No tiene teléfono celular, ni WhatsApp ni ninguna de esas herramientas (redes sociales) que nublan la autenticidad del otro, por eso Julio Pazos responde a quien pretenda entrevistarlo desde el teléfono fijo de su casa.
…Eran las 02:05 de la tarde del 5 de agosto de 1949 cuando la tierra tembló.
Julio Pazos, el otrora niño, quedó atrapado en una casa contigua a la suya, donde vendían melcochas. Un señor de apellido Ayora lo rescató, no obstante la angustia quedó sembrada en su vida. Ese día, como si él no hubiera tenido suficiente, Baños tembló 72 veces.
Ese trauma de la niñez lo aboca a menudo a fijar la mirada y a cortar la respiración para contemplar a su alrededor y asegurarse de que no se mueva nada.
“Le tengo mucho miedo a lo que se mueve y a la velocidad”, dice resignado y con una lucidez que parece una maldición.
Ese fantasma lo persigue a donde quiera que vaya.
Pazos ha viajado por invitación y exigencia de su oficio a varios países; ha debido pagar para que lo pongan en la planta baja de cada hotel en donde se alojó.
A finales de los 90, cuando fue director de cultura del Banco Central, viajó a Chile. Aquella vez llegó a casa de un amigo suyo para evitarse la fatiga de la incertidumbre.
“Solo falta que haya un temblor”, le dijo a su anfitrión cuando disfrutaba de una copa de vino. Entonces, la tierra se movió. Su amigo intentó calmarlo con un argumento que lejos de tranquilizarlo aceleró su pulso: “No te asustes que aquí tiembla a cada rato”.
Actualmente sus temores suelen manifestarse con una psoriasis que se aviva cada vez que la tensión lo invade. Ha ido a psicólogos y psiquiatras para tratarse, pero ninguno ha encontrado el antídoto, lo único que le sugieren es que debe tener sosiego.

grandes maestros de la Católica de Quito. Fotogtafía: Contramancha.
Poeta lírico, ante todo
Hay algo más que hace temblar a Julio Pazos, de emoción y no de temor: la poesía.
Ha leído con mucho entusiasmo las obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Pablo Neruda, César Vallejo, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz y muchos otros poetas que insuflaron latidos a sus versos, aunque sienta especial predilección por el cuencano Efraín Jara Idrovo.
Él mismo se considera poeta, aun cuando ha escrito ensayos literarios: “Mi florecimiento con la escritura surge como poeta lírico”, aclara.
Su primer contacto con la poesía lírica fue por medio de Medardo Angel Silva y su obra El árbol del bien y del mal, libro que encontró en una biblioteca en su natal Baños, a los 12 años.
A los 19 escribió Plegaria azul, su pinito poético y su primer sacramento literario. Ahi nacia el poeta.
“Mi profesor de literatura, León Vieira, se emocionó cuando leyó la poesía. Él la editó e hizo la portada para el libro”, recuerda a sus 77 años, con una reverencia que acompasa con una sentencia: “Hoy yo le diría que no lo hiciera”.
Y siempre Juan Montalvo…
Esta charla empieza con una pregunta sobre un autor que conoce muy bien: Juan Montalvo. Esa devoción por quien fuera su coterráneo le hizo merecedor de dos condecoraciones: la Juan Montalvo y la Juan León Mera. Ambas fueron entregadas por las autoridades de Ambato.
—¿Hemos de inferir que Juan Montalvo, según su criterio, es el hijo predilecto de su provincia?
—Del Ecuador —responde antes de que termine de escuchar la pregunta.
Para Pazos, Montalvo es un escritor estupendo que la gente no lee, aunque comprende que el tratamiento de la lengua ha cambiado, desde la efervescencia literaria del enemigo del clero hasta las nuevas narrativas, porque escribía párrafos de hasta tres páginas sin un solo punto y aparte.
Con una memoria asombrosa nos relata lo sucedido cuando trajeron el cuerpo de Montalvo a Guayaquil.
“Murió en París y los guayaquileños pusieron dinero para traerlo, pero el obispo de Guayaquil prohibió que lo pusieran en el Cementerio General porque Montalvo era enemigo del clero. Entonces lo colocaron en la Gobernación por algunos años”, explica.
Luego abrieron por orden de la Aduana el cofre mortuorio, que venía herméticamente sellado. Entonces entraron bacterias y el proceso de momificación del cuerpo se deterioró. A esta torpeza se sumó el clima cálido de Guayaquil, de ahí que fuera llevado a Ambato.
