Al escritor Miguel Antonio Chávez la historia lo eclipsa de tal forma que puede hablar a gusto y con soltura sobre la vida, pasión y muerte de Eloy Alfaro, García Moreno, Juan Montalvo o Sor Juana Inés de la Cruz. Sin embargo, es claro al advertirnos que no es historiador y que desde hace más de dos décadas se decantó por la literatura.
Ese bagaje, no obstante, le sirvió como materia prima para escribir su libro Yo, beato, una suerte de distopía satírica que publicó el año pasado con la casa editorial InLimbo, con sede en España.
Como buen conocedor de historia sabe que para comprender el presente hay que conocer el pasado. Por eso, a través de la caricaturización de un país (que responde a los designios de Graciano Moreno-Lange, cuya vida ha estado imbricada por su fanatismo religioso y el de sus correligionarios), en su obra configura un relato con el cual busca que el lector repare que, en materia política, la ficción puede estar sembrada de hechos verosímiles.
Desde Canadá, país donde cursa un doctorado en Estudios Hispánicos, Miguel conversó vía Zoom con Revista Digital Bagre.
—¿De qué va el argumento de Yo, Beato?
—Recreo una suerte de Ecuador paralelo, una historia que está ambientada a 20 o 30 años en el futuro. Y Ecuador deja de existir y se convierte en la República del Sagrado Corazón de Jesús, con un gobierno teocrático, proyecto de un fulano supuestamente pariente de García Moreno, quien lleva a un extremo su proyecto de Estado católico, hiper nacionalista e intolerante con las diferencias de género y con las personas que sufren deformidades.
—¿El eje gravitante de la historia entonces es García Moreno?
—Si bien Graciano Moreno-Lange, el gran líder supremo, es el lienzo que está en el fondo, van naciendo personajes que son los que cobran vida e impulsan el zigzagueo de la historia narrativa. Así toman forma el enano Milatis, la madre Brígida, el doctor Vela, que viven en un entorno muy cerrado, un manicomio llamado el Instituto de la Misericordia.
Al lado de ese instituto, queda el Convento de la Orden de las Ciervas Custodias, donde las monjas bordan las bandas y custodian celosamente una reliquia histórica.
Yo, Beato es una historia del Neo Medioevo del futuro cercano. Las figuras fantasmagóricas de García Moreno y Eloy Alfaro cohabitan en la historia, pero en esta realidad la democracia dejó de existir. Esas son más o menos las coordenadas de la trama, pero además cuestiono al Ecuador a través de esta suerte de sátira.

—Hernán Rodríguez Castelo, biógrafo de García Moreno, rescata la labor del presidente al argumentar que unió a un Ecuador tan desmembrado que incluso Colombia y Perú se lo estaban repartiendo. ¿Qué opinas de eso?
—García Moreno ayudó a cohesionar el país a través de la religión, a través de los curas jesuitas que trajeron la educación superior. Pero fíjate, según su Constitución, solo podías ser ciudadano si eras hombre, casado y tenías bienes, además el clero corrupto de su administración se puso en régimen de hiper disciplina.
Fue un personaje importante en la historia del país, pero también hay que mostrar esa parte totalitaria que tuvo. Y este pariente lejano, Graciano Moreno-Lange, mi personaje, atrapa la parte fanática de él y la lleva a un extremo mucho más grande, donde ha creado un país totalitario. Su megalomanía llega a ser tan grande que la capital no se llama Quito sino Gracianópolis.
—Como discurso es súper importante lo que representaron García Moreno y Eloy Alfaro: el conservadurismo, la separación de la iglesia del Estado, el liberalismo radical…
—Hay conservadurismo de izquierda y de derecha, el espectro político es cada vez más complejo con izquierdistas conservadores y viceversa. Y esto ha sucedido en otros países con otros personajes, entonces quería una historia hispanoamericana, no solo ecuatoriana.
