Cultura urbana

Libertas, sí. Manuela, no

Los diecisiete  metros de altura del monumento que conmemora el Primer Grito de la Independencia en la Plaza Grande de Quito, obliga a los transeúntes a levantar la vista, si desean observarlo.

La majestuosidad de la diosa romana Libertas corona el memorial. Ella mira a los transeúntes impasible, como una monarca a sus súbditos.

Libertas, agita en su mano izquierda la tea de la luz, el conocimiento y la razón.

En la derecha, custodia un haz de armas, mientras su túnica simula desafiar al impredecible viento quiteño que, en un mismo día; pasea por la Plaza Grande como un niño travieso y juguetón.

A las pocas horas, ese mismo viento, furibundo, resopla para anunciar que se aproxima una tormenta que podría  ser ¡hasta con granizo y truenos!

Libertas es la única referencia femenina en el monumento a la Independencia de Quito. Cuatro columnas de piedra de diecisiete metros de longitud la sostienen. 

Ella, descansa sobre una esfera que representa al mundo. En él se marca la ubicación de Ecuador en la línea ecuatorial, de donde tomó este país su nombre en el año de 1830. 

Cuatro placas con los nombres de los próceres rodean a Libertas: Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, José Cuero y Caicedo, Manuel de Quiroga, Juan Larrea… y así sigue la lista. Todos son hombres. Además, criollos. Es decir, hijos de españoles nacidos en América. 

¿Y las mujeres?

Una de las mujeres cuyo nombre trascendió la historia y que participó en la revuelta independentista fue Manuela Cañizares.

Su nombre no consta en las placas conmemorativas de la gesta libertaria. Como premio consuelo, el presidente Eloy Alfaro, quien inauguró este monumento en 1906, bautizó al primer colegio femenino laico de Quito con su nombre: Colegio Nacional de Señoritas Manuela Cañizares.

¿Cómo llegó a Quito el monumento de la Independencia?

A Libertas y su séquito les dieron forma en Italia. Los artistas enviaban por barco, hasta Quito, fotografías de sus piezas elaboradas en yeso para su aprobación. 

Sobre el cóndor, que es parte de la comitiva que acompaña a Libertas, documentos de la época rescatados por los hermanos Durini (quienes fueron contratados por el gobierno de Eloy Alfaro para realizar la obra) dan cuenta que se envió a Italia por barco, un cóndor embalsamado que sirviera de referencia para su elaboración.  

El cóndor es un ave andina y los artistas italianos de aquellas épocas no tenían idea de su forma física. 

Libertas, fundida en bronce, tiene alma de granito rosa. Su túnica, como estilan las diosas, ostenta detalles en pan de oro, al igual que la tea y las armas que la acompañan. 

Cuando su elaboración finalizó, Libertas partió en barco desde el puerto de Génova, cruzó el Océano Atlántico, el estrecho de Magallanes y llegó al puerto de Guayaquil. 

Desde este destino, los cuatro contenedores que la movilizaban se trasladaron en el recién inaugurado tren hasta la ciudad de Quito, su destino final. La travesía duró cinco meses, desde octubre de 1905 hasta febrero de 1906.

Hasta esa fecha, la plaza que acogió a Libertas se conocía como Plaza Grande. A partir de su llegada, el nombre se cambió a Plaza de la Independencia. A su alrededor confluyen los poderosos: el Palacio de Carondelet, sede del gobierno ecuatoriano; el Arzobispado, seno del poder religioso y la Municipalidad, casa del gobierno local de la ciudad de Quito.

La Plaza de la Independencia y su monumento en la actualidad.

Quito, una ciudad medieval

Eran los primeros años del siglo XIX. Quito era una ciudad medieval. Estaba cercada por iglesias, conventos y monasterios. Estas construcciones eran las únicas grandiosas, salvo las residencias de los colonizadores españoles y sus hijos, los criollos.

Lo que hoy se conoce como Plaza de la Independencia se llamaba Plaza Mayor, donde se levantó el palacio de Carondelet, vivienda del representante de la Reina española, que no era más que un lodazal de mil doscientas brazas

Al centro, sobre una fuente de piedra, un ángel dorado arrojaba agua por una trompeta. Ahí las acémilas calmaban la sed y hacían sus necesidades biológicas, mientras sirvientes indígenas llenaban con agua gigantes vasijas de barro que cargaban en sus espaldas hasta las casas de sus amos.

