Cultura urbana

Cecilia Velasco: la apasionada escritora que conquista a los niños

Cecilia Velasco
Ilustración: Gabo Cedeño.

Cecilia Velasco nació en Quito en 1965 y vivió en la capital gran parte de su vida. En esa ciudad nacieron sus tres hijos, hoy ya adultos. Allí ejerció la cátedra y el periodismo de opinión y condujo el programa de radio Esta boca es mía.

En Quito escribió el libro Tony, novela con la cual ganó en 2010 el Premio Latinoamericano de Literatura Juvenil Norma Fundalectura,  y concibió lo que ella conceptúa su humilde homenaje  al Quijote: la novela Domadora de leones, publicada por Panamericana Editorial de Colombia. O sus libros Selva de pájaros y Rosa Rosita, editados por Loqueleo, y la novela para público general El Día de la Gratitud, que vio la luz con el sello Alfaguara.  También  Palimpsesto, poemario realizado junto con la artista Pilar Flores.

Escritora, máster en Literatura y conductora del programa de diálogos  La palabra encendida, que realiza en el Teatro Centro de Arte de la Sociedad Femenina de Cultura, Cecilia vive ahora en Guayaquil, ciudad que le resulta altamente ruidosa, pero a la que ha aprendido a querer.

Cuando llegó, hace cinco años, le llamaba la atención la forma en que los vendedores voceaban: “¡aua! ¡aua!”. Hoy sabe que aquella “aua” que expenden en las calles, equivale a un bálsamo para aquellos que se desplazan por las hirvientes aceras porteñas. 

La autora habita cerca del malecón, por donde suele caminar para ir al trabajo, o para recibir algo de la brisa que viene desde el río, en medio del calor al que parece todavía no habituarse.

De los guayaquileños destaca su generosidad.  “Gente generosa seguramente hay en todo el país, pero aquí sí es una seña”, afirma. 

Se desempeña como docente de la Escuela de Literatura de la Universidad de las Artes, oficio que le apasiona ejercer y que consideraría perfecto si no le restara horas para la escritura. “Me gustaría tener más tiempo libre”, confiesa con esa voz un tanto grave que posee, mientras conversamos entre café y agua de jamaica con jengibre, en una tarde de fuerte sol, como muchas de las tardes guayaquileñas.

En el lugar que estamos, el calor se diluye con el frío que brota del acondicionador de aire.

A la autora le tocó vivir la pandemia en su nueva ciudad y en tanto las calles se llenaban de muertos y se vaciaban de actividad por el horror del coronavirus, ella encontró en la literatura una forma de serenidad.

Escribió historias que compartió cada semana en su propia voz mediante videos. Luego, estas ficciones ganaron un concurso de la Editorial Tiresias cuenta y de la mano de este sello se convirtieron en libro. Así nació Perlita tropical y otros cuentos. Una obra que de muchos modos es un homenaje a esta Guayaquil que la acoge. En sus páginas se hallan las aves, las calles, el río, los oficios populares, los niños, los adultos luchadores.  

Su libro más reciente es Hostal para mariposas y tiene listos más proyectos de publicaciones. La mayoría de su producción está dirigida a público infantil y juvenil, actividad que le ha dado reconocimientos y, sobre todo, satisfacciones.  

La escritora Cecilia Velasco junto a varios de sus libros.  

 ¿Qué es escribir para niños?, le planteo. Cecilia piensa, se lleva la mano al rostro, en un gesto que es característico en ella, y responde: “Creo que es despertar todas las posibilidades significativas de la lengua. Es liberar la imaginación, es dejarse llevar por juegos que al mismo tiempo sean significativos. Es establecer un pacto con el lector de que no te olvidará, de que tus palabras podrán conmoverlo. Conmoverla. Creo que eso puede ser”. 

Su respuesta me invita a seguir: ¿Qué escribir para niños?, inquiero. Contesta: “Todo.  Absolutamente todo. Poemas, canciones, cuentos, obras de teatro. Creo que lastimosamente nos hemos concentrado solo en la narrativa, pero es importante escribir también obras de teatro. Me parece que la idea es escribir bajo una pulsión que sea más liberadora, menos de domesticación y de educación, que es algo que solemos hacer con los niños”.

¿Cómo, entonces, exactamente, escribir para niños?

