Cultura urbana

La ciudad con rejas. Crónica sobre el autoencierro en Guayaquil

Rejas Guayaquil inseguridad
Ilustración: Luis Fernando Suárez.

Hace unos años, a una cuadra de mi casa, asesinaron a un hombre. No supimos mucho, pasó en la madrugada y cuando todos los vecinos despertaron ya se habían llevado el cuerpo. Hablamos de eso por una semana y lo olvidamos. Nadie consideró resguardarnos más. Ninguno de mis vecinos propuso fortalecer las puertas de nuestro conjunto residencial, una peatonal de Samanes en la que habitamos alrededor de 60 personas, 19 familias en total. 

Esas cosas no pasaban en nuestro barrio. Aquella fue una excepción. Ese pobre hombre andaba por mal camino y la muerte lo alcanzó justo al lado de nuestras casas. 

Hoy los asesinatos son la regla común, no la excepción.

Guayaquil se divide en 75 sectores, con 12 distritos. La crisis de seguridad que enfrenta la ciudad a manos del narcotráfico ha hecho que la Zona 8, una delimitación que comprende a las ciudades de Guayaquil, Durán y Samborondón, se convierta en una de las más violentas del Ecuador, superada solo por la provincia de Esmeraldas, en la frontera norte del país.

En esta zona hubo un promedio de cinco asesinatos por día en el mes de enero, 66 % más de las muertes violentas registradas en el mismo periodo del año anterior. Hace unos años no considerábamos construir paredes, ni contratar agencias de vigilancia; no pensábamos dos veces sobre si caminar o no a la tienda de enfrente ni dudábamos en comer en el restaurante de la esquina. La reja debilucha que teníamos en la entrada era suficiente. 

Entre los colores más usados para las cercas está el amarillo tostado. Las rejas usan alambre de púas para evitar ser escaladas. Fotografías: Camila Solórzano Piedrahita.

Particularmente en Guayaquil, los distritos Nueva Prosperina (noroeste) y el distrito Sur son los puntos en los que se concentra el número de homicidios intencionales.

El peligro es tal que gobiernos de países como Estados Unidos y Reino Unido aconsejan a sus ciudadanos reconsiderar sus viajes a Guayaquil. En la advertencia del Gobierno estadounidense se indica no viajar a cualquier zona al sur de la calle Portete, que abarca las parroquias Febres Cordero y Ximena en el sur de la ciudad, además de que insta a los viajeros a reexaminar sus visitas al norte de esta calle.

Así es como una parte de la ciudad está asignada con el nivel 4 en la escala de riesgo a la seguridad de turistas estadounidenses, el nivel más alto, junto a Afganistán, Corea del Norte, Siria, Ucrania y los estados mexicanos de Sinaloa y Guerrero, entre otros.

La otra parte está en la alerta número 3, que recomienda no viajar a esta zona a menos de que sea necesario, junto a Pakistán, Papúa Nueva Guinea y la República Democrática del Congo, entre otros.

En 2022 fueron registrados 1455 homicidios en la Zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón). Hasta el 13 de marzo de 2023 son 434 las muertes violentas en el área. 

“Como guayaquileña no me siento segura, nunca se sabe qué va a pasar al momento que uno sale. Es jugarte la vida, es jugarte a tu suerte. Nunca sabes si te vas a subir a un bus y van a venir unos ladrones, van a disparar y ese fue tu último día”, comenta Diana*, quien ha vivido toda su vida en Samanes.

Diana ha sido mi vecina desde siempre y me comenta que si bien las rejas significan acciones colectivas para luchar con el problema del miedo, no son soluciones perfectas. “Hay ciertos portones en Samanes que pasan toda la tarde abiertos, aunque tengan su guardia. Igual uno nunca sabe quién entra, quién sale. Se puede esperar cualquier cosa”, dice.

