Poemas y rosas
Hola, mi nombre es Nathalia, tengo 31 años y soy docente en el área de Lengua y Literatura. Actualmente estoy cursando una maestría en Literatura Latinoamericana, soy de Quito, y resido en el centro de la ciudad.
Mi historia empezó en el año 2015. Después de la ruptura de una relación, en la cual estuve casi un año y nueve meses, empecé a salir con el papá de mi hijo.
Comenzamos en julio de 2015, teníamos amigos en común, aunque en el colegio nos habíamos visto.
Cuando comenzamos a salir todo era bonito, lleno de detalles, poemas, rosas, conversaciones.
Eso a mí me deslumbró, porque mi anterior relación carecía de esos detalles, y era complicado diferenciar entre los detalles del corazón y los detalles momentáneos.
El punto es que cuando teníamos alrededor de mes y medio supe que estaba embarazada.
No habíamos pasado suficiente tiempo juntos como para decir que era una relación seria porque, prácticamente, no nos conocíamos.
Cuando comenzó esta relación todavía éramos jóvenes, él tenía 20 años y yo 21.
Teníamos esas edades y la responsabilidad de ser padres.
Él dejó de estudiar y desde ahí empezó el punto de quiebre entre los dos porque yo seguí estudiando en la universidad.
Él tuvo que dejar los estudios porque sus padres dijeron que era joven, y debía trabajar y asumir su responsabilidad.
En ese momento comenzaron a detonar ciertos rasgos de su personalidad, pero seguimos, aunque no pensábamos casarnos.
Para qué casarnos, mejor tú vive en tu casa, yo en la mía, y en algún rato nos juntamos —decía.
La relación en todo este proceso fue como de novios y de futuros padres, pero era complicado porque las peleas crecían, y cualquier cosa era un detonante.
Llegó un día en que terminamos la relación. Yo tenía ya ocho meses de embarazo. Me sentí desprotegida, pues tenía la idea de que mi hijo debía tener una familia y de que no iba a poder sola porque era mi primer bebé.
Pienso que él abusó de esa idea para empezar a manipular, porque comenzó a decir que yo era la del problema, la loca, la histérica. O sea, siempre me veía peros.
Cuando nos perdonamos, estaba a una semana de dar a luz, entonces regresamos e hicimos una especie de contrato. Él no quería casarse ni yo tampoco debido a que prácticamente nos estábamos conociendo.
El contrato decía que los primeros cuarenta días del bebé él iba a quedarse en casa conmigo, y después cada quien por su lado.
Nació mi hijo, él pasaba en mi casa, y se iba a trabajar los fines de semana. Era como si conviviéramos, pero se acabaron los cuarenta días, me miró a los ojos y me dijo que no podía dejar a mi hijo solo.
Me dijo “veamos, sigamos juntos, voy a hablar con tus papás para quedarme en tu casa”.
De él partió esa idea, pero no hubo problema porque mis padres aceptaron.
Se acaban los detalles
El factor económico tampoco daba para irnos a vivir a otro lado. Él no trabajaba, ganaba apenas veinte dólares semanales, y teníamos que ahorrar para pediatra y pañales. Fue una época muy complicada.
De lunes a jueves él pasaba en casa sin hacer nada y a medida que un hijo va creciendo aumentan los gastos y, con ello, los conflictos.
Nunca me di cuenta de cómo era verdaderamente. De ahí parte la idea de que sólo cuando uno convive con una persona llega a conocerla realmente.
Se acabaron los detalles, se acabaron los poemas, las palabras bonitas, las expresiones de cariño, los “te amo”, “te quiero”, y todas esas cosas.
Hubo un tiempo en que ni siquiera me ayudaba a arreglar la casa. Yo tenía que hacerlo al regresar de estudiar, entonces recuerdo que un día me dijo que yo debería dejar de estudiar y ponerme a trabajar.
Conversé esto con mi mamá, le comenté que iba a dejar la universidad porque tenía que ayudar con los gastos, y dijo que no desaprovechara el cupo que me había ganado.
—¿Y él qué hace de lunes a jueves? — preguntó.
En ese momento le dije que, siendo francos, ėl y yo debíamos salir adelante por nuestro hijo, que ya tenía cinco meses.
Empecé a ayudarlo a buscar un trabajo formal y así fue que encontré una vacante en una farmacia. Desde ese momento comenzó a mejorar su estatus económico, porque ya no ganaba veinte dólares semanales sino 700 mensuales.
Empiezan los celos
Todo iba bien, ya no discutíamos mucho, pero empezaron los celos.
Me decía “para qué te arreglas, por qué te vistes así, ¿qué, ya vas a buscarte otra pareja en la universidad? No te maquilles así, mira, te queda feo ese labial, ¿por qué te pones ese pantalón?”.
Yo no tenía más ropa, y decía que me pusiera un pantalón flojo, o un calentador. Siempre buscaba herir esa confianza que yo tenía en mí. Ya no era la ira el mayor problema en nuestra relación sino los celos. No peleábamos por la parte económica sino por cómo yo me vestía. Eran otros puntos más álgidos los de las discusiones. Él buscaba la mínima cosa para pelear.
Vino luego una tregua de seis meses, y comenzamos otra vez a pelear. Yo no podía preguntarle “¿podemos salir? O, mira, tal día cumplimos tantos meses”. Se le olvidaron todos los detalles. Me decía “qué quieres, por qué molestas, mira cómo estás, ni siquiera tú tienes esos detalles”.
Entonces yo también me sentía culpable.
