Cuando María Emilia Coly entra a su casa, por las calles Nueva York y Río de Janeiro, sector de San Juan (centro norte de Quito), los vecinos y transeúntes no le pierden el rastro; miran de reojo su “prosudo” venir. Camina en chanclas, pero su andar es tan elegante como si calzara tacones de Jimmy Choo. Quien la mira a lo lejos distingue su vestido blanco de algodón con mangas largas, ceñido a la cintura que perfila su estómago curvo y los “rollitos” de la espalda. Los encajes llegan al dobladillo que, con pocos centímetros, muy pocos, cubren el ras de los glúteos. El escote es poco pronunciado, pero no pasa desapercibida la voluptuosidad de su pecho.
La manaba de 43 años no exagera en el maquillaje. Colorea su boca con un pintalabios encendido que hace juego con el esmalte de uñas. Su rostro se enmarca en una larga y ondulada cabellera. Todo su conjunto se complementa con el accesorio que más le gusta presumir: “Mi sonrisa”, dice.
Conocerla en su domicilio es extenuante. No solo porque se debe caminar tres kilómetros desde la avenida 10 de Agosto, sino porque todavía hay que subir 52 escalones altos y estrechos, hasta llegar al tercer piso del conjunto familiar.
El esfuerzo lo vale; platicar con ella es como recibir una charla de motivación.
“Emi”, como la llaman sus amigos, nació para romper moldes. No lo dice ella. Lo dice su actitud.
Radica en Quito desde hace 22 años. Salió de su natal Chone, “la tierra del bolón”, para buscar fortuna en la capital. Pero también para dejar atrás la frase que le dijeron sus padres: “Solo las flacas consiguen marido”.
Lo dice sin contemplación. “Fui criada en un espacio donde todas tienen que ser delgadas para conseguir esposo. Yo no soy de esas. Yo nací para hacer cosas grandes”, advierte.
Y así lo demostró. María Emilia es fundadora de Emilia Coly Curvi, un negocio dedicado a la confección y bordado de ropa interior para mujeres talla plus. El negocio funciona desde hace cuatro años. Fue creado para cubrir la necesidad de ropa interior en talla grande. Captar clientes y posicionar la marca, no fue fácil. Plasmar el proyecto y levantar el taller tuvo su proceso, uno muy largo y hasta doloroso.
Dany es la mayor de sus dos hijos. A los seis años fue víctima de buylling por sobrepeso cuando estudiaba en la escuela Hellen Keller. El punto más álgido de ese acoso fue el día que llenaron con agua la mochila de la niña. “Nadie me dio una explicación”, recuerda. Dany fue a terapia. Hoy la chica también ha asumido su belleza. A sus 16 años sale con sus amigas vestida de puperas y pantalones cortos. “A mí me gusta cómo me queda. Me siento bien”, expresa convencida.
Emilia cargó el dolor del abuso psicológico que sufrió su nena, pero casi nadie sabía que ella tenía su propio lastre. Cuando era adolescente, Emilia fue abusada sexualmente ¿El agresor? “Un viejo que ya se murió. Ya se murió y lo superé”.
Pero no niega que fue un asunto muy duro de sobrellevar. “Encima del estereotipo de gorda, me sentí desvalorizada porque no podía hablar con nadie. Me refugié en la comida. Todo lo que quería denunciar, me lo tragué…”.
Fue ese el punto de partida para entender la obesidad desde otro ángulo. Sintió la necesidad de crear un espacio para atender ese “sector descuidado”.
Un show que le devolvió la confianza
En 2013, un amigo que trabajaba como estilista para presentadores del canal RTS, le contó a Emilia que la televisora organizó un concurso para mujeres obesas. El programa Modelo Plus reclutó a participantes que deseaban perder peso, a través de un tratamiento integral. Emilia no tenía nada que perder; en ese entonces estaba cesante y pasaba por un divorcio. Después de tres meses en los que compitió ante 35 candidatas, ganó el concurso. Su talla de pantalón LXL (48-56) pasó a XXL (53). Con una estatura de 1,67 cm, sus medidas se redujeron a 119-89-118. “Tengo las maravillosas”.
María Emilia superó a todas las rivales porque, como afirma, no tenían actitud, algo que ella tiene de sobra.
“Las mujeres de talla grande no se la creen. No se creen el hecho de que son suficientes, de que son hermosas, de que pueden lograr lo que quieran”, reflexionó al terminar la competencia que le dejó como premio mil dólares, sesiones de fotos, tratamientos de estética, peluquería, blanqueamiento dental, entre otros premios.
Lejos de aferrarse a ese minuto de fama, Emilia lo aprovechó para abrirse paso y emprender su negocio. Un cuarto pequeño fue la base de operaciones. Ahí colocó su primera máquina de coser, mientras la manufactura la instaló en una de las recámaras de su domicilio.
Calzones para sentirse sexi
Desde la puerta de ingreso a su casa, se observa el taller —un cuarto al lado de su dormitorio— donde se almacenan los elementos para crear diseños en costura: algodón con lycra, encajes, microtul elastizado, tricot liso y otras telas como nylon, seda y rayón. En las paredes están los bocetos de brasieres y pantys que, tras coserse en las máquinas overlok, se arman en un maniquí de talla grande para ultimar detalles de costura. Los modelos de las prendas son al gusto de la compradora.
Emilia siempre recuerda a sus primeras clientas: una señora de 70 años que le compró las primeras 10 prendas. Poco después, la dama le agradeció. “Me dijo que nunca se había sentido tan hermosa y tan sexi como cuando se puso esos calzones”.
Otra fue una consumidora que adquirió los interiores sin importar que las etiquetas estuvieran mal pegadas. “Errores de principiantes”, reconoce Emilia con timidez y advierte que, a pesar de esos tropiezos y las críticas —que nunca faltan—, ese era el destino que tenía que escoger. “Estaba por el camino correcto”.
Las compradoras empezaron a hacer pedidos a través de las redes sociales, tanto así que ni siquiera el confinamiento debido a la pandemia por la covid-19 mermó las ventas. De hecho, la modista está convencida de que gracias a sus diseños ha compuesto matrimonios, “al vestir sexy a las mujeres”.
Self Love
La diseñadora sabe que tiene que dejar para sus hijos un negocio estable. Por ello espera posicionarse no solo en el mercado de lencería, sino también en el de prendas funcionales, como fajas, y de esta forma llegar a mercados internacionales.
En la mesa donde se muestran las tangas con encajes, enaguas, brasieres, pijamas, boyshorts, entre otras prendas terminadas, Emilia y Marisol Quisirumbai, su asistente, ultiman los detalles antes de entregar el producto. En cada indumentaria, colocan dos etiquetas: una con la marca de ropa y la otra con la leyenda “Self Love”, amor propio, eso que le sobra a Emilia
Cuando se pide a la diseñadora que luzca las prendas confeccionadas, sonríe, asiente con la cabeza y agarra el gancho donde se encuentra un baby doll. Se mete a su cuarto y en tres minutos sale luciendo la camisola montada en tacones de aguja. Está orgullosa de sus diseños. “¡Quedé guapísima!”, dice emocionada.