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Los monigotes de la calle 6 de Marzo de Guayaquil: una tradición difícil de quemar

Ilustración: Equipo Bagre
En la calle 6 de Marzo de Guayaquil, artesanos como Juan Carlos Toala, preservan la tradición de fabricar monigotes, adaptándose a las preferencias actuales. Así mantienen viva una expresión cultural arraigada, que además, es un negocio rentable para las familias que se dedican a elaborarlos.
Autor: Redacción Bagre
Quito - 31 Dic 2023

El día en que doña Plácida Toala se fue de este mundo, Juan Carlos, su hijo menor, tenía 17 años, los mismos ojos verdes de ahora, unos pocos centavos en el bolsillo y varios cuantos muñecos de palo arrumados en un altillo. 

Antes de partir, la señora, afectada de cáncer a los huesos, le hizo prometer a su chico que nunca dejará de trabajar haciendo lo que ella había hecho casi toda su vida: fabricar, de manera artesanal, años viejos.

Juan Carlos, que no estaba para juramentos sino para llorar la ausencia definitiva de su madre, le dijo que sí, que seguiría con la tradición.

Hoy, que han transcurrido casi 10 años desde que doña Plácida fallecío, por las manos del joven artesano y su taller, ubicado en la calle 6 de Marzo de Guayaquil, han pasado cientos de personajes, reales y ficticios, algunos cuyos gestos parecen insinuar que tienen vida propia. 

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Monigotes en Guayaquil. Fotografías: Lente Verde, en exclusiva para Bagre Revista Digital.

«La verdad, yo no quería dedicarme a esto. Antes de hacerlo, sólo andaba fregando, metido en cosas malas. 

Formé parte de una banda que operaba en el Cerro Santa Ana de Guayaquil. Con ellos, bajábamos hasta el callejón Ximena y ahí, todos pagaban piso. Poquito me faltó para caer en cana».

Juan Carlos nunca conoció a su padre, quien tenía otra familia y cuando se enteró de que doña Plácida había quedado encinta, se desentendió del asunto y la acusó de ser una «mujer fácil».

Con tales antecedentes, el chico ni se preocupó de saber quién era ese «viejo batracio». Su madre lo reemplazó, con éxito, en todos los ámbitos y, por eso, cuando ella se fue, tuvo que, de manera obligada, cambiar de vida.

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Fotografías: Jorge Ampuero.

«Poco a poco me fui metiendo en el asunto de fabricar años viejos y aprendí, primero, a hacer los moldes con papel y goma. 

Lo más difícil de todo el proceso es cuidar los detalles mínimos. Esto asegura que, el producto final, quede igualito al personaje».

Juan Carlos trabaja solo. Tuvo dos ayudantes. Pero, cuando aprendieron los secretos del oficio, pusieron sus propios talleres y se fueron, pero no por la Seis de Marzo, sino all Guasmo Sur. 

«Este trabajo es rentable, siempre y cuando se realicen, de manera correcta, los cálculos de la inversión en materia prima. 

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En los inicios, en las décadas de los setenta del siglo pasado, los monigotes se elaboraban de los personajes políticos que habían protagonizado el año. Con el tiempo, se fueron introduciendo otras temáticas.

También se corren riesgos. Por ejemplo, ha habido años en que no se saca ni la mitad de lo invertido, porque la gente no compra. 

Lo bueno es que la confección del muñeco, sí dura. Lo que caduca, es el personaje: pasa de moda, y se vuelve “jodido” venderlo al año siguiente. Entonces, existe la opción de retocarlo, es decir, cambiarle el rostro». 

Eso que hace Juan Carlos —retocar facciones y, a veces, hasta cambiar la totalidad del rostro— hace 60 años, no se hacía, ni era motivo de preocupación, porque los personajes de coyuntura o de moda, no cambiaban con tanta celeridad como sucede en la actualidad.

El expresidente Velasco Ibarra, el primer monigote de la Calle 6 de Marzo de Guayaquil

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Rómulo Cedeño es oriundo del cantón San Lorenzo, ubicado en la provincia de Esmeraldas. En la década de los años cincuenta del siglo pasado, don Rómulo llegó a Guayaquil, con la idea de trabajar como estibador en el puerto. 

Don Rómulo Cedeño recuerda que, cuando él se inició en el oficio de fabricar monigotes —en los años setenta del siglo pasado—, estos “no tenían una finalidad comercial, como ahora. Se vendían, sí, pero muy poco.

En aquellas épocas, la mayoría de guayaquileños confeccionaba su monigote con materiales caseros, porque tampoco era mucho lo que se necesitaba:  apenas ropa y calzado vetustos, aserrín y una careta», recuerda don Rómulo.

«En esa época el año viejo era —en realidad— un viejo, una representación del año que estaba finalizando. 

En sus inicios, los monigotes se elaboraban de aserrín y su finalidad no era comercial. Esto ha cambiado con el paso del tiempo.

Hoy por hoy, los monigotes representan personajes muy variados:  desde un superhéroe hasta un Titanic, sin olvidar, claro está, a los protagonistas de la política actual.

