Maltrato emocional
Mi nombre es Ximena, tengo 52 años, vivo en Quito, y soy técnica capilar. Antes de contar mi historia me gustaría decir que hubo un antes y un después en mi vida.
Me dediqué por muchos años al cuidado de mi madre, en realidad fueron diez años, por lo tanto, no tenía una vida de salidas. Me volqué hacia ella, a cuidarla, hasta que falleció.
Luego decidí estar tranquila, dedicarme a mi hija y a mi nieto, porque el niño ya había nacido cuando mi madre falleció.
Nunca pensé en una relación. Lo conocí hace unos veinte años. Éramos amigos, perdimos contacto, pero retomamos el contacto en el 2021, porque ofrecía asesorías tributarias. Justo por ese tiempo se había separado.
Yo digo que ese fue mi primer error, tener un vínculo con él, porque recién había salido de una relación de diecisiete años. Tenía tres hijos grandes y uno pequeño, de cuatro o cinco años.
Empezamos a conversar y digamos que yo era su escape, pero para mí era diferente porque no había estado con nadie durante mucho tiempo.
Comenzamos a salir, comíamos juntos, hablábamos de su vida. Obviamente, me contaba su versión de los hechos. Yo lo escuchaba porque si algo me caracteriza es que sé escuchar.
La primera bandera roja que no vi fue la forma como se expresaba de su expareja, de un modo grosero y despectivo, pero no le di importancia.
Pasaron los meses y empezamos a tener una relación.
Desde el principio me puso límites. Me dijo que no le gustaba que anduviéramos de la mano, porque sus hijos podían verlo y eso podría causarle problemas. De cierta manera lo entendí porque él estaba en un proceso de divorcio y tenía que cuidarse.
Luego me dijo que no le gustaba que lo llamara de manera cariñosa, sino por su nombre. Tampoco vi nada de malo en ese pedido.
Siguieron pasando los meses y salíamos mucho, inclusive una vez viajamos a Colombia. Allí me tomó de la mano. Me pareció raro su comportamiento, pero pensé «bueno, estamos en otro país y aquí nadie nos ve».
Pienso que en un principio trató de conquistarme sacándome a pasear e invitándome a comer, porque siempre salíamos, pero durante el primer año de relación hubo más banderas rojas.
Hablar mal de la ex
Cada vez que nos reuníamos con sus amigos hablaba mal de su ex, se expresaba muy mal de ella, no le importaba quién estuviera. En una de esas reuniones yo hice un comentario sobre su divorcio. Le dije que ella no debería pedirle tanto, o algo así, y él me miró con una cara que me causó miedo.
Me respondió que al final era su problema, refiriéndose a su expareja. Me quedé fría. De hecho, todos los que estábamos presentes quedamos helados por la forma como respondió. Esa fue otra bandera roja que no supe ver.
Sentí vergüenza de que me hablara así, me sentí incómoda, mal, muy mal. Eran las once de la noche, estábamos en las fiestas de Quito y quería irme; sin embargo, no podía porque era tarde, entonces aguanté. Él se dio cuenta de mi incomodidad y fue a dejarme a casa. No hablamos en todo el camino. Lo dejé pasar.
Luego vi un comportamiento que con el tiempo se hizo más habitual: cada vez que se portaba mal me llamaba, me invitaba a salir, me pedía ir a algún lado. Era como si me prestara mayor atención, pero nunca reconocía su error. El haberle dejado pasar todo eso fue otra equivocación.
En otra ocasión, íbamos en el carro y comenté algo sobre sus hijos. Él cambió totalmente. Se puso grosero, muy agresivo. No dije nada, nunca me quejaba.
Al día siguiente le dije: «mira, a mí no me tienes por qué gritar, yo no dije nada malo, solo daba mi opinión».
Siempre que íbamos a una reunión contaba sus historias, y el héroe era él.
Cuando alguien quería dar su opinión decía «tienes que hacer esto», y debían hacerse las cosas como él quería. Así fue conmigo desde el inicio, «no me cojas de la mano porque me pueden ver. No me digas ‘cariño’ o ‘amor’, porque no me gusta». Me ponía límites. Yo accedí, y así se fueron dando las cosas.
Hablaba muy mal de su expareja, en general de todas sus exparejas porque había tenido otras. También se expresaba mal de las personas de color, y decía que las mujeres éramos tóxicas.
Cuando una vez desapareció todo el día, le hablé al día siguiente y me dijo «verás, yo ya vengo de una relación tóxica, no quiero otra vez lo mismo». Lo dijo así, de esa manera fría y seca.
Le pedí que por lo menos me avisara. Eran cosas que me dejaban en shock, porque yo quería ser cariñosa y él me ponía un freno.
