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Mujeres que cambian el mundo

Revista Digital de Ecuador

Y un día dije: «¡No más!» Historias de mujeres que sobrevivieron a la violencia de sus parejas

Ilustración: Equipo Bagre
Manabí es una de las provincias con mayor número de femicidios y violencia de género en Ecuador. Sin embargo, las mujeres se están organizando en colectivos y fundaciones donde cuentan sus historias y se acompañan. Ellas muestran un rasgo común: la resiliencia que no se pierde, a pesar de la crudeza de sus historias
Autor: Redacción Bagre
Quito - 26 Nov 2023

Josefa Flores llega a la playa. Su cuerpo pequeño se tambalea al pisar la arena. El viento le mueve el cabello, le abarca el rostro, usa dos de sus dedos para apartarlo. Sonríe, lo hace con ímpetu. «Hace tiempo que no sonreía así».  

Está contenta. Ha llegado al balneario de San Mateo, en Manta, para reunirse con unas amigas. Para distraerse un poco.

Le digo que charlemos, que quiero escuchar su historia de fuerza y valentía, de cómo venció la violencia.

—No señor, no es mi historia, es la de mi hija, Roxana. Yo soy la madre de Roxana Cervantes. El testimonio importante no es el mío. Es el de mi hija. Porque me la mataron.

Por un instante se forma un silencio mutuo. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en quedarnos callados.

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Josefa Flores perdió a su hija, Roxana, porque su pareja la asesino. Ahora, Josefa cuida a su nieta y cuenta la historia de Roxana a otras mujeres para que reconzcan cuándo están siendo víctimas de violencia de género y puedan reaccionar. y tomar medidas. Fotografías: Leonardo Ceballos.

Josefa rompe el instante y dice que su corazón ya ha sanado, que puede hablar de «eso”.

Hace seis años asesinaron a su hija. Fue el 7 enero del 2017. Josefa lo recuerda bien.

Ese día, una hora antes de que la mataran, Roxana estuvo en su casa. La vivienda está ubicada a casi dos  kilómetros del lugar donde murió, en el barrio Santa Martha de Manta.

Eran las ocho y media de la mañana. A ella le pareció extraño que llegara tan temprano, porque Roxana solía visitarla en las tardes para quedarse hasta la merienda.

Pero ese día, el marido de su hija la había citado temprano para darle un dinero. Roxana fue. Era una cita con la muerte.
Al llegar tuvieron una discusión. El hombre le dio dos puñaladas y luego se cortó el cuello, quería morir, pero no pudo. La Policía  lo trasladó al hospital. Sobrevivió y hoy cumple una pena de 26 años por femicidio.

Josefa impulsó la causa en los juzgados con el apoyo de Fundación Río Manta. Esta fundación le facilitó abogados y una psicóloga para ella y su nieta,  hija de Roxana. En ese entonces la niña solo tenía ocho años. El impacto fue fuerte.   —Es una copia de mi hija, mi nieta se parece mucho a Roxana, es el recuerdo que me dejó— dice Josefa, la voz baja, la mirada también.

Josefa camina en la arena. Los recuerdos le vienen a la memoria como una película. Antes le dolían, ahora trata de contarlos a otras mujeres. La historia de su hija ha servido para que ellas tomen la decisión de alejarse de una relación violenta, de salvar sus vidas. Desde que mataron a su hija Josefa no ha dejado de ir a la fundación, allí su fortaleza sirve de inspiración.

—Como mujer, he aprendido que debemos estar alertas a las señales. Mi hija nunca me contaba que el marido le pegaba. Ella se callaba todo. Mi nieta era la que a veces me decía que el papá le pegaba a la mamá. Pero mi hija lo negaba.  Es por eso que yo les digo a las mujeres que hablen, que conversen con alguien de confianza. No pueden quedarse calladas— señala, y por un instante, la sonrisa con la que llegó a la playa se desvanece.

 –Creo que si mi hija hubiera estado en la fundación, tal vez estaría viva— agrega, mientras camina por la arena y el viento insiste en despeinarla.

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«La Generación de la Igualdad»

La fundación Río Manta lleva más de 20 años trabajando en la erradicación de la violencia de género. Lo hace a través de la Red de Prevención de la Violencia, un organismo que reúne a varias instituciones bajo un mismo objetivo, que el maltrato a las mujeres termine.

