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La polisemia de las brujas

brujas
Ilustración: Aliatna.

Esas enigmáticas brujas con las que nos hemos divertido a lo largo de nuestras vidas en diversos cuentos, películas o programas de televisión, todas ellas ataviadas con trajes tenebrosos o luciendo una que otra estrambótica verruga, han echado toneladas de tierra sobre la ominosa persecución que sufrieron miles de mujeres acusadas de herejes en la Edad Media

Sería injusto culpar a Endora, a Hermelinda o a doña Clotilde del enmascaramiento de ese infame suceso. Injusto porque el relato que se nos impuso sobre la bruja malvada y retorcida es de tan larga data que se volvió incontrovertible. 

Las brujas y la inquisición

Según los historiadores, entre 80.000 y 100.000 personas fueron acusadas de brujería entre los años 1400 y 1750. El 85%, mujeres. Al menos la mitad, sufrieron la agonía de ser consumidas por las llamas y la tortura.

La crueldad con la que fueron torturadas, por designios de la Iglesia, muchas veces las orillaba a confesar crímenes inexistentes. 

Por otro lado, bastaba con que alguna persona apuntara con el dedo a la supuesta bruja para que la sociedad posara sus inquisidores ojos sobre ella. 

Los delitos imputados eran además de insensatos, pueriles: adorar al demonio; provocar males como enfermedades, muertes, o fenómenos meteorológicos adversos; y muy a menudo, sostener “actos sexuales con el diablo“. 

Malleus Maleficarum

En 1487 fue publicada una suerte de tratado: El Malleus Maleficarum, que sirvió de referente, por su asidero en todo Europa, para emprender la cacería de brujas. 

Los autores de dicho texto, los monjes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, atribuyeron a las “herejes” comportamientos indignos, según su oscurantista mirada: “actúan sin moderación en la bondad o el vicio”.

Si separamos la paja del trigo nos quedamos con una realidad: lo que pretendían era justificar la violencia contra las mujeres sabias.

Se creía  además —porque todo lo relacionado con las brujas era elucubración, prejuicio, fábula— que estas podían volar. Y que no tenían alma. 

Ante esa acusación, ellas debían colocar sus pies, y sus temores, en una balanza. Así era como se resolvía su destino. 

Para pasar la prueba las brujas debían tener un peso proporcionalmente similar a su estatura, y si pesaban menos eran acusadas de haber embrujado la balanza, de manera que pocas veces salían bien libradas de los juicios.

Las brujas en la actualidad

Hoy por hoy, el término bruja, que deambula entre la broma, el albur y el insulto, se ha edulcorado. 

El Diccionario de la Lengua Española recoge sobre el manido vocablo: “Persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo (SIC)“; “hechicero supuestamente dotado de poderes mágicos en determinadas culturas”; “en los cuentos infantiles o relatos folclóricos, mujer fea y malvada que tiene poderes mágicos y que generalmente puede volar montada en una escoba”; “mujer que parece presentir lo que va a suceder”; “mujer de aspecto repulsivo”. 

Estos conceptos, parecidos entre sí, están atravesados por la misoginia.

Veamos: bruja mala; bruja loca, bruja fea, bruja repulsiva; bruja con poderes; bruja farsante… 

¿La bruja tiene poderes o la bruja es farsante? 

No importa; lo realmente importante es denigrar a la bruja. Y detestarla.

La bruja, a saber, fue una mujer con amplios conocimientos

Si acaso habría que culparla de algo sería de sanadora porque —la insolente— curaba, inducía al parto, al aborto, a la anticoncepción, a través de las yerbas.

Nuestras antepasadas también abortaron, en silencio, con hierbas, y allí estuvieron las brujas, mujeres sabias, solas, libres —ni complacientes ni sumisas— acompañándolas. Chamanas que envejecían, si se libraban de la inquisición, con los secretos de sus ancestras

Brujas perseguidas por un mandato misógino, si acaso etéreo, pero al amparo de la ley. La escoba con la que fueron representadas quiso reducirlas a la domesticación, pero ellas subvirtieron la gravedad, y no solo volaron sino que se teletransportaron. Hoy viven entre nosotras. Hoy nos inspiran.