Sin embargo, la costumbre de confeccionar monigotes de temáticas variadas, surgió con la finalidad de participar en concursos, o para representar algún hecho significativo del año que finalizaba».

Aunque don Rómulo Cedeño  no recuerda con exactitud cuándo fue que la calle 6 de Marzo de Guayaquil se inundó de fabricantes de monigotes y vendedores, sí recuerda que, a inicios de 1960, se comenzó a elaborar monigotes que representaban a alguien en particular, con sus rasgos definidos de manera exacta. Es decir, como sucede en la actualidad.

«La primera persona que fue representada con un monigote de año viejo fue el expresidente Velasco Ibarra. 

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Antes no había nada de eso. Según recuerdo, fue con motivo del concurso de fin de año que organizaba un medio de comunicación de Guayaquil. 

El monigote que representaba a Velasco Ibarra  fue el premiado, pues los ganadores lo recrearon con su mano alzada, apuntando con el dedo índice, un gesto característico de Velasco». 

Después de la aparición del monigote del doctor Velasco Ibarra en las tarimas públicas, los artesanos tuvieron la idea de crear no sólo personajes, sino también momentos del diario vivir, de lo cotidiano.

Crear monigotes con esas características se transformó en un gran esfuerzo, y  de los mínimos recursos que se utilizaban antes, se pasó a una inversión en verdad significativa.

De los sencillos monigotes elaborados con aserrín de los años sesenta y setenta de la década pasada, en Guayaquil se los comenzó a elaborar en goma y hasta fibra de vidrio.

Haciendo un poco de historia, y de acuerdo a las crónicas de Modesto Chávez Franco (1872-1952), esta tradición nació con un grupo de misioneros españoles quienes, para recordar la traición de Judas, elaboraban muñecos con paja, virutas y pólvora que luego eran quemados. 

Otro dato interesante es que, además de Ecuador, en Perú, Colombia, México y Venezuela, se cumple con este ritual popular de fin de año. 

Cuando Cynthia Viteri fue alcaldesa de Guayaquil, los monigotes que la representaban fueron incautados por los «roba-burros»

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Juan Carlos mira al cielo y hace un breve análisis del estado del tiempo. No le conviene que llueva, ni siquiera que garúe, porque su alianza con el sol, es fundamental. 

“Aunque la goma — materia prima para los monigotes,  compuesta de harina de trigo humedecida con agua— seca rápido, hay que considerar que mi meta es elaborar varios monigotes, y todos deben secarse, sí o sí. 

Por suerte, estos días han estado soleados y no debo preocuparme de la lluvia”, indica Juan Carlos, cuya  especialidad es elaborar personajes actuales, de moda. 

“Ya nadie, o casi nadie, compra el típico viejito cabeza blanca. Ahora todos quieren lo actual, lo moderno. 

Una representación de monigote del cantante Daddy Yankee. Los artesanos elaboran personajes tradicionaels o clásicos. Pero también los que están «moda».

Por ejemplo, por ahí tengo algunos monigotes de Guillermo Lasso. Uno ya calcula que la gente lo quiere quemar…Aunque elaborar ese tipo de personajes,  tiene sus riesgos y por eso es mejor elaborar una pequeña cantidad”. 

Juan Carlos recuerda que una vez hizo monigotes de Cynthia Viteri, cuando era alcaldesa. Llegaron los policías metropolitanos —él los llama “roba-burros”— y se llevaron todos los ejemplares que tenía listos, argumentando que, representarla como un monigote, era una falta de respeto. Lo único que le dijeron fue: “Con la jefa no te metas”. Ese año fue de pérdida para Juan Carlos.

De un momento a otro su rostro asume la seriedad de quien está concentrado en su trabajo, un trabajo que no es posible ejecutar todo el año y por lo mismo, hay que sacarle la mayor utilidad posible.

Pero, ¿cuánto demora elaborar los monigotes que se venden cada fin de año? Juan Carlos nos lo cuenta:

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“Más o menos, los comienzo a armar en agosto, e incluso antes, puede ser desde mediados de año. 

Tengo pedidos de revendedores. Ellos me hacen pedidos de varios monigotes y hay que cumplir. Algunos de mis clientes los venden en la bajada del puente de la Calle 17, el que está por el Estadio de Barcelona”. 

Respecto a cuánto invierte, Juan Carlos indica que no es una cantidad fija, porque depende del número de monigotes que se vaya a elaborar.

Este año ha invertido 400 dólares, de los cuales espera sacar, como mínimo, el doble.

Los monigotes, en Guayaquil, llegan a medir 6 metros de altura o más.

Armar y quemar años viejos, a más de una tradición, es una cábala en Guayaquil

Stalin Holguín es abogado de profesión. Pero prefiere trabajar con su hermano en un taller de electromecánica, en las calles 14 y Capitán Nájera de Guayaquil.

“El mes pasado cumplí 70 años y nunca, desde los 18, he dejado de hacer mi monigote. 

