A Pedrito Ortiz Jr. fácilmente se le podría dedicar una edición completa. Es comunicador social, de ahí que haya desarrollado una habilidad envidiable no solamente para transmitir sino también para cultivarse, escribir y entender los intersticios del marketing.
Sus días están llenos de compromiso, por ello nos invita a subir a su vehículo, el único sitio en el que es posible entrevistarlo, mientras engulle los kilómetros que lo separan de su próxima obligación: grabar en un restaurante cuya especialidad es el encebollado.
“Es siempre así” —dice—, y no lo dudamos.
Sobre esas cuatro ruedas podemos acercarnos al Pedrito productor audiovisual, locutor, foodie (aficionado al buen comer que recorre restaurantes y huecas para paladear su sazón), comediante, couch, animador, escritor de obras de teatro y de stand up comedy… También al hombre metódico, creativo y tímido.
“Soy lo menos parecido al alma de la fiesta, me cuesta mucho socializar, no me gustan las aglomeraciones”, aclara.
Lo que dice parece broma toda vez que las comisuras de sus labios son, todo el tiempo, un proscenio sin telón teatral.
¿Cómo es la vida de Pedrito Ortiz Jr.?
Pedro Ortiz es una empresa familiar, mi esposa es mi mano derecha. Ella organiza la oficina. Me volvería loco sin su ayuda, mi cabeza creativa no deja de pensar, duermo poco porque se me ocurren muchas ideas. El año está empezando y vienen clientes que me están pidiendo monólogos, nuevas obras de teatro; estoy terminando de construir mi estudio. Tengo las manos llenas.
De lejos pareces un rockero desalmado. ¿De alguna forma la personalidad de tu padre —conductor legendario (+) del programa concurso Chispazos— te fue permeando?
Mi papá fue un gran papá, mi héroe, pero siempre entendí que a mí me gustaba otra cosa. Era muy formal. Siempre iba con terno y corbata. De todos modos fíjate que él había sido animador de la nueva ola del rock and roll en su juventud y no me había dado cuenta de eso. Yo no fui el hijo de Pedro Ortiz que tocó las mismas puertas, pude haberme quedado trabajando en la producción de Chispazos, pero decidí ir por otro lado, hacer mi propia carrera. Llegué a i99 (emisora), hice la “Silla Eléctrica” (programa de radio), y mi papá jamás hizo una llamada. Nunca fui mijín.
Evidentemente él era influyente y respetado. Pero tienes que demostrar lo que tú eres. Conozco la televisión desde pequeño porque Chispazos no fue mi trabajo pero sí mi vacacional. Él me llevaba cuando era pelado a las grabaciones. Mi amor por la música nació cuando fui a Chispazos, vi a la orquesta Falconí Jr. en vivo, y dije: qué es esto, por qué suena así. Mi papá llegaba a la casa con un paquete de Choquilla y me decía: esto te mandó Tiko Tiko.

Y Tiko Tiko no era cualquier payaso…
Claroooo. Las primeras cosas que hice con el micrófono fue con mi papá. Él presentaba la Feria de Durán y en una ocasión (cuando yo tenía cuatro años) me dio el micrófono para que presentara a Alberto Cortez.
Comencé a hablar de manera precoz, hablaba bien desde que era pequeñito.
Alberto Cortez me cargó y se puso a llorar. Hay una reseña en un periódico titulada “El niño que hizo llorar a Alberto Cortez”. Era yo. Mi presencia le había recordado a un hijo que no había reconocido en Centroamérica. A los diez años en radio América tuve un espacio con mi papá que duró un par de semanas, pero todo eso me hizo perder el miedo a la tarima. Puedo animar. Me siento cómodo, más bien las audiencias pequeñas me incomodan.
¿Se puede decir que desde ahí comenzó tu andadura por la locución (ahora conduce un programa en radio Sucre y otro en Play FM)?
Eso fue hace unos veinte años. Hice también “A la cama con Pedrito”, de once y media a una de la mañana. Me gustaba mucho Howard Stern (locutor estadounidense) y conduje un programa parecido al de él, que es lo que actualmente se hace. Un presentador que conversa con amigos y que crea personajes en un momento en que en la radio solamente había una persona que impostaba la voz. Como pelado quería cambiar el mundo, era radical, creo que sí fui un muchacho de mierda, pero la vida se encargó de lavarme contra las piedras.
