tienen forma de vagina y son del tamaño de una botella, o los que tienen forma de un huevo o una linterna. Algo que quepa en las maletas.
La muñeca, dice Aura, es la cereza del pastel, a veces cree que es como una amante. Todos la quisieran tener, pero pocos lo hacen porque no es nada discreta.
Un pescador dentro de un barco apenas tiene sitio para dormir y Jeanne ocuparía mucho espacio. Sería muy evidente. Además tentaría a los otros tripulantes y un juguete sexual no es algo que se deba compartir.
“Ella no es una muñeca inflable, es una muñeca realista, se articula, se pone en cualquier posición, es una gran compañera sexual”, expresa. Pero así son estas cosas del sexo, siempre se busca la discreción, agrega. Y Jeanne, toda inmóvil, y sin decir una palabra, se vuelve la sensación en medio de los hombres.
A lado de Jeanne, en una vitrina, también hay otro juguete que ha revolucionado las relaciones a distancia. Se trata de masturbadores que funcionan con una aplicación que se descarga en el celular y pueden ser manejados por internet.
El vibrador se queda en casa con la esposa y el marido lo puede manejar desde cualquier lugar a través del teléfono. Puede regular la velocidad de la vibración e incluso hacer una videollamada en ese momento.
Aura señala que los pescadores están comprando mucho este juguete sexual. Es para ellos una forma nueva de sentirse cerca, aunque estén lejos.
“Es que de esto se trata, de cerrar distancias, de sentir que estamos presentes en pareja y para nuestros pescadores, los juguetes son una maravilla”, dice Aura.

“La sexualidad es como el hambre”
“Es que la sexualidad es como el hambre”, comenta el sexólogo Xavier García. “Es muy común que las personas en abstinencia usen objetos, estimulaciones, algo que se asemeje al sexo”, agrega.
En su consultorio, por ejemplo, ha atendido a decenas de pacientes que acuden a los juguetes sexuales para ayudar a su matrimonio, aunque muchos lo hacen con recelo, aún con vergüenza.
Generalmente quienes dan el primer paso son las mujeres. Los hombres, algunos no todos, por sus pensamientos machistas creen que los consoladores o vibradores pueden llegar a reemplazarlos, comenta.
“Deben entender que el juguete es un complemento. Un estimulante. Tuve el caso de una doctora que el esposo estuvo de viaje por tres meses y optó por la compra de un juguete sexual”, explica.
Es que la necesidad genera cambios, comenta el sexólogo. En el caso de los pescadores, tal vez antes era muy vergonzoso entrar a una tienda sexual y comprar un juguete, pero ahora la situación ha cambiado mucho. Incluso llegan a consultar con sus parejas para buscar ayuda y ver qué se les recomienda.
Dice que la misma razón de estar mucho tiempo de viaje fuera de casa, en alta mar, los lleva a plantearse la idea de usar estos juguetes. Lo cual solo demuestra que la necesidad hace cambiar la mente del hombre, le hace perder la vergüenza.
Fernando es un ejemplo de aquello. Es el más joven de tres hermanos. Va por los 25 años, se casó a las 17. Se llevó a la “muchacha” a escondidas y la presentó a su familia a los cuatro días. Locuras de joven.
Se unió con ella y la llevó a la casa de sus padres. Allí, en el patio, le dieron un espacio para que construyera un “cuartito”.
Fernando estaba feliz en su nueva etapa de marido, pero le tocó trabajar. Su padre lo empezó a llevar a pescar en barcos artesanales;. Primero por uno o dos meses, luego fue más tiempo. Y el “cuerpo le pide a uno”, dice Fernando, y está seguro de que a su mujer le pasaba lo mismo.
Su mujer es guapa. Media mulata, de un cuerpo fino, delgado, y con curvas, dice él. Como el de una guitarra, expresa y luego se ríe a carcajadas.
“Yo no tengo pena decirlo, sí me he llevado juguetes sexuales a altamar, y a mi mujer le dejo uno para que piense que soy yo pues”, indica y vuelve a reír.
Al principio tenía vergüenza. Incluso le hacían bromas los compañeros del barco. Le decían que así joven y guapa como es su mujer, lo iba a engañar. Él solo reía, pero por dentro quedaba una espina que no lo dejaba tranquilo.
Un día, vio en la maleta de su compañero de trabajo un juguete sexual. Con otro amigo bromeaban, lo escondieron para molestar a su amigo, pero al final terminaron en una conversación que le dio luces. Era normal que los llevaran a los barcos, así como también es normal que le deje uno a sus esposas. Todo era normal fuera de sus miedos y vergüenzas, pero él no lo sabía.
Al volver a tierra le habló a su esposa de aquello. Ella incrédula se reía, no paraba de reírse sonrojada, pero estaba dispuesta a hacerlo. El primer paso estaba dado.
Fueron juntos a una tienda sexual y compraron juguetes. Un vibrador para ella y una vagina de silicona para él, muy “tapiñada” dice, parece un “tomatodo”.
Fernando me mira y se echa a reír.
“Me haces contarte esas cosas que son intimas”, expresa “Se entera mi mujer y me arma relajo por andar de bocón”.
En algunas tiendas eróticas se dice que la venta de juguetes sexuales aumentó durante la pandemia (2020-2022). Cuentan que el encierro puso creativa a la gente y que como nunca antes las ventas de los sex-shop se incrementaron.
