Cultura urbana

Ana Dolores Verdú: “No sabemos nada del amor”

Ilustración: Manuel Cabrera.

“¿Estás en tu casa?”, me pregunta por WhatsApp mi amigo Raúl. “Ale y yo queremos ir a dejarles a ti y a Sony la invitación para la boda”, continúa escribiendo. 

A los pocos minutos aparece la pareja a la puerta de mi domicilio. Sus rostros parecen algo hinchados, muestran líneas de expresión y bolsas en los ojos. 

Están cansados, ellos mismos se encargan de los preparativos de su casamiento, además de ensayar una coreografía sorpresa que mostrarán a los invitados durante el primer baile de los novios. 

Por si fuera poco, ambos trabajan y atienden a los hijos que tuvieron en sus relaciones anteriores —ella tres y él uno—, así que sacan de donde pueden tiempo al día para organizar su fiesta, esa donde muchos comeremos y beberemos como si el festejo fuera nuestro.

A pesar de su notorio agotamiento, Raúl y Ale están felices. Casi tres años después de iniciada su relación se casarán. 

Será el segundo matrimonio para ambos y, por lo menos en el caso de Raúl, el primero en el que se casa sin presión social y moral. 

Aún recuerdo que días antes de su primera boda, hace 14 años, Raúl le dijo a Sony, quien es una de sus mejores amigas, que entrara al juzgado en el momento en que el juez preguntara si alguien se oponía a esa unión; que ella dijera que sí, que inventara cualquier pretexto para interferir y lo ayudara a fugarse. 

Ambos rieron, aunque el comentario bromista de Raúl iba cargado de una dosis de verdad. En esa ocasión su novia llegó a la boda con un embarazo de tres meses. 

Para Raúl no había otro camino que hacerse responsable y casarse. Así fue educado. Y si bien él nunca ha puesto en duda el ejercicio de su paternidad desde que supo que engendró un hijo, en aquella ocasión se casó con muchas dudas sobre lo que sentía por su relación de pareja.

Esta vez es diferente. A Raúl se le ilumina el rostro cuando habla de Ale y la boda, está involucrado en todos los detalles de su evento; entre los dos eligieron el ramo, el traje y hasta la ropa elegante para sus hijos. 

Personalmente la pareja está entregando las invitaciones integradas como etiqueta en una coqueta botella de vino. 

Sí, hay presión: es por el dinero. Han aplazado la boda un par de veces desde hace año y medio debido a las restricciones de convivencia surgidas con la pandemia por coronavirus; cada vez que reagendan el salón y demás servicios deben pagar una penalización económica. 

A pesar de todo están decididos a casarse. ¿Por qué lo hacen? Tal vez porque inconscientemente se muestran a sí mismos y a los demás que su relación está regida por uno de los conceptos más difundidos, pero menos comprendidos a profundidad en occidente: el amor.  

No sabemos nada del amor

Dice la antropóloga Ana Dolores Verdú Delgado, docente investigadora de la  Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), que “cuando nombramos al amor llega a nosotros una imagen preconcebida que tiene que ver con nuestra cultura”.

“Es decir, con todos aquellos productos audiovisuales que hemos consumido, porque el amor está presente en el cine, en las series, en la literatura, en el arte. Sin embargo, no tenemos una imagen clara, objetiva, que tenga que ver con el modo en que se estudia el amor en la ciencia”, explica. 

Si bien amar es algo innato y forma parte de nuestra vida desde que nacemos hasta que morimos, desconocemos mucho sobre él, sobre todo el amor en pareja.  

“Somos grandes dependientes y grandes necesitantes (sic) de afecto. Y sin embargo, no sabemos casi nada (del amor). (Es) algo que va en nuestra contra, porque entre más conocimiento objetivo tengamos del amor mejor lo podemos experimentar y mayores beneficios podemos obtener de él”

Ana Dolores Verdú, antropóloga

En ese sentido, Ana Dolores Verdú ha observado que el ambiente en el que nos desarrollamos, así como el momento que nos toca vivir son factores que determinan cómo expresamos y cómo vivimos el amor en pareja. 