Eres músico también, ¿no?
Tuve mi propia banda de rock. Tocamos en Chispazos, hubo nepotismo (ríe), salimos de madrugada al aire, se llamaba Anarchy; yo tocaba el bajo y cantaba. Toco guitarra, de allí mi vinculación con la música a través de la radio y la revista La Onda, donde fui editor; no soy músico, sería ofensivo decir que soy músico, pero sí cojo una guitarra y toco. Soy lo menos parecido al alma de la fiesta, me cuesta mucho socializar, soy muy tímido, no me gustan las aglomeraciones, pero siento que soy un buen profesional. Me aturde mucho no tener varios interlocutores, soy mala conversa, muy tímido…
¿Es en serio?
Lo que pasa es que soy súper pro. Estoy muy sumido en mis proyectos. Hay gente que se estrella porque soy tímido, pero entiendo el tema de ser una persona pública y mucha gente rompe los límites de la proxemia. Son gajes del oficio.
¿Pero no es acaso una ambivalencia el que siendo tímido te sientas más cómodo frente a audiencias grandes?
Mientras menos gente haya en un auditorio más cerca de ti está; en cambio si se trata de un evento masivo las treinta mil personas están allá.
Te sientes escrutado…
Exacto. Las dinámicas de las masas son diferentes en ambientes más pequeños. Como comediante trabajas para grupos más pequeños y sabes si se ríen o, ves un bostezo, entonces…

¿Te ha ido mal?
Suele pasar. Sales a hacer un show y la gente no se ríe o demora en conectarse. El tema del stand up comedy no existía, ahora la gente lo entiende más pero antes creía que el man que se paraba delante debía contar chistes. Nos tocó a un grupo ir de bar en bar —menciona a Kevin Fernández— para que la gente vaya aprendiendo y consuma el producto de la persona, que es el comediante, y no el disfraz. Hasta que la gente entendió pasaron muchos años, pero en ese camino puedes experimentar como artista un montón de texturas dentro de la comedia.
¿Alguna demanda?
No, yo soy fresco, me parece que la vida es corta para meterse en problemas cojudos. Cada vez tengo menos tiempo como para engancharme en líos. Hay gente que hace del escándalo su profesión. Si yo me voy a comer un encebollado y pongo en las redes sociales una foto en la que diga “este es el peor encebollado que me he comido” probablemente tenga diez veces más visitas que por los inocentes contenidos que subo ahora, pero eso envejece mal. Esa gente no termina bien, termina trabajando fuera de la comunicación. Tú tienes que asegurarte de que tengas un tiempo de duración en este negocio y pelearte no es estratégico.
Eres rockero confeso, ¿qué opinas del reguetón?
El reguetón está bien, es el nuevo rock, es el nuevo grito de protesta. A Jorge González (vocalista de Los Prisioneros) le preguntaron lo mismo, esperando que mostrara antipatía por este género, y dijo: “esa es la voz de los cabros”. No hay nada más rockero que el reguetón actualmente; si alguien está diciendo las cosas de manera desenfadada, sin vergüenza, y grosera es el reguetón. Qué más rockero puede ser eso.
Cada música en su época ha sido censurada por ser transgresora. Hemos pasado desde “por debajo de la mesa acaricio tu rodilla” hasta “si tu novia no te mama el culo”. Hay una evolución, sí, grotesca, pero en su momento “por debajo de la mesa” fue también transgresor. El tango fue obsceno y censurado; Julio Jaramillo canta en una canción “enciende la marihuana”. El rock, más allá de ser un género, que es el que más me gusta, es una actitud. La generación reguetonera está llevando la libertad de expresión más allá, a pesar de que la gente se escandaliza. Es como el stand up comedy. La comedia, el humor negro, es un ejercicio de tolerancia.
Y cómo te involucras con el mundo de la escritura…
Empecé a escribir desde muy joven, en papel; le hacía los deberes a mis compañeros y cobraba, ese fue mi primer emprendimiento. Era Google, cuando Internet no existía, porque tenía una biblioteca nutrida y me hacía un billete. Luego fui editor general de la revista La Onda, por eso tengo conocimientos del mundo editorial. Tengo cien mil anécdotas, pero no me jacto. Que todo fluya y que nadie influya. Lo más importante es el presente, soy un viejo de 46 años, un man que ha ido de la computadora Coleco (creada por Adam Coleco en 1983) hasta la inteligencia artificial.
