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La “hereje” desterrada y la comadrona estimada en el Guayaquil de la Colonia 

hereje guayaquileña
En el año 1736, la guayaquileña María Barreto y Navarrete fue condenada por funcionarios del Santo Oficio bajo la acusación de brujería. Fotografía referencial.

María Barreto y Navarrete, zamba y natural de Guayaquil, fue curandera de gran popularidad en el siglo XVIII.

Acusada de hechicería, de remendar doncelleces y de encuadernadora de pecados sucios, dicen que hacía sus conjuros mascando coca.

En el año 1736 fue condenada por funcionarios del Santo Oficio bajo la acusación de brujería. 

Desterrada a Lima cuando tenía 35 años de edad, fue paseada por las calles, montada en burro, desnuda y azotada. 

En la misma época llegaron a Guayaquil, desterradas desde Lima, Antonia Osorio, “La Manchada”, acusada por alcahueta y hechicera, y Silvestra Morales, castigada por hereje.  

El ambiente inquisitorial que propició retaliaciones personales y vendettas políticas de inaudita crueldad e injusticia, liberó medianamente de culpas a Guayaquil, que no siendo Audiencia ni Virreinato, únicamente receptaba denuncias para tramitarlas en los centros principales del Santo Oficio. 

La guayaquileña María Barreto y Navarrete recitaba cada vez que realizaba sus trabajos de curandera:

“¡Mama coca! ¡ Mama querida! ¡Linda mía! No lo hago por vicio, sino porque me das fuerza y ventura. Yo te conjuro por el diablo de los escribanos, por el diablo de los sastres, por el diablo de las buenas noches, por los diablo de Potosí, Trujillo y por el diablo cojuelo”. 

María del Tránsito Sorroza, la comadrona admirada

Las comadronas asisten a las parturientes desde tiempos inmemoriales. Fotografía referencial.

Llamada popularmente “las manos de seda”, era una esclava guayaquileña que ejerció oficialmente la tarea de comadrona, alcanzando renombre por su habilidad y éxito en la atención de casos difíciles, gracias a lo cual obtuvo su libertad en el año 1646. 

Llegó a convertirse en la mimada del señorío porteño que la acompañó en su última enfermedad y se hizo presente en su sepelio para rendirle homenaje. 

Durante la pompa fúnebre celebrada en la en la iglesia de Santo Domingo, el sermón con el que se exaltaron sus virtudes y su obra, hizo que el público empezara a rendirle culto

Más tarde el filántropo doctor Ignacio Hurtado de López compró unos solares al costado de la iglesia San Francisco, hacia el Oeste, donde edificó de su peculio un hospital para mujeres al que llamó Nuestra Señora del Tránsito en memoria de María. 

Este  centro asistencial que costó 23 mil pesos (año 1796), suma muy grande para entonces, funcionó hasta después de nuestra Independencia, donado por el benefactor al Municipio. Luego fue cuartel y después desapareció consumido por el fuego de un incendio. 

Fuente:  Historiadora Jenny Estrada.