Quería que la cuestión histórica fuera dosificada para no llegar a un extremo que matara la ilusión de la ficción; quería que la ficción viviera por sí misma y se nutriera de la historia. No es una biografía, es una ficción que debe contarse por sí misma sin leer una biografía.
—¿Podría decirse que García Moreno y Juan Montalvo te encandilan?
—Me llama la atención el poder de las ideas. Dicen que mi pluma lo mató es una frase apócrifa que no le pertenece a Montalvo, pero desnuda como opositor a quien Benjamín Carrión llamaría años después “el santo del patíbulo”.
Montalvo respondía a García Moreno con panfletos, era el único que le podía parar intelectualmente. A García Moreno no solo lo mata Faustino Rayo, sino los liberales. Rayo se adelantó. Los liberales le dispararon, pero su muerte ya se había consumado, porque Rayo se les adelantó. A los ecuatorianos nos gustan los magnicidios gore; Alfaro muere de una forma horrorosa también.
—¿Sabías que García Moreno era poeta?
—Sí, era aspirante a poeta y no muy bueno (risas). Así como también fue periodista, escribía sonetos, estudió Derecho; sin embargo, en las jóvenes repúblicas los líderes políticos tenían una formación literaria fuerte, como José Martí, Simón Bolívar, Andrés Bello, José Joaquín de Olmedo, Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre, que eran escritores. El mismo Juan León Mera fue asambleísta.
Creo que García Moreno como poeta fracasó. Si hubiera tenido una visión menos conservadora hubiese sido un gran estadista. Tuvo aciertos, pero fue un tirano del siglo XIX. Ahora se vive una teocracia de clóset, como la de Bolsonaro o como la de Bolivia cuando estaba al frente del gobierno Jeanine Áñez, quien dijo: “no necesitamos la Pachamama, sino la Biblia”.
—¿Cómo percibes la crítica literaria del país?
—He estado afuera bastante tiempo y rescato lo que se hace desde la academia, pero si debo cuestionar algo, me voy con los medios de comunicación: han relegado los espacios literarios a columnas pequeñas. Cartón Piedra fue una de las vitrinas que más ayudó a visibilizar la literatura; y desapareció. Hay una reducción brutal de los espacios, pero además no hay reseñas y eso me preocupa. Por un extraño motivo, mis libros han concitado más interés afuera que en Ecuador.
—¿Yo, beato es una estocada para la religión católica?
—Soy católico culturalmente hablando por influencia de toda la vida, pero no practicante. Respeto mucho a la gente que cree y vive su religiosidad, así como también a los ateos. Aunque el ateísmo te dice fehacientemente que Dios no existe y el agnosticismo que quizá; aunque lo comparto en parte, tampoco me llena del todo.
El deísmo me resulta más interesante. Asumo cierto riesgo porque pueden decir los lectores ahí viene este ateo a desconfigurar la imagen de un hombre que hizo mucho bien al país. Gandhi decía: “a mí me gusta Jesús, pero no me gustan sus seguidores”.
—¿Qué opinas de la cultura de la cancelación?
—Todo producto cultural, libro, película, una vez que sale al mercado está sujeto a una mirada crítica; estoy a favor de eso siempre que se considere la época. Pero hay una trampa cuando de manera apresurada y feroz se cancela a la persona.
Estoy de acuerdo con que se critique la obra; desde luego que las personas deben responder por los actos punibles que puedan cometer, pero eso de que se les cierren las puertas o se las someta al escarnio, evidencia que vamos perdiendo el norte. A través de un paper (un trabajo académico) se puede hacer perfectamente una crítica, pero las redes sociales son un coro ciego donde no se ven los matices.
No hay que confundir la enfermedad con el síntoma. Una estatua derribada es el síntoma de una insatisfacción, de una bronca histórica, de algo que no fue resuelto. En el acto de derrumbar un monumento a mí no me preocupa el monumento, me preocupa el acto violento.