En las reuniones de vecinos ya llegamos a la conclusión de que las rejas que tenemos no son efectivas frente a la inseguridad de la ciudad clasificada como la número 24 de entre las más peligrosas del mundo. Frágiles, repintadas muchas veces, bajas de estatura y vigiladas por tres guardias con turnos rotativos —los tres de más de 50 años—, nuestras rejas quedan obsoletas al lado de las cercas modernas de las calles aledañas. Hay que cambiarlas.

Jorge Villacreses Guillén, máster en Seguridad, expresidente de la Asociación Nacional de Empresas de Seguridad Integral (ANESI) y presidente de la compañía Cuport Seguridad, introduce cifras sobre lo que ocurre en su industria. Villacreses señala que en los últimos años la demanda de servicio de compañías de seguridad ha incrementado en un 30 % a nivel nacional.

Pero el nivel de calidad de estos servicios no es igual para todos los estratos sociales. Los negocios pequeños o las urbanizaciones con bajos presupuestos para seguridad se ven obligados a contratar “empresas que son fantasma, que le ponen un uniforme y un tolete a cualquier persona que pase por la calle y les ponen a cuidar. Ellos se aprovechan de la necesidad de trabajo que existe en el país”, según explica Villacreses.

Y, cuando se trata de recibir un servicio de guardias sin entrenamiento adecuado y que protegen cerramientos deficientes, no se puede hablar de resultados óptimos: “son medidas que ayudan, pero no solucionan el problema. Poner algo va a ser mejor que nada, pero no es una solución para evitar que se sigan metiendo a sus casas”.

Vendedores ambulantes conversan fuera del Parque Victoria, también enrejado, centro de Guayaquil. 

La realidad supera a la ficción 

La situación me recuerda a algo que leí meses atrás en el cuento “Rabia”, de Jorge Vargas Chavarría, parte de su libro Una boca sin dientes.

En el relato, un grupo de personas se organiza para defenderse del crimen en su vecindario. La historia cuenta cómo los habitantes se turnan para combatir a los delincuentes hasta que poco a poco la violencia los consume y terminan enfrentándose el uno con el otro.

En una parte en que los personajes atacan a un bandido, el narrador concluye lo siguiente: “Entendí, mientras golpeaban los restos óseos con sus manos, que la rabia que origina el miedo de perder a los tuyos es inagotable”.

Y es que el miedo no se queda solo, trae furia y esta nos supera.

Me imagino a mis vecinos y a mí misma como parte de esa historia. Que en un intento desesperado consideremos abastecernos de armas y creamos que todo es válido en nombre de la defensa.

“Yo llego a tener fantasías en las que puedo empujarles, gritarles o ponerles gas pimienta (a los criminales). La violencia simplemente ha llegado a niveles insoportables”, declara Dana*, quien vivió en Polaris, al norte de la ciudad, por varios años. Dana comenta que si bien la violencia siempre ha sido parte de Guayaquil, lo que está pasando ahora es insostenible, por lo que quisiera responder con violencia a las amenazas que recibe en la calle.

¿Qué tan ficticio es un escenario de ciudadanos armados? En tiempos de campaña, el discurso de la alcaldesa saliente, Cynthia Viteri, se mostró a favor del libre porte de armas y, pese a que no logró la reelección, más del 30 % de guayaquileños se mostró a favor de su postura en las urnas. 

***

A finales de febrero, dos chicas fueron secuestradas en el norte de Guayaquil. Las dos en el barrio de Sauces, con menos de 24 horas de diferencia entre sus raptos.

En mi peatonal somos tres chicas cercanas en edad a las que sufrieron los siniestros, de 24 y 25 años. Nosotras sentimos de cerca la rabia del miedo: “Yo no me siento segura caminando sola. Nunca se sabe si va a salir una moto y me quiera robar”, comenta Diana. ¿De una reja dependerá que estemos a salvo en casa? Si en Guayaquil la extorsión ha crecido en un 300 % en el último año, y de esto se tratan los secuestros, de extorsión, ¿qué opciones tenemos?