Llegó noviembre de 2017, recuerdo clarito que pasamos en estas peleas de “estás coqueteando” hasta noviembre, cuando empezamos a hacer los preparativos para el bautizo de Nicolás. En ese entonces mi hijo tenía un año y cinco meses.
Él decía vamos a hacer el bautizo porque tú eres curuchupa, porque si no el diablo te va a jalar de las patas.
No fue para él una emoción el bautizo de nuestro primer hijo. Yo me reía porque normalizaba sus insultos y sus celos.
Para ese tiempo él estaba más distante de la casa. Solo quería que hiciéramos una comida para la celebración. Me decía que le preguntara a su mamá, no quería involucrarse. Yo respondía que su mamá no tenía tiempo.
Un día su mamá llamó para decirme “es que a mí no me avisas del bautizo del guagua, siempre haces de menos a mi familia porque no tenemos dinero, porque no tenemos plata, y a mi hijo lo tratas como un tonto”.
Fue una pelea absurda porque el bautizo de mi hijo era la siguiente semana, y yo decía “pero es que usted pasa ocupada, cómo le voy a pedir ayuda, además su hijo no está de acuerdo con los bautizos, por eso consideré que usted tampoco”.
Yo no insulté ni dije groserías y la señora llamó a su hijo para decirle que yo le había dicho que era pobre, una naca, porque tenía otros rasgos. Me acuerdo que él me dijo que yo era grosera, y que en la casa, cuando volviera, hablaríamos”.
Llegó furioso, me lanzó cosas y dijo que yo era una loca, que estaba mal de la cabeza, que había ofendido a su mamá y que a él quería hacerlo mandarina.
—Tú quieres que haga lo que me dices, cuando yo tengo voz propia —me gritó.
Al siguiente día fue a trabajar, no me escribió, no me llamó, simplemente no regresó a casa. Y faltando una semana para el bautizo me bloqueó de todos lados. Solo recibí un mensaje de la mamá diciéndome que su hijo estaba en su casa, que ya no quería volver conmigo y que no lo buscara.
Nos abandonó el 9 de diciembre de 2017.
Las primeras agresiones
Yo en ese tiempo le rogaba que volviera, que no me hiciera eso, que la siguiente semana era el bautizo de Nico, que reconsiderara. Pasé cuatro días llorando como alma en pena, pidiéndole que recapacitara. Al final dijo que iba a ir a la Iglesia.
—Tanto que jodes por ese bautizo, sí, voy, pero no pienses que volveré a tu casa.
Ese sábado, 16 de diciembre, me quedé esperándolo afuera de la iglesia. Le llamaba y no contestaba. El bautizo era a las 05:00 de la tarde y yo estaba parada, fuera de la iglesia, desde las 03:30. Otra vez me bloqueó de todos lados.
La mamá no me contestaba, hasta que a las 06:00 de la tarde, que ya terminó la ceremonia, él me llamó para decirme que no iba a ir porque esas ridiculeces no le gustaban y que siguiera nomás con mi chistecito.
Durante toda la ceremonia lloré. Luego me tocó volver a buscar un medio para contactarme con él porque seguía bloqueada y mi hijo ya no tenía pañales ni leche, así que fui a la farmacia. Allí le dije que no había ido para pedirle que regresara conmigo sino porque necesitaba pañales y leche.
Me contestó que al día siguiente iba a ir a la universidad a entregarme eso.
En efecto, llegó a las cinco de la tarde, como habíamos quedado, me mandó un mensaje para que bajara, y cuando lo hice entendí que había tomado la peor decisión de mi vida: me lanzó la leche y la paca de pañales delante de todos mis compañeros.
Toma tu pendejada, espero que no me molestes hasta el próximo mes, y de aquí en adelante veamos otra manera para conversar porque me fastidia verte.
Le pedí, entonces, que me diera una razón para haberse ido de la casa y haberme agarrado tanto odio, porque me parecía imposible que fuera por la pelea que tuve con su mamá. Me dijo que yo era una mala mujer, un asco de persona, que no servía para ser madre ni para ser mujer.
Me quedé fría porque todos mis compañeros vieron esa escena. Me agaché, recogí las cosas, y con la vergüenza encima regresé a clases. No quería que nadie me hablara.
En ese momento pensé que no era bueno verlo cuando me entregara las cosas, y por sugerencia de un profesor, que había visto todo, le puse un juicio de alimentos.
—Tú eres la madre de su hijo, no creo que haya justificación para que te trate así, quiérete, valórate, porque a ese tipo solo le faltaba darte un manotazo. Si te trató así una, dos o tres veces, se hará costumbre, y lo hizo en público, cómo será en privado —me aconsejó el profesor.
Denuncias y amenazas
Lo pensé bien porque tenía miedo de que cuando otra vez se acabaran los pañales fuera a la universidad a hacerme problema, así que puse la demanda y fue el apocalipsis, porque cuando recibió la notificación no le faltaron ganas de irme a buscar.
—El día que yo te encuentre sola vas a ver, claro, ya quieres plata para irte a revolcar con tus mozos, con tus amigos, con tus profesores, hija de tal y cual, zorra maldita.
Me acabó. Yo aclaré que el dinero no era para mí sino para Nicolás, y él decía que iba a darme sólo 40 dólares, “con eso vende tu cul4, para conseguir plata para tu hijo”.
Un juicio de alimentos tarda unos tres meses porque recaban pruebas y fijan una fecha de audiencia. Me acuerdo que después se calmó, buscó abogado y llamó para decirme que quería verme. Yo, tonta, pensé que íbamos a arreglar las cosas, y acepté.