Con respeto. Sin subestimarlos. Es un ejercicio bonito cuando tú te encuentras con alguien más pequeño, con un niño al que no le hablas desde la altura, sino que te agachas, te pones en cuclillas para hablar con él. En un sentido figurado, me parece que escribir para niños es, por un lado, ponerte en cuclillas y, por otro lado, hacer que él o ella también se ponga como en puntas de pies. Creo que una de las cuestiones que hay que despertar es la curiosidad.

Pero, como te digo, me parece que es básico el respeto y la consideración de que se trata de un interlocutor válido.

¿En qué circunstancias concibes una obra? ¿Cuándo te das cuenta de que tienes una historia para contar?

Cuando me encuentro con cuestiones asombrosas. O cuando me doy cuenta de que algo es conmovedor, digo aquí debería estar una historia para un niño, para una niña. Creo que, entre otros, tal vez, esos podrían ser los momentos en los que pienso que por ahí tengo algo. 

Parte de tu tiempo diario lo dedicas a la cátedra, a estar alistando o dictando clases. Tienes un tiempo para ser profesora y momentos en que te desconectas de la cátedra y te vuelves autora. ¿Cómo conviven la Cecilia profesora y la Cecilia escritora?

Cada vez más me doy cuenta de que la escritura es una actividad sumamente exigente y de que alguien que escribe necesita no solo un horario, sino una disposición anímica, una concentración intelectual, espiritual.

Lamento tener que trabajar en la docencia bajo una rutina de ocho horas diarias. Me gustaría tener más tiempo libre. Entonces, yo te diría que un poco de modo irregular. Después de la jornada de trabajo, los fines de semana, pero no del modo en el que me gustaría.

Cecilia Velasco, escritora ecuatoriana nacida en Quito en 1965, actualmente reside en Guayaquil, donde se desempeña como docente de la Universidad de las Artes. 

Una experiencia vital

Antes de ejercer la docencia universitaria, Cecilia trabajó por más de dos décadas como profesora de educación media en Quito. A la par, se ocupaba del cuidado y la crianza de sus hijos. Así tuvo un acercamiento directo a los niños, a los adolescentes, todo lo cual ha sido un aprendizaje y un material para la reflexión.

De esa experiencia y de sus propios recuerdos de infancia y adolescencia, nació Tony, novela que tiene como personaje central a Dewei Wang, un adolescente de ascendencia china que vive en la capital. Y a lo mejor también Domadora de leones. La protagonista y narradora es una joven que creció solo con su padre, quien le contaba historias del Quijote.  

¿Por qué escribir para niños? 

Es importante mirar a los seres de otras edades. Me interesa ese otro ser que es un niño.  Y, por otro lado, creo que es muy necesario lograr una cercanía entre las distintas generaciones.

En el pasado, en sociedades más vinculadas con lo ritual, con lo ancestral, estaba el anciano. Estaba la gente más joven. Estaba el niño y el niño hablaba  con el anciano, con la abuela, con el abuelo. Pero me da la impresión de que eso se va rompiendo y de que hay una especie de ideal de juventud. Todos queremos ser jóvenes.

En el pasado, el jovencito soñaba con ser como su abuelo y ahora el abuelo o el padre se someten a tratamientos para verse como el jovencito. Y en esta sed me parece que a veces los niños y las niñas están muy a la deriva. Están muy huérfanos.

No es casualidad que en el Ecuador haya cifras monstruosas de desnutrición crónica infantil, porque políticamente, materialmente, ellos importan poco.

A mí me interesa la voz de los niños y de las niñas porque me maravillan, tengo interés auténtico y al mismo tiempo quisiera darles más de lo que esta sociedad autoritaria, materialista, despreocupada, les da.  Entonces, escribir para ellos es darles unas palabras de mi emoción, de mi pensamiento.

¿Cuando escribes te imaginas a tu posible lector? ¿Para quién escribes, en concreto?

Escribo para la niña que fui, pienso en mis hijos y en mi hija que hoy son unas personas enteramente adultas. Escribo pensando en ellos que también fueron niños y que estuvieron tan cerca de mí en una edad tan frágil. Escribo para esa mezcla de inocencia y genialidad que tienen los niños.