Aspecto de la Plaza Mayor en Quito, hoy conocida como Plaza de la Independencia. Fotografía: archivos de historia.

La historia narra que también en esta plaza se azotaba públicamente a los esclavos indígenas y negros.

Este era el Quito de 1809 que preparaba el Primer Grito de la Independencia. Aunque ni los esclavos, ni los sirvientes, ni los amos que compartían el mismo líquido con las acémilas lo sabían. 

Manuela Cañizares, una mujer alejada del status quo

Manuela Cañizares despertaba y sigue despertando pasiones extremas. 

El historiador ecuatoriano Pedro Fermín Cevallos, en las pocas líneas que le dedicó, la describe como una  “mujer de aliento varonil”.

Sobre su paso terrenal no existen referencias históricas certeras. En vano se ha buscado su partida de nacimiento. O el lugar en que sus restos mortales fueron depositados. 

El  testamento de Manuela (escrito desde la clandestinidad) es el único documento histórico que ha sido posible rescatar.

Consta como jurisdicción la ciudad de Quito y está fechado al 27 de agosto de 1814. En él, Manuela, con su puño y letra,  dictó instrucciones específicas sobre cómo proceder cuando fallezca:

“Y por cuanto, el morir es cosa natural a toda criatura viviente, y la hora incierta, temerosa cuando su Divina Majestad fuere servido llevarme de esta presente vida a la Eterna, quiero y es mi voluntad que mi cuerpo difunto sea sepultado en la Iglesia del Real y Militar Orden de Nuestra Señora de La Merced”. 

Testamento de Manuela Cañizares. Fotografía Archivo Nacional.

Sin embargo, los restos de Manuela no se hallan en este lugar y los padres mercedarios no tienen respuesta para ello. 

Sobre Manuela no existe referencia alguna en el monumento que el presidente Eloy Alfaro erigió en el Centro Histórico de Quito para conmemorar el centenario del Primer Grito de la Independencia.

El Primer Grito de la Independencia

Así llamó la historia al evento que Manuela Cañizares protagonizó el 10 de agosto de 1809  junto a otros rebeldes. Todos varones. Y criollos. Es decir, hijos de españoles nacidos en América. 

Las rígidas leyes de la época en la que Manuela vivió limitaron las actividades de todas las mujeres -pero sobre todo de las mujeres de alcurnia- que vivían en la Real Audiencia de Quito.

Su destino era la vida de hogar o la conventual. Tampoco les estaba permitido la formación académica. 

Las religiosas eran las únicas mujeres de la Real Audiencia de Quito que tenían acceso a libros y estudios.  En contraparte, los hombres, disponían de universidades para su formación. 

El historiador Manuel Guzmán Polanco simplifica el asunto: 

“Era una época en que las mujeres no debían leer ni escribir, en todas las capas sociales, porque eso facilitaba que reciban y crucen mensajes de enamorados sin conocimiento de sus padres o patrones”.

Pese a estas prohibiciones expresas, varios documentos, como el propio testamento de Manuela, dan cuenta de que las mujeres sí tenían acceso a formación. El cómo, es un misterio.

Es probable que los sabios franceses que vinieron a Quito a realizar la medición de un paralelo de la línea ecuatorial, entre los que se hallaba La Condamine, hayan trabado amistad con mujeres de círculos privilegiados de la ciudad de Quito. 

Documentos históricos y crónicas de La Condamine mencionan festejos que se realizaron en su honor en las casas de las familias adineradas.  

Aspecto de las calles de Quito durante los primeros años del siglo XIX. Ilustración: Instituto Cervantes

En estos convites se degustaban bebidas alcohólicas elaboradas con la caña de azúcar, como las mistelas y el ponche. Las bebidas contenían “nieve” que los esclavos indígenas traían del Pichincha.

En el siglo XIX, el Pichincha era un volcán nevado. Los esclavos indígenas traían esta “nieve” para adornar las mistelas que se servían en los palacetes de sus amos.

A la vez, La Condamine y su séquito compartían con sus anfitriones las ideas ilustradas: pensamientos que causaban resquebrajamiento y conmoción al orden establecido en Francia y España.  

No es difícil imaginar una de estas reuniones. Los cronistas de la época describen las casas de los adinerados que vivían en Quito como verdaderos palacetes, cuyos dueños no tenían nada que envidiar a sus similares de Europa.  

