Cultura digital

Armonías en código: la inteligencia artificial en la música

Ilustración: Gabo Cedeño.

En la habitación iluminada de forma tenue de un adolescente, los posters de bandas y cantantes comparten pared con códigos QR y pegatinas holográficas.

Un joven, apenas salido de su infancia, está tumbado en su cama con los auriculares puestos. 

La luz azul de su teléfono ilumina su rostro mientras navega por su lista de reproducción. Su pulgar se detiene en un nombre: Hatsune Miku. Sonríe, selecciona una canción y se deja llevar por el ritmo que sale de sus auriculares.

En este caso, la música no proviene de un ser humano, sino de un algoritmo, de una diva digital nacida de la IA. Pero para este joven, eso no importa. No importa que la cantante que escucha sea un conjunto de datos y no una persona de carne y hueso. Para él, la música de Hatsune Miku es tan real y emocionante como la de cualquier otro artista.




Miku, en un concierto. El holograma que la representa, enloquece a sus fanáticos.

Mientras la melodía se desliza por sus oídos, sus pensamientos se pierden en las notas. Se imagina a sí mismo en un concierto, rodeado de miles de personas, todas cantando y bailando al ritmo de la música de Miku. La energía, la emoción, la euforia se sienten tan reales…

Sabe que está en la vanguardia de una nueva era musical, una era en la que los artistas no tienen que ser humanos para crear música que llegue al corazón. Y aunque no sabe qué deparará el futuro, una cosa está clara: está emocionado de ser parte de este viaje.

El joven se retira los audífonos. La última nota de la canción de Miku se desvanece en la habitación, dejando un eco de melodías en el aire.

En la quietud de ese momento, el adolescente se encuentra en el cruce de dos caminos: uno lleno de emoción y expectativa, y el otro de incertidumbre y temor. La música generada por IA, como un espejo de nuestra era, refleja tanto nuestro anhelo de innovación como nuestra ansiedad ante lo desconocido.

Para las nuevas generaciones, la música de la IA es una extensión natural de su realidad digital. Encuentran autenticidad en estas melodías generadas por algoritmos, emociones profundas en la voz de una cantante digital. Para ellos, la música de la IA no es una amenaza, sino una nueva forma de expresión, una nueva frontera en el paisaje musical.

Pero no todos comparten esta emoción. Hay quienes, la idea de una música creada por inteligencias no humanas, provoca miedo. Temen que la autenticidad se pierda en el proceso, que la música generada por IA pueda ser una copia sin alma de la música creada por personas. Para estos críticos, la IA en la música es una frontera que no deberíamos cruzar.

La “cantante” iA, creada en Vocaloid es todo un fenómeno musical.

Así que te  invito a escuchar, a explorar, a sentir. Porque en esta era de la música generada por IA, no importa si eres un entusiasta de la tecnología o un crítico escéptico. Lo que importa es cómo la música te hace sentir. Y quién sabe, tal vez en esta sinfonía de datos y algoritmos, encuentres una melodía que hable directamente a tu corazón.

El algoritmo sinfónico: la evolución de la música en la era de la inteligencia artificial

En los albores de nuestra civilización, cuando los primeros humanos golpeaban piedras contra piedras, ya buscábamos darle ritmo a la existencia. La música nació de ese impulso primitivo, pero quién hubiera imaginado que, miles de años después, seríamos testigos de su evolución más extraordinaria: la música generada por IA.

Según el documento científico Representación del Conocimiento para la Composición Musical, todo comenzó con un sueño audaz. Los primeros pasos de la Inteligencia Artificial fueron dados por visionarios que soñaban con máquinas que podrían pensar, aprender y crear como nosotros.

En los años 50, estos sueños tomaron forma en los laboratorios de universidades, donde comenzaron a desarrollar los primeros algoritmos de aprendizaje automático.