En mi trabajo de escritor me he propuesto hacer monólogos con la ayuda de inteligencia artificial; el talento dentro del rubro del escritor va a ser el que sepa pedir y luego escoger.
¿Cualquier persona que escribe puede convertirse en guionista?
Somos hijos del empirismo. Hay que tener las ganas de escribir y luego el criterio. Aun así hay gente que es muy talentosa gracias exclusivamente a su experiencia en el oficio de la escritura. Yo reviso mis redacciones antiguas y me caigo mal. Qué pelado más pretencioso, usando palabras rimbombantes, porque cuanto más grande me hago, más sencillo escribo. Por eso siempre me gustó más Vargas Llosa que García Márquez; la capacidad descriptiva de García Márquez me abrumaba y yo soy un tipo impaciente.
Sencillo como Benedetti…
Sí, y de Cortázar ni hablar, me vuelvo loco, por eso tienen éxito los libros de Paulo Coehlo y de autoayuda. La gente no descifra por qué y es porque te hablan de forma sencilla. Debo admitir que soy muy rebuscado para ciertas cosas; me gusta la ciencia, así como puedo entender los saltos cuánticos o la paradoja del gato de Schrodinger (experimento mental) también disfruto mucho de lecturas sencillas como los hilos de Twitter. Hay gente que escribe bien sin estar preparada pero creo que la mejor escritura del mundo ha venido de los periodistas porque tienen el oficio de investigar, buscar, sentir, vivir.
Cuando hablas de actuación hablas de actores del método que se ponen en la piel del personaje y también eso le pasa al periodista porque recorre, se sienta con el entrevistado, lo vive. Creo que Bukowski (Charles) habría sido más prolífico si no hubiera sido alcohólico pero su contenido no hubiese sido el mismo sin su depresión y su gusto por el alcohol. Lo mismo hubiese pasado con Anais Nin, Henry Miller… Ninguno hubiera sido lo que fue sin sus demonios. A veces resuelvo todo en tres días —monólogos de hora y media— y otras veces en tres meses. He sido ambos, empírico y el que escribe por encargo. La tesis te prepara para eso.

¿Es difícil hacer teatro en Guayaquil?
El target de teatro en Guayaquil es para gente mayor; hay un intento interesante de aterrizarlo para un adulto joven, como lo hizo Pop Up con el microteatro, pero el teatro- teatro, como Broadway (NY) o el de la calle Corrientes (B.AS) no tiene un circuito. Aquí solo tienes el teatro de El Ángel y El Sánchez Aguilar.
¿Por qué no encuentra asidero?
Tuvo en los ochenta, y en los noventa todo se volvió humor, no sé si es por el clima, la suma de los problemas, pero lo que más éxito tiene en esta ciudad es la comedia. Los actores de la calle, los patacaliente están rodeados de gente que quiere ver comedia, no a Shakespeare. Eso pega aquí. La crisis económica en la que vivimos se ha manifestado en el arte y el entretenimiento, estas dos asignaturas han sido las grandes sacrificadas.
Pero la comedia es el reflejo de lo que somos…
Es que aquí estás buscando cómo hacer la papa, y después, si te queda algo de tiempo, te das algo para ti. No ha habido capacidad de inversión como para decir “vamos a producir obras grandes”. Hay en cantidades pequeñas, obras de compañías, como la de Miguel Salem, que hace obras temáticas. Vivimos una tragedia cultural grande que se ve acrecentada por los consumos más dinámicos de ahora. A la gente le gustan las cosas de segundos.
La cultura snack…
Con el tema de la inteligencia artificial intuyo que lo único que va a sobrevivir es el teatro. No le encuentro reemplazo de manera digital, y si se hiciera sería una extensión de la televisión.
Los realitys y los programas de chismes lo han cooptado todo, ¿qué está pasando con la producción nacional?
La televisión está muriendo, me parece que vivimos el último aliento de la televisión; la mayor cantidad de producción está en las redes sociales; lo mismo que ves en la tele lo puedes ver en la plataforma. La televisión será como la radio que usa la gente mayor. ¿Cómo voy a competir produciendo una novela, contratando a tanta gente e invirtiendo harta plata cuando el mismo drama lo tengo por el uno por ciento del presupuesto en las redes sociales? La tele va a ser un lugar para ver noticias y venta de catálogo.
