La fascinación de los corruptos por los Rolex y la psicología del lujo

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Ilustración: Alicia Galarraga.
La psicología del lujo explica las razones por las que, políticos corruptos y narcotraficantes, acumulan y exhiben bienes y artículos exclusivos. Detrás de esta necesidad están arraigadas carencias afectivas y de autoestima

Si alguien decidiera escribir un manual del perfecto corrupto latinoamericano, el primer punto sería adquirir y exhibir un Rolex. Y lo siento por la marca de tan distinguidos relojes.

En Latinoamérica, no son pocos los personajes —dictadores, corruptos, sospechosos y sentenciados por la justicia de delitos de corrupción o narcotráfico— que han ostentado en sus muñecas relojes de la marca suiza Rolex. Pablo Muentes de Ecuador, Dina Boluarte de Perú, Nicolás Maduro de Venezuela, Fidel Castro de Cuba, Cristina Fernández de Argentina, y Pablo Escobar de Colombia, son algunos de ellos. De otros, se habla sin pruebas —fotográficas, en especial—.

Rolex no es la única marca de relojes de lujo, pero sí una de las tres principales en el top of mind de las masas, que consideran al reloj de la coronita como el non plus ultra del lujo en este tipo de artefactos. Y no están equivocados.

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Rolex representa lujo desde 1900, cuando Hans Wilsdorf fundó la empresa. En aquella época, los relojes de pulsera eran poco comunes y solo las mujeres los usaban, como un adorno. Wilsdorf popularizó su reloj de pulsera, llevándolo a lo más alto en calidad y diseño.

Rolex es la primera marca que eligen quienes buscan un “reloj serio” y tienen el dinero para costearlo. Uno de estos preciosos accesorios puede costar entre 6.000 y más de 50.000 dólares. También se pueden encargar modelos personalizados, como hizo Pablo Escobar, que encargó un reloj plagado de diamantes. Para gustos, los colores.

Pero, ¿por qué un corrupto o un narcotraficante que amasa una fortuna, lo primero que hace, luego de comprarse un carrazo y una casa de ensueño, es adquirir un reloj de lujo como el Rolex?

La psicología del lujo

Para investigadores especializados en la psicología del lujo, como Michael Norton y Elizabeth Currid-Halkett, la necesidad de buscar validación motiva a estos individuos.

Quieren dejar de ser los «nadie» y pasar a ser exitosos “empresarios”, mostrando su poder económico a través de marcas exclusivas y costosas. Así, señala Currid-Halkett, suplen su necesidad de validación y reflejan una nueva forma de consumo.

Un informe de la European Cultural and Creative Industries Alliance (ECCIA) señala que el éxito del sector del lujo depende del aura de exclusividad de sus productos. En su libro “La fórmula del lujo”, Susana Campuzano explica que poseer algo de alta gama, como un Rolex, es un privilegio. Es un símbolo de estatus social.

Sin embargo, muchos de los corruptos y narcotraficantes, que ahora poseen un Rolex y viven en mansiones lujosas de zonas exclusivas, vivieron en condiciones precarias.

Por ejemplo, el exasambleísta —procesado en el Caso Purga— Pablo Muentes, era un líder barrial que se vinculó al Partido Social Cristiano. Dina Boluarte, presidenta del Perú, viene de una familia rural. Nicolás Maduro era chofer de bus y sindicalista.

Los símbolos del lujo

En la psicología del lujo, las marcas son símbolos que expresan otros símbolos sociales. Por ejemplo, si vemos a alguien con un bolso Dior, asumimos que tiene dinero, vive con ostentación y no tiene problemas económicos. Todo esto puede ser falso, pero el símbolo del lujo crea esa percepción.

El escritor John Steinbeck decía: “Lo que el ser humano quiere no es dinero, quiere lujo, amor y ser admirado”. En la psicología del lujo, el dinero es el medio para alcanzar reconocimiento, amor, respeto y poder.

Por su parte, los delincuentes, corruptos y narcotraficantes anhelan significar algo en la sociedad y dejar un legado —aunque suene contradictorio, por eso mismo es tan interesante la psicología del lujo—. Estos personajes pasaron sus primeros años siendo invisibles y menospreciados.

Relación entre lujo y la búsqueda de validación

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La fascinación por los artículos de lujo, como los Rolex, no es solo una cuestión de ostentación superficial. Detrás de esta práctica se encuentra una profunda necesidad de validación y reconocimiento. Para aquellos que han vivido en la pobreza o la invisibilidad social, la adquisición de estos objetos simboliza un triunfo personal y una forma de legitimar su nuevo estatus.

En una sociedad donde el éxito se mide a menudo por las posesiones materiales, los artículos de lujo se convierten en herramientas de distinción social y poder.

Esta dinámica no solo refleja el deseo de reconocimiento individual, sino también una crítica más amplia sobre cómo se estructura el valor y el estatus en nuestra cultura.

La paradoja es evidente: mientras los bienes de lujo prometen elevar a sus dueños por encima de la masa, también permiten que los nuevos ricos que los poseen, se ubiquen sobre quienes, antes fueron sus pares.

Este fenómeno plantea preguntas importantes sobre los valores que se promueven en la sociedad a través de referentes oscuros que han obtenido su riqueza a «cualquier precio».

«Si ya lo tengo, lo muestro»

Una vez que los corruptos y narcotraficantes latinoamericanos alcanzan el poder económico, lo muestran. Gracias a este impulso de exhibir sus posesiones, nos enteramos de su riqueza, obtenida en tiempo récord. ¿Cómo es posible que alguien con un pasado de limitaciones económicas y estrecheces, ahora luzca un Rolex que supera los 10.000 dólares? ¿De dónde viene tanto dinero?

Alguna vez escuché a un profesor decir: “las personas ya no valen por lo que son, sino por lo que tienen”. Y es triste, pero cierto.

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