Una vez le llamé dos horas después de habernos visto y preguntó que para qué lo llamaba si habíamos acabado de vernos. Yo sólo quería saber cómo estaba. Pensé en ese momento, «nunca más volveré a llamarlo«. De hecho, nunca más le llamé. Él era quien me llamaba, por eso, si desaparecía, yo no hacía nada. Intensa nunca he sido.
Luego tuvimos otra pelea. Alguna cosa le dije, pero siempre era porque yo opinaba sobre su vida, o sea nadie podía opinar porque él era perfecto, todos estábamos mal, él estaba bien. Era egocéntrico.
Peleamos y me hizo la ley del hielo. Era la primera vez que lo hacía. No entendía su comportamiento porque me había prestado mucha atención durante el primer año de relación, incluso cuando enfermé me apoyó.
Eso era lo raro, nunca entendí por qué me había prestado tanta atención y de pronto dejara de hablarme. No me habló durante cinco días.
El silencio y la indiferencia
¿Cómo empezó esta ley del hielo? Habíamos quedado en ir a una reunión de una prima, y con esto de que no me hablaba y andaba rarísimo, yo no iba a ir, pero me llamó y me dijo: ¿vas a ir conmigo?
Cometí el error de decirle que sí. No me habló durante toda la reunión, yo era como un mueble, me sentía mal, pero tan mal, que tenía ganas de pedir un taxi. En todo el camino de regreso me ignoró, no volvimos a hablar hasta cuatro o cinco días después que me escribió para pedirme disculpa.
En ese momento no le respondí, pero después le dije que no me parecía adecuado su comportamiento, porque yo no le había hecho absolutamente nada.
«Cuando me molestan ciertas cosas, prefiero no hablar, ¿te parece si nos vemos y conversamos?», me dijo. Caí de nuevo, salimos, hablamos, volvimos, y aquí no ha pasado nada. Eso fue en octubre.
Para fin de año, en diciembre, volvió a desaparecer. Me fue a dejar unas flores. Yo preguntaba qué pasa, cómo así. Desapareció el 31, no sé qué hizo, porque yo no lo podía buscar.
El 1 de enero no apareció, tuve que llamarlo porque era mi cumpleaños y me contestó como si nada. Me dio la impresión de que había tomado. No volvimos a hablar.
Después me pidió disculpas y me regaló un reloj, a manera de reconciliación.
Lo veo así ahora, porque cada vez que contestaba feo o me trataba mal me invitaba a salir o a hacer algo, pero este comportamiento no solamente era conmigo sino también con sus hijas.
Por ejemplo, si hacían algo, él dejaba de hablarles. No les hablaba un mes, podían salir con él, como hacía conmigo, pero no les dirigía la palabra.
O sea, era la manera de comportarse, y se justificaba diciendo que no le gustaba hablar cuando algo le molestaba.
Bueno, pasó mi cumpleaños y otra vez lo disculpé. Lo de la ley del hielo me había dejado huellas, por eso le dije que no estaba bien que hiciera eso, que las personas que lo quieren merecen respeto.
Se volvió a disculpar, pero no me sentía bien con eso. En el segundo año que estuvimos las cosas empezaron a cambiar. Ya no salíamos mucho. De vernos casi todos los días durante el primer año pasamos a reunirnos poco, hablábamos, pero casi no nos veíamos.
Le pregunté si le pasaba algo, si ya no quería estar conmigo. «Dime, no pasa nada», le dije, y él respondió: «no, no, yo sí quiero estar contigo».
Vino entonces la segunda vez que me hizo la ley del hielo, pero en esta ocasión no me afectó tanto, quizá porque me había planteado la idea de que no podía dejar que él me siguiera haciendo este tipo de cosas.
En esos dos años me preocupé mucho por él, de hecho lo cuidé cuando se enfermó. Cada vez que viajaba iba a su casa para darles de comer a sus gatos y a sus peces.
Alguna vez le llevé comida a su papá, porque no había quién lo hiciera. Trataba de ser recíproca de cierta manera, porque para mí una relación es preocuparte por la otra persona. Entonces, me vuelve a imponer la ley del hielo. Desapareció tres o cuatro días.
Me llamó después para preguntarme si podíamos conversar. No sé si al cuarto o quinto día empezaba a sentirse solo y por eso me llamaba, no lo sé, pero a partir de allí me dije que no volvería a caer si pasaba otra vez lo mismo. Le pedí que habláramos y en esa ocasión le volví a decir: «si vas a seguir con esto mejor dejemos las cosas así».
Él se sentó frente a mí, en una cafetería, se cruzó de brazos y, como bloqueándome, bajó la mirada, porque para mí el que alguien se cruce de brazos es mostrar desinterés.
Luego empezó a verme peros, físicos, porque él cultivaba mucho su cuerpo, hacía fisicoculturismo, entonces sus parámetros tenían que ser perfectos.
