Cultura urbana

¿Estás verde de envidia? Este texto es para ti

Envidia
Ilustración: Manuel Cabrera.

La envidia, ese sentimiento de infelicidad que se siente por el bienestar o éxito de otros, es tan intrínseca a la humanidad que ya en la mitología fue representada por Némesis, la diosa griega de la venganza. 

Tiene sus raíces etimológicas en la palabra “invidere”: “in”, que significa poner sobre, por encima, y “videre”, que significa mirar.

En otras palabras, envidia es poner la mirada por encima de algo, mirar con malos ojos, ver con hostilidad. Se trata de un sentimiento antiguo, universal, contemporáneo, transcultural.

Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español, le dedicó una frase que bien podría ser un aforismo: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre porque se trata de hambre espiritual”.

Retrocediendo un poco más en el tiempo, el orador romano, Marco Tulio Cicerón, se refirió a ella en los siguientes términos: “Nadie que confía en sí mismo, envidia la virtud del otro”. 

Pero fue el grandísimo poeta español Francisco de Quevedo, quien acuñó la frase más conocida sobre la envidia: “Va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. 

Y es que difícilmente podemos encontrar una persona que no haya experimentado alguna vez sentimientos de enfado, incomodidad, inquietud o malestar ante el éxito o bienestar logrado por otro. Es verdad que esas emociones pueden ser inevitables, pero lo importante es cómo reaccionamos ante ellas. 

Para acercarnos a esta emoción conversamos con la psicóloga clínica Salomé Arcos, quien resume el concepto de envidia como sentir pesar por el bien ajeno. En psicología, aclara, la envidia es una emoción que se relaciona con el daño para el otro, el poseedor de aquello que yo no tengo, viéndolo siempre desde la falta, desde lo que carezco. 

La emoción dentro de lo “normal

—¿Hay alguna terapia para el envidioso, o las personas que son así no lo saben? —consulto. 

—La envidia es una emoción normal en los seres humanos, en todos. Podemos identificar en nuestras vidas momentos en los que desearíamos poseer algo que posee otro. Por ejemplo, un logro académico, una destreza, algo material, o incluso la pareja de una persona. 

Para nuestra entrevistada este sentimiento causa controversia, porque ha sido el motivo por el cual se han cometido incluso crímenes. 

Sin embargo, matiza, la envidia puede ser normal siempre que no entre en el campo de lo patológico.

—La envidia del envidioso patológico fomenta la idea de generar daño. Esta emoción afecta a la autoestima y se manifiesta con una sensación de vacío, de inconformidad e incluso con depresión.

Gráficos: Manuel Cabrera

Pensamientos irracionales 

Según la doctora Arcos, las personas que pueden ser más susceptibles a esta patología son aquellas que no se sienten satisfechas con su propia vida. Porque piensan que no tienen la capacidad de lograr eso que ha alcanzado el de al lado: “Si yo me siento insegura a nivel profesional, voy a tener envidia de los logros de mis colegas”. 

También dice que el envidioso no puede racionalizar el éxito de otra persona: como no logra lo que otros consiguen cree que la persona a quien envidia ha alcanzado su meta mediante artificios, lo que lo lleva a generar pensamientos irracionales que pocas veces son fundamentados, muy similares a los que presenta una persona con ansiedad. 

En terapia, Arcos generalmente trata de ver la perspectiva del consultante para hacer modificaciones en su pensamiento y, desde luego, en su conducta.  

Señala que en esta percepción de la “envidia sana” puede haber alegría por el logro de la otra persona. Pero eso no significa que quien envidia deje de lado ese sentimiento de frustración o de dolor consigo mismo.  

¿Quién es más envidioso: el hombre o la mujer?

—¿Es un cliché el que la mujer sea más envidiosa que el hombre? —le consultamos a la doctora Arcos. 

Ella responde que hay estudios que indican que no hay una diferencia y que todo viene apelmazado con la cultura, la religión, la profesión, la geografía… 

Sin embargo, asegura, existe el mito de que la mujer es más envidiosa que el hombre. ¿Por qué? Porque históricamente y a nivel de percepción social la envidia es una emoción que tiene mucho que ver con cómo se percibe uno mismo a nivel social. Y la mujer ha sido siempre considerada el sexo débil. Es decir, ha sido percibida con inferioridad respecto al hombre. 

No es el falo. Es la libertad que tienen los hombres

¿Cómo empieza la idea de que la mujer es envidiosa? Según la psicoanalista Karen Horney, las niñas no envidian la falta de un pene, como asegura Sigmund Freud. Sino la independencia y los objetivos a los que puede aspirar un niño. 

El hombre puede conseguir con mayor facilidad sus objetivos: estudios, puestos de trabajo, pareja o cambio de pareja. En cambio, la mujer, siempre ha tenido limitantes. 

—De allí viene esta creencia, que todavía existe, de que la mujer es la peor enemiga de otra mujer. Y esto surge porque una mujer logra algo que, entre las mujeres, en algún punto, es menos fácil. Entonces se envidia el que pueda lograr algo que un hombre también puede alcanzar. Es como una competencia entre nosotras mismas y no con el otro sexo. Por eso se cree que las mujeres somos más envidiosas. Cuando no es así —señala la psicóloga. 