—Salgamos a comer con el Nico.
El Nico se enfermaba mucho de sus pulmoncitos, había usado inhaladores y oxígeno por ese tiempo. Estamos hablando del 2018. Le dije que iba a ir con el Nico a su trabajo para después ir a comer.
Llegamos al Quicentro, me dijo que pidiera lo que quisiera, pollo o parrillada. Pedí una cajita de KFC para Nico. Cuando estábamos comiendo dijo que iba a entregar al juez la factura de lo que habíamos pedido porque desde ese momento todo lo que yo consumiera o pidiera para mi hijo iba a ir donde el juez.
Agaché la cabeza, empecé a llorar y me dijo “no, no, no llores, mejor agradece que te doy de comer y no estás muriéndote de hambre”.
Cuando agarré a mi hijo para irme dijo que se iba a fijar la pensión mínima en 110 dólares, y que no pidiera más.
—No voy a hablar contigo, de aquí en adelante vamos a hablar en el juzgado, porque yo estoy cansada de tus maltratos y de que me digas que estoy revolcándome con tal persona —le dije.
Llegó el día de la audiencia y esa fue una batalla horrible porque llevó hasta la factura de sesenta y cinco centavos de un jugo que había comprado para mi hijo.
Había llevado, además, una carpeta con facturas de los últimos tres meses para descontar lo que había gastado de las pensiones que se acumulaban.
—Esto es lo que yo he consumido con la señora, con el niño, véalo usted —dijo—, y presentó las facturas del jugo, de los sachet de pañales en los que venían tres unidades, y del par de medias que yo creía habían sido un regalo de Navidad para mi hijo.
El juez me dijo “verá señora, usted está en su derecho de reconocer o no las facturas, porque vamos a fijar la pensión de acuerdo con el sueldo del señor”.
Dije entonces que no iba a reconocerlas, y me sacó los ojos en el juzgado, ya que se le acumularon como 500 dólares de tres meses.
Salimos del juzgado, madre de Dios, y otra vez empezó con el acoso de las llamadas para decirme que era una maldita, que ojalá me muriera, que el día que me viera sola iba a ver lo que me pasaría.
—Te juro que te voy a matar, ni creas que porque estás con tus papitos no te voy a hacer nada. Como vas a desconocer las facturas, muerta de hambre, ya te has de ir a los moteles con tus mozos.
A partir de ese hecho me asusté, mi papá iba a dejarme en la parada del bus. Me decía que sacara una boleta de auxilio porque no podía seguir viviendo así, con miedo, con amenazas.
—En cualquier rato se lleva a Nicolás y no regresa —decía mi papá.
Claro, él abusaba porque era yo quien entregaba y le recibía a mi hijo, pero no denuncié porque siempre pensé que todo era amenazas.
Volver una y otra vez
Para julio de 2018, se había tranquilizado todo al punto de pedirme que arreglemos nuestra situación.
—Ya no quiero pelear, veamos una solución porque te extraño, estos meses me han servido para darme cuenta de que no quiero estar lejos de mi hijo, de ti.
Hablamos y comenzamos a salir otra vez. Me dijo que nos diéramos tiempo para disfrutar como pareja, porque quedamos embarazados muy pronto.
Pasamos así dos meses, y al cabo de ese tiempo me dijo que había construido un departamento donde su mamá, en Sangolquí, para que viviéramos independientes.
Me metió en la cabeza que allá podían funcionar las cosas, porque el problema eran mis papás, entonces conversé con ellos, les dije que yo necesitaba salir de la casa para formar mi propia familia.
Ellos me dijeron que pensara bien las cosas porque después de que una persona amenaza de muerte o insulta quién sabe si puede agredir de otra manera. No quise escuchar.
Pedí un taxi, agarré a mi hijo, cogí cuatro o cinco cosas en una maleta y me fui. Lo hice sin decir gracias, y para colmo bloqueé a toda mi familia del WhatsApp y de todas las redes sociales por pedido de él para que no me busquen.
Cuando llegué a su casa, su papá, a quien siempre voy a decir suegro, me dijo que si yo había decidido por mi propia voluntad ir a vivir allí, Dios me bendijera.
—Usted va a tener mi apoyo. ¿Sus papás saben que está aquí?
—Sí, sí saben —le respondí.
Mentira, había bloqueado a toditos.
Cuando mi papá no encontró a nadie en casa y vio solamente la ropa que revoloteaba de lo que recogí y no guardé, comenzaron a buscarme por todos lados, me dieron por desaparecida. O sea, yo no quería saber nada de ellos. A ese extremo llegué por él.
Luego llegó la mamá de él y me fue aclarando que como no había cocina en el “departamento” tenía que cocinar allí: “aquí tiene que aprender a cocinar, tiene que aprender a hacer las cosas, porque aquí no hay persona que la atienda ni que le sirva”.
Me metí en la imagen de ama de casa.
Cuando subí al departamento, no era un departamento, era sólo un cuarto en la terraza, un cuarto, un baño y el cuarto de lavandería.
—Es un mini departamento pero podemos acoplar una cocineta. Voy a pedirle la refri pequeña a mi mamá para poder organizarnos aquí—me alentó.
De cualquier forma, bajaba a cocinar para los hermanos, los papás, él, mi hijo y para mí. Y ya estando en el cuarto, qué horrible estar ahí, lejos de mi casa.