Es una tradición, una cábala que va más allá de la simple costumbre. Cuando uno comienza con esto, ya no puede dejarlo. Si usted no hace su monigote un fin de año, algo malo le pasará”. 

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Convencido del poder de su cábala, don Stalin cuenta que un vecino dejó de hacer el muñeco y ese mismo fin de año, le reventó una camareta en la mano y perdió los dedos. 

Los monigotes que elabora Holguín, no tienen un fin comercial. Por lo tanto, para su confección, utiliza materiales tradicionales: puro aserrín, ropa y calzado vetustos.

Un sello característico de los monigotes elaborados por don Stalin, es que usan guayaberas: las que él  ya no utiliza, o aquellas que le regalan sus familiares o amigos, para vestir a su monigote.

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Para los artesanos de monigotes, es un riesgo elaborarlos de personajes «de moda», porque si no se venden ese año, el próximo será muy difícil comercializarlos. Por eso prefieren elaborarlos de personajes clásicos, como los integrantes del grupo Kiss o Mazinger Z.

“Si no tiene tiempo para armar su monigote, aunque sea compre uno chiquito, barato, y quémelo. Porque con él se van todas las cosas malas del año. Si no lo hace, esas cosas malas se quedan dentro de su casa”.

De repente, don Stalin mira al piso. Su gesto denota nostalgia:

“Yo creo que esto nunca se va a acabar, pese a las prohibiciones. La gente busca la forma de quemar su muñeco. Esto es parte de la idiosincrasia de los guayaquileños, sobre todo”.

Límites y sanciones a la quema de años viejos en Guayquil

De acuerdo al artículo 427 del Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización, está prohibida la quema de monigotes en áreas de regeneración urbana o en calles asfaltadas. 

Por lo tanto, la quema “controlada” sólo se puede realizar en solares carentes de construcciones y siempre y cuando sean de hormigón armado (cemento gris).

Esta medida rige para “todos los monigotes”, pero en especial, para aquellos cuya altura supere los 2,5 metros. La disposición legal se tomó durante la pandemia del covid-19.

Al respecto, don Stalin opina:

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Los artesanos de monigotes de Guayaquil, no descuidan ningún detalle. Como lo menciona Jose Luis Tigua: «Los detalles son muy importantes, porque le aportan calidad al resultado final».

“La verdad es que poco se cumple con estas disposiciones. Por ejemplo, en esta zona de Guayaquil no hay control. La gente se deja llevar por la emoción del fin de año y quema sus monigotes al pie de su casa”.

En la calle 6 de Marzo de Guayaquil, familias enteras se dedican a elaborar monigotes de manera artesanal

La casa de doña Rosa Agurto —oriunda del cantón Valencia, provincia de Los Ríos— tiene un garaje con capacidad para albergar unos veinte automóviles pequeños.

Pero no se utiliza como tal. En el lugar, se han instalado pequeños locales donde trabajan, al menos, 10 artesanos elaborando monigotes que se venderán en las semanas finales del año.

Rosa Agurto riega aceite quemado sobre un molde de monigote del “Duende Verde”. Está acompañada de su hijo Felipe Hinostroza de 17 años, quien sigue, sin pestañear, cada uno de los movimientos de su madre.

Al momento de elaborar monigotes y en cuanto a su comercialización, doña Rosa es toda una profesional:

“Aquí trabajamos desde el mes de mayo, pero sólo bajo pedido. Por ejemplo, el monigote que estoy elaborando, cuesta 10 dólares.

También los hay más costosos, de acuerdo a su complejidad y tamaño. Algunos llegan a valer hasta 200 dólares”, dice doña Rosa, mientras señala un monigote que se encuentra en proceso de construcción, y que cuando esté armado, medirá alrededor de seis metros.

Los monigotes del taller de doña Rosa, y en general, todos los de la calle 6 de Marzo en Guayaquil, están confeccionados con varios materiales: espuma flex, fibra de vidrio, papel periódico, harina de trigo, aceite quemado. No tienen caretas individuales, puesto que estas, son parte del mismo molde.

“Si no fuera por mi muchacho —Felipe— yo estuviera atrasadísima. Él se encarga de hacer la mayor parte del trabajo”

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Los monigotes que participan en concursos no se queman la noche del 31 de diciembre. Tienen más días de vida y guardan la esperanza de ser los ganadores.

Y continúa doña Rosa Agurto:

“Aquí todos somos familia y cada uno tiene sus propios contratos. Como usted ve, mi función es pasar la goma y el aceite quemado”.

Las manos pequeñas de doña Rosa acarician al duende en gestación, como si fuera un hijo al que, alejado de las caricias, pudiera estallar en llanto. 

A medida que el día avanza, los ocupantes de las casas-taller de la 6 de Marzo en Guayaquil, comienzan el rutinario trasiego de monigotes en elaboración, hacia los portales y veredas. 

Algunos monigotes, ya armados con todas las de ley, sólo aguardan que alguien se los lleve y, el 31 de diciembre, a las 12 de la noche, sean el símbolo que queme los  malos recuerdos del año que termina y que a sus cenizas, se las lleve el viento.

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