Sí, es verdad que una mujer puede envidiar el cuerpo, el peinado o la ropa de otra mujer, matiza. Pero eso se da porque la mujer se ha convertido en un objeto que tiene que ser admirado y para ello “debe estar bella” o “presentable”. 

—El hombre se preocupa menos del cuerpo de su compañero. Pero encontramos envidia en su rol de proveedor. La mujer quiere el maquillaje, el cuerpo. El hombre quiere el mejor trabajo, el mejor cargo, el mejor carro, el mejor reloj para ser objeto de envidia como proveedor. Al sentirse un buen proveedor, cree tener posibilidades de conseguir más mujeres.  

Todo está en la frustración 

Según la psicóloga , a través del tiempo, las mujeres hemos tenido que ser más competitivas entre nosotras para poder cumplir nuestros objetivos. Pero como los hombres no tienen tanta dificultad en cumplir sus metas, fluyen mejor.

—Puede que la rabia o el enojo de la mujer se vea más en el ámbito emocional. Pero en los hombres, esa frustración va dirigida hacia los actos. 

En otras palabras, según las expresiones de Arcos, a la mujer se le ha permitido un poco más expresarse a nivel emocional —si sentimos envidia lo decimos—. En cambio, el hombre, no lo expresa. Sino que actúa.  

Al hombre no se le ha enseñado a manejar la frustración y cuando se enfrenta a una situación actúa de manera impulsiva o violenta. Por su parte, las mujeres pueden lidiar de mejor manera con las frustraciones porque desde pequeñas les dijeron: “tú no puedes. Tu hermanito sí, porque es hombre”. 

Así, la mujer aprende a lidiar con la frustración. Por eso generalmente no es violenta. Pero en ella se genera esa sensación de envidia. 

Es importante diferenciar la envidia de los celos, dice la psicóloga. Porque cuando podemos diferenciar estos términos somos capaces de autoconocernos mejor. 

—Los celos se experimentan en el momento que sentimos el miedo de perder algo que pensamos que nos pertenece. La envidia y los celos difieren mucho y el lenguaje es clave para saber quiénes somos. 

La tecnología y la envidia

La doctora Arcos manifiesta que la envidia ha sido, a través del tiempo, un elemento presente. Pero que ahora, con la era de la tecnología y de las redes sociales, se ha exacerbado debido a que muestra algo idealizado. Y aquello alimenta el sentido de la inseguridad. Lo que  provoca frustración.  

—Siento que no soy capaz de tener esa vida de ensueño que tiene el otro. Pero también creo que esa vida no es fruto de su esfuerzo, sino de algo oscuro o del dinero de los padres. Como no me siento capaz de alcanzar ese logro, genero pensamientos que no son fundamentados sino especulaciones —concluye Arcos. 

Pero la envidia lo atraviesa todo. No se trata de ansiar lo que otros disfrutan. Sino de anhelar que no gocen de tales satisfacciones. De ahí que el mayor consuelo para la envidia no será el éxito propio. Sino el fracaso del otro. Y mientras más estruendoso sea, mejor. 

Sentimiento de orfandad 

La envidia es habitual, como dijimos antes, tanto en hombres como en mujeres,  pero debemos matizar algo. 

Según el ensayo “La Soledad y la Desolación”, de la académica mexicana Marcela Lagarde, a las mujeres, desde muy pequeñas, nos han formado en el sentimiento de la orfandad: “hemos sentido que necesitamos del otro para estar completas y se nos ha convertido en personas profundamente dependientes del resto”. 

¿Y qué tiene que ver esto con lo que estamos hablando? En que allí donde  hay frustración, la envidia encuentra asidero. 

Por ello Teresa Valdés, socióloga feminista y coordinadora del Observatorio de Género y Equidad chileno, explica en una entrevista publicada en el diario La Tercera, que la frecuencia con la que las mujeres sentimos dificultad para querernos a nosotras mismas y valorarnos como somos, es el caldo de cultivo para sentirnos disminuidas frente al otro: “estamos sintiéndonos siempre en déficit. De modo que si vemos a otra persona que está disfrutando, deseamos esa satisfacción. Si sentimos envidia, es en la medida en que hay un contexto que nos ha posicionado siempre desde la inferioridad”. 

Para ella este sentimiento se ve exacerbado en ámbitos como la competitividad y el consumismo. 

Según sus conclusiones, hay una manipulación de los sentimientos de las mujeres por parte del mercado que permite que creamos que, a través del consumo, podemos reparar ese sentimiento de inferioridad.

Y allí entra en juego, también, la condición de objeto sexual de la mujer: “el ser deseables pasa a ser algo sumamente importante. Sin embargo, rascando en la epidermis de ese deseo, subyace algo más profundo, el dolor por no sentirnos queridas o aceptadas”. 

Sororidad. Siempre sororidad

De ahí que la envidia devuelva una imagen condenable de sí mismo al envidioso, quien se parapeta en un monólogo cáustico en el que come, mastica y traga odio. 

Desnuda su profunda insatisfacción, su deficiente autoestima, su agudo sentimiento de frustración. Y, por supuesto, su incapacidad para justipreciar sus propios logros. 

El trabajo personal y colectivo —imbricado de sororidad— es una de las fórmulas para distanciarse del sentimiento de inferioridad. Por ello el feminismo se planta sobre un pensamiento que es casi un axioma, según Valdés: “lo que tú has vivido, también lo he vivido yo. Y es posible salir de eso”.