Opinión

Ángeles somos, del cielo venimos…

colada morada
Ilustración: Manuel Cabrera.

La gastronomía local es una expresión de la identidad cultural. Cada festividad está estrechamente ligada a una manifestación gastronómica, de ahí que buena parte de los platos típicos que consumimos sea una amalgama compuesta por la tradición precolombina y la influencia de la gastronomía española. 

La colada morada no es la excepción. Se dice que en sus inicios era una mazamorra que se ofrecía a los difuntos. Elaborada con cáscara de piña, previamente fermentada con maíz negro, a esta preparación se le agregaba sangre de llama. 

Con la llegada de los españoles, la sangre fue reemplazada por agua aromatizada con hierbas, especias y frutas, las mismas que varían según la zona de Ecuador en donde la colada sea preparada.  

A lo largo del perfil costero ecuatoriano, esta bebida es elaborada con ovos maduros o ciruelas; mientras que en la Sierra contiene frutos rojos y bayas (mortiño).

Recordemos que las guaguas de pan fueron introducidas en nuestra cultura con la llegada del trigo al continente.

El pan que acompaña la colada es vendido desde el mes de octubre y contiene distintos rellenos. En la costa es llamado pan de muerto, sí, pan de muerto, como en México, y tiene una silueta más parecida a la Venus de Valdivia.

Volviendo a la colada morada, su nombre surge del color y la textura que tiene. 

Para que sea más agradable al paladar es tamizada o cernida tantas veces hasta que la mezcla esté más líquida y aterciopelada. Con ello el afrecho de maíz queda reducido. Así también se sirve fría o caliente dependiendo de dónde la sirvan: en la Sierra suele ser caliente; en la Costa, fría.  

Sin duda, las costumbres también varían en razón del clima.

La colada morada, al igual que otras comidas tradicionales de Ecuador, es elaborada no sólo para comer en familia sino también para compartir e intercambiar con los amigos. 

Tenía cuatro o cinco años cuando en fechas especiales degustaba esta de  manos de mi abuela paterna, La Mago, una señora que había migrado desde Quito y vivía en Guayaquil junto a su esposo, mi abuelo Kiko y sus cuatro hijos, que nacieron ya en Guayaquil.

Las mujeres de la familia paterna siempre fueron muy buenas en el arte de la cocina y afortunadamente heredaron un sinnúmero de habilidades a su descendencia.


En casa de La Mago, la colada morada era consumida en estricto rigor quiteño: en jarro y caliente. 

Yo tenía un paladar aún por educar y aunque el dulzor atraía mi olfato, la textura de las frutas cocidas en la colada eran algo con lo que batallaba cada año. 

Hoy me encantaría haberme tomado el tiempo de aprender sus recetas. 

Vivo en la provincia de Santa Elena desde hace siete años. Aquí también se consume colada morada, la cual,  como sabemos, está estrechamente relacionada con el Día de difuntos.

Ecuador honra a sus muertos con colada y muñecos de pan, pero también con amor y calidez. Hay una frase que llenó mi corazón cuando pasé el primer día de muertos aquí, en Santa Elena.

“Ángeles somos, del cielo venimos, pan pedimos, si no nos dan pan, ni más venimos”. Esta frase es repetida por todos los que salen a “muertiar”, término que utilizan las personas locales, conocidas o no, que se acercan a las viviendas donde preparan las mesas.

Todos están invitados a comer porque aquí se prepara la mesa de los difuntos con la comida preferida del finado. 

La mesa es cubierta con un lienzo a manera de toldo, para evitar que las moscas se posen en los alimentos que son servidos en un mantel blanco. Es así como la costa ecuatoriana honra su herencia ancestral y la comparte con quienes hoy seguiremos escribiendo historias.