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La quietud de las estatuas humanas

Estatuas humanas
Ilustración: Gabo Cedeño.

La estatua humana es una persona que se queda estática entre el bullicio de la ciudad, en su pupila se percibe el agitarse de todos aquellos transeúntes que circulan a su alrededor, mirándole de modo curioso. 

Estos artistas pueden mantenerse quietos por largos períodos de tiempo generando expectativa entre los peatones, aguardando pacientemente que alguien interactúe con ellos y les brinden una moneda; en contribución el personaje enseguida afloja sus movimientos, se desentumece.

El fenómeno de las estatuas humanas se lo puede apreciar en las principales avenidas y paseos de las grandes ciudades del mundo, siendo cada personaje motivo de sonrisas para niños y adultos. 

Estos artistas vieron en la postura de la quietud un modo de ganarse la vida; son muchos los personajes que se incorporan a este género artístico de la calle. Está el Chavo, el Ángel, Cleopatra, y cualquier otra fantasía que a la imaginación se le antoje: la gracia está en poseer una rutina. 

Las estatuas humanas de Quito se encuentran generalmente en el Centro Histórico. 

Algunos incorporan sonidos, luces y trajes muy elaborados estéticamente que le dan realismo a su interpretación. Artistas que se apropian del paisaje urbano para crear un paréntesis en el movimiento citadino llegan desde Bogotá, Lima, Guayaquil; algunos son ecuatorianos que, a su regreso de España, traen consigo un arte que es muy apreciado en Europa y tiene su escenario principal en La Rambla de Barcelona.

Estatuas humanas en Barcelona, España. 

Se puede imaginar que el arte de las estatuas humanas nace por las distintas necesidades que se suceden en una ciudad, y el ingenio crea modos de sobrevivencia. La calle es un escenario al aire libre en el que se convive diariamente con la escasez y el desempleo, y la creatividad es un recurso para sobrellevar la pobreza y expresarse.

Muchos de los que adoptan esta forma de arte son personas que de un modo u otro incursionan en el teatro; hay días que van por la ciudad como estatua humana, otros como mimo, o participan de eventos y contratos para sobrevivir.

La calle es un baúl de anécdotas y sucesos de los cuales los artistas se nutren para elaborar los diálogos de sus obras y personajes.

Lo más difícil de ser una estatua es vencer los calambres, soportar la sed, el clima, la piel que se asfixia con tanto maquillaje, a veces caen desmayados por el peso de su vestuario; algunos tienen anécdotas de niños que les pellizcan o les molestan para hacerles mover y reaccionar. Sin embargo, la estatua humana debe mantenerse estática.

El horario de trabajo varía, el mejor momento para apreciarlos en su rutina son los domingos peatonales en el centro de Quito. Ese día los artistas callejeros aprovechan el flujo de gente y salen a armonizar con la ciudad, a través de su arte y talento. Pueden pasarse ocho horas en su personaje, incluso extenderse hasta la noche y acomodarse en la calle La Ronda junto a los canelazos. 

Un artista de la calle nunca se hará millonario como presumen muchos, quizás en otro país pueda suceder, pero en Ecuador las monedas que recolecta apenas son el pan y la leche de la mañana siguiente, o la cena y alguna distracción para la familia, cuenta quien interpreta a la estatua del Ángel: “las personas imaginan que nosotros, como los mendigos, nos hacemos mucho dinero y nos juzgan; sin embargo, la calle es un lugar difícil para trabajar, está llena de peligros y desencantos”.

Hay algo especial en el arte de la calle que no sucede en un teatro cerrado, la diversidad de personas a las que pueden acceder con su arte, de todos los estratos sociales que los observan y aprecian. El artista que conoce la calle como escenario vuelve una y otra vez, así no tenga necesidad de hacerlo, como un método de purgación, porque la calle y su gente es honesta e interactúa con la obra, comenta y participa con el personaje, y si algo no le gusta lo dice o se aleja murmurando su desaprobación. Cosas que rara vez suceden en el arte formal de una sala o galería.

Las estatuas humanas se mantienen indiferentes al sol, a los curiosos, al calambre que cosquillea sus piernas, con el propósito de ganarse unas monedas.

La ventaja de ser un artista de la calle es que puede viajar, guardar la obra en una maleta y desplazarse por la carretera, visitar nuevos lugares, conocer gente distinta, no quedarse con hambre o frío porque en la maleta está el personaje que resolverá su día y sus necesidades, hasta llevarlo a los lugares más recónditos: algunos han llegado hasta otro continente o han surcado el contorno del suyo viajando por toda América.

Quito es una ciudad aún joven para el arte callejero; recién se están incorporando nuevos actos, y eso se debe mucho a la migración de artistas que toman la vía Panamericana, hacen escalas en todas las ciudades principales, se quedan semanas o meses en cada lugar y luego continúan con su travesía sin destino. 

Se pueden encontrar magos de la Argentina, estatuas humanas de Colombia o Venezuela, malabaristas de México. Sin embargo, comentan que Quito no está trazada para el arte como otras urbes donde los espacios ya están destinados, donde existen ordenanzas para el arte callejero. Muchos se quejan de que los espacios públicos aún están vedados para el arte y deben sortear una gran cantidad de obstáculos con el orden público para poder actuar. 

Los transeúntes se alejan de estos singulares artistas con una sensación de alegría y novedad, cuando se les pregunta qué piensan del arte callejero, dicen que, si no fuera por ello, la rutina de la ciudad les agobiaría, y que estos artistas son una distracción sana que brinda emociones y adorna el gris de la ciudad.

La estatua humana del Ángel en el Centro Histórico de Quito.

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: @historiasdelojo