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Mujeres que cambian el mundo

Revista Digital de Ecuador

Mujeres que aman demasiado. El pódcast. Episodio 4: No ha pasado nada

Ilustración: Rafaela Briceño
En este cuarto episodio de Mujeres que aman demasiado. El pódcast, presentamos el testimonio de Andrea, cuya idealización del matrimonio moldeó sus perspectivas a tal punto que ha soportado maltratos, humillaciones e indiferencia durante más de dos décadas, por parte de su marido.
Autor: Isabel Hungría
Quito - 22 Jul 2025

El ideal de estabilidad 

Hola, mi nombre es Andrea, tengo 50 años, soy comunicadora social, vivo en Guayaquil y este es mi testimonio para Mujeres que aman demasiado.

Antes que nada quiero decir que estoy muy contenta de poder compartir mi experiencia para que sirva como testimonio a muchas otras mujeres.

Mi relación comenzó como cualquier otra, como esas relaciones que pueden ser significativas, positivas, importantes y estables. 

Lo conocí de una manera convencional. Soy de Guayaquil, y me lo presentó una amiga. 

Cuando pude conocerlo un poco más, tratarlo como amigo, me pareció un hombre de buenos sentimientos, estable en su vida, y estable económicamente. 

Él era en ese entonces militar en servicio activo, y siempre tienes la idea de que quizás esta profesión podría ofrecer cierta estabilidad económica. Creo, además, que muchas veces eso suele ser importante para las mujeres.

Cuando comencé a conocerlo era un poco tímido, pero realmente muy dulce, muy preocupado, muy constante en la relación. Me traía mucha tranquilidad.

Yo había pasado por algunas otras experiencias de relaciones más bien cortas, lo que a veces produce mucha inestabilidad por no saber hacia dónde vas. 

Por esa razón sentí que esta persona iba a ser positiva en mi vida, alguien con quien pudiera sostener algún tipo de relación a largo plazo. Y así fue. 

Sin embargo, al poco tiempo de iniciar la relación empecé a notar ciertas conductas que quizás ahora son mucho más fáciles de identificar.

Quise terminar la relación porque sentía que había un problema de compatibilidad: no lo entendía, no lograba entenderlo, había muchos silencios. 

Era un hombre muy silencioso, no se comunicaba efectivamente. Por ejemplo, cuando teníamos pocos meses de novios le mostré un álbum donde había una foto mía con una expareja, y cuando él la vio dijo, «bueno, si tienes todavía esta foto significa que yo estoy de más». Y se fue.

Ante esa situación pensé que había un problema, que no íbamos a entendernos porque no comprendía cuál era su razonamiento. 

Consideré que no iba a ser una relación que fuera a funcionar plenamente. Pasaron los meses y había momentos en que callaba, cortaba la comunicación totalmente, pero luego regresaba fingiendo que no había pasado nada, como si la relación pudiera comenzar de cero nuevamente. 

El amor lo puede todo

Creo que las mujeres de mi generación fuimos educadas de alguna manera con la idea de que tenemos que tolerar ciertos comportamientos, porque, entre comillas, “todos los hombres son iguales, todos los hombres tienen una manera de ser, o hay que respetarlos, o hay que callarse, o no hay que insistir en tratar de arreglar las cosas porque simplemente son así”.

Y bueno, tal vez teníamos seis meses de relación cuando me pidió que nos casáramos. Y yo, pues, acepté creyendo que el amor lo podía todo.

Uno se casa con esta sensación de “estoy enamorada, el amor todo lo hace posible y podemos vivir una vida feliz”.

Vivimos inicialmente en el centro de Guayaquil, en la casa de mi mamá, donde empezamos nuestra vida juntos. Pero quizás por su carrera, o formación, empecé a notar ciertas conductas que serían ahora las famosas banderas rojas que uno a veces no  puede identificar.

¿Cuáles eran estas banderas rojas? El hecho de que si no me gusta lo que tú estás diciendo «mejor cállate”, “por favor, ya no quiero hablar”, “siempre hablas de lo mismo”, “baja la voz”, “no grites”, “¿ya terminaste de hablar?”, “se te acabó el tiempo”, “ya cállate”. 

O cosas de la limpieza de la casa, como «está todo sucio”, «está todo desordenado». 

O sea, él no era capaz de decir esto es un tema de dos, hagámoslo juntos. 

Para él todo era, «tú no sirves para nada”, “no te enseñaron”, “es que yo tengo que terminar de criarte”, “no eres una esposa». 

Y cuando llegaron los hijos «no eres una buena madre«. 

Luego vinieron los problemas con el alcohol

Simplemente no llegaba un viernes en la noche, no llegaba hasta el siguiente día, no llegaba hasta la madrugada, y esa era una constante. 