Genny Delgado, directora de la fundación, comenta que el personal está enfocado en lo que han llamado “un cambio generacional”.

Se trata de llegar a adolescentes y jóvenes a través de un programa llamado «La Generación de la Igualdad”. Les dan charlas sobre prevención de violencia y les enseñan cambios culturales que promuevan equidad. En el programa hay 70 jóvenes.  

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—Las generaciones antiguas fueron criadas con una cultura machista. Buscamos que no haya diferencias, ni roles asignados a hombres y mujeres per se. Queremos que estos chicos (que se convertirán en padres) sean mejores personas y formen familias donde esté ausente el maltrato— comenta Genny Delgado.

—Y ya estamos viendo resultados. Los jóvenes están entendiendo que colaborar en sus hogares no los hace «menos hombres». Que lavar un plato o barrer, es compartir responsabilidades.

Cuenta además que están enfocados en prevención de violencia desde el noviazgo.

—Se trata de que las chicas identifiquen la violencia de género desde esa etapa. Es decir, que no está bien que sus novios las controlen, que les revisen los celulares, que  cuestionen su manera de vestirse, o busquen alejarlas de sus amistades. Siempre les decimos que cuando vean eso se alejen, porque es el inicio de relaciones donde existirá y escalará la violencia— continúa Genny Delgado.

«Mis hijos no van a repetir la historia»

Lorena habla  y apenas puedo hacer preguntas. Es fascinante escuchar su historia, la forma en que salió de la violencia y cómo se enfrentó a uno de sus mayores miedos.

Lorena se siente bonita. Este sentimiento sobre sí misma es el resultado de un proceso. Los labios rojos, llenos. Su cabello de un tono café, la sonrisa latente, entera. Sus características físicas siempre fueron esas. Sin embargo, en el presente, está consciente de ellas y desborda felicidad y plenitud.

Está contando su vida, la de antes. Lo hace con ímpetu, con detalles. Ya no con dolor, ya no con miedo. Eso ya pasó. Nadie le quita la sonrisa. Parece una constante en mujeres que, como Lorena, han tenido que sacar a flote la resiliencia.

—Sufrí mucho maltrato. Estuve comprometida 12 años, tiempo en el cual, él cambió. Empezaron los celos. Yo trabajaba en una peluquería. Le ayudaba en los gastos, pero aún así me celaba. Llegó a los golpes.

Estaba cegada, tenía mucho miedo. Él me amenazaba. Estuve en una situación en la que salía a la calle a comprar y sentía temor. Siempre bajaba el rostro y la mirada.

Un día llegué a la fundación y me dieron tratamiento psicológico, pasó el tiempo, perdí el miedo. Fue un proceso. Me iba a escondidas a los tratamientos. Él no me dejaba, decía que el grupo nos iba a separar. Pero al final tomé la decisión de decir basta y tuve un cambio radical.

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Esta es su historia y ha sido escuchada por otras mujeres, que a diario, intentan salir de los círculos de violencia.

Lorena se reúne con ellas. Trata de  darles ánimo. La fundación, además, las capacita en cursos de pastelería, corte y confección o belleza.

El objetivo es que sean independientes y Lorena lo logró. Ella elabora pasteles y con el dinero que le genera su venta, está pagando la educación de sus hijos de 17 y 18 años.  Ambos acuden a «La Generación de la Igualdad” .

-Cuando ellos se comprometan, no se repetirá la historia. Eso me alegra. Ellos también padecieron por el maltrato que recibí, lloraban, me pedían que me separara. Hoy estoy orgullosa de ellos porque van a cambiar su historia, estoy segura. Serán mejores esposos.

Su orgullo y esperanza la hacen sonreír.

«Callar es peor»

En el barrio 5 de Junio, junto al río Manta, queda la casa de Juanita.

Es una mujer de 45 años, que alguna vez padeció violencia. Ahora, eso quedó atrás.

Juanita no es su nombre, pero prefiere usar ese seudónimo. Así se llama una amiga suya, una que también fue vícitma de violencia de género.

Ella salió de una relación “toxica” hace dos meses. Aún su verdugo la llama por teléfono. No puede acercarse. Tiene una orden de alejamiento. 

