Zaruma tiene calles tan escarpadas que es quizás la única ciudad del Ecuador que no cuenta con semáforos. Detener la marcha en media cuesta, a causa de una luz roja, podría ocasionar más accidentes de los calculados.
Pero este es sólo un pequeño detalle de este cantón orense que se eleva a más de 1.500 metros sobre el nivel del mar y que fue declarado Patrimonio Cultural del Ecuador en el año 1990.
Considerados “demasiado costeños para ser serranos, y demasiado serranos para ser costeños”, según el parecer del profesor Justino Cornejo Vizcaíno, los zarumeños viven en permanente zozobra desde el 2016, cuando un primer desprendimiento de tierra puso en evidencia que la ciudad se asienta sobre una especie de queso gruyere —con amplias zonas cavernosas en su interior— merced a una lucrativa actividad que se remonta a tiempos precolombinos: la minería.
Henry Kemer Carrión vende souvenirs o recuerdos turísticos justo frente al parque central de Zaruma. Su negocio, ubicado debajo de una casa patrimonial, es uno de los tantos que están en riesgo.
“Lo primero que hay que destacar es que debemos aprender a vivir con ese riesgo. Si vamos a ponernos nerviosos mejor es que cerremos y nos vayamos de aquí a otro lado. El problema con los derrumbes es que nadie respeta a nadie. Nadie respeta la ley, nadie respeta los estados de emergencia, las autoridades son corruptas y se impone el dinero, pues hay grandes intereses de por medio”, indica Kemer, de ascendencia alemana y cuyos ojos, por el galope del viento matutino, parecen lagrimear.
Otro aspecto que destaca el comerciante es el del alcantarillado pluvial, obsoleto en su totalidad, y cuya red, sin ninguna estructura de base operativa, contribuye al colapso del suelo.
“Las filtraciones de agua, con el tiempo, lo que han hecho es que el suelo se debilite y haya derrumbes en cualquier parte por donde pase, es decir, casi toda la ciudad. En realidad no se sabe cuándo pueda suceder otro socavón; y esta vez, hasta con víctimas mortales”.
A trescientos metros de su local, en la calle Colón —aquí las calles casi no se pueden ver de muy lejos, pues están de bajada o en subida, según sea el caso—, dentro del Centro Histórico de la ciudad, se aprecia una especie de ladera con un gran mordisco.

Allí, en diciembre del año 2022, un socavón puso en alerta a las autoridades y a toda la población (cerca de 24.000 habitantes, según el último censo del INEC).
Siguiendo en línea recta, a unos 300 metros, está un solar vacío lleno de ripio. En ese lugar funcionaba la escuela La Inmaculada Fe y Alegría, y fue donde se dio el primer desprendimiento de tierra. La cercanía de los lugares afectados es señal de que se trata de una amplia zona la que está en riesgo.
Maritza Llamuca vende papas en el mercado de la calle 10 de Agosto y fue testigo del hecho. Con las manos llenas de tierra, por su actividad con los tubérculos, señala el sitio y dice que “allí en donde que está esa pared estaba el aula de computación, la que se vino abajo ese día. No me acuerdo bien qué horas eran, pero sí que nos asustamos. Lo primero que uno piensa es que se trata de un terremoto, Yo hasta dejé botado mi negocio del susto”.
Maritza con una sonrisa que, por su franqueza y naturalidad, acerca a quien está lejos, así esté hablando de una desgracia.
Pedro (“solamente Pedro”), otro vendedor de legumbres, intenta disipar todo miedo con un contundente “aquí no pasa nada, Zaruma es de roca sólida. La gente se alarma por gusto, cree que nos vamos a venir abajo y no es así. Lo que se debe controlar es el ingreso de extranjeros de malos antecedentes a las minas. Esos son los ilegales que causan daños. Por allí dicen, no me crea del todo, que el propio alcalde mandó a hacer más grande el hueco para ganarse una platita extra. Todo es corrupción”.
A diferencia de la calle Colón, en la zona de la escuela no hay muestras de algún trabajo técnico, solo relleno de material pétreo, casas cuarteadas y plásticos negros que pareciera que intentan disimular la magnitud del problema.
De acuerdo con información de la página web del Ministerio de Gobierno, en esa zona “el relleno técnico incluyó 7.500 metros cúbicos de material de roca de caja, la instalación de 13 pilares de fortificación y la fundición de una losa de cemento”. Nada de eso es visible.
«De que hay peligro, hay peligro»