Ya no hay referentes en la televisión, como tu papá, por ejemplo. ¿A qué crees que eso responde?
Los canales mataron toda continuidad. En otros países las figuras se retiran al aire y son reemplazadas en los mismos espacios por la nueva generación. El mayor activo fijo de la televisión es don Alfonso Espinosa de los Monteros, el canal se ha preocupado de conservarlo, tenerlo, darle una buena imagen, pero al resto no. Chispazos debería haber continuado con Rashid Tanús, hacer un recambio. En Venezuela el programa Sábado Sensacional tiene cincuenta años. Sábado Gigante duró también cincuenta años. Somos un país de mucho recambio, no creo que eso sea malo pero los “íconos” de ahora son de rápido consumo.
¿Y tú crees que si existieran programas como Chispazos o Haga Negocio Conmigo tendrían éxito?
Creo que tendrían éxito porque los programas concursos están basados en los premios. Tu ves TikTok y es la gymkana de Chispazos, todo va para allá, todo es baile, solo que Chispazos te daba dos millones de sucres, por eso yo siempre les digo a mis clientes que si desean tener más éxito convoquen a un concurso, porque la búsqueda del premio no cambia.
La gente de las redes sociales lo hace aparentemente gratis, pero no, busca el like y quizá tiene la idea de que si consigue muchos likes pueda generar una entrada económica. Si Chispazos siguiera al aire o estuviera en YouTube, y entregara premios, tendría mucho éxito porque la gente jugaría al caballo loco, a la rampa, al palo ensebado y al canta conmigo. Claro, ya no imitaría a Ricky Martin sino a Shakira con Bizarrap.
Jimmy Fallon hace en su programa “Hazlo tendencia” y pone el video en el que realiza un baile con su invitado. De hecho Jimmy Fallon “inventó” la batalla de la fonomímica, o sea el lip sync battle y los gringos se quedaron locos, pero aquí toda la vida se ha hecho eso, con Amanda Miguel o con los Pimpinelas. Los gringos recién lo descubrieron y era una locura. Claro que el marqueteo de ellos es más poderoso. Ese formato es inmortal porque viene de lo más básico del teatro griego que es la mímesis.
Desde hace un año y medio Pedrito evita los carbohidratos porque siguió la dieta keto, de ahí que bajara 150 libras (pesaba 400, ahora 250) y mucha gente cree que se hizo el by pass gástrico. “La comida así como es Dios, es el diablo; la azúcar es más adictiva que la cocaína, es durísimo desprenderse, y el ataque de ansiedad cuando estás a dieta es super heavy, quieres algo dulce, y es tal cual como la droga porque te sacia un ratito. Yo podría comer chocolate todo el día”.

Te has convertido en foodie, ¿cómo te va con ese emprendimiento?
Hace un año empecé la ruta del encebollado y tengo el programa “Gordo y regordo se comen el mundo”. En temporada de ferias realizo contenido de feria: Burger show, moro loco, tacos and grill. Son ferias gastronómicas con espectáculo. Creo que el encebollado es el plato nacional, si alguien quisiera conocer al Ecuador debería ser por su encebollado. No hay provincia donde no lo encuentres.
¿Por qué la comida ecuatoriana no destaca internacionalmente?
El ecuatoriano es el peor enemigo del ecuatoriano (cuenta la anécdota de los cangrejos, en la que bajan al cangrejo que quiere salir de la olla). Hace falta un embajador, como Gastón Acurio en Perú.
La comida necesita voceros. Hace falta una cara conocida que diga esta es la comida ecuatoriana, pero no embajadores sino chefs. Los productos ecuatorianos han ganado espacio en el extranjero: hay encebollado enlatado de atún, encebollado al vacío, chifle, el marisco ecuatoriano siempre está bien posicionado en otras partes del mundo, y ahora el gringo se aventura a comer otras cosas, como el chicharrón con guacamole.
Creo que falta poco para la explosión de la comida ecuatoriana, los viñedos de la Vía a la costa se están volviendo populares, pero también ¿para qué queremos que nuestra comida sea popular, cuál es el beneficio? En Argentina hacen paquetes turísticos con tango y asado. Tal vez por allí.