Cada vez que yo hacía algún reclamo, él lo invalidaba, y luego era como si no hubiera pasado nada: ahora me río, ahora te hago una broma, ahora te abrazo, y aquí no pasó nada, somos una pareja feliz.

Esta fue una una situación que, digamos, se alargó durante los años. Y como decía anteriormente, creo que las mujeres fuimos formadas, o al menos las de mi generación (yo nací en 1974) por madres que nos enseñaron a tener paciencia con nuestros esposos porque «son hombres y les gusta divertirse, la soledad es mala, no hay que separarse porque así son los hombres, así es la vida de una mujer, tienen que entregarse a su hogar, ser buenas con sus esposos, ser buenas madres”. Y lo demás no importa. 

Transcurridos los años empecé a entender que era un patrón de conducta el que tenía y me di cuenta de que, por los antecedentes de su familia, tenía mucho dolor.

Era una persona que había sufrido una especie de abandono por parte de su padre

Su padre había dejado a su mamá y ella tuvo que salir adelante sola: criarlo a él, criar a sus otros hermanos y muchas veces él también involucrarse en la crianza de su hermano menor.

El abuelo fue una de las figuras masculinas más importantes que él tenía y era un hombre que podría ser calificado como severo, desde la óptica de nuestras abuelas, pero ahora sería considerado una persona abusiva, abusadora, violenta

Ese era, digamos, el modelo de hombre que él tenía. Había carecido totalmente de cariño, de amor, de expresiones de afecto, de validación hacia sus sentimientos, entonces descubrí que ahí estaba el problema de él.

Ciclo de manipulación 

Conforme pasaba el tiempo insistí en entrar a terapia para entender qué era lo que estaba pasando, y un poco comprender ¿por qué yo aceptaba este tipo de comportamiento, por qué seguía allí, por qué no decía basta, o por qué no tenía una razón lo suficientemente poderosa para decir hasta aquí? 

Cuando fui con el psicólogo comprendí todo. 

Lo primero que me preguntaron fue cómo era su historia de vida, qué hace, cómo fueron sus padres. 

Lamentablemente, él no aceptó ir a terapia porque siempre me decía «es que a ti te van a dar la razón porque tú siempre eres la buena».

Entonces ahí, poco a poco, se empezó a aclarar por qué él me culpaba de todo, porque yo siempre era la culpable de absolutamente todo: si algo se dañaba, yo era la culpable; si no conseguía el trabajo que él quería, yo era la culpable; si perdía dinero en algo, yo era la culpable

Llegué a un punto en que era mejor no decir nada.

Entendí que todo esto se transformó en un patrón de conducta o en un ciclo de manipulación porque «ahora estamos bien, todo transcurre con normalidad, yo te quiero, tenemos nuestra familia, todo es hermoso».

Y pasadas dos semanas, o quizás un mes, volvían los reclamos, las descalificaciones, las humillaciones.

Por ejemplo, debido a mi profesión tengo que leer mucho, estar informada, revisar periódicos y revistas, tener conocimiento de muchas cosas, pero él decía, sin embargo, “ya estás (otra vez) leyendo el periódico”. 

Una vez llegó a coger el periódico que yo tenía en mis manos, arrancarlo, y botarlo.

Ya me tienes cansado, todo el tiempo pasas leyendo, ya cállate, pareces un noticiero, solamente pasas hablando de las noticias o de lo que pasa, ¿por qué no puedes ser una persona normal?

En esos momentos uno se da cuenta de que el tipo de pareja que uno elige influye en el desarrollo personal y profesional, porque te vas apagando

O sea, conforme esta persona te invalida o mina tu autoestima, como si no merecieras cultivarte, tú te vas dañando, y poco a poco vas sintiendo como si no hubiera nada que pudieras hacer por ti misma. 

Es decir, esta persona absorbe absolutamente todo tu valor y te deja desgastada con cada empujón, cada grito o palabra grosera.

Hasta este momento llevamos más o menos cerca de veintiséis años de matrimonio. 

Abrir los ojos

Ha sido muy complejo hacer que entienda cómo yo a veces me siento. Hemos dialogado, hemos conversado frontalmente y le he dicho que he comprendido que la relación no va para más porque no puedo seguir tolerando su patrón de conducta.

Lo que él responde es que mi corazón está podrido y me hago la víctima, o sea está todos los días con una mujer que tiene su corazón podrido de resentimiento. 

—¿Por qué dices que te hago daño? —pregunta. 

Para él, luego de todo lo que sabe que ha hecho en todos estos años, no ha pasado nada. Para él soy una persona con el corazón carcomido de resentimiento.  