Al siguiente día prendo mi celular, desbloqueo y veo los mensajes. Mis papás estaban heridos, lastimados, preocupados. Preguntaban cómo iba a hacer con los estudios porque estaba ya en cuarto semestre y no querían que me retirara, pero como estaba de vacaciones no me importaba.
Mis papás se relajaron un poco, después de llorar a mares, y aceptaron mi decisión. Luego me dijeron que recordara que su casa era mi lugar seguro.
Nunca debí olvidar esas palabras porque aquí viene lo peor de la historia.
Pasamos bien el mes y medio que me faltaba para entrar a clases, pero de pronto me entero que estoy embarazada.
Un embarazo inesperado
Me hice la prueba y salió positiva. Cuando se lo conté me dijo que ese bebé no debía nacer.
—Te has puesto a pensar ¿qué va a decir tu mamá, tu papá, tu familia? Además ¿cómo vas a hacer con la universidad? Tendrás que dejar de estudiar. Ese bebé no debe nacer porque es otra boca que alimentar, ¿qué vamos a hacer con dos niños en un cuarto pequeño? Te voy a plantear una solución: o la universidad o el bebé, porque si nace ese bebé no vas a estudiar, tienes que quedarte aquí cuidando a los niños.
Yo había prometido a mis papás que iba a seguir estudiando.
No sé si es el poder de la mente o qué, pero al siguiente día comencé con sangrados. Sangraba, parecía que estaba perdiendo el bebé, y él me dijo que si era un aborto dejara que se fuera todo.
Eso fue un viernes por la noche, el sábado por la mañana el dolor era tan intenso que sentía unas ganas horribles de pujar porque parecía que tenía contracciones. Fui al baño y creo que en ese momento se fue todo el embarazo.
El dolor fue intenso, como si estuviera dando a luz, o muriéndome. Entonces él me dijo que lo viera por el lado amable, “una boca menos que alimentar”.
Mientras, en mi mente decía “voy acostarme, hoy no voy a cocinar, dile a tu mami que me perdone, pediré comida para que coma mi gordo, y tú ándate a trabajar”.
Llegó el domingo, sentía que no mejoraba, y comencé a tener fiebre.
Saqué cita con el ginecólogo para el día lunes. Así fui, con un dolor en el alma, a mis prácticas profesionales. Después me hicieron el legrado.
Cuando me atendió la doctora dijo que en esos sangrados había perdido el bebé, pero que necesitaba hacerme unos exámenes hormonales para compararlos con el eco.
Cuando vio los resultados me dijo que el embrión, en efecto, se había perdido, pero que el saco gestacional se había quedado, y que por eso debía hacerme un legrado.
Le dije que al siguiente día se iniciaban mis clases, pero ella fue enfática al recalcar que si no me hacía el legrado mi útero se iba a contaminar.
Lo llamé, le conté lo que había dicho la doctora y al preguntarme por el costo del legrado sugirió que buscáramos una clínica más económica. Recordé entonces que en donde me operaron de la vesícula también era maternidad, así que hablé con ellos y me dijeron que iban a ver si con pastillas podían hacer que botara todo y, que si no, me hacían el legrado.
Perder un bebé
A las seis de la mañana del día siguiente fuimos los dos a la clínica; él a las ocho se marchó para el trabajo.
Me dejó solita en este proceso porque además de que se fue no quiso que llamara ni a mi mamá ni a mi tía ni a mi hermana.
—Para qué vas a llamar. ¿Te has puesto a pensar qué es lo que va a decir tu mamá? ¿Que quedaste embarazada y que por eso te fuiste de la casa? No, no, pides un taxi y te vas a la casa después de la operación.
Bueno, me hicieron el legrado, desperté al mediodía y la enfermera me dijo que ya estaba todo. Luego el doctor me indicó que debía tener mucha precaución ante signos de alarma como fiebre, vómito, náusea o dolor de cabeza porque yo había dejado pasar cinco días desde que se produjo el aborto.
Me paré, me levanté y me vestí adolorida, porque un legrado duele. Pedí un taxi y agarrándome de la fe y de la esperanza de que tenía que llegar a mi casa, por mi hijo, me subí en un taxi y me fui.
Todo, supuestamente, estaba bien pero ese día mi hijo no tenía qué comer y en vez de guardar reposo me puse a cocinar. El que estuviera cinco días con el aborto intermedio, sin abortar completamente; el que subiera las gradas, porque dormía en la terraza; el que me levantara a cocinar a mi hijo, y el que fuera al siguiente día del legrado a clases hizo que todo se complicara.
El hecho es que a la semana del legrado me dio fiebre, vómito y dolor de cabeza. Mi útero se contaminó, se hizo una masa de materia y producto de eso me dio una especie de peritonitis, así que debía ingresar de emergencia otra vez a la clínica.
Y nuevamente sola porque él tenía que trabajar.
Él decía: Dile al doctor que ya te hospitalicen para que de una vez te limpien y dejes de hacer drama.
Cuando llegué me dijeron que tenía que estar allí un familiar porque no podía entrar a cirugía sola.
—Mis suegros están con mi bebé, mis padres no pueden venir y mi “esposo” está trabajando.
—Tienes que venir con alguien porque si algo pasa necesitamos avisarles.
Tuve que llamar a mis papás, pero sin decirles que todo esto era porque se complicó un aborto. Les dije simplemente que me dio un problema en el útero.
No tenía pijama, pantuflas ni nada. Cuando mis papás llegaron con las cosas yo estaba en el quirófano.