Esto ha llevado a las nuevas generaciones a cuestionar el modelo de amor vigente y a tratar de construir el propio. 

“Para entenderlo (el amor) en nuestro contexto actual tenemos que entender que estamos viviendo un momento de transformación de los roles sexuales. Y eso afecta también, porque el amor que nos han enseñado es un amor muy heterosexual, muy estereotipado”, comenta. 

“Antes las personas aceptaban mucho mejor que el amor estuviera modelado por esos patrones culturales y aceptaban mucho mejor el matrimonio y las reglas impuestas, en cuanto a la relación y al género”, señala.

Indica que “hoy en día intentamos que el amor sea una elección personal, totalmente voluntaria, libre y satisfactoria para ambas partes; una forma de desarrollarnos y de protegernos también contra un mundo que es cada vez más hostil”.

“La evolución es positiva, lo que pasa es que en esa transición tienen que pasar muchas cosas. No pasamos de un modelo a otro en un día. Hay que explorar, hay que equivocarse”, refiere Verdú. 

En ese sentido, menciona que “es mucho más complejo así porque se trata de construir (entre) varias personas, en común. Ya no nos sirve el modelo cultural. Vamos a construir nuestro propio modelo y eso es difícil”.

Para Verdú, tal vez el aspecto cultural que más afecta la forma en que construimos nuestras relaciones amorosas es el modelo de consumo en el que vivimos.

“El consumismo ha afectado negativamente, porque una relación de pareja se construye también mediante el compromiso. Y el compromiso está mal visto en esta sociedad hoy, porque lo que está bien visto es obtener placer, experiencia, emociones y un poco utilizar a la gente para el propio beneficio”. 

Ana Dolores Verdú, antropóloga

Para ella “esa es la dinámica en la que hemos caído y como consumidores todo está centrado en nuestro ego y no desarrollamos nuestra capacidad de dar. Yo soy muy exigente es una frase que oímos mucho. Está bien ser exigente pero no estamos explorando la capacidad que tenemos de dar amor al mundo, no solo en una relación de pareja, y crear impactos positivos en nuestro entorno”. 

Amor y redes sociales

Tal vez la mejor manera de entender cómo el modelo de consumo en el que vivimos actúa en las relaciones amorosas son las redes sociales, como Tinder, Grindr y demás aplicaciones de citas.

“En la parte negativa, yo veo que (las redes sociales) pueden ser adictivas y nos pueden desconectar de las bases reales que forman una relación afectivo sexual, es decir, de la intimidad, el compromiso”, opina. 

El uso de estas redes sociales para encontrar pareja puede ser adictivo y desconectar de la realidad. Fotografía: Cadena Ser.

En ese contexto, Verdú señala que “el reconocimiento que se consigue en una red social es un poco más superficial y de alguna manera ficticio, de alguna manera placebo. No es un reconocimiento real entre dos personas que se conocen a profundidad y establecen una relación recíproca”, señala la docente investigadora. 

“Veo también algo positivo: yo creo que esto ha puesto de relevancia la vulnerabilidad del ser humano, que necesita realmente ser querido, ser visto, ser reconocido”, dice. 

“Esa autoconciencia de nuestra vulnerabilidad y de nuestra necesidad me parece la parte positiva. Nos puede ayudar a conocernos mejor a nosotros mismos. (Sin embargo) no creo que (las redes sociales) nos ayuden a tener una relación de pareja realmente”, añade. 

Una relación se construye

En contraste, el sociólogo brasileño Sérgio Costa, investigador del Centro Brasileiro de Análise e Planejamento, señala que en cuanto espacio de construcción de sentidos compartidos, el universo de la pareja permanece resistente al mercado. 

“Si bien reconoce que los individuos son evaluados por criterios generalizables que los hacen intercambiables, en las relaciones amorosas el criterio de selección es subjetivo e inaccesible a la cognición, lo que convierte a la persona amada en única e insustituible”.