Se habla mucho de campañas de lectura y se insiste mucho en la importancia de leer, pero no se hace nada. En el discurso la lectura está instituida, pero, en cambio, se habla muy poco de la capacidad de escuchar. Somos una sociedad muy ruidosa y a los niños y las niñas a veces se les olvida escuchar. Desde niñas y niños hay que ensayar también esto de la escucha. 

El tono, el lenguaje, ¿son distintos cuando se escribe para niños?  

Sí, hay un tono diferente. Cuando escribí Tony no pensaba en temáticas, sino en contar historias que me parecían significativas.  En esas historias que elijo contar, una de las características es que los personajes son niños, niñas, jovencitas, a los que les ocurren cosas. Están buscando descifrar unos enigmas, están atravesando situaciones complicadas y cuento cómo resuelven esos problemas. 

La edad de los protagonistas es distinta en las historias y trato de que lo que escribo esté más allá de lo anecdótico, de lo banal. Busco que tenga un grado de significación humana.

¿Cuál es tu percepción de la literatura infantil en el Ecuador?

Tenemos autoras y autores clásicos que siguen escribiendo y produciendo y también hay nuevas voces. Diría que es un buen momento en el sentido de que hay una producción significativa. Se venden libros especialmente en las escuelas privadas.

El libro infantil está muy atado a programas de enseñanza, no está visto como un producto lúdico libre al que las familias se acercan, sino que está siempre mediado por la institución escolar. El libro es el gran ausente de muchas familias en el Ecuador, quienes simplemente no tienen la capacidad para adquirir este objeto. 

¿Consideras un mérito o un demérito que el libro de literatura infantil esté atado básicamente a los programas escolares? 

Debería haber una política pública que favorezca el consumo de los libros desde la más tierna infancia. Eso no es algo que esté pasando. Tengo la sensación de que en las escuelas públicas hay muy poco acceso a los libros.

Creo que el número de colegios y escuelas de la educación pública que tienen libros es muy pequeño y, por lo tanto, hay una gran barrera, una brecha enorme entre niños y niñas de familias privilegiadas, de escuelas privadas, que tienen libros, en cuyas escuelas hay libros, y niños y niñas de la educación pública que carecen de ellos. 

Yo  no te diría que es un demérito que el libro de literatura infantil sea parte del plan escolar. Lo que me parece triste es que ese programa solo sea practicado en las instituciones privadas, que tienen posibilidades. Debería haber unas campañas para que el libro infantil sea parte de la vida misma. Que en el malecón los domingos, por ejemplo, haya libros económicos, libros tal vez más baratos, a los que las  familias  puedan acceder. Que estén al alcance de los niños y de las niñas, porque si no aprendes a encariñarte con el libro cuando tienes 7, 8, 9 y hasta los 12 o 13 años, después tal vez sea muy difícil que incorpores el libro a tu vida.

En Guayaquil, durante la pandemia, escribió su libro Perlita tropical y otros cuentos.

Los inicios

Cecilia se acercó a la lectura desde pequeña,  un hábito que permanece en ella. Y siempre escribió poemas, aunque no se publicaran.  Muchos años después, la primera narrativa que creó fue Selva de pájaros.

“Estaba motivada por el crecimiento de mis hijos. Mientras ellos eran niños, no lo hice. Cuando empecé a hacerlo me di cuenta de que había una cierta nostalgia, una melancolía de unos niños que no eran ya niños”, cuenta. 

Entre las autoras para público infantil le interesan Astrid Lindgren, María Gripe y María Teresa Andruetto, por citar solo unas cuantas de su infinita lista.

De su ya considerable obra literaria, le guarda especial afecto a Tony, porque a través de esta obra ha podido ser leída en toda América Latina.  “Tony fue una reivindicación de mí misma, de una parte de mi adolescencia,  una historia que estaba dentro de mí, con mucha fuerza, con mucha nostalgia y que tenía que ser dicha”.

Y, por supuesto, como también ha expresado, es un homenaje a los adolescentes que conoció en sus largos años de profesora de secundaria. “Muchos  de ellos entraron en mi corazón”, dice.

Cecilia se da cuenta de que la jamaica necesita más jengibre. Lo ralla y lo mezcla con la infusión.  El diálogo deriva hacia plantas y bebidas. La entrevista literaria termina. La conversación, en cambio, continúa.