El doctor me había dicho que la cirugía duraría cuarenta y cinco minutos y duró tres horas porque el pus se había regado. En esos cinco días que quedé hospitalizada nunca fue a verme, solo me envió mensajes.
—Nico te manda saludos. Nos vemos —era lo que solía escribir. Y cerraba.
Yo pensaba que tal vez estaba acontecido por lo que pasó, porque me dijeron que después de esto se iba a complicar mucho tener otro bebé.
El último día en el hospital fue a verme para pagar la clínica. Entonces me preguntó qué iba a hacer. Le dije que al menos esa semana iba a quedarme con Nico en casa de mi mamá porque necesitaba reposo.
—Ah bueno, quédate nomás en la casa de tu mamá, el tiempo que quieras, no me importa, con tal de que no te mueras y no hagas drama.
El trabajo como excusa para ser infiel
Esperé que él fuera a verme a casa pero no lo hizo. Siempre estaba trabajando. En ese momento dizque estaban remodelando la farmacia.
Un día me dijo que debía quedarse toda la noche acomodando las cosas porque iban a abrir una nueva farmacia y que con todo ya me mandaba su ubicación en tiempo real.
Este hecho es importante porque a partir de que yo regresé a su casa, después de esa semana que confiaba en que él estaba trabajando, descubrí algo.
Me despertaba a las tres de la mañana para preparar la comida y llegar a clases a las seis de la mañana. Bueno, un día me levanté sin que suene la alarma, él estaba dormido, y a su celular, que estaba en el clóset, llegó una notificación donde una chica le decía “¿nos vamos a ver hoy, o qué va a pasar? ¿Hoy estás con tu mujer?
Desde ese día quedé con ese trauma de revisar los mensajes de WhatsApp.
Antes de lanzarle el celular, vi fotos íntimas de ellos porque el día que supuestamente se había amanecido arreglando la farmacia estaba con esa chica.
En los mensajes que había enviado decía “yo te amo, tú me interesas, estoy con ella por pena”.
Le reclamé y dijo que lo perdonara, que no me engañaba, que fue un momento de debilidad, que solamente había sido una vez.
La discusión fue fuerte y entre gritos subió la mamá para saber lo que estaba sucediendo. La señora dijo que teníamos que controlarnos los dos, que debía de haber confianza, que lo mejor era que me fuera a mi casa hasta que todo se calmara y pudiera hablar con él.
Y así fue, otra vez fui a la casa de mis papás a pasar unos días.
Volvió a pedirme que regresara, que lo perdonara, que volviera, y a los quince días de haber regresado empezó nuevamente a guardar el celular en el armario, debajo de su almohada, o en cualquier otro lugar lejos de mi vista.
Un día de esos me compartió una foto de mi hijo, y le pedí más tarde que volviera a enviarme esa foto, entonces dijo que buscara en su teléfono.
Abro su celular y llega otra notificación, de la misma chica, que dice “oye, mi amor, cuándo nos vamos al motel otra vez”.
Le dije, ¿otra vez? Y me respondió que ella lo seguía buscando y que creyera en él, pero me quedé con la idea de que seguían.
La desvalorización
Empezaron las desconfianzas y la desvalorización porque yo me veía en el espejo y decía “qué tiene ella que no tenga yo”.
Pensaba que eran las estrías, porque ella tenía un cuerpazo, o a lo mejor sus dientes, o su nariz. Me tocaba la nariz y veía su foto porque había hecho una captura para después enviarla a mi teléfono.
Una amiga me decía que no era normal que pensara que el problema era yo, por eso sugirió que hackeara la cuenta de él y saliera de dudas.
Cuando lo hice empecé a ver todos sus mensajes.
Me di cuenta de que cuando su papá estaba en el hospital él no llegó a casa a dormir porque supuestamente iba a cuidarlo. Esa noche no contestó llamadas ni escribió por WhatsApp, por eso pensé que no tenía señal en el hospital, y vi en el programa un mensaje de ella diciéndole “mi vida, qué rico fue pasar la noche contigo”.
Se había ido a dormir con ella, otra vez, con la misma de siempre. Ese día exploté, no me importó hacerle un show. Le dije que iba para su trabajo porque necesitaba hablar con él. Y viendo los WhatsApp noté que él se había dado cuenta de que leí sus mensajes porque se lo contó a ella y enseguida cerró la sesión del programa.
Llegué a la farmacia y cuando iba entrando me agarró del brazo y me dijo hasta aquí llegaste.
—¿Qué es lo que quieres? Sabes qué, yo quiero estar con ella, no contigo, tú me das asco, no te necesito, lárgate.
Le dije entonces que me diera la plata que se estaba gastando con ella porque era de mi hijo.
—Necesito que te vayas, busca a tus amantes, a los mozos que tienes por ahí, a lo mejor ese hijo que perdiste no era mío —me dijo.
—Pero cómo vas a decir que no era tuyo si yo estoy viviendo contigo —le respondí.
La gente veía todo. Y como me empujó, me agarró del brazo y me llevó más allá del trabajo, tuve iras, por eso regresé y le dije que por lo menos me dijera qué tenía ella que no tuviera yo.
Me preguntó si no me había visto en un espejo.
—Ningún hombre se va a fijar en ti, das asco.
—Tan poquito valgo para ti. Quiero que ella venga, porque sé que trabajan juntos.
—Ya lárgate, lárgate, mírate, das ascos, ¿no te has visto? Lárgate. Quieres irte donde tus papas, sé libre, ya no me interesa lo que pase con tu vida y con tu hijo. Lárgate de mi casa, cuando vaya no quiero encontrarte allí.
