Cultura urbana

Rigor mortis, un acercamiento a la muerte

rigor mortis
Ilustración: Manuel Cabrera.

El día en que Lourdes A. murió, estaba tan delgada que las sábanas apenas se arrugaron; pesaba lo mismo que la ropa que llevaba puesta. Era el 2020 y el país vivía, o sufría, el apogeo de la pandemia de covid-19 y los familiares de Lulita, como la llamaban, no hallaban un sitio donde poder darle sepultura. 

Esta situación ocasionó que su padre permaneciera con el cadáver durante casi cuatro días, tiempo durante el cual, aparte de interrogar airadamente a Dios por lo injusto que había sido, fue testigo de cómo su única hija, de solo 25 años, se iba transformando de adentro hacia fuera. 

Esta desagradable metamorfosis, ocurrida en su casa del Guasmo central, obligó a una urgente formolización para evitar consecuencias aún más duras de asimilar que la propia muerte.

El corazón

El cese definitivo de las funciones vitales es un proceso que involucra una serie de fenómenos que no siempre se rigen por una misma norma o circunstancia, toda vez que no todos los cuerpos asimilan de igual manera la pérdida del llamado soplo vital. 

A estos cambios estructurales, físicos y químicos, se los conoce con el nombre de fenómenos cadavéricos y, casi siempre, inician con el cese de los latidos del corazón, ese motor natural que nos acompaña fielmente desde antes de nacer. Cuando el corazón deja de latir, la sangre suspende su itinerario vital por todos los rincones del cuerpo, se espesa y se coagula, se vuelve gelatinosa.   Este primer cambio se halla dentro de lo que en el ámbito científico o médico se conoce como “cambios tempranos”, es decir, los que suceden dentro de las primeras 24 horas de la muerte.

La sangre busca acomodarse en ciertos lugares de declive, lo que origina moretones y la consabida lividez corporal. A esta especie de despigmentación cutánea se la denomina livor mortis o lividez post mortem.

Imagen de un cementerio de Guayaquil. Fotografía: Isabel Hungría.

Frío como un cadáver 

Otra característica de los cambios tempranos es la pérdida de temperatura debido, también, al cese de la circulación sanguínea. El muerto comienza a ponerse frío y sus músculos adquieren una rigidez que irá aumentando con el paso de las horas. Es lo que se conoce como rigor mortis, el cual alcanza su máxima expresión luego de 12 a 15 horas de darse el deceso. 

Las primeras partes en enfriarse son las manos y la cara; luego le seguirán el cuello y las axilas, hasta que todo el cuerpo adquiere la temperatura del aire que lo rodea; se aclimata al medio donde se encuentra.

Una hora después de morir, se presenta la fase conocida como flacidez primaria, que no es otra cosa que el relajamiento de toda la musculatura lisa y estriada del cadáver. Por esta causa, las articulaciones se tornan más elásticas (la mandíbula, por ejemplo, tiende a abrirse). 

Bacterias y más bacterias 

La falta de oxígeno no solo afecta a los órganos mayores, sino también a las células, que tampoco pueden “respirar” y producir algo que se conoce como adenosín trifosfato, una sustancia química de la que dependen para vivir. 

Al morir las células, se rompen y liberan toda clase de sustancias, creando el hábitat perfecto para la multiplicación de hongos y bacterias, los cuales no pueden hallarse en condición más favorable para lograr su objetivo de corromper el cuerpo, es decir, propiciar su putrefacción. Se liberan dos sustancias o derivados químicos: la putrescina y la cadaverina, encargadas de hacer que, ante un cuerpo en descomposición, no haya otro recurso que taparse las narices o acelerar el paso, pues ambas despiden un hedor insoportable.

Este fuerte olor es lo que probablemente atraiga masivamente a las aves de rapiña, aún estando muy distantes del cuerpo descompuesto. 

Por contradictorio que parezca, un cuerpo tarda ocho veces más en descomponerse estando bajo tierra que fuera de ella. Al parecer, el medio ambiente es un agente acelerador de la descomposición. 

Laboratorio ubicado en Guayaquil, en donde se realiza la tanatopraxia. Fotografía: Isabel Hungría.

Sin agua

Otro aspecto que hay que tomar en cuenta dentro del proceso cadavérico es el de la deshidratación o pérdida de los fluidos corporales originados por su exposición al medio ambiente. Hay un apergaminamiento de la piel, desecación de las mucosas, los genitales y un hundimiento de los globos oculares, tal cual como si los ojos se retrajeran.  

El efecto de este evento es una acentuación de las prominencias óseas del pecho, del esternón y de la cadera. Los huesos brotan más de lo común debido a la carencia de agua del cuerpo.

Descomposición

La fase final de la descomposición del cadáver es la licuefacción. Aquí los tejidos se destruyen y se disuelven en un líquido pardo para luego ser expulsados y dar paso a la desaparición del cuerpo por acción de los gusanos, insectos y otros animales. 

Esto último varía dependiendo del tipo de muerte.

En el laboratorio 

El entierro de los muertos marca un punto de inflexión en la historia, pues a partir de que el homínido empieza a dar sepultura a los miembros de su círculo va tomando forma el homo sapiens. Con ello aparecen los ritos funerarios. 

La tradición de colocar sobre la mesa familiar un cadáver empezó en Europa, durante la Edad Media, cuando parientes y amigos del difunto hacían vigilias alrededor de este durante al menos tres días.