Puede ser muy doloroso, pero las mujeres debemos abrir los ojos, quitarnos esa venda y hablar con profesionales para poder ver el terreno sobre el que estamos pisando. 

Es muy fácil decir, bueno, yo me quedo con él porque es el padre de mis hijos y un buen proveedor, pero dónde queda nuestra autoestima, nuestro amor propio, nuestra identidad como mujeres. 

¿Qué vamos a hacer con eso?

Puede ser que con profundo dolor lo reconozcamos, pero debemos saber que el dolor de estar inmersos en una relación es más fuerte que salir de ella. 

Pasado cierto tiempo me di cuenta de que estaba viviendo prácticamente un duelo dentro de mi relación

Dentro de la pareja podemos llevar el duelo porque nos damos cuenta de que tarde o temprano tenemos que salir de ahí, que los sentimientos se han terminado, que ya no queda nada por ofrecer, y que tu pareja no puede esperar nada de ti porque tú ya no esperas nada de ella. Tu dices se acabó.

Pienso en mis dos hijos, ellos ya están adultos, el mayor tiene 26 años y es profesional, el menor tiene 22 ahora, y está estudiando; sin embargo, creo que están en una edad en la que van a comprender. 

Ellos también han visto cómo es su papá y su conducta nociva al descalificarlos, porque quizás no son los hijos que él espera, en el sentido de que no son deportistas ni futbolistas. 

Han sido otro tipo de chicos, con su propia personalidad, con sus gustos muy particulares, y eso él no lo acepta porque ha idealizado a sus hijos pensando que tienen que ser a su antojo

Esta intolerancia hacia nosotros, hacia lo que nos gusta, hacia nuestros intereses, es lo que también ha hecho daño y ha incidido en el fracaso de esta relación. Yo he conversado con él pero se ha negado a tomar terapia, no quiere hacerlo. 

No soy tu empleado

El psicólogo con el que yo estuve en tratamiento me recomendó separarme ante todos los hechos ocurridos: cosas muy dolorosas que me han llevado a sentir en muchas ocasiones que me voy a volver loca. 

Recuerdo una, particularmente, que fue la que marcó un antes y un después en la relación. 

Un día tuve un accidente, me fracturé el tobillo, fue una fractura muy, muy grave, con mucho dolor. 

Me caí de las escaleras en mi casa, fue un accidente muy aparatoso, y me fracturé el tobillo. 

Me fue imposible caminar, tenía muchísimo dolor.

Cuando caí en la sala, adolorida, a punto de desmayarme, lo llamé y le dije “ven, ayúdame (ese día él tenía que hacer algunas cosas de su trabajo)”, y lo primero que hizo fue quejarse.

—Pero qué hiciste, por qué siempre me arruinas la vida, no sabes todo lo que tengo que hacer hoy, y ahora tengo que llevarte al hospital, y ahora vienes y te fracturas, ¿por qué me haces esto, siempre me estás dañando?

O sea, yo era la culpable

En ese momento, en que estaba muy asustada y preocupada porque yo también tenía que trabajar, lo primero que hice fue llamar a una buena amiga para pedirle que me ayudara.  

—Estoy en esta situación, me he fracturado, me van a llevar al hospital y si necesito ayuda te llamo —le dije. 

Finalmente, hasta hoy él me reclama porque yo llamé a mi amiga y lo hice quedar a él como un ser indolente, displicente y malo

Y claro que me ayudó, claro que me llevó al hospital, pero cuántas cosas me dijo antes y en el transcurso de mi recuperación porque tenía que subir mi comida, porque tenía que ayudarme a ir al baño. 

—Ya apúrate, recupérate, porque yo no soy tu empleado para traerte la comida o para llevarte al baño.  

Todas esas cosas me dolieron tanto que dije ya no, ya no puedo, y se lo dije en ese momento: “aquí te moriste” porque no se puede tolerar ni aceptar esa situación. 

Además sentía preocupación porque no sabía si iba a volver a caminar, si iba a poder seguir con mi vida normalmente. 

Con esa preocupación sentía que me iba a volver loca, que el daño que me estaba haciendo era demasiado grande. En ese momento sentí que el amor se había terminado definitivamente.

Hay que valorarse

Han transcurrido algunos meses, yo he conversado con él, le he dicho mi realidad, y ahora estamos precisamente en esa situación en que toca definir los términos del proceso que tenga que venir, como una separación o un divorcio

Hay un tema económico de por medio que me preocupa bastante, y creo que ese puede ser el caso de muchísimas mujeres que no pueden poner un alto a estas relaciones abusivas porque les preocupa su futuro. 

Quizás no tienen una casa, quizás no tienen familia, o un trabajo, o un medio de vida para sostenerse y ponerse a salvo.