El barrio donde vive Juanita es caluroso, una selva urbana. Casas por todos lados, calles angostas que aumentan la sensación de calor. Muros pintados con grafitis. Gente que se asoma a las ventanas entreabiertas, que mira con recelo. Desconfianza total. 

Juanita se asoma a la puerta, apenas la abre y muestra el rostro.  

—¿Quién es usted?

Me presento. Le explico el motivo de mi visita y luego de unos cinco minutos me invita a pasar a su casa.

—Pase rápido.

Se asoma a la puerta, mira para ambos lados y de golpe la cierra.

—Por aquí cerca vive la familia de ese hombre y no quiero que anden hablando de mí, que meto hombres a la casa, esa gente es terrible.

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En la provincia de Manabí, los índices de violencia de género están entre los más altos de Ecuador. Para cambiar esta realidad, las mujeres se organizan en colectivos. Fotografías: Leonardo Ceballos.

Lo primero que dice al sentarse en un mueble desvencijado es que  a ella no le estén tomando fotos. Que no es buena para eso, y tampoco quiere estar por ahí rodando en internet, porque “ese hombre” es muy violento, aún la llama, y ella no quiere nada de problemas.

—Pero se lo voy a contar, porque he entendido que callar es peor y unas amigas me cuentan que se han inspirado en mi caso. ¡Si ellas supieran lo que tuve que pasar!

—Todo empezó desde hace  casi dos años. Él tomaba mucho, se me perdía por días, se iba con mujeres. Lo peor era que cuando regresaba, me hacía problema. Hasta llegó a pegarme.

Al principio quise revelarme, pero fue peor. Los golpes eran cada vez más fuertes. Tenía  miedo, no podía dormir. Un día me hizo problema al frente de mis hijos. Creo que esa fue  la gota que derramó el vaso.

Yo estaba decidida a dejarlo, pero él insistía e insistía. Tenía a otras mujeres, al final terminó yéndose con una de ellas. Desde entonces le puse orden de alejamiento, porque cada vez que estaba borracho venía a hacerme problema.

Y así estoy hasta ahora, rogando que no regrese, no lo quiero ver.

Juanita hace pausa. Camina a la cocina por un vaso con agua. Al rato se escucha el golpe de la  puerta de la nevera.

—¿Quiere agua, joven? Está heladita.

Le digo que sí y trae un vaso con agua helada, con cubos de hielo, para que sea más fría. Mis dientes piden misericordia.

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Para salir de los círculos de violencia de género, el primer paso es identificar que se está siendo víctima. Lorena lo logró y hoy vive con esperanza y lejos de su agresor.

—¿Qué más quiere saber?

-Usted dice que él aún la llama. ¿Qué le dice en esas llamadas?

Juanita suspira. Saca su celular y me muestra seis llamadas perdidas de la noche anterior. Seis del mismo número.

—Cada vez que toma, comienza a llamarme. Dice que lo perdone, que le permita acercarse para conversar. Pero la verdad yo no quiero saber nada de él. Ni que fuera tonta para regresar.

Yo creo que a las mujeres, a veces, nos falta decisión para dejar a un hombre. Estamos atadas, pensando en cómo será nuestra vida sin ellos.

Pero podemos seguir solas. Tenemos manos y pies para trabajar. Míreme a mí, aquí estoy, con mi hijo de seis años tratando de luchar. Yo no necesito de un maltratador que me venga a «montar cachos» (traicionar, ser infiel) y que, encima más, me pegue. No señor.

Es todo. Juanita ha sido contundente.

Su carácter y peronsalidad, arrasan. Es decidida y valiente. Y eso se nota en cada uno de sus gestos y expresiones.

En Juanita hay un coraje interior que la ha llevado a tomar una decisión que, para muchas mujeres, es difícil.

Cada año, la Fundación Río Manta atiende a 300 mujeres, víctimas de violencia de género.

Los casos más comunes son por violencia psicológica: insultos, humillaciones, burlas. Eso también es penado por la ley. Juanita no sabe mucho de leyes. Apenas sabe lo que es una orden de alejamiento, porque ese documento le ha servido para evitar que su ex marido se acerque. En estos momentos es su mejor arma. Eso y su fortaleza.

—Bueno joven, hasta aquí  hablamos. Ya mismo llegan las chismosas del barrio y empiezan a decir que  recién me separé y ya meto hombres a la casa— me dice y ríe a carcajadas.

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