El título de la primera composición conocida asistida por computadora tiene un aire de ciencia ficción retro: “The Illiac Suite for String Quartet”. Creada en 1956 por Lejarem Hiller y Leonard Isaacson, esta obra sembró las semillas de una revolución musical que aún está en proceso. La creación se llevó a cabo con el programa MUSICOMP, un algoritmo primitivo que se ejecutaba en la computadora Illiac de la Universidad de Illinois.



“The Illiac Suite for String Quartet”, es la primera composición musical que se hizo a partir de la
asistencia por computadora en el año 1956.

Podemos visualizar a Hiller e Isaacson en un cuarto de máquinas oscuro, frente a la computadora del tamaño de un cuarto, introduciendo códigos y esperando pacientemente que la máquina produjera notas musicales. Una sinfonía de silicio y acero, un vals mecanizado.

La idea de que una máquina pudiera ayudar a componer música parecía, en aquel entonces, una fantasía. Pero la semilla había sido plantada. La inspiración puede surgir de cualquier parte: John Cage lo demostró con su pieza “Reunion”, en la que un juego de ajedrez en un tablero equipado con foto-receptores activaba sonidos dependiendo de los movimientos.

Los años 60 vieron el surgimiento de obras como “Atlas Ecliptalis” de Cage, en 1961, compuesto mediante tablas astronómicas, y “Computer Cantata” , también de Hiller e Isaacson, en 1963. Charles Dodge llevó esta tendencia un paso más allá con su obra “The Earth’s Magnetic Field”, en 1970 que se basó en las fluctuaciones del campo magnético terrestre.

Iannis Xenakis, otro pionero, llevó la composición asistida por computadora a un nivel completamente nuevo. En su visión, la composición se convirtiría en un acto de navegación espacial.

Para Xenakis, el compositor, con la ayuda de las computadoras electrónicas, se convertiría en una especie de piloto capaz de navegar por el espacio del sonido, atravesando constelaciones sónicas y galaxias, antes solo vislumbradas en sueños lejanos.

La obra de Xenakis “Pithoprakta”, que se remonta al año 1956, es un manifiesto de esta filosofía, utilizando una distribución de notas elegidas a partir de aleatoriedad y tablas de probabilidad, basadas en la teoría cinética de gases. Es admirable la minuciosidad, pese a lo tedioso del cálculo manual, que Xenakis desarrolló en esta obra.

Como en la actualidad, la controversia también estuvo presente en la historia de las composiciones musicales. Dos décadas después de que vieran la luz las obras de Xenakis, una disputa se desataba entre los defensores de la renovación y los acérrimos conservadores, ambos bandos en busca de imponer su visión.

Al respecto, el francés Pierre Boulez, compositor y director de orquesta, en su texto “Puntos de Referencia” recopiló un artículo de su autoría publicado en 1971:

IA, derechos de autor y propiedad intelectual. Más allá de la emoción

En medio de la vorágine tecnológica y las transformaciones que la IA ha desatado, se vislumbra un dilema sin precedentes en los mundos de los derechos de autor y la propiedad intelectual. Estas innovaciones disruptivas desafían los cimientos mismos de la creación al eliminar la intervención humana en el proceso.

En este contexto, surge la historia de una joven inmersa en el vasto océano musical de Spotify. Con su smartphone en mano, navega por un mar de canciones, buscando ese ritmo que la transporte a un estado de éxtasis sonoro. Sin saberlo, se sumerge en una experiencia que la llevará a cuestionar la esencia misma de la autoría.

Una melodía comienza a sonar en sus auriculares, seductora y cautivadora. La canción la envuelve con su magia, conquistando su alma y desatando emociones indescriptibles. Pero lo ella ignora es que esa pieza musical no fue creada por una mente humana, sino por una inteligencia artificial.

Tecnologías como big data y machine learning han permitido a los algoritmos de IA incursionar en el terreno artístico, generando composiciones que desafían las nociones tradicionales de autoría.

