Cultura urbana

“Tengo ocho cursos”. El autodidacta Marcelo Tejada y su mordaz influencia en el arte

Marcelo Tejada
Ilustración: Manuel Cabrera.

En el Quito colonial de finales de los años 60 del siglo pasado, Marcelo Tejada, un niño de 13 años, vivía con su madre, enfermera de profesión, en el altillo de una tienda de abarrotes del barrio San Marcos. La vida en esa época era un contraste multicolor, entre los víveres, los clientes y el constante ir y venir de la ciudad que se filtraba a través de las rendijas de su hogar.

Un día, su padre, un personaje ausente hasta entonces, apareció para cambiar radicalmente su destino. Lo sacó de aquel altillo para instalarlo en un hotel de su propiedad en la Plaza de Santo Domingo. Marcelo cambió las bolsas de arroz y las cajas de latas por una vista panorámica de la histórica plaza, la cúpula del monasterio dominico y las palomas que la inundaban en un constante baile aéreo.

Retrato que le pintó a Marcelo Tejada, un artista peruano que llegó al hotel de su padre ubicado en la Plaza de Santo Domingo de Quito. Fotografías: Alicia Galarraga.

Fue en aquel hotel donde descubrió la belleza oculta en el caos, y comenzó a dibujar. Sus materiales eran pinceles y lienzos que su padre le proporcionó, además de la habitación más grande y con mejor vista del hotel. Estos pedidos hizo Marcelo a su padre, porque su curiosidad innata, le había llevado a investigar en una biblioteca cómo eran los talleres de los artistas plásticos más reconocidos en Europa.

Pero ese hotel también fue el lugar donde vivió sus primeras experiencias amorosas:

“Imagínese lo que fue para un adolescente cambiar de forma tan drástica de residencia: de una tienda de abarrotes en San Marcos, a un hotel en la Plaza de Santo Domingo. Al lugar llegaban turistas costeñas todos los días. Yo las miraba embelesado. A los catorce años, conocí a la madre de mi primera hija. Ella tenía veintidós años. Me enamoré. Ella se quedó embarazada. Yo estaba aterrado. Cuando sus padres se enteraron, se la llevaron y nunca la volví a ver. Con los años me reencontré con mi hija. Pero esa es otra historia”.

Crítica de Renán Flores Jaramillo a la obra de Tejada, durante una exposición en Madrid.

Hace una pausa, toma un sorbo de vino tinto que se sirvió cuando empezó nuestra conversación y continúa:

“Durante un tiempo me olvidé de los lienzos y los pinceles. Me dediqué a la vida bohemia. En los alrededores de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, había una taberna. Era el lugar frecuentado por artistas quiteños y los llegados de provincia. Su dueño, de apellido Charpantier, servía jarras de guayusa. Cuando no teníamos para pagar el consumo, canjéabamos nuestras obras de arte por jarras de esta bebida. Charpantier no se hacía lío. Su esposa, sí. Nos veía llegar a la taberna y se apostaba en la puerta para impedirnos la entrada:

—¡Llegaron los borrachos consuetudinarios!

Nosotros le contestábamos:

—¡No! ¡Somos los borrachos con su itinerario!

Su actitud cambió cuando los ingenieros petroleros venidos de Europa (por el boom del “oro negro” que empezó en Ecuador hacia 1972) se convirtieron en clientes frecuentes del lugar. Charpantier tenía amontonado un lote considerable de obras de arte. Un lote que crecía día a día. No diré de qué autores. Pero le aseguro que las obras de los artistas que se hicieron de un nombre con el paso de los años, fueron parte del inventario de Charpantier. El lote, que antes de la llegada de estos ingenieros no tenía mayor valor ni demanda, se agotó en tiempo récord. De estar amontonadas en una bodega de la taberna, las obras de arte pasaron a ser objetos valorados y deseados por estos extranjeros de gustos exquisitos y exóticos”.

El expresidente de Francia, Francois Mitterrand, admirando la obra del maestro Tejada.

“No soy chamán ni curandero de la risa”

Tejada se distingue por su agudo sentido del humor. Durante nuestra conversación, comentó con una sonrisa sarcástica: “Tengo ocho cursos. Eso les contesto a quienes me preguntan sobre mi formación académica”. Su camino autodidacta fue un constante aprendizaje de prueba y error, un periplo marcado por su tenacidad y creatividad.

Craso error realizar preguntas de currículum vitae a un genio del talante de Marcelo Tejada. Personajes como él, escapan de las etiquetas, las definiciones y las formalidades. Le comento sobre la aguda respuesta de Jaime Serra, uno de los infografistas más influyentes del mundo, cuando los periodistas le preguntan a qué se dedica: “me dedico a respirar, soy un respirador”. Marcelo celebra la anécdota con una sonora carcajada y remata: “excelente, yo también soy un respirador”.

marcelo tejada 
francois mitterrand
francia

Para el maestro Tejada, el humor es “un remedio”, además de formar parte de su cotidianidad:

Como todo genio, sus respuestas son a la vez profundas. Por ejemplo, cuando se le pregunta sobre su concepto de arte contesta:

Entre sus amigos personales, recuerda al maestro Oswaldo Guayasamín. Considera que uno de sus méritos era la prudencia:

Marcelo Tejada
Alangasí
En la actualidad, el maestro Tejada vive en Alangasí, una parroquia rural de Pichincha. “Vine hace treinta años para curarme del divorcio. Nunca más me fui. Es una pena. Porque el mundo es tan grande. Pero a mí ya no me apetece explorarlo”.

De la Plaza de Santo Domingo en Quito, a París

Autodidacta, dueño de una imaginación prodigiosa y gran inventiva, desde su adolescencia empezó a construir su nombre en el mundo del arte. Así, el taller en la Plaza de Santo Domingo, en la pequeña ciudad de Quito, se convirtió en la catapulta de un periplo que lo llevó a París. En la Ciudad Luz, sus obras fueron reconocidas y premiadas. En 1974, lo galardonaron con la Mención de Honor en el Salón Premio de París. Años después, en 1989, su obra pictórica causó la admiración del Presidente de Francia de aquel entonces, Francois Mitterrand.

Su expresión artística es una combinación exquisita de detalles meticulosos y trazos desenfrenados. En sus obras, se aprecia la influencia de su vida en Quito: el bullicio de la tienda de abarrotes, el caos urbano, la majestuosidad de la Plaza de Santo Domingo. Aunque a simple vista sus pinturas parezcan un revoltijo de colores y formas, una mirada más atenta revela un nivel de detalle sorprendente y un entendimiento profundo del ritmo y la armonía visual.

“Naturaleza en expansión”, Marcelo Tejada, 2023.

A lo largo de los años, el maestro Marcelo Tejada se ha convertido en un destacado artista ecuatoriano. A través de su arte, ha plasmado una huella imborrable en la escena cultural de Ecuador y más allá de sus fronteras.

La fiesta de los andadores

Cae la tarde en Alangasí, y la casa de campo del maestro Tejada se va llenando de luces y sombras que danzan, mientras cuelan sus siluetas por unos amplios ventanales fabricados en madera. Sus mascotas, dos perras labrador a las que Marcelo llama “Negra” y “Tomasa”, como la canción de Caifanes, se acurrucan en la puerta de entrada. El maestro enciende un equipo de sonido análogo que reproduce CD’s. Le da play y se escucha “Is this love” de Bob Marley: “a estas alturas de la vida, ya me toca pensar en organizar fiestas con andador”, dice Tejada de 71 años, mientras sonríe y se contonea con alegría al ritmo de la música.