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Gina Gómez de la Torre: “Quienes nos ponemos las gafas lilas entramos con todo”

Gina Gómez de la Torre
Gina Gómez de la Torre es doctora en derecho, especialista en Derechos Humanos y Justicia Transicional; investigadora de Crimen Organizado, activista y feminista. Estuvo al frente del caso Óscar Caranqui y logró la primera condena por delito de odio en Ecuador, frente a una institución poderosa como son las Fuerzas Armadas. Fotografía: Cortesía.

La doctora Gina Gómez de la Torre recapituló sobre lo que era el machismo cuando siendo estudiante en la universidad un profesor empezó a acosar a una de sus compañeras. 

Ante este hecho, la doctora decidió recoger firmas —no había ninguna ley contra la violencia en esa época— y presentar la queja ante el decano de la facultad. No hubo respuesta. 

Días después, el académico acosador se negó a tomar los exámenes de rigor a las jóvenes que habían respaldado a la compañera agredida y ante este hecho ellas decidieron hablar nuevamente con el decano. 

Esta vez, aunque tibia, sí hubo una respuesta: el decano dispuso que el profesor debía tomar el examen a las alumnas en presencia del presidente de la Asociación de Estudiantes; sin embargo, el agresor nunca recibió ninguna sanción.  

“Había un montón de limitantes en ese tiempo; sacar el título era una hazaña”, dice Gina, ahora de 58 años y abogada de los tribunales. 

Luego de esa experiencia, la entonces activista en ciernes conoció, por cuestiones vinculadas a sus estudios, la cárcel de mujeres, en donde hizo voluntariado. 

Allí empezó no solo a ver la cuestión política de las cosas sino del género, y pudo darle un nombre a esa sed de igualdad que la atenazaba: feminismo. 

Comenzó entonces a leer literatura del género y se convirtió en admiradora de las sufragistas, pero su adhesión pragmática al movimiento se daría más tarde, en un encuentro en Puyo con personal de Cepam, cuando le sugirieron que creara la Casa de la Mujer


Revista digital Bagre conversó con ella largamente sobre feminismo, violencia machista, derechos humanos y otros temas inherentes a sus luchas. Esta es la segunda parte de la entrevista. En la primera, publicada el 2 de octubre del presente año, habló sobre el caso de María Belén Bernal y el androcentrismo de las instituciones armadas.

—¿Cómo está el movimiento feminista casa adentro: las mujeres de su generación se han articulado con las jóvenes?

—Yo soy de esta camada y hay una nueva generación —las millennials, centennials, la generación Z— que no vivió lo que nosotros vivimos. 

Todo lo que hoy tienen es gracias a un proceso que empezó a principios del siglo anterior. Me imagino a Matilde Hidalgo votando en una ciudad en la que pudo ser señalada con el dedo como “la p del mundo” por haber estudiado con hombres. 

Ahora las jóvenes pueden ingresar a la universidad y dicen “soy mujer y tengo que ser igual”, hasta que viven un proceso de violencia, porque les va a tocar a todas, sea en el hogar o con el enamorado o en el trabajo. 

Allí verán que los hombres tienen mejores sueldos y oportunidades. Las jóvenes aportan sobre todo con tecnología y música. 

La pelea feminista actual, con jóvenes como Ana Vera, está enfocada en bajar los niveles de violencia; y la de mi camada en la lucha por políticas para todas. 

Las feministas de mis tiempos ya no vamos por cada una de las golpeadas, sino por políticas públicas. Todo eso va confluyendo y va a tener un efecto. 

Las millennials vienen con nuevas ideas, hablamos, nos entendemos y todo es útil. 

Yo vi en esta última pelea por el aborto muchas mujeres jóvenes, afros jovencitas, y en estos colectivos muchas feministas tienen programas de radio. No hay brecha en lo generacional; unimos poderes más bien. 

La doctora Gina Gómez de la Torre cuestiona la mirada patriarcal con la que juzga la Fiscalía: “el que en los hospitales sigan pensando que si se alumbra un niño muerto o la mujer llega sangrando ha tomado Misoprostol o lo que sea, y llamen a la policía”. Fotografía: Cortesía.

—¿La paridad es una entelequia?

