Emilia Pérez es todo lo que Donald Trump detesta. Por eso, las trece nominaciones que acaba de conseguir en los Premios Óscar son los cáusticos dardos que Hollywood se estaba guardando para lanzarle al abanderado de la contrarrevolución cultural, ante el silencio ensordecedor y casi unánime de la sociedad.
Sí, es una magnífica noticia el que la película Emilia Pérez haya obtenido 13 nominaciones en los Premios Óscar. Y más aún que su protagonista, la actriz Karla Sofía Gascón, sea la primera mujer trans en la historia de estos premios en ser nominada.
Pero vamos al argumento. Emilia Pérez es un largometraje que gravita en torno al líder de un cártel mexicano que pide ayuda para simular su muerte y convertirse, más tarde, en lo que siempre soñó: ser mujer.
Realizados los trámites de rigor, al margen de la ley, por supuesto, el narcocriminal —apodado Manitas— transmuta en Emilia Pérez luego de someterse a operaciones para cambiar de sexo, lo que trae consigo un cambio exponencial en su vida, no solo en lo físico sino también en lo conductual.
Producida por Jacques Audiard y coprotagonizada por Zoe Saldaña, Selena Gomez y Adriana Paz, la cinta, ambientada en México, pero rodada en su mayor parte en Francia, está llena de dicotomías y ambigüedades.

Y es que Emilia Pérez es como esos caleidoscopios cuya magia radica en su variopinto mosaico, de modo que resulta una pérdida de tiempo posar los ojos en la densidad o el gramaje de uno solo de sus diversos matices.
Fantasiosa, cursi, machista, cálida, frívola, trágica, feminista, inverosímil, real, tierna, dolorosa y violenta, la cinta dirigida por Audiard se niega a colocar todas sus fichas en una sola trama.
De ahí que no se moleste en profundizar en los casos de desapariciones forzadas —que la misma protagonista se apura a resolver con un chasquido de dedos—, ni n indagar en las emociones de un cuerpo que ha sido sometido a penectomía, hormonizaciones y vaginoplastia, como si estos procedimientos fueran una sutura de puntos, ¡y ya!
Es decir, Emilia Pérez no tiene pretensiones ideológicas ni reivindicativas. Huye del panfleto. En otras palabras, transita por las antípodas de la denuncia y el activismo, aunque gran parte de su poderosa y cautivante pirotecnia se nutra de la amarga realidad mexicana.
En ese hecho, en el manoseo de esta penosa tragedia, es donde se halla el músculo de la polémica que rodea a la cinta, porque no son pocos los mexicanos que ven con el ceño fruncido el “frívolo” abordaje que el productor hace de los desaparecidos en México.

Es verdad que cada mirada lleva el lastre de su propio acervo, pero despotricar de una película porque no reseña o ahonda en un hecho determinado es oscurantismo.
No perdamos de vista que Emilia Pérez es una película musical. Que el cine no tiene por qué ser siempre un medio de expresión política. Y que la comedia no es un anatema, aunque aborde temas delicados.
La vida es bella, basada en el holocausto judío pero libreteada con una pátina de jocosidad, se llevó en 1997 tres premios Oscar y todavía las retinas de quienes vimos a Roberto Benigni marchando con aire marcial agradecen al universo el haber coincidido con él en el tiempo y en el espacio. Tragedia y comedia de la mano. Cosas del cine. Arte.
Convengamos además que puede o no gustarnos Emilia Pérez. Que puede parecernos un bodrio. O de una cursilería sin parangón. Pero la censura solo tiene asidero en tanto y en cuanto la producción cuestionada incite a la violencia. O al odio. Y este no es el caso.
Emilia Pérez ha sido concebida desde una mirada euro y androcentrista, es verdad, aunque hace un levísimo pestañeo al feminismo.
Esta sutil insinuación se percibe, sobre todo, cuando el protagonista, aún siendo “Manitas”, se refiere al mandato de masculinidad que lo orilló a convertirse en un “hombre” cruel.
La película también deja constancia, entre líneas, que el nivel de frustración que lleva consigo el protagonista, por haber habitado en un cuerpo distinto al que hubiera deseado, es concomitante con su grado de perversidad, por eso una vez transicionado se convierte en una mujer altruista y bondadosa.
Desde luego, eso no significa que las personas transgénero no transicionadas sean ruines ni que los hombres son malos y las mujeres son buenas, pero Audiard encuentra en esos clichés, que explota con astucia, el motor que le da soporte a su relato.
Otro asunto que causa escozor entre los críticos de Emilia Pérez es que la plana mayor de la película no sea mexicana.

Jacques Audiard es francés. Karla Sofía Gascón —actriz trans—, española. Zoe Saldaña, dominicana. Selena Gomez, estadounidense.
Y como si eso fuera poco —no mexicanos haciendo “cine mexicano”— la pronunciación de Gomez genera ñáñaras entre los solícitos guardianes de la lengua de Cervantes.
De cualquier forma, el cine no puede ir por la vida haciendo encuestas.
La sociedad de la nieve se grabó mayormente en la Sierra Nevada, su director, Juan Antonio Bayona, es español, y nadie en Uruguay levantó una ceja por ese motivo. Quizá Bayona acertó al elegir a actores uruguayos para su grabación.
Dicho esto, parece que el pecado de Audiard fue no poner a mexicanos en roles protagónicos. ¿Quién le hizo lobby a la película? ¿No hay paraíso sin argolla?
Por cierto, Adriana Paz, mexicanísima como el chile, tiene una participación pequeñita en la cinta, sin embargo, las escenas donde aparece son entrañables, cálidas, exquisitas.
—Yo nací aquí, crecí aquí. Me duele que la gente tome el tema desde un lugar violento. No encuentro eso en la película — afirmó Paz entre lágrimas, durante la premier de la cinta.
Ahora bien, siendo honestos y haciendo un ejercicio de paralelismo, ¿nos gustaría ver a Quentin Tarantino y a Salma Hayek metidos en un estudio parisino pergeñando una cinta musical que retrate los problemas de la Perimetral, Cerro de las Cabras o Lagatazo?
Pensemos…
Cuatro Globos de Oro, cinco Premios del Cine Europeo, 11 nominaciones en los Baftas y 13 nominaciones en los Óscar no pueden ser el resultado de una elección sometida al espíritu de cuerpo de una asociación de cineastas, o de dos, o de tres…
—Es hermoso ver una película que es cine— dijo el director Guillermo del Toro sobre Emilia Pérez.
Mejor descripción, imposible.
La película atrapa, fluye y entretiene, pero sobre todo viene a recordarnos, con toda esta controversia que se ha armado, que todos cabemos en este mundo, incluso si distintas banderas nos cobijan, a pesar de la testosterona y de la lengua corrosiva de Trump.