Los espejos eran uno de los adornos favoritos que utilizaban para la decoración.

Sus marcos, en ocasiones, más grandes que los espejos, eran de oro, plata o una combinación de ambos metales y estaban engalanados con incrustaciones de piedras preciosas como diamantes, amatistas, zafiros o esmeraldas que, en esos territorios, eran abundantes. 

Las paredes estaban engalanadas con obras de arte como lienzos que hacían alusión a imágenes religiosas.

Su elaboración corría a cargo de indígenas, instruidos directamente por sacerdotes españoles conocedores de técnicas traídas de Europa.

Ricos tapices elaborados en Piura se usaban para complementar las creaciones de ebanistas que procuraban no solo la comodidad de tan dilecta clientela sino que, además, lucían lujo y capricho en sus diseños.

El papel de las mujeres en la Independencia

Las mujeres quiteñas de estos grupos vestían a la usanza inglesa. Faldas de terciopelo negro hasta el tobillo se combinaban con blusas de estilo corset de manga larga. 

Eso sí, sin escote.

Los religiosos católicos que eran autoridad más allá de sus templos, prohibieron a las mujeres enseñar los brazos o el escote argumentando que estos detalles femeninos no permitían que los santos varones se concentrasen en los oficios religiosos que impartían.

Los cabellos se recogían en moños o trenzas cruzadas en la nuca y eran adornadas con exclusivas y costosas cintas traídas de Europa.

Los religiosos católicos prohibieron a las mujeres enseñar los brazos o el escote argumentando que estos detalles femeninos no permitían que los santos varones se concentrasen en los oficios religiosos que impartían

Mujeres como Manuela Cañizares estaban familiarizadas con los convites en los que grupos cerrados de criollos -hijos de españoles nacidos en América- se quejaban de no tener acceso al poder político, el cual era ostentado exclusivamente por los españoles.

Esta discriminación incubó el descontento, además de las elevadas tasas que debían pagar al representante de la corona española por concepto de impuestos. 

Calle Mideros en Quito. Dibujo E. Thérond.

¿Cómo era Manuela Cañizares?

Manuela, en la primera década del siglo XIX tenía alrededor de cuarenta años. Sus ojos, grandes y expresivos, miraban la inconformidad que causaba en los habitantes de Quito una época colonial que estaba en decadencia. 

Un retrato de Manuela, al óleo, cuando tenía alrededor de treinta años, es la única referencia física que existe sobre ella. 

Retrato al óleo de Manuela Cañizares. Autor desconocido.

Manuela, mujer soltera, cosa mal vista en la sociedad patriarcal del siglo XIX, además de saber leer, escribir y hacer cuentas, era independiente económicamente.

Poseía una hacienda en el norte de Quito, en el sector que hoy se conoce como Ponciano. La alquilaba en 151 pesos anuales.

Con este dinero arrendó en el centro de la ciudad, el sector más exclusivo, una casa ubicada en la calle García Moreno, anexa a la Iglesia de El Sagrario. 

Manuela, mujer soltera, cosa mal vista en la sociedad patriarcal del siglo XIX, además de saber leer, escribir y hacer cuentas, era independiente económicamente.

Su casa era igual de lujosa y espléndida que las de sus amigos de élite. En ella se daban cita hombres y mujeres de su nivel social; mientras las autoridades de la Real Audiencia de Quito creían que se reunían en la casa de Manuela para disfrutar de noches de bohemia, lo que en realidad hacían era planificar deshacerse del enviado de la reina española, el Conde Ruiz de Castilla.

Las amigas de Manuela eran dueñas de tiendas donde se ofertaban lujosas mercaderías provenientes de Europa o metales y piedras preciosas que por aquellos años abundaban en estos territorios. 

La rigidez de la época no permitía que ejercieran estas actividades comerciales, a no ser que sean supervisadas por sus esposos, padres o hermanos, que eran sus tutores legales. Pero ellas se las ingeniaban para ir contra lo establecido. Eso sí, sin despertar sospechas o causar polémica.

Además de estas coincidencias financieras, Manuela y sus amigas intercambiaban ideas ilustradas procedentes de Europa. Así, el descontento de estas mujeres de alcurnia iba en aumento y, junto a sus pares masculinos criollos, gestaron, desde las sombras, lo que hoy se conoce como el Primer Grito de la Independencia.

Manuela Cañizares, genio y figura de nuestra Historia.