Su cuerpo se fue deteriorando aún más. Montalvo fue momificado por un experto que los ambateños trajeron de Egipto, pero no quedó bien dado su deterioro, entonces decidieron ponerle una máscara, guantes —tal si fuera a hacer la primera comunión— y zapatos de charol.

Hablando de Ambato:
—¿Cómo nace el famoso pan de Ambato?
—Desde el siglo XVIII. Vino un obispo español a Quito, José Pérez Calama (1740-1793), que debía pasar por Guayaquil, y al llegar a Ambato le dijeron que allí se hacía un buen pan. Pérez Calama lo probó pero no le gustó. Entonces dijo que les iba a enseñar a los ambateños a prepararlo desde cero y que les daría premios a los que mejor lo hicieran. Este es un antecedente (Pérez Calama fue contemporáneo de Eugenio Espejo). Ahora hay una gran variedad de panes. La panadería más emblemática está en las calles Martínez y Cuenca, se llama La Calidad, y es de la familia Abril.
Pazos degusta la palabra como si fuera un buen plato de comida.
La vocación por el arte culinario le viene de familia. Su padre fue pastelero y sus abuelos, radicados en Guayaquil, le inocularon el gusto por la buena comida cuando siendo niño atravesó la cordillera andina para llegar al trópico. Tenía 5 años.
No hay duda, la pasión por la cocina le brota inagotable, por eso se alarga en la exposición de orígenes y etimologías cada vez que menciona una fruta, un vegetal o cualquier hierba.
Ha publicado varios recetarios de cocina que le han procurado alegrías: El sabor de la memoria y La historia de la cocina quiteña, por ejemplo.
Ya entrado en confianza – en su salsa- responde preguntas sobre nuestra gastronomía. ¡Qué más da! La cocina es, a fin de cuentas, arte, tradición, cultura.
—¿Existe algún plato que sea genuinamente ecuatoriano?
—La fanesca, un caldo que se come en cuaresma. Otro plato ecuatoriano es un “comibebe” que se llama rosero. Se prepara con mote pelado, babaco, naranjilla, piña, especias y agua de olores. Es alta cocina, por su complejidad.
Otra cosa que tenemos diferente es la colada morada. La colada es el equivalente a una mazamorra. Es deliciosa. Se prepara con harina de maíz negro y se fermenta dos o tres días para mezclarla con mora; mortiño, un producto de páramo; piña; babaco (hace una pausa).
El babaco en almíbar es ecuatoriano también.
Como tungurahuense, habla sobre el plato más emblemático de su provincia: el llapingacho.
—En los recetarios internacionales al llapingacho le llaman “plato ambateño”. Llapingacho viene del verbo quichua “llapina”, que significa aplastar, y de “gacho” o “gacha”, una palabra española que significa bola de harina (de trigo).
Con las menciones fonéticas y lingüísticas que Pazos nos da a través de sus respuestas; pregunto sobre la lengua, en este caso el idioma y no el plato.
—¿La lengua debe ser rígida?
—Una cosa es la normativa y otra el uso de la lengua. Si queremos comunicarnos con algún español de Castilla tenemos que saber bien español porque ese hombre tampoco nos va a entender. A los panes, que aquí les llamamos palanquetas, en España les llaman pistolas.
—El nombre científico de la naranjilla es solanum quitoense ¿eso significa que la naranjilla es originalmente quiteña?
—Naranjilla viene de naranja pequeña, y el nombre científico que usted menciona está escrito en latín. Su origen, en efecto, es la Audiencia de Quito (que incluía los actuales territorios de Colombia: Cali y Popayán; y de Perú: Piura y la cuenca del río Amazonas.
Julio Pazos no solo escribe poesía con las palabras, sino también con cada ingrediente que toca. O por lo menos deja esa impronta en el poema “Nombres”, de su libro Oficios (1984):
“Porque redimidos pensamientos
que emanan de las cosas
te acompañan,
en ellas
siempre sobran un sesgo de santamarías,
uvillas,
agridulce de tamarindo,
sándalo para frotamientos
y tsímbalos para el susto”.

Continuamos entonces hablando de la lengua, ahora como instrumento de trabajo y creación. Un estudio de la Universidad de Michigan asegura que las personas obsesionadas con la ortografía son odiosas.
Julio Pazos vacila. La pregunta que acaba de escuchar lo hace dudar:
—Nunca he sido corrector —aclara.
Hubo un tiempo en que fue corrector de actas en el Congreso. (Su labor consistía en corregir las actas de los discursos de los diputados y de los senadores). Le consultamos, sin ambages, si se considera odioso.