—Se ha logrado, pero no se trata solo de eso porque necesitamos mujeres con sensibilidad en derechos humanos y conciencia de género.  Algunas se dicen feministas pero no se evidencia eso en su actuar.

He visto hombres más feministas que muchas mujeres porque el feminismo no es un derecho que se tiene por el simple hecho de nacer mujer. 

El feminismo es una filosofía, un proyecto de vida, donde uno educa a los hijos en otra concepción, pero hay mujeres que lo hacen no desde su condición de mujer y de feminista, sino desde el machismo y el patriarcado. 

“Hijita, es que tienes que aprender a cocinar”, enseñan; y no entienden que deben aprender a cocinar hombres y mujeres.  El patriarcado se mantiene a pesar de que una mujer esté en el poder. Debemos alcanzar esos espacios para lograr más leyes que abarquen a todas. 

—¿Siente que el feminismo se ha quedado en las élites intelectuales? 


—Tal vez, pero las escuelas, los talleres, las conferencias ¿a quiénes llegan? A quienes tienen acceso a estudios e internet.

Antes, cuando no había celulares ni internet, nos movíamos en las bases. En el campo no todo el mundo tiene acceso a tecnología y es allí donde más se repiten los procesos de violencia. 

—¿Es un cortapisas de cierta forma, entonces, la virtualidad? 

—En buena parte sí, pero hay una situación más, la participación política de la mujer en las comunidades indígenas es riesgosa. 

En los últimos levantamientos indígenas hubo mujeres, pero pocas, y ahí los hombres se muestran en su onda patriarcal porque las utilizan. No todas son lideresas.


El liderazgo indígena nace con Dolores Cacuango, que buscaba la reforma agraria, la educación bilingüe, junto con Luisa Gómez de la Torre. Ambas peleaban desde las bases. 

En el mundo indígena, en el campo, las mujeres vienen arrastrando años de lo mismo. 

Sí hay mujeres que decidieron cambiar, lo estoy viendo todo el tiempo en Twitter, pero vienen las consecuencias: si tú rompes con las taras machistas en el campo tienes que irte para otro lado. 

—¿Decir que las mujeres que llegan lejos generalmente son solteras o están divorciadas es un cliché? 

—Eso depende del proyecto de vida de cada persona. Yo decidí divorciarme, fui víctima de violencia por parte de mi ex pareja, de mi primer marido. 

Él era patriarcal, no entendía por qué siempre estaba rodeada de hombres. Y venían los cuestionamientos: ¿por qué trabajas hasta tarde? Se rompieron las cosas, pero desde que me divorcié saqué un posgrado e hice cosas que con él no hubiera logrado. 

Hay mujeres que saben lo que quieren hacer. Y cuando la pareja no está en lo mismo no hay apoyo.  Mi actual pareja me respalda, no se hace lío, por eso puedo hacer lo que estoy haciendo. Salí de la Fiscalía y estoy en el libre ejercicio.

 —¿La lucha por alcanzar puestos de poder sigue siendo cuesta arriba?

La única presidenta de la República duró cuatro horas en el cargo . Solo ha habido una presidenta en la Corte Nacional.

Ustedes no pueden en los espacios de poder, dicen. Todos podemos y a veces las propias mujeres que no se ponen las gafas moradas lo impiden.  La mujer patriarcal no nos ve como un equipo, con sororidad. Es complejo romper todo esto; tenemos que lograr que entren más mujeres a estos cargos.

Para la doctora Gina Gómez de la Torre, las instituciones armadas tienen una formación androcéntrica, de ahí que vean la violencia contra la mujer como un asunto privado. Fotografía: Cortesía.

A usted le llegó un ramo de flores con una tarjeta que decía “mi sentido pésame por la muerte de Gina Gómez de la Torre” cuando era fiscal y tenía el caso Caranqui en su despacho. ¿Cree que si no hubiera tenido formación feminista hubiese tirado la toalla ante las amenazas?

Quienes nos ponemos las gafas lilas y somos feministas entramos con todo. Es una cuestión de actitud.

—¿Cómo ve al feminismo más allá de Quito?

—Cepam siempre ha sido fuerte en Guayaquil; están las Tejedoras Manabitas, que se están consolidando durísimo en Manabí; hay organizaciones de Guayas y Esmeraldas que están luchando. Con el caso de Brenda se hace visible esa lucha.