Cuando alguien te empieza a ver ‘peros’ sabes que algo pasa. Dejé que transcurriera el tiempo y en el último año que estuve con él me di cuenta de que yo había dejado de hacer cosas importantes, como pasar más tiempo con mi hija o mi nieto. En el trabajo trataba de organizar mis citas cuando él ya no podía verme o decía sí a cosas que en el fondo no quería.
La segunda ley del hielo fue porque me reuní con unos amigos: fueron a mi casa, y él quiso que lo acompañara a una de sus reuniones, pero me había comprometido. Él se enojó y me hizo la ley del hielo.
Contacto cero
Dejé que todo pasara. Si él quería escribir, que lo hiciera. Lo que hacía dejó de importarme. Cuando me hizo la tercera ley del hielo yo había enfermado. Eso fue en febrero del año pasado. Me enfermé y fue conmigo al hospital. La relación andaba rara, sinceramente no me sentía bien, entonces un viernes, en la tarde, lo llamé por teléfono y no me contestó.
Luego le escribí un mensaje, a manera de broma, y le dije que me contestara, que no tenía nada contagioso. Me devolvió la llamada para gritarme: «qué te pasa, estoy afuera de la casa de mis hijas, por qué te pones tóxica«.
Quedé loca.
Dejó de hablarme y no hice nada. No me habló ese día, era jueves; no me habló el viernes, y pensé «otra ley del hielo. Hasta aquí llegó».
Ese día empezó el contacto cero con él: lo bloqueé de todas las redes sociales, porque eso era lo más saludable que podía hacer. No quise saber nada más.
Me hizo mucho daño su actitud, y como no quería enterarme de absolutamente nada preferí bloquearlo. Ese fue mi mecanismo de defensa para que no siguiera con su manipulación.
Hasta la fecha sigue bloqueado.
Luego, no sé por qué, se me ocurrió ingresar a una página de juicios; yo sabía que él tenía un juicio de alimentos, entonces entro y me encuentro con un juicio interpuesto en el mes de marzo por una mujer. Ahí me entero que una chica de 24 años (él tiene 53), le sigue un juicio por alimentos, porque ha tenido una relación de tres meses con él, que más o menos inició por el mes de septiembre del 2023, y quedó embarazada.
Cuando me enteré de esto entré en shock, pero la verdad no me sorprendí realmente, porque cuando un hombre cambia es porque hay algo. Lo que sí me frustró fue que no haya sido leal conmigo. Dos o tres veces le dije que si no quería estar conmigo dejáramos así las cosas.
Procesar las emociones
Nunca entendí por qué quería estar conmigo si andaba con otra persona, por eso yo perdí la fe en los hombres, porque una entrega mucho y al final pagan de esa manera.
Esa fue la última vez que supe de él. Tenía miedo de pasar por el sitio donde vivía, o ir a un centro comercial y encontrarlo, aunque sentía frustración por no haber podido cerrar la relación como hubiese querido.
O sea, yo pensaba que se merecía un cierre, y como tenía pánico de encontrarlo en algún lado, casi no salía a lugares donde sabía que él podía estar. Como vive cerca de mi casa tenía que irme a dar la vuelta cuatro cuadras más arriba para no pasar por ahí.
Tuve que reconocer que eso no estaba bien y pedí ayuda, así que hace menos de un año fui a terapia y entendí que una persona que no es leal contigo no se merece ningún tipo de cierre, sino bloqueo.
Fui a terapia unos tres o cuatro meses hasta entender que yo merecía que me tomaran de la mano, que me trataran de ‘mi amor’, con cariño, con respeto. Eso me marcó porque yo nunca había vivido una relación así, al contrario, siempre tuve buenas personas a mi lado.
Luego entendí que la ley del hielo es un tipo de maltrato psicológico, y me parece mucho más fuerte que el físico porque es terrible. Pasé mal, muy mal. Pensaba también en cómo podía ser posible que yo tuviera que ir a terapia. Hoy reconozco que me sirvió.
La terapia es importante para salir de algo así y no ir llevando esto por la vida ni odiar a nadie. Yo nunca he tenido ese sentimiento, pero en este punto, y ahora que ha pasado tanto tiempo, agradezco lo que sucedió porque aprendí mucho.
Aprendí a no ser tan confiada, aprendí que las relaciones deben ser recíprocas y que se debe agradecer cuando una sale de una relación como la que tuve.
Ahora me valoro, por eso soy una mejor persona. También me cuido, sé que me merezco todo el amor del mundo y que me presuman en la calle. Soy un mujerón, no puedo conformarme con cualquier cosa.
Finalmente, cerré el ciclo.
Una parte de la terapia era escribir una carta donde expresara todo lo que sentía, lo bueno y lo malo, todo lo que estuviera pasando por mi mente. No había podido hacerlo porque me daba coraje dedicarle tiempo a esa relación, sin embargo, reflexioné y lo hice.
Luego de escribir la carta, como parte de la terapia, la quemé. Eso fue al finalizar el 2024. Pude entonces, por fin, cerrar el ciclo.