En apariencia, como dice el tango, en Zaruma “el músculo duerme, la ambición descansa”, todo está en calma.
Sin embargo, para el ingeniero Carlos Valdiviezo, jefe técnico del departamento de Mantenimiento y Construcción del GAD municipal, el tema de los socavones es preocupante por muchos aspectos.
Instalado en una oficina de no más de tres metros cuadrados y con una silla que sirve de soporte para que la puerta no se cierre de forma arbitraria, el técnico explica, antes de aclarar que el tema es delicado y siempre hay que pedir permiso al señor alcalde, que “el Cuerpo de Ingenieros del Ejército hizo, como parte de la remediación total, trabajos de reconstrucción en tres etapas —falta una que es la más fuerte—, los cuales consistieron en la colocación de 8 tapones de 4 metros por 6 y de un metro de espesor”.
Estos —según explicó— son de hormigón armado y sirven para sostener el terreno donde hubo los hundimientos, tanto en el sector de Colón y 29 de Noviembre como en el de la escuela La Inmaculada, donde se produjo el primer desprendimiento.
Además se hicieron perforaciones de 40 metros para colocar pilotes de hormigón, se construyeron cercas, muros de contención y bordillos.
La ayuda del gobierno de Guillermo Lasso, para enfrentar aquella emergencia, fue de 2’700.000 dólares, canalizados a través del Ministerio de Obras Públicas en convenio con la municipalidad y el Ejército.
Los Tres Reyes. Pero no los reyes magos
Por los sectores antes indicados, o más bien debajo de ellos, se prolongan, de forma caprichosa, tres grandes vetas de oro, denominadas Los Tres Reyes, y que cruzan la ciudad de Zaruma de sur a norte, incluido el Centro Histórico y las zonas bancaria y comercial de la ciudad.
“Tanto la minería legal como la ilegal van tras ellas y no les importa taladrar o dinamitar cualquier terreno con tal de conseguir el oro. A ellos no les interesa si se hunde o no se hunde, si se desprende o no se desprende, lo que les importa es sacar lo más que puedan, sin respetar siquiera la llamada zona de exclusión, que es un área de 958 hectáreas, en donde está prohibida toda actividad minera”, indica Valdiviezo, mientras busca documentos que no encontrará.
Sobre la posibilidad de que se produzcan otros siniestros, el funcionario, suspirando, dice que sí, que puede suceder, que no lo está vaticinando, pero “si no se toman los correctivos necesarios para parar la minería ilegal, puede suceder cualquier rato. Esto ya depende de una política de estado, con la intervención del Ministerio de Energía y Minas, la Secretaría de Riesgos, el Ministerio del Interior y, claro, del Municipio de Zaruma”.
En agosto del año 2021, el gobierno nacional dispuso la ejecución de un Plan Nacional Minero, para determinar, entre otras cosas, la situación de la minería pequeña, mediana y a gran escala, sus utilidades y tributos, ya que se trata de una actividad que genera 150.000 plazas de trabajo, entre directas e indirectas, en todo el país.
«No está huequeda toda Zaruma»

Edison Romero es uno de los pocos empresarios mineros que acepta hablar sobre una actividad que ha sido puesta en entredicho por los daños que está causando a la estabilidad de la ciudad.
“En Zaruma, en la zona perimetral, hay unas 15 concesiones mineras que trabajan en la legalidad. El problema es que por la misma zona hay mineros ilegales que hacen su trabajo en forma irresponsable. ¿Sabe a cuánto está el gramo de oro, un pequeño gramo? A 75 dólares. Imagínese, estamos hablando de que el kilo está a 75.000 dólares. En verdad, es una actividad rentable”, comenta Romero, para quien es falso que toda la ciudad esté agujereada por dentro.
“Si así fuera ya nos habríamos hundido todos, la minería tiene más de 500 años en esta zona, hasta o desde Portovelo. Se trata de sectores específicos, puntuales, bien identificados, en donde sí hay cavidades, pero que se pueden remediar tomando los debidos controles”.
Del resto de compañías visitadas, tanto en Portovelo como en Zaruma, nadie quiso hablar. La excusa repetida fue la de “No están los dueños y no estoy autorizado a hablar del tema”.
En las minas, el trabajo es duro