El software o programa de ordenador que impulsa esta inteligencia artificial, indudablemente, se encuentra amparado bajo la protección del derecho de autor. Sin embargo, el verdadero debate surge cuando nos enfrentamos al producto final, la salida que dicha ejecución produce.

La cuestión radica en definir si estas creaciones generadas por la inteligencia artificial pueden considerarse obras protegidas por el derecho de autor. ¿Es posible atribuir la autoría a un ente no humano? ¿Cómo se reconcilian las concepciones de obra como creación del intelecto humano y de autor como persona física?

Las respuestas no son sencillas, y los expertos en derecho se encuentran inmersos en un acalorado debate. Los defensores de los derechos de autor tradicionales sostienen que solo las obras concebidas por la mente humana deberían gozar de protección legal.

Sin embargo, otros argumentan que el producto generado por la IA es resultado de una intervención humana previa: el diseño del software y la selección de parámetros que guían la creatividad artificial.

La joven, ajena a estos dilemas legales y filosóficos, se deja llevar por los acordes y las letras que la envuelven. La canción la transporta a un lugar donde las fronteras entre lo humano y lo artificial se desvanecen, donde la música trasciende las limitaciones impuestas por la autoría convencional.

En ese momento de éxtasis sonoro, la joven se convierte en testigo y protagonista de una nueva era, donde las creaciones de la inteligencia artificial despiertan emociones tan reales como las engendradas por el genio humano.

Mientras los juristas continúan debatiendo sobre el destino del derecho de autor en esta nueva era tecnológica, la música generada por la IA fluye libremente, desafiando nuestras concepciones preestablecidas.

Nos encontramos en un momento crucial, donde la ley debe adaptarse a la realidad cambiante, donde las fronteras entre lo humano y lo artificial se diluyen y donde el arte desafía las definiciones establecidas.

Melodías del futuro: el límite entre lo humano y lo artificial cada vez es más borroso

En un mundo inmerso en la revolución tecnológica, la intersección entre la inteligencia artificial y el arte desafía nuestras nociones preestablecidas sobre la creación y la autoría.

El debate en torno a la protección legal de las obras generadas por IA continúa, sin ofrecer respuestas claras ni consensos definitivos.

La música creada por algoritmos y máquinas ha conquistado nuestros oídos y corazones, generando emociones tan auténticas como aquellas engendradas por el talento humano. Las melodías desafiantes y vanguardistas han derribado las barreras entre lo humano y lo artificial, y nos han llevado a replantearnos la esencia misma de la creatividad.

En este escenario de incertidumbre y fascinación, nos encontramos en un momento crucial donde el derecho de autor debe adaptarse a la realidad cambiante. Es necesario encontrar un equilibrio entre la protección de la propiedad intelectual y la apertura a nuevas formas de expresión artística.

Los legisladores, juristas y expertos en derecho deben enfrentar este desafío y buscar soluciones que reconozcan la relevancia y singularidad de las creaciones de la inteligencia artificial.

Imagen: Shutterstock.

La música generada por IA nos invita a reflexionar sobre la naturaleza misma del arte y la creatividad. Nos enfrentamos a un nuevo paradigma, donde el genio humano se encuentra entrelazado con la potencia de las máquinas, y donde la colaboración entre ambos puede conducir a resultados sorprendentes y cautivadores.

En medio de la incertidumbre y los debates, una certeza prevalece: la música, en todas sus formas, continúa siendo un poderoso vehículo para la expresión humana y la conexión emocional.

Ya sea que la melodía emane de una mente humana o de una inteligencia artificial. Su impacto en nuestras vidas y en nuestra capacidad de sentir y emocionarnos es innegable.

En este nuevo horizonte de posibilidades, nos encontramos ante un desafío apasionante: navegar por las aguas de la creatividad digital, abrazando la innovación sin dejar de valorar la singularidad y la esencia del talento humano.