Intento de suicidio
Creo que en ese momento se me voló la teja porque le di un puñetazo. Un señor que estaba por ahí no sabía si cogerme a mí, cogerlo a él, o coger los lentes porque un carro casi les pasa por encima. Entonces pidió que nos calmemos.
—Loca de mierda, ya lárgate, me tienes harto —dijo él.
Y cogió y se metió a la farmacia.
Yo, por mi lado, empecé a caminar sin rumbo, pero poco tiempo después pensé que eso no podía quedarse así y regresé al trabajo de él, como toda masoquista, para pedirle su celular.
Su compañera me pidió que no armara un escándalo allí, y a él le dijo que hablara conmigo afuera.
El motivo de mi ira era porque yo vi en el programa que a ella le pedía un hijo, a ella le decía “quiero un hijo tuyo porque a ti te amo, yo solo estoy con ella por pena”.
Hasta ahora tengo guardadas esas conversaciones y no lo hago por daño psicológico sino porque hasta el día de hoy mi hijo me pregunta por qué no tiene una familia.
Luego fui caminando hasta el parque La Carolina y me senté justo en esa parte donde hay canchas de voleibol y básquet. Lloraba, lloraba y lloraba. Me decía a mí misma doy asco, causo pena, me quiero morir. Le mandé entonces un mensaje que decía que esa era la última vez que le escribía porque ya no quería vivir.
Para mí la pérdida de mi bebé fue traumática, porque en el proceso de un aborto debes estar acompañada por todos los daños no solo físicos sino también psicológicos que una sufre.
Pasé sola mi periodo de duelo, mientras, él se iba con su amante, le pedía un bebé y le decía “tú eres más hermosa”.
Me despedí de él, me levanté de allí porque había mucha gente a mi alrededor, y fui a una parte desolada, rompí un espejo que yo tenía, y me corté una muñeca. Cuando iba a cortarme la otra vinieron unos chicos y se asustaron porque estaba sangrando.
No sabía qué hacer, no quería ir a casa, no quería nada, era como si estuviera en modo automático, sólo me acuerdo que llegué al cementerio porque fui a sentarme en la tumba de mi abuelita para decirle que yo me quería morir.
Temblando y con el último pedazo de espejo iba a cortarme la otra mano, cuando sonó el teléfono. Era él para preguntarme por qué le había enviado ese mensaje. Yo solamente recuerdo que le dije “no quiero vivir, tú no sabes cuánto duele perder un bebé”.
Me acuerdo que preguntó dónde estaba, le dije que en el cementerio y que cuando él llegara no iba a estar allí.
Un señor que me vio sentada y que me llevó hasta el parqueadero me preguntó que por qué quería matarme. Le dije que porque había perdido un bebé y estaba pasando un periodo sola porque “mi marido” se había ido con otra.
Las falsas promesas
Cuando él apareció me llevó a la farmacia para curarme. Luego fuimos a la casa, me puso vendas en las muñecas, me pidió perdón, y prometió que esto no iba a volver a pasar nunca más.
El papá falleció y pasamos un mes de tranquilidad porque él había jurado por la memoria de su padre que nunca más iba a engañarme.
—Vamos a formar una bonita familia, ya no habrá peleas, eso te lo juro.
Lamentablemente, después del mes otra vez volvió a distanciarse.
—Quítate, ya no me abraces, no me molestes.
Mi hijo empezó a presentar ciertos rasgos de autismo (ya Nico tenía dos años siete meses), por eso escuchaba la secadora, la olla de presión, o los pitos de los carros, y gritaba.
Él, su propio padre, se fastidiaba con el comportamiento del niño, “calla a tu hijo, contrólalo, que quiero dormir”.
Como decidimos tener la cama de mi hijo al lado de nuestro dormitorio, me quedaba durmiendo con el niño y cuando iba a la cama con él decía que me quedara con mi hijo.
Con él aprendí a revisar el celular, y a entender que es cierto aquello de el que busca encuentra.
Ingresé a su celular y no encontré nada en WhatsApp, nada en su correo, nada en su Instragram, tampoco en su registro de llamadas. Eso fue exactamente la madrugada del 28 de enero.
Algo más debe haber aquí, pensé, entonces busqué en los mensajes de texto y ahí estaban las conversaciones. En ese rato dije hasta aquí llegó todo, lo desperté y le reclamé por esos mensajes.
—Hola, mi princesa, lindo día, te amo mucho —le había escrito a ella.
Le pedí que me dejara ser libre, que si no quería estar conmigo y le causaba asco, me dejara ir.
—Sí, sí, te voy a dejar ir, quieres irte, lárgate, lárgate ahorita —me gritó.
Eran las dos de la mañana, por eso le pedí que esperara hasta las cinco.
Entonces me levanté para ir al baño, y él pensó que iba a quejarme con su mamá. Me agarró del cabello, me tiró al piso y me dijo que lo tenía harto.
—Me tienes cansado, ya no te aguanto, ojalá te murieras —y empezó a darme manotazos.
Nico se despertó y empezó a llorar, entonces él me soltó.
—Esta es la primera y última vez que tú me pones un dedo encima —le dije.
Esperé que fueran las cinco de la mañana, me levanté, cogí mis cosas, le dije a su mamá que él me había golpeado porque descubrí que nuevamente estaba con otra mujer, y me fui.
Audiencia de conciliación
Pasaron varios meses. Estoy hablando de enero de 2019 y él no quería pagar la pensión de Nico.
