Edisson Beltrán es un artista que conversa con los metales. Sus manos dan vida a este material frío, lo derriten, lo vuelven maleable y lo plasman con una calidez que sólo la influencia de una ciudad como Quito puede otorgar.
Creció entre artistas, con un padre marchante de obras de arte que lo introdujo en los laberintos de la creación y la sensibilidad. Una infancia dibujada entre los talleres de los maestros más reconocidos de Ecuador, que han dejado una huella indeleble en su espíritu y en su singular expresión artística.
El estilo de Edisson Beltrán es como la ciudad que lo ha visto crecer, como la ciudad que lo habita: de soles radiantes en el día y tormentas eléctricas por la tarde.

Cada amanecer, cada atardecer, cada arcoíris, cada día lluvioso o nublado, cada noche, cada colibrí de su natal Quito son fuente de inspiración para este artista que juega con los metales y los ha convertido en sus amigos. Con estos elementos, que pasan desapercibidos para la mayoría, Edisson construye un universo propio, un Quito que vive en sus obras, un Quito que habita en su ser.
Su reciente muestra, “Quito, la ciudad que me habita” —se expuso durante mayo, junio y julio en el Centro Cultural Benjamín Carrión— es una declaración de amor a la ciudad, un homenaje a su cotidianidad, a sus rincones, a su gente, a su luz.
Sus creaciones ofrecen un recorrido por los paisajes y elementos que hacen de Quito una ciudad mágica. Cada creación es una ventana a un lugar, un momento, una sensación. Cada obra es Quito.
Los colibríes son los protagonistas recurrentes de su inspiración, pequeñas criaturas que revolotean en sus creaciones, portadoras de vida, energía, esperanza y belleza sutil. Edisson Beltrán los captura en pleno vuelo, inmortaliza su danza, los convierte en símbolos de la conexión entre el hombre y la naturaleza, entre el arte y la vida.

En su obra, los amaneceres y atardeceres de Quito adquieren tonalidades únicas. Los arcoíris son señales de renovación, los días lluviosos y nublados se llenan de melancolía, las noches se cubren de luces tenues que juegan a esconderse entre el Guagua y el Rucu Pichincha.
Como un alquimista, Edisson Beltrán transforma el metal frío en obras pictóricas cálidas y llenas de vida, convierte las montañas que rodean a Quito en sus lienzos, y los colibríes de la ciudad en los protagonistas de su obra.

Su estilo es un reflejo de su ciudad, un homenaje a la naturaleza, a los paisajes de Quito, y una celebración a la belleza de la vida.
“En Quito confluyen las energías femenina y masculina“

En el desarrollo de su trabajo, su pareja, Verónica Guevara, es un pilar fundamental. Verónica investiga sobre la sinergia que existe entre lo femenino y lo masculino. Y en base a ello concluye que en Quito, estas dos energías transitan juntas, de manera constante:
Sin embargo, Verónica cree que la energía esencial de Quito es femenina, pese a que se la nombre en masculino:
Edisson coincide con Verónica. Y resalta que, por sus construcciones arquitectónicas y la imposición cultural de la conquista, no sólo española sino también inca, Quito tiene una energía masculina que confluye con la femenina:
Al igual que Quito, en Edisson se juntan las energías femenina y masculina. La femenina le permite conectarse con lo sutil. A su vez, la masculina le otorga la fuerza física que necesita para manejar las pesadas máquinas que son sus pinceles:
Edisson Beltrán plasma los pequeños detalles cotidianos de Quito y los transforma en una celebración de su diversidad, un recuerdo de su riqueza cultural y natural. A través de sus creaciones artísticas nos invita a redescubrir Quito, a verla con nuevos ojos, a apreciar la ciudad que habita en su arte milenaria, a celebrar la ciudad que habita en cada uno de nosotros.
Créditos: Nicolás Beltrán.