Ana Dolores Verdú

“El mercado no puede generar la energía amorosa”, señala en su artículo ¿Amores fáciles? Romanticismo y consumo en la modernidad tardía.

“El mercado, efectivamente, coloca a disposición de los amantes una amplia gama de productos que pueden facilitar e intensificar la interacción amorosa, pero no tiene el poder de despertar el amor en el corazón de los amantes”, expresa. 

Prosigue: “Vale el paralelismo con la religión: el impulso último hacia el encantamiento del ritual amoroso no es dado por la presencia de objetos y contextos que lo circundan, sino por la convicción de que el amor existe y está siendo compartido por la pareja amorosa”.

Ana Dolores Verdú ha estudiado la forma en que construimos nuestras relaciones amorosas y ha plasmado sus resultados en diversos trabajos, como su tesis doctoral donde analizó el amor y las relaciones de pareja desde la perspectiva de género. 

Con ese bagaje es posible que resuelva una pregunta inquietante: ¿Necesitamos aprender a amar?     

“La pregunta es cómo aprendemos a construir las relaciones de amor”, dice categórica. 

“La relación es una construcción en la que te van a ayudar mucho los referentes que tengas. Una pareja, mis padres, que se estaban separando con naturalidad y normalidad y con armonía y con respeto mutuo, eso es una buena referencia para unos hijos jóvenes, el ver que las relaciones que se rompen no tienen por qué producir violencia ni odios ni conflictos”, destaca.

“En la vida nada es eterno, entonces que nos estén vendiendo esa referencia de amor eterno, de amor para toda la vida, yo creo que eso nos perjudica. Entonces estaría mucho mejor que nos prepararan para aceptar los cambios en la vida, para aceptar que una relación aunque haya sido buena se puede terminar y no pasa nada”. 

Los ecuatorianos se casan menos

A lo largo del tiempo, el matrimonio ha tenido diversos fines: desde perpetuar la especie y la estirpe —una de las razones por las que entró en ejercicio la poligamia—, hasta incrementar la riqueza. 

En Roma hubo costumbres como el “rapto consentido”, que consistía en robar a las mujeres jóvenes en medio de una fiesta entre vecinos y conocidos; o el “Coemptio”, suceso donde la pareja mostraba su compromiso y deseo de convivir a través de la entrega mutua de regalos. 

A través de regalos la pareja mostraba su compromiso y deseo de vivir juntos, lo que se llamó Coemptio. Fotografía: derechoshumanos.es.

“El matrimonio también es una institución económica y de esa forma se originó”, apunta Ana Dolores Verdú. 

“Tiene más relación con la división sexual del trabajo que con el amor, la pasión o el enamoramiento. Sin embargo, ahora lo estamos resignificando, ahora estamos diciendo que solo las personas que se quieren o se enamoran son las que se tienen que casar. Eso es parte de nuestra actualidad”, refiere.

Los estudiosos del derecho ubican las bases del matrimonio occidental en el Imperio Romano, concretamente en el Derecho Romano, que regulaba las relaciones privadas. 

Es en Roma, durante el desarrollo de la iglesia católica y el Derecho Canónico que el jurista Modestino escribe su definición de matrimonio: es la unión de un hombre y una mujer, en un consorcio en todas las cosas de la vida, comunicación de derecho divino y humano

Así se estableció que el matrimonio debía ser heterosexual, para toda la vida, bajo los términos de lo divino y, desde entonces, con intervención del Estado.

Hoy, 1800 años después, las cosas han tomado otro rumbo: poca gente asume que la unión matrimonial debe ser para toda la vida, se discute que solo sea heterosexual —en Ecuador el matrimonio igualitario fue aprobado el 12 de junio del 2019, por la Corte Constitucional— y el matrimonio civil, a diferencia de las uniones religiosas, otorga derechos y obligaciones reconocidas por la legislación del Estado. 