Y es verdad. El mercado mundial de juguetes sexuales aumentaría en USD 17,580 millones desde el 2020 a 2025, según una proyección de Technavio, empresa que trabaja en investigación de mercados, que brinda un análisis sobre el escenario posterior a COVID-19 en las tiendas eróticas.
El negocio parece en auge, pero siempre ha estado allí, ha sido parte de la historia de la humanidad. Se conoce que los primeros consoladores se fabricaban en piedra, madera, hueso o marfil, entre otros materiales con una cierta dureza que permitieran su uso como juguetes sexuales.
Los investigadores creen que un falo de limolita de 20 centímetros de hace 30.000 años, hallado en la cueva Hohle Fels en Alemania, fue utilizado como consolador en la Prehistoria. Sin embargo, diversas investigaciones plantean que los consoladores no se utilizaban exclusivamente para el placer sexual. Tanto en la Edad de Hielo en Europa y Asia, y en el período romano, estos objetos eran utilizados para rituales de desfloración.
Le habría gustado conocerlos antes
A nuestro siguiente personaje le habría gustado ser parte de las estadísticas de compradores, pero lastimosamente se abrió muy tarde a esas posibilidades. Y así empieza su historia.
La suerte lo había abandonado. Estaba desesperado, con la autoestima un tanto decaída. Tenía 43 años y no se había acostado con una mujer desde hace dos años, al menos no por amor.
Sus amigas eran pocas, muy pocas. Es más, no sabía si llamarlas amigas, Eran más bien mujeres que conocía un fin de semana cuando llegaba a un karaoke o a un salón a beber; y que bebían con él, no por su compañía, sino por su dinero. Entonces comprendió que no eran sus amigas.
Usted solo dígame “Vicho”, señala. “Si le voy a contar estas cosas, no va a poner mi nombre, no seamos cojudos”, señala y suelta una palmada en mi espalda.
El capitán “Vicho” es un hombre alto, de piel morena y tostada por el sol, con grandes surcos marcados en la frente, y muchas cicatrices en las manos: cortes, golpes, de todo lo que deja la pesca.
El capitán “Vicho” tuvo mujer hasta los 41 años. El matrimonio duró 13 años. Ella lo dejó y él aún estaba muy enamorado. “Eso duele mucho”.
Un día le dijo que no aguantaba más el abandono, que eso de irse a pescar por hasta seis meses y dejarla sola la estaba matando. Ya no sentía nada por él. Solo los unían los dos hijos que tuvieron, nada más. Entonces él no supo qué hacer. Se ensimismó por días, lo pensó, lo reflexionó y mandó todo al diablo. Al final qué podía pasar.
Solo aceptó lo que venía. Desde entonces cada vez que llegaba a tierra pasaba tomando, borracho en los bares. Con mujeres, sí, pero pagadas, en prostíbulos o las que conocía mientras bebía.
“Créame que me habría gustado conocer estos aparatos antes, mucho antes, pero tal vez yo mismo fui el que no quiso, porque si veía a mis amigos tener algunos en los barcos, pero nunca pregunté”, comenta.
El capitán Vicho está consciente que perdió a su mujer por la lejanía de los viajes, la distancia enfrió su cama y seguramente el corazón de su amada.
Ahora “Vicho” utiliza un juguete sexual. Lo lleva al barco siempre, porque dice que es necesario, para matar las ganas.
Quizás si los hubiera conocido antes, su esposa estaría con él porque le hubiera comprado uno, reflexiona. Esa es una pregunta que siempre se hace, aunque la verdad, no se lamenta. Las cosas pasan por algo, dice Vicho. “Y si me dejó es más porque le faltaba mi compañía, mi cariño, no sólo la intimidad”, agrega.
En la tienda erótica de Gustavo García, el capitán “Vicho” es un buen cliente. Lo es como la mayoría de los hombres que recurren a Gustavo por ayuda.
Sus clientes, amigos ya de paso, son en su mayoría gente que trabaja en pesca. Ellos sólo le llaman y le piden que consiga un juguete nuevo y más realista, que no se note la diferencia. Incluso ya ni siquiera van a la tienda, Gustavo se los envía en un paquete a su casa.
“Ellos dicen que prefieren usar esos juguetes, para que no se encalle más la mano”, comenta Gustavo entre risas, y agrega que con cada venta siempre les da un consejo.
“Al juguete hay que tratarlo como a la parte intima de la mujer. Hay que lavarlo con jabón suave, no maltratarlo y mantener siempre el aseo”, expresa.
En su negocio no tiene muñecas realistas como Jeanne, pero sí hay algunas inflables que ahora se venden poco.
Las vende con todo y bomba para inflar. Pero ya le contaron que duran poco. Porque en los barcos hay muchas puntas y fierros y suelen pincharse. Nada parecido al realismo de Jeanne, la muñeca sexual de la tienda de Aura Menéndez .
Saco mi celular y le muestro a Gustavo una foto de Jeanne y dice que es una muñeca muy bonita. Pero por su costo no la incluye en los productos que oferta.
“Mírela, parece de verdad, yo las he visto. Pero a esa, como que le falta sonreír, está muy seria”, expresa. En eso estamos de acuerdo.