“El barrio es vida y muerte”. La historia de un microtraficante de droga

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Ilustración: Manuel Cabrera.
"El Patrón", habitante de una zona conflictiva en Manta, Ecuador, se ve atrapado en el microtráfico de drogas. Su vida es un ciclo de consumo y venta, una lucha constante entre la vida y la muerte

Es sábado. Frente a mí, hay una persona que aparenta unos 40 años. Sin embargo, apenas está en los 27.

Le pregunto su nombre y responde que no me lo puede decir.

Si lo hace, hay quienes le pueden hacer daño, por andar con “sapadas” (chismes).  Porque, aunque está seguro de que no dirá nada malo, hay gente “que se marea” (piensa mal), sólo por mirarlo hablar con alguien ajeno al barrio.

—Llámame “El Patrón” —comenta. Y suelta una carcajada. 

“El Patrón” es un muchacho que nació y creció en “el barrio”, en uno de los más conflictivos de Manta, considerado por la Policía como zona roja, debido el alto número de asesinatos estilo sicariato que se ha dado en los últimos meses.

Asistió a una escuela cercana que cerraron luego del terremoto del 2016. Ya en la adolescencia, lo expulsaron del colegio, luego de una riña con uno de los docentes. Y tal vez, este sea el hecho que marcó y cambió su vida. Para mal y para siempre.

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A sus 27 años, “El Patrón” permanece la mayor parte del tiempo en la calle.

Se considera consumidor de drogas: coca y marihuana.

Los fines de semana suele venderlas en una esquina. La que le asignaron, porque en “el barrio” cada quien tiene su ‘puesto’, un lugar donde vender:

—Si no lo respetas, te dan tiro. Así de simple.

No obstante, confiesa que en su caso, el consumo es mayor a la venta.

Lastimosamente, es algo que se nota. “El Patrón” tiene tres o cuatro dientes menos. Es delgado, muy delgado, tanto, que la piel de su rostro, demacrada, está pegada al hueso y las mejillas permanecen hundidas, dándole la apariencia de un espectro. O un fantasma. A sus 27 años, varias canas se mezclan con su cabello negro y ensortijado.

“El Patrón” cuenta que crecer en “el barrio” es cosa seria. Tal vez, si hubiera nacido en otra ciudad u otra zona de Manta, no sería un adicto.

Pero creció allí y a los 16 años probó marihuana. Después buscó “algo más fuerte”  y encontró cocaína. Rompió esa regla sobre los vendedores de droga: “no puedes consumir lo que vendes”. Él lo hizo y no ha podido dejarla. 

Antes de los 16, jamás pensó que terminaría así.

Era un niño al que le gustaba el fútbol. Iba todos los domingos, en la tarde, a jugar en una cancha de polvo que había en “el barrio” y que desapareció luego de que invadieran esos terrenos.  Le llamaban “La Polvosa”. Sus mejores recuerdos están allí. Los mejores amigos los hizo allí. 

“Alguna vez me puse a pensar en los amigos con los que jugué fútbol en mi niñez. Pero crecimos y cada quien siguió su camino.

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Escuela abandonada después que se destruyó en el terremoto del 2016. Con el paso del tiempo, en “el barrio” no sólo desapareció la escuela. También un parque y una cancha de fútbol. Fotografía: Leonardo Ceballos.

Varios han muerto o están presos. A uno lo asesinaron en Ambato. Era mi panita (amigo). Se fue huyendo de aquí. Pero en él quedó lo que aprendió en el barrio, eso de robar y vender drogas. Dicen que por eso lo mataron, era mi pana…”, recuerda “El Patrón”.

Sus vivencias retroceden y lo llevan a su infancia. Cree que “no fue tan mala”. Tenía lo que necesitaba: a su padre y a su madre —él, estibador en el Puerto de Manta; ella, ama de casa—, dos hermanos y amigos que en ese entonces, no estaban en el mal camino.

Algunos se fueron del barrio. Otros se quedaron. Y tal vez sin quererlo, terminaron envueltos en la rutina y la vida sin vida de las calles. Donde “El Patrón” también se perdió, luego de ser expulsado del colegio. Donde pagó el precio de crecer con necesidades y encontrar en las esquinas, el vicio que ahora lo consume.      

“Creo que es un mundo difícil, esto no es para cualquiera, es para gente valiente.

Yo tengo panas que han terminado suicidándose, porque no soportan la droga. A otros los han matado…pero esa es otra historia.”

Hileras de casas alineadas al borde de una calle principal, varios callejones y unas cinco o seis calles transversales conforman el barrio donde vive “El Patrón” en Manta.

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En “el barrio” no hay parques ni escuelas. Antes había un plantel. Pero luego del terremoto, el Ministerio de Educación lo cerró y ahora, lo que queda de la estructura, se usa para consumir drogas y hasta tener sexo.

En lo que algún día fueron las aulas, ahora viven indigentes, adictos que de vez en cuando caminan hasta un semáforo en la calle principal y limpian los vidrios de los carros para que les den una moneda. Luego regresan al barrio a comprar más droga.

Es  la rutina del vicio. Conseguir dinero, consumir drogas y que la mente huya de este mundo por escasos intervalos de tiempo.

“El Patrón” dice que esa es la vida en “el barrio”.

En las noches o madrugadas de los fines de semana se puede ver grupos de adictos, caminando como “zombis” saliendo o entrando a la zona, a veces durmiendo en los terrenos baldíos.

Él, incluso, tiene días en los que no sabe “dónde mismo” se despierta.

En este momento no tiene la certeza de qué pasará con su vida. Sólo sabe que cualquier rato la dejará en la calle, donde creció.

Y cuando revisen su cadáver, encontrarán —tal vez— un sobre de droga en los bolsillos del pantalón, fósforos, un par de monedas y la foto de su madre que siempre la lleva en la billetera. 

“Mi viejita siempre está conmigo. Por ella he querido cambiar. Pero no he podido. ‘El barrio’ no me deja. Esto es vida y muerte, mi pana”.

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