“Cuidarnos a nosotros mismos”, responde Villacreses ante esta duda. “Sabemos que tenemos una sociedad invadida por la delincuencia, si tenemos algún tipo de alto perfil, no tenemos que hacer una rutina de nuestras actividades, cambiar la rutina, cambiar los horarios, no publicarlos en redes sociales que esa es la fuente de información”. El experto en seguridad continúa con que no deberíamos compartir donde nos encontramos, salvo a nuestros familiares cercanos: “es la única manera de cuidarnos”, termina.

En 2022 se registraron 40 secuestros a nivel nacional. Para marzo de 2023 la cifra ya asciende a 24 secuestros, alcanzando el 60 % del año anterior en dos meses y medio.

Disyuntiva habitacional

Las discusiones sobre la reja también se dan por el grupo de WhatsApp del conjunto residencial.

El último mensaje enviado es de Teresa*, una de mis vecinas, quien se muestra en contra de la propuesta de remover el cercado del Malecón Simón Bolívar, una iniciativa del alcalde electo Aquiles Álvarez. Esta polémica surgió porque en su discurso Álvarez propuso quitar los 2,5 kilómetros de rejas que recorren el malecón a la orilla del río Guayas.

Desde el inicio de la regeneración del malecón, a finales del siglo pasado, las rejas no solo se han mantenido, sino que han ido incrementando su altura para limitar los puntos de entrada a este espacio público.

Estas rejas están, según mi vecina en su mensaje, para evitar que el malecón se convierta en “guarida de fumadores, servicios públicos de todo ser vivo, reunión de antisociales, vendedores ambulantes”.

Juan Carlos Bamba, magíster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados, docente e investigador, comenta sobre las consecuencias de enrejar espacios de uso colectivo: “cuando hicimos una consultoría sobre la calle Panamá identificamos que la gente no lo percibe (al Malecón Simón Bolívar) como un espacio abierto. Con esas rejas, la gente no lo ve como un lugar que integre o donde puedan ir a desarrollar actividades”. 

Bamba habla de cómo existe una retórica que rodea al tema de la seguridad: “hay como un impulso de decir ‘oye, es inseguro y como es inseguro hagamos ciudadelas cerradas’. Se niega la posibilidad a otra cosa”. Es decir, hay un discurso que limita la discusión que se podría tener sobre cómo protegernos de la violencia a una cuestión de estar completamente a favor o completamente en contra de poner rejas, sin mirar a los matices.

El arquitecto se refiere a las teorías de la urbanista Jane Jacobs para profundizar esta dicotomía: “la seguridad no tiene que ver con poner muros o rejas, sino que la seguridad tiene que ver con la actividad. Una calle viva es una calle segura”.

Las vallas se convierten en escaleras para vendedores ambulantes, quienes continúan ingresando al malecón pese a que los guardias lo prohíben. Malecón Simón Bolívar, centro de Guayaquil. 

Mientras tanto en mi vecindario seguimos analizando qué hacer con el cerramiento. Comparamos nuestras rejas con las de enfrente, como si de un jardín o de un carro lujoso se tratara, y consideramos hacer un portón exactamente igual al de ellos.

Quizás deberíamos definir un modelo único de rejas para toda la ciudad, una reja estándar que represente el intento desesperado por cuidarnos, que represente a Guayaquil. Hasta que eso pase, junto a mis vecinos seguimos mirando pinturas para la reja, un color que pueda pasar desapercibido a los ojos de los criminales pero que no sea tan discreto que haga que los repartidores de comida nos pasen de largo.

Los secuestros siguen en aumento, exprés, extorsivos, las víctimas colaterales… pienso en otra cosa que leí hace poco, una cita de Italo Calvino: “la ciudad es una cosa para aquel que pasa sin entrar, y otra para aquel que se encuentra atrapado y no sale; una cosa es la ciudad a la que se llega por primera vez y otra la que se abandona para no volver; cada una merece un nombre diferente”. ¿Cómo nombrar a esta ciudad?

*Los nombres han sido alterados para proteger a los entrevistados.