Matrimonio igualitario en Ecuador. Fotografía: Opcions.ec.

Es decir, el derecho de los ciudadanos está sobre el derecho divino. Tanto así que en nuestro país dos individuos que han decidido compartir sus vidas sin estar casados legalmente pueden acceder a derechos de pareja con la figura de unión de hecho, la unión libre.  

“No se puede negar que (el matrimonio) ha dado un sentido de pertenencia familiar único, además de que ha otorgado derechos legales básicos para el/la cónyuge”, platica la MSc. María Dolores Proaño Zabala, terapeuta familiar sistémica. 

“En las uniones no inscritas deben esperar años y tener hasta testigos para que se reconozcan esos derechos, a pesar de que las obligaciones son exactamente iguales en los dos casos. Es una decisión personal, como todo, el casarse o no cuando se quiere formar una familia o acreditarse como pareja, lo importante es que lo que se decida sea conforme a lo que pensemos y creamos”.

Dolores Proaño Zavala, terapeuta familiar sistémica

El matrimonio ¿una institución caduca?

¿Y qué han decidido los ecuatorianos respecto al matrimonio? De acuerdo al Registro Estadístico de Matrimonios y Divorcios 2021, compartido por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en los últimos 10 años ha disminuido casi a la mitad el número de parejas que se casan. 

Mientras en 2010 se registraron 74 mil 800 matrimonios, en 2020 solo se inscribieron 38 mil 938. 

De hecho, entre 2019 y 2020, el primer año de la pandemia, el número de matrimonios pasó de 56 mil 865 a 38 mil 938. Una disminución del 31,5 por ciento. Aparentemente los ecuatorianos se casan menos. 

Ilustración: Manuel Cabrera.

“(La gente) ha perdido la confianza en el matrimonio, lo ven como una institución caduca”, analiza María Dolores Proaño, que también se desempeña como perito social para el Consejo de la Judicatura.  

“Los seres humanos no somos islas, siempre vamos a buscar la compañía, de una u otra forma, pero ahora mucha gente prefiere evitar complicaciones a futuro. De alguna triste manera es como estar pensando desde el inicio en lo que ocurrirá cuando se separen”, apunta. 

Asimismo, dice que “el matrimonio como institución no creo que haya fracasado por su legalidad, sino por lo que representaba y representa aún en muchos lugares: un contrato que daba ventajas ilimitadas al hombre y abrumadoras responsabilidades a la mujer. Pero está en nuestras propias manos cambiar esta realidad”.

Ilustración: Carlos Almeida.

Volviendo a la estadística, en 2021 hubo un repunte de parejas que se casaron. Los datos que proporcionó la Dirección de Servicios del Registro Civil indican que ese año contrajeron matrimonio 51 mil 978 parejas, es decir 13 mil 40 más que el año anterior. 

Es probable que la disminución drástica en 2020 se debiera a la restricción de servicios presenciales proporcionados por el gobierno debido a la pandemia por coronavirus. Sin embargo, ese comportamiento, el aumento repentino de matrimonios, no es usual. 

“Pasar del descenso al aumento se me hace súper raro”, dice con sorpresa la antropóloga Ana Dolores Verdú luego de escuchar los números. 

“Habría que analizarlo. Puede ser que sean relaciones largas que se han resuelto en matrimonio en poco tiempo, precisamente por esta situación en la que nos hemos quedado estancados y se nos han roto los planes; no tenemos el plan de salir a trabajar o estudiar fuera”, menciona. 

“Sí se ha visto mundialmente esa tendencia de querer estar en tu país y más cerca de tu familia desde que aparece la pandemia. Un poco también creo que por esa sensación de miedo al futuro, de esa incertidumbre, nos podemos apegar más a las relaciones personales”, dice.

Añade: “Creo que podría estar justificado (el aumento repentino de matrimonios) desde ese punto de vista, pero habría que analizarlo más”. 

