Opinión

Mapeando el Mundo Konitos

Ilustración: Manuel Cabrera.

Escribo estas líneas al borde de cumplir 55 años. Además de escritora (y muchas cositirijillas más) dedico la totalidad de mi vida a evitar al cien por ciento que una frase motivacional arruine mi día de mierda.

¡Salve, oh día de mierda; mil veces, oh día de mierda! Gloria a ti, gloria a ti. Porque en mi pecho rebosa el terror atávico a un planeta arruinado hasta el paroxismo por hípsters, millennials, centennials y hierbas similares. 

Si algo formó mi carácter fue el haber tenido que escribir con un compás, por aquellos días escolares cuando perdía el lápiz, nadie me prestaba uno, y debía seguir adelante con la kafkiana existencia de sentirme un bicho raro ante la doctrina moralizante del colegio del Opus Dei al que asistía. 

A la sazón, una bichota ochentera a la que le era propia una rutina simple y estructurada: me levantaba y sufría. Felizmente todavía lo hago. Detesto el formato básico del New World Order en el que se supone debo encajar. 

Y es que cómo no padecer: no son las siete de la mañana y ya puedes ver en las redes sociales la imagen de seis muchachos dándole la espalda al espectador, luciendo idénticas chaquetas con la insignia: “ME VOY DE LATINOAMÉRICA“. 

No cabe la menor duda, entonces, de que estas posturas “irreverentes“ son el punto de partida de un emprendimiento chill-cute-sweety (léase despolitizado); que terminará en una nueva tortura para nosotros, los cuasi boomers: papas fritas comunes y silvestres.

Este nombre en el menú es una fusión quechuenglish, que saben a comida de hospital, que son carísimas y que están servidas en una lata de chocolates italianos de 1908.

¡Con lo divino que se vería ese objeto en mi colección de cajas metálicas, maldita sea! 

No, no hay en este episodio “la cereza del pastel“, hay, cómo no, variaciones saludables sobre el setentero Helado Chino Tsé-Kao de pistacho (que vive radiante en mi paladar como el sabor del paraíso y en mi imaginario como el color de la verdad) que se ve y sabe a corteza de árbol. 

Órdenes de comida que deberás pedirlas -sí o sí- en el smartphone, usando un código QR; cuando todavía no has terminado de entender cómo funciona la máquina roja de chicles ¡No hay derecho! 

Entras al cine para pasar este trago amargo y la Ley de Murphy se cumple a cabalidad: asumías que Batman sería un filme tan psicodélico, multicolor y lleno de onomatopeyas gráficas; como lo fue la serie homónima de TV, realizada por la ABC. 

No hay tal: las nuevas versiones son dark porque tienen que estar a tono con los días aciagos que vive la audiencia contemporánea.

¿Es en serio? Pero si no hay generación más sobreprotegida que la actual: empezaron bajándose a Gatúbela de la historia porque no es apropiado que las mujeres seamos malas.

Continuaron por buscarle el lado humano al Guasón (Joker, 2019); para llegar a decirles con Lightyear (2022), que todo bien con darse besitos entre hombres. 

Tiempo y dinero desperdiciados en intentos mediocres, cuando bien pudieron haberse conformado con la evidencia irrefutable de que la serie televisiva interpretada por Adam West (Batman) y Burt Ward (Robin) era una propuesta queer a todas luces. 

Y como hoy todo puede ser peor, estamos a puertas del estreno mundial de Pinocho 3D, cuyo giro narrativo promueve que el personaje principal se acepte a sí mismo como el simple muñeco de madera que es ¡Pingüino mejor ya llévame!

Por todo esto y mucho más, es que inicio estas líneas apropiándose del término de Ned Flanders (Los Simpson) cositirijillas, para que sientan en carne propia el cringe que nos produce a muchos el enfrentarnos cada día a ese puñado de chamos de bien, que vive en el Mundo Konitos.

Los que, además -el rato menos pensado-, aparecerán en la puerta de tu casa con una pañalera y un listado de todo lo que es malo para esas criaturas; que se supone son tus nietos. 

Nunca habrá un mejor momento para decirles a los padres: “Pasamos lindo, comimos K-Chitos y vimos el Batman de mis tiempos“.