¿Dónde afinaste el paladar? Porque para comer bien debiste acostumbrarte a una buena sazón…
Yo no soy gourmet, solo me gusta comer y soy aficionado a la comida, tampoco soy patriotero. La gente se va de puñete cuando habla de bolón, que el mejor es el de un dólar, que el mejor chifle es el de la funda sin marca, al final la comida es como la mujer de uno, basta con que a ti te guste; no tienes por qué justificar nada.
Entonces eso de que mientras más peligroso el barrio, más rico es el bolón ¿es un cliché?
Claro, es romántico, romantizar el barrio es bacán. Al final son historias. Si vas al Hilton a comerte un bolón no hay historia, pero al bolón “que tiene la grasita del sudor de la señora que lo prepara” la gente lo ensalza. Mi encebollado favorito es el de la 18 y Gómez Rendón, lo que puede confirmar el axioma, pero no deja de ser un cliché. Cuando hablan de Tere (El café de) yo pienso en el tigrillo que es lo que me gusta de allí, pero ese es mi gusto personal. Cuando tengo plata, me doy el gusto, pago el tigrillo y no lloro. Lo que pasa es que hay lugares que te brindan otros servicios, como un buen parqueo y seguridad.
Fui a comer con Raisa (Simplicio, reportera deportiva brasileña) al Pez Azul de la Kennedy porque mi invitada era extranjera y probablemente su estómago no esté listo para comer encebollado en cualquier puestito. Le encantó. A mí no me amagas por tamaño, costo-beneficio, si es grande, si tiene full pescado; simplemente si el caldo no es bueno lo descarto.
El ser foodie te obliga a acudir a sitios inseguros. ¿Cuál es el sitio más bravo en el que has estado?
Seguramente la Caraguay de antes, cuando te peleabas el encebollado con el gallinazo y tenías un cerro de basura al lado, por eso era una fantasía cuando empezaron a adecuar los mercados, con patio de comida. Qué más peligro que eso, comer en la Caraguay, a las tres de la mañana, y medio borracho. Yo soy del sur, crecí en La Saiba.
Guayaquil es un lugar en donde el barrio es muy importante porque para poder sobrevivir no puedes ser ahuevado y si lo eres te ven la cara de cojudo. Entonces ser del sur o ser rodado te da un estatus. Abandonamos la ruralidad recientemente. Hasta 1997 se secaba cacao en la calle Rocafuerte, centro de la ciudad. ¿Qué más ejemplo de rurales que eso? El burro que venía con el carbón, los voceadores de periódicos, el hombre que salía del camal con un palo en los hombros para vender vísceras y patas, el tipo que andaba vendiendo leche de cabra con sus animales. Ahora tienes aplicaciones. Es decir, somos modernos, incluso mentalmente, desde hace poco tiempo.

La viveza criolla es parte de la identidad guayaquileña, ¿por qué?
El sabido se dio formas para estafar al recién llegado del campo. Eso está retratado en “Guayaquil Superstar”, del teatro El Juglar, donde sale Pipiolo, que era Oswaldo Segura (actor), y trata de estafar al montuvio que llega de la ruralidad. Por eso tenías que aprender a defenderte, todo era puñete, tuvimos una sociedad en la que te llevaban con los negritos betuneros a pelear para que te hicieras duro, o te llevaban a la 18 para que te convirtieras en hombre. Teníamos la cabeza del Viejo Oeste.
Pero creciste en La Saiba, eres aniñado, allí vive (o vivía) la clase media alta…
Supuestamente, pero Guayaquil es aniñado actualmente solo cruzando el puente, cuando ya deja de llamarse Guayaquil. La ciudad ha migrado hacia ciudadelas cerradas y todos estamos quedando como si fuéramos del sur. La planificación de esta ciudad nos está dejando como una gran zona marginal.
Pedrito Ortiz Jr. no escucha con el oído derecho, quizá por eso sus ojos estén acostumbrados a ver más allá de lo que es evidente, de ahí que le dé un lugar preponderante a su intuición y sostenga, con cierta formalidad: “Si no te gustan Los Simpson ni el chocolate no eres una persona confiable para mí”. Entonces sonríe. A renglón seguido lanza lo que podría ser considerado un aforismo: “Cuando le pones mostaza y cebolla al hot dog te das cuenta de que estás viejo, pero si además te gustan las aceitunas y las pasas estás más viejo aún”. Pedrito sabe.