De pronto lanza un “¡ahhhh!” que deja vislumbrar el tono jocoso de su próxima exposición.
Relata: había diputados que estaban interesados en que sus discursos salieran correctamente porque iban al archivo del Congreso Nacional.
El diputado guayaquileño Vicente Leví Castillo —famoso periodista y orador— le llevó en una ocasión dos botellas de whisky y una súplica bajo el brazo para que transcribiera sus participaciones con el mejor español que pudiera.
Assad Bucaram era el más insufrible del Congreso: pretendía introducir párrafos nuevos en las actas de sus disertaciones en concomitancia con la coyuntura política.
“Ceder a las intenciones de Bucaram no era ético y además configuraba un delito”, sentencia Pazos desternillándose de risa.
Esa impronta como corrector de actas lo orilló a plantear en la Universidad Católica, en donde creó la Facultad de Comunicación y Literatura junto con el también escritor Santiago Páez, la entrega de un diploma de Corrección y Estilo a los estudiantes que cursaran durante cinco semestres y a profundidad Lengua Española.
¿Quién corrige a Julio Pazos?
Aunque pertenece a la Academia de la Lengua Ecuatoriana, a Pazos no le sangran los ojos cuando encuentra gazapos en los textos.
“No soy radical, sin embargo busco la ayuda de un corrector de estilo siempre”, manifiesta, en contraste con un colega suyo quien decía que a su texto nadie podía entrar ni corregir nada.
Entonces recuerda la sugerencia de Gabriel García Márquez en el Congreso de la Lengua, en el que habló de jubilar la ortografía, y aclara: “la gramática es una cuestión de práctica, no de memorización”.

Aunque también se declara amante confeso de la música clásica, uno de sus pasillos preferidos es “Para mí tu recuerdo”. Fotografía: Centro Cultural Benjamín Carrión.
El temor de publicar y los premios
“Siempre he escrito, pero cada cuatro años he publicado porque la escritura ha sido mi sostén en la vida”.
Le han pagado derechos de autor, sí, sin embargo —cuenta riéndose— ese dinero y el de los certámenes ganados lo ha gastado en las celebraciones de cada premio recibido entre los que resaltan los siguientes: el Aurelio Espinosa Pólit, por La ciudad de las visiones, en 1979; el Casa de las Américas, por Levantamiento del país con textos libres, en Cuba, 1982; el Carrera Andrade, por Mujeres, en 1988; y el Eugenio Espejo, por su larga trayectoria literaria, en 2010.
Sin embargo, para Pazos los reconocimientos son el resultado muchas veces de causas imprevistas.
“Tengo que agradecer al Gobierno Nacional porque me otorgó el premio Eugenio Espejo”, remarca el autor que, como todos los premiados, recibe una pensión vitalicia.
Y el futuro
Volvemos a la figura de Montalvo quien fue uno de los primeros escritores ecuatorianos en radicarse en París y producir desde allí:
—¿Es preciso que los escritores salgan del país para poder trascender internacionalmente (verbigracia: Mónica Ojeda, Sabrina Duque, María Fernanda Ampuero)?
Montalvo no se fue a Francia porque quería apuntalar su carrera literaria, sino por problemas políticos.
—Juan Montalvo ya lo hizo, responde. En ese tiempo la población de Ecuador no superaba los 800 mil habitantes y quizá por eso él no tuvo más de mil lectores, sin embargo Los siete tratados fue un best seller, incluso en Francia, país en donde el escritor ambateño buscó refugio.
“No creo que nadie tenga que irse para tener éxito en alguna parte”, explica.
Luego se explaya, con un tono parsimonioso que evoca al profesor (es profesor emérito de la Universidad Católica).
“Algunas novelas de Alfredo Pareja Diezcanseco fueron publicadas en Santiago de Chile (Baldomera, 1938) y en Buenos Aires (Las tres ratas, 1944). Por otro lado, José de La Cuadra se convirtió en el precursor del realismo mágico en los 30. Y ahora tenemos a Leonardo Valencia, que escribe y ha analizado este asunto; y a Javier Vásconez, que ha sido editado en España y en México, pero también en Ecuador, a pesar de los pocos lectores que hay en este país”.
Julio Pazos es un escritor al que la risa y el verbo visitan con frecuencia, una cohesión que lo delata agradable, quizá por eso se disculpa con un halo de tristeza cuando debe cortar la llamada:
“Es que soy diabético y debo almorzar”. La comida, inequívocamente, es poesía.