Cuando llegamos a una audiencia de conciliación se le habían acumulado unos 1.400 dólares.
El “señor” me dijo en ese momento “esto te pasa porque eres una hija de tal y cual, toda esa amargura que vives te la mereces porque eres poca cosa”.
El juez tuvo que intervenir para recordarle que estábamos allí para hablar del niño.
—Hagan el acuerdo de pago, pero mañana pondré una rebaja de pensión. Ah, quieres la pensión de tu hijito, vas a ver lo que te pasa, yo no te voy a perdonar nada —me amenazó.
Yo me encontraba en un momento de transición en esa época porque mi hijo dejó de hablar y necesitaba dinero para llevarlo al médico. Al mismo tiempo pensaba que Nico no hablaba por mi culpa, porque me separé de su papá.
A Nico lo veía el fisiatra, el terapista de lenguaje, el psicólogo, el neurólogo. Determinaron que tenía autismo. Necesitaba terapia ocupacional, de lenguaje y psicológica. Y cuando él se enteró que mi hijo tenía esto, porque el psicólogo lo llamó para hacernos pruebas a los dos, me culpó de todo.
—No te das cuenta de que esos son genes tuyos. Tú eres así, o a lo mejor es tu culpa porque no debiste haber estudiado, debiste quedarte en casa durante el embarazo, o tal vez algún familiar tuyo tiene eso —me encaró.
Cuando fui a su casa para retirar a mi hijo su mamá me dijo “un ratito, con usted quiero hablar, eso del autismo son ideas de las mamás que quieren chantajear a los papás para retenerlos al lado de ellas, porque esa enfermedad es actual, en el tiempo que yo tuve a mi hijo no había esa cosa. Diga la verdad, usted quiere retener a mi hijo al lado suyo, ¿no? Usted es descuidada, es mala madre”.
O sea, yo no era solo una mala mujer sino también una mala madre.
Luego se determinó que el problema de Nico venía de la familia de él. Cuando eso sucedió estuvimos en la audiencia de conciliación. Quedamos en acuerdos de pago después de que me pidiera que le perdonara cuatrocientos dólares porque se había quedado sin trabajo. Le dije que condonaba esos cuatrocientos dólares siempre que desistiera de la rebaja de pensión. Estoy hablando de mediados de 2019.
Nicolás necesitaba terapia, y esos son costos que exceden cualquier bolsillo, además tenía que entrar a inicial 1.
Manipulación continua
En ese periodo él comenzó otra vez con su “perdóname, discúlpame, volvamos a estar juntos”.
Creo que en ese tiempo yo le amaba demasiado porque quería ver si funcionaba, quería una familia estable para mi hijo.
Pensaba además que tal vez los problemas que tenía mi hijo, con sus indicadores de agresividad y su incapacidad para hablar, podían mejorar, pero como ya tenía más indicadores de autismo que no podían ser controlados (ruidos, texturas, sabores) él llegó a tenerle fastidio.
Yo lo intenté sin saber que le hacía daño a mi hijo. Mis papás tampoco entendían cómo él me manipulaba porque cada vez que quería volver conmigo me hablaba del embarazo que perdí.
—El bebé ya habría nacido, a lo mejor hubiera salido niña. ¿Por qué no dar ese paso por la memoria del bebé y mi hijo? Esta vez sí vamos a estar como familia, pero para que yo no te engañe debes dejar de estudiar, quedarte al lado mío, ¿quieres una familia? Deja de estudiar.
No funcionó porque él estaba saliendo con otra muchacha, y yo, por suerte, no dejé de estudiar, me faltaba poco para terminar la carrera.
Confirmé su nueva aventura en diciembre de 2019.
Y bueno, él se enteró después de que yo estaba conociendo a otro chico. Recuerdo que me dijo “ah, es por eso que no quieres regresar conmigo, con razón quieres ‘hacerte la bonita’, ¿no te has visto en un espejo? ¿Cómo crees que un hombre te va a querer con un hijo ajeno? Mira, ¿quién te va querer gorda, fea, y toda desarreglada poniéndote labiales que te hacen ver más longa?”.
Cuando conocí a este muchacho, el papá de Nicolás no me dejaba de escribir, me desbloqueó de todos lados y empezó a buscarme. Ya no le funcionaba denigrarme física ni psicológicamente, y yo también tenía mis dudas porque él me había dicho que nadie me iba a querer con un hijo y peor con un hijo que tuviera autismo.
Llegó la pandemia, él no vio a mi hijo varios meses, pero seguía buscándome y amedrentando. Un día de agosto volvió a aparecer, quería ver a mi hijo.
Como estábamos en pandemia le dije que lo viera desde la puerta de la casa. Siempre buscaba la manera de ver a mi hijo y de hablar conmigo. Fatal fue esa decisión porque de nuevo comenzó con el “por favor, volvamos, medítalo, yo te quiero a ti, las otras son un juego, por nuestro hijo, por el bebé que hoy tuviera casi dos años”. Él me tocaba esa hebra y yo accedía.
Lo intentamos otra vez pero fueron seis meses de poca estabilidad, y resulta que ya en ese periodo no quería estar con él, lo intenté más por costumbre y porque sentía que a lo mejor nadie iba a quererme.
Además, él estaba con la hermana de su mejor amigo. A ella también le rogaba, le decía “te conozco desde que eres una niña, yo a ti te amo, yo estoy con ella por mi hijo, porque me da pena, no la toco, no la beso, me da asco”.