Pero yo creo que uno tiene que ser sabia, muy consciente de todas las posibilidades para empezar a trabajar, generar algo y, sobre todo, fortalecer la red de conocidos, amigos y familiares que puedan respaldarte. 

Yo no tengo muchos familiares, pero las personas cercanas han sido de mucha ayuda porque me han permitido abrir los ojos.

El saber que hay personas que reconocen tu valor, que saben que puedes salir adelante, ha sido esencial. Mis hijos también. 

Frente a las descalificaciones que en algún momento ha sentido uno de mis hijos por parte de su papá, en una ocasión me dijo algo que es cierto: “mamá, nosotros no somos los culpables, nosotros no somos los que estamos mal, solamente estamos en el lugar incorrecto”. 

Y es verdad, creo que uno debe de reconocer que está en el lugar incorrecto, donde no puedes florecer, ser tú mismo, donde tu valor, tus capacidades y tus talentos no pueden surgir.

Estamos en este camino que yo sé que será difícil, va a ser muy complejo, doloroso también, porque es triste dejar ir un sueño, el sueño que tienes de tener un hogar bonito, de seguir hasta el final con tu pareja. 

Pero también he llegado a la conclusión de que lo que inicias con amor también tienes que cerrarlo con amor. 

Yo he decidido que no puedo comportarme de la misma forma que esta persona, no puedo ser igual de hostil, no puedo ir siempre por el lado de la violencia, de la ira, de la negatividad. 

Le he dicho que debemos cerrar de una manera buena para los dos, entender que simplemente no funciona y no generar odios ni divisiones

Yo quiero cerrarlo como lo abrimos, como dos personas que se conocieron y que de alguna manera se guardan cariño, porque hemos hecho algo a lo largo de la vida y tenemos dos hijos. 

Un ser sin empatía

Mucho se dice que uno tiene que quedarse con el último rostro que vio de la persona, que la última cara es la verdadera. 

Y esto me lleva a recordar que una noche, hace poco, presenciamos un accidente de tránsito y nos vimos envueltos en una balacera.

Yo me asusté muchísimo, fue aquí en Guayaquil, pues estamos en una situación de mucha violencia, entonces empecé a llorar, empecé a angustiarme, le dije que por favor nos fuéramos de allí. 

Es un temor normal, una como madre piensa en sus hijos al verse envuelta en una situación potencialmente peligrosa para la vida. 

Yo estaba llorando, le dije que por favor nos fuéramos, y él no encontró otra forma más efectiva de calmarme que golpearme

No cachetadas, pero empezó a golpearme el brazo reiteradamente, con muchísima fuerza. Mi brazo quedó morado por un mes. 

En ese momento sentí que iba a desmayarme, que iba a volverme loca, tuve una sensación de desesperación, de querer salir corriendo, de desaparecer, o de que allí mismo me caiga un rayo y se acabe tanto dolor. 

El caso es que al día siguiente, cuando vio cómo estaba mi brazo, me dijo, “discúlpame, no debió haber pasado”. 

Pero no todo se queda ahí, viene la disculpa, y por eso hablo de manipulación, y luego viene la otra parte, “pero tú me hiciste actuar así, pero mira cómo te pones, pero mira que me pones en una situación peligrosa, yo qué quieres que haga, cómo te puedo calmar, tengo que hacerlo, discúlpame, pero tú no colaboras”. 

Entonces una dice con ¿quién estoy? ¿Con qué clase de persona comparto mi vida? ¿Con un ser que no le importa absolutamente lo que me duele? ¿Con un ser sin empatía?

Muchísimas veces me he preguntado si tal vez él tiene un trastorno de personalidad. Eso tendría que verificar un especialista, pero todo me lleva a pensar que es un ser sin sentimientos, un ser que no puede empatizar con lo que a mí me duele ni se alegra de las cosas buenas que a mí me suceden. 

Esta es una razón más que suficiente para decir basta. 

No puedo conversar este asunto con mi familia política porque ellos conocen perfectamente cómo es él.

Con su mamá no es que sea un hijo muy considerado, muchísimas veces tiene un trato muy duro con ella, muy áspero al decirle que no se meta, que deje de hablar, que no sabe. 

Lo mismo ocurre con su hermano, y problemas muy similares he conocido de la relación de su hermano con su esposa actual. 

Son cosas que una va sumando a los indicios de que estoy con una persona que tiene que sanar, que tiene que curarse, porque de lo contrario va a seguir haciendo daño. 

Es el momento en que debo decirle a él “tengo que irme y así vas a tener que aprender que a las personas se las valora”. 
He descubierto, asimismo, con mucha tristeza, que he sido una más de las Mujeres que aman demasiado

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