Carlos Caicedo (nombre protegido) trabaja en una de estas compañías, pero pronto se va a cambiar a las minas de Ponce Enríquez (Azuay), ya que vive en San Lorenzo, Esmeraldas, y cuando tiene libre un día entero se le va sólo viajando.
Mochila en mano, cuenta que el trabajo en las compañías mineras es bastante duro, sobre todo cuando “las carretillas están ocupadas todas y toca cargar el material en sacos, a veces a lugares que están lejos. Lo otro jodido es meterse por las chimeneas, que son como túneles estrechos, para ver si hay material bueno para sacar. Como no hay oxígeno suficiente, hay que entrar chupando una manguera de caucho para darse aire y poder aguantar”.
Sin ningún seguro de vida a su favor, el esmeraldeño de 25 años asegura que es verdad que hay mucha ilegalidad, muchos peligros y pocos beneficios. Pero “¿qué más se puede hacer cuando no se ha estudiado?”.
Continúa Carlos:
«Todos quienes desean trabajar en las minas, antes de entrar, son chequeados por un médico para ver si pueden o no hacer el trabajo. A los ecuatorianos nos pagan 720 dólares mensuales, a los venezolanos francamente, no sé”.
Caicedo se niega a confirmar o no la información de que hay personas que, incluso, se llegan a tragar pepitas de oro, para luego recuperarlas una vez digeridas por el organismo.
“Puede ser, no sé, no he sabido nada de eso”. Carlos, al igual que Maritza, expone su dentadura geométrica, pero sólo por un ratito, como si le diera vergüenza esa vida de estar en todos lados y no estar en ninguna parte.
El Código Orgánico Integral Penal (COIP) estableció, en el año 2014, la minería ilegal como un delito penado con uno a tres años de prisión.
De los distritos mineros Portovelo, Zaruma y Ponce Enríquez —este último ubicado a 145 km de los primeros— sale el 86% del oro que exporta el Ecuador en cuanto a pequeña minería se refiere.
La voz del experto en minería

Magner Turner, galardonado con el Premio Nacional Eugenio Espejo el 2009, guarda en su museo de la zona alta de Portovelo una piedra de 20 millones de años, conseguida en sus viajes por Egipto, Jordania, la India, Israel y todo el Medio Oriente, razón suficiente para interrogarlo sobre cuáles son las condiciones del suelo en Zaruma.
“Es menester que diga que las tres litologías que tenemos en Zaruma son la andecita-Portovelo, los intrusivos-sexmos y la zona metasedimentaria que, justamente, es la que produjo las vetas de oro. Los lineamientos de fallas son norte-sur y el núcleo mineralizado llega hasta el décimo tercer nivel, lo cual indica que sí hay relación con los socavones”, comenta Turner, en cuyo museo existen herramientas de hace más de 100 años utilizadas en las labores de extracción aurífera.
Turner aclara que la zona de influencia o de alteración de valores está entre las cotas 600 y 1.300 sobre el nivel del mar, lo cual vuelve a todo el sector vulnerable, en especial porque no ha habido, de parte de las empresas mineras, trabajos de remediación.
“El suelo de Zaruma tiene cinco especies de arcilla: zafrolita, morinolita, feldespatoide, argilita y milonita. lo que indica que los suelos son duros suaves y deleznables, muy deleznables. En buena hora el movimiento de tierra no ha sido como mi padre y yo suponíamos, pues nosotros conocemos Zaruma por dentro, por fuera, por arriba, por todos lados, metro a metro”.
El experto, cuyos ojos verdes parecen encenderse por efecto de los rayos del sol, señala que la arcilla mojada, cuando hay un desbordamiento de minas o un resquebrajamiento, se vuelve “pesadísima” y, como consecuencia de la gravedad natural, tiende a caer con suma violencia.
A lo lejos, una detonación lo obliga a guardar silencio; parece un disparo, un disparo hecho a quemarropa contra el cerro, contra la naturaleza, contra la gente.
Turner encoge las cejas alborotadas, se rasca la cabeza entrecana y vuelve a la carga.
“¿Ya ve? Comenzaron las explosiones dinamiteras… Esto no tiene cuándo acabar”.