Vi ese mensaje cuando una vez llegó borracho a mi casa y dejó el celular botado. En ese periodo nos separamos definitivamente, le dije no más, “no podemos estar juntos, ya no nos hagamos daño, porque en medio de los dos está Nicolás, y mi hijo quiera o no se acostumbra y luego nos ve nuevamente separados”.
Batalla legal
Vino otra batalla legal porque me dejó de pagar tres meses, y nuevamente se le acumularon 600 dólares. Después desapareció dos meses, y cuando apareció fueron cinco meses de pensión los que me debía.
Fue una batalla terrible porque él puso régimen de visitas y rebaja de pensión, incluso me amenazó con quitarme la patria potestad diciendo que yo era la loca y que vivía en un ambiente tóxico y de agresiones en la casa.
Las trabajadoras sociales fueron a mi casa, a intervenir mi hogar, y ahí determinaron que el problema era él. Él tenía (genes) autistas, y rasgos narcisistas.
Después de todas estas batallas legales, el último mensaje que yo recibí de él y por el que corté comunicación definitiva decía que podía estar con el que se me diera la gana, revolcarme con cualquier hombre, pero que siempre iba a volver a él porque yo era suya y de nadie más.
Le mostré ese mensaje a mi psicóloga y me dijo que eso no era normal, que algo debía estar pasando conmigo. Y claro, yo también era el problema porque había normalizado estas actuaciones.
Solo después de tres años pude contarles a mis padres que había perdido un bebé. Cuando me preguntaron por qué nunca había hablado, les dije que por vergüenza.
—Este es tu lugar seguro, nunca te olvides, nosotros no estamos aquí para juzgarte sino para apoyarte —me dijeron.
Después de tres años pude hablar. Permití que él atropellara mi autoestima, mi dignidad, mi confianza. Él quiso que dejara de estudiar, que dejara de hacer muchas cosas. Hoy en día pienso que si hubiera hecho lo que él quería me hubiese arrepentido toda mi vida.
Separar el concepto de pareja del de padre
Las terapias que seguí ayudaron a darme cuenta de muchas cosas. Fue difícil volver a creer en alguien, de volver a creer en otra persona, y después de dos años de haberme separado definitivamente volví a estar con otra persona que hoy es el papá de mi nena.
El día que él se enteró (el papá de Nicolás) que yo estaba embarazada (un milagro porque me dijeron que por el problema en el útero que tuve en el año 2018 no podía) se le acabó esa idea de decirme que yo iba a estar solamente para él.
Cuando se acabó todo ese círculo vicioso salió con otra estupidez.
—No te has puesto a pensar que a lo mejor también esta niña sale enferma.
Cuando le conté a mi psicóloga lo que me había dicho dijo “basta, tienes que cortar la comunicación con él y solamente hablar de cosas concernientes a su función como papá, porque así le sigues dando pautas para que te busque, porque ambos son padres, pero eso no quiere decir que él pueda meterse en tu vida y que tú sigas permitiendo esa situación”.
Después de un año él entendió eso y hasta ahora solamente manejamos temas estrictamente relacionados con mi hijo.
Hoy tengo más confianza en mis cosas, me he hecho a la idea de que no tengo que aguantar situaciones de esa magnitud en mi vida.
Actualmente estoy más tranquila, viviendo cada proceso, no aferrándome a ideas ni a cosas que se me imponen. Estoy más tranquila, más segura de mí misma.
En total estuve en terapia seis meses y en el periodo de mi embarazo cuatro meses más, porque cuando él me preguntó si no tenía miedo de que mi hija estuviera también enferma se me revolvieron las ideas otra vez.
Son en total diez meses de terapia, pero todavía considero que hay algunos aspectos que debo pulir.
Soy firme en pensar que cuando una persona te deslumbra con detalles en el inicio de una relación, aunque eso no sea necesariamente malo, nos hacemos una idea distinta de la realidad y ahí es cuando comenzamos a ignorar varias banderas rojas: la primera pelea, los primeros comentarios con respecto a tus ideas, lo que vives, lo que eres físicamente.
Luego de que ignoras esas red flags, empiezas a normalizarlas, hasta que todo se vuelve un círculo vicioso del que parece no vas a salir nunca.
Yo tengo un hijo con él y me costó mucho separar el concepto de pareja del concepto de papá. Eso a él también le ha tocado entender, por ello es difícil reiniciar tu vida, y más teniendo al lado a esa persona con la que a cada rato debes hablar por tu hijo.
No puedes dejar de hacer cosas porque tu pareja te lo pide, porque te critica, porque te condiciona o te pone a elegir entre tu familia y ella.
El diagnóstico de mi hijo, la pérdida de mi bebé, el vivir un círculo vicioso, el perdonar infidelidades y el quererme quitar la vida me estaban llevando al borde de la locura, y creo que el tener en cuenta que mis papás decían que estudiara fue la llamita de esperanza que siempre tuve.
Entonces, mi mensaje para Mujeres que aman demasiado y que conviven con una persona así, en un círculo vicioso, es que simplemente no se despeguen de su familia ni de sus amigos. Creo que ese es el punto primordial, el tener a una persona de confianza para hablar, y el que sepan que tarde o temprano ese círculo se acaba, pero hay que tener la valentía para decir basta e ir a terapia.
La terapia te da un baño de realidad, te permite salir adelante. De alguna manera, te despierta. Ese es mi mensaje. Nunca es tarde para reiniciar tu vida, ir a terapia, y saber que para todo hay un punto final.