Vale la pena recordar que en 2019, la Corte Constitucional del Ecuador reconoció que el matrimonio de parejas del mismo sexo es compatible con el Artículo 67 de la Constitución, que establece que el matrimonio es entre hombre y mujer. 

Ese mismo año se registraron las primeras 433 uniones igualitarias; en 2020 la tendencia se mantuvo al inscribirse 427 parejas, mientras en 2021 solo hubo 240, casi la mitad de lo registrado dos años antes. Por supuesto, también se firmaron 148 divorcios en 2019 y 177 en 2020.

El divorcio a la baja 

“Creo que el mayor problema al que se enfrentan (las parejas hoy) es la lucha de poderes. No es el único, por supuesto. Siguen existiendo la infidelidad, los problemas económicos, la crianza de los hijos, la crisis con las familias del otro y demás”, reflexiona María Dolores Proaño. 

“Pero hoy por hoy, lo más frecuente es esa lucha de poderes que no permite ver a la pareja como el aliado o aliada que es, o debería ser, sino como un rival al que debo superar, en todo sentido, con el que compito todo el tiempo. Eso está minando las relaciones”, destaca.

Y muchas veces ese enfrentamiento lleva a la conclusión del matrimonio. El Registro Estadístico de Matrimonios y Divorcios 2021, también muestra que en los últimos años el número de divorcios fue en aumento, pasando de 18 mil 231, en 2010, a 26 mil 815, en 2019. 

Sin embargo, a decir de la Ana Dolores Verdú, el divorcio no indica que esté fallando el amor o que haya menos amor en la sociedad.

“Lo que se descubre más bien es lo contrario: el modelo de amor que tenemos hoy en día es un modelo romántico, se sustenta en la existencia de una pasión, de un vínculo, de una emoción muy fuerte y por lo tanto las relaciones son más frágiles, porque sabemos que ese enamoramiento, esa sexualidad tan fuerte en la pareja, tiene un límite en el tiempo, suelen ser unos tres años”, observa la antropóloga e investigadora. 

“El divorcio está relacionado con el auge del amor romántico y la posibilidad que tenemos desde la libertad y la autonomía personal de acceder a ese derecho. Incluso aunque esté mal visto todavía, si la persona tiene acceso al divorcio va a ejercer ese derecho. Y si dentro de un matrimonio no siente esa satisfacción (de sentirse amado) la va a buscar fuera aunque esté mal visto en la sociedad donde vive, porque la necesidad de amor es una pulsión muy fuerte”.

En 2020, se registró un decrecimiento en los casos de divorcios en Ecuador. Fotografía: Internet.

Llama la atención que el estudio del INEC muestra que en 2020 se registraron 14 mil 568 casos de divorcio, es decir, 45,7 por ciento menos con respecto al año anterior. 

Si comparamos las cifras podemos advertir que en el último año, probablemente por las implicaciones que trajo la pandemia por coronavirus, las parejas ecuatorianas prefirieron casarse más y divorciarse menos. Curiosamente este resultado conecta con una de las observaciones de la antropóloga Verdú: 

“Sí ha habido una tendencia, y la hay, de sustentar una relación estable, que puede ser un matrimonio, en el amor, en la elección personal porque yo me he enamorado de esta persona, porque tengo este vínculo especial”. 

Epílogo 

Hace unas semanas Raúl y Sony salieron a tomar un café después de casi dos años sin verse debido a la pandemia. En medio de la plática para ponerse al día sobre sus vidas, Raúl habló con voz misteriosa:

—Amiga, tengo que decirte algo: me voy a casar.

Tal vez por la mente de Raúl pasaron los últimos años de matrimonio con su exesposa llenos de peleas por cualquier motivo, pero también aparecieron los buenos recuerdos, como el nacimiento de su hijo. 

Luego a su fugaz meditación llegó Ale, el día que la conoció, la noche en la playa y pensó en lo bien que se sentía con ella y lo motivado que estaba para ser una mejor versión de sí mismo. Así que antes que Sony mencionara algo, él volvió a hablar:

Yo no entiendo, ¿verdad?