La intención era, además de despedir al familiar, tener la certeza de que este no iba a volver a despertar.  

De esa costumbre surge la palabra velorio o velatorio. 

Para que los cuerpos sin vida puedan ser preservados nació la tanatopraxia. 

Han pasado miles de años desde su nacimiento, en la Edad de Piedra, pero fueron los egipcios quienes desplegaron con mayor efectividad esta práctica.

La hidroaspiradora recoge los fluidos del cuerpo. Cada botella tiene capacidad para almacenar dos litros y medio de líquido corporal. Fotografía: Isabel Hungría.

Los hijos de Tánatos 

Cristian Carrera y Wilder Rengifo trabajan en un cementerio de Guayaquil, justo allí en donde reposan, per seculum seculorum, los cuerpos sin vida de quienes algún día habitaron este mundo.

Cristian tiene 40 años y se decantó por la tanatopraxia cuando se le presentó la oportunidad de trabajar en el Instituto de Ciencias Forenses, donde laboró durante seis años; debido a todo el conocimiento que acumuló, lo contrataron luego en el Laboratorio de Criminalística. 

Allí ejerció durante diez años el cargo de diseccionador y así pudo, de algún modo, reivindicar la aspiración que siempre tuvo: ser médico. 

Actualmente lleva cuatro años prestando servicios en el cementerio. 

Wilder, en cambio, estudió tanatopraxia en Colombia. En total lleva treinta años ejerciendo esta actividad, diecisiete de ellos en Ecuador. 

Ambos practican la tanatopraxia, disciplina que se encarga de la preservación de los cuerpos y el cuidado de su estética. 

Son las once de la mañana: Wilder y Cristian visten unos prístinos mandiles, blancos impolutos. 

Todo lo que necesitan para ejercer a cabalidad su profesión es un trocar -instrumento médico parecido a una lanza-, una hidroaspiradora, un bisturí, unas pinzas, algunas agujas, una cánula, algunos litros de formol y un neceser con todo tipo de maquillaje.  

Herramientas básicas de los tanatopractores: trocar, pinzas, cánula, bisturí y aromatizador.

Bisturí in situ 

 -Cuando el cuerpo llega a la sala, se le hace la limpieza correspondiente -en las camillas- porque en algunas ocasiones viene con sangre, fluidos, vías o heces fecales- comenta Cristian.  

Luego explica que con el trocar -y hemos de suponer también que con el pulso de un cirujano- realiza una punción para extraer todos los fluidos que están alojados en el abdomen, los pulmones y el corazón. 

-Cuando las personas mueren debido a problemas hepáticos, cirrosis, cáncer, infarto de miocardio o han estado mucho tiempo hospitalizadas -con suero- la cantidad de fluidos es mayor-, narra Wilder. 

La extracción de fluidos se realiza con una hidroaspiradora. Esta intervención tiene como fin evitar que los inertes cuerpos expulsen por la boca y la nariz los fluidos que acumulan. Ante estos cuadros clínicos, los recipientes de la hidroaspiradora -dos botellas, cada una de dos litros y medio- se llenan completamente. Sin embargo, el cuerpo puede almacenar hasta siete litros de fluido, por ello Wilder y Cristian tienen un tercer recipiente. 

¿Para qué?  Para que cuando ingrese el formol haga su trabajo de preservación. 

Además de sus equipos, los tanatopractores cuentan con la predisposición para explicar a detalle cada uno de los pasos que siguen en la sala en donde efectúan sus labores, un espacio amplio e higiénico que pareciera estar patrocinado por una marca de cloro, aunque todo lo que puede percibirse allí es nada más que un olor penetrante a formol. 

Una vez que los fluidos han sido extraídos, los expertos explican que toman un bisturí y realizan una incisión de dos a tres centímetros en la arteria femoral derecha del cuerpo. 

Esta arteria está en los muslos, sin embargo, no es condición sine qua non hacer la incisión en dicho lugar, pues todo dependerá del tanatopractor. 

—El formol retarda la descomposición, pero una vez pasados los tres días el cuerpo se va a descomponer inmediatamente.

Luego de realizada la incisión, las pinzas se encargarán de sostener la arteria a la cual le será embonada la cánula por donde ingresará el formol. 

-Nos damos cuenta de que el formol está recorriendo el cuerpo porque comienzan a inflamarse las venas de la cabeza y empieza a ponerse rígido el abdomen- explica Cristian.  

Pero hay ocasiones en que esto no sucede. En ese caso, expresa el experto, debe flexionar los brazos y las piernas del cadáver, ya que muchas veces las arterias  y los músculos están recogidos y el químico no puede hacer su recorrido normal. 

El folmor, cuyo contenido será siempre del 40% y estará mezclado con glicerina y alcohol, se encargará de preservar el cuerpo. Si el cuerpo es formolizado dentro de las seis primeras horas podrá aguantar tres días. Eso sí, Cristian es categórico al indicar que no hay nada que hacer con un cuerpo que ha entrado en estado de putrefacción, pues nadie puede detener esa descomposición. 

La cantidad de formol a colocarse dependerá de la complexión y de los días que los familiares deseen preservar el cuerpo: un litro, o un litro y medio, por cada veinticuatro horas. 

-No se puede aplicar más porque si se ponen tres o cuatro litros el cuerpo va a empezar a expulsar fluido, no importa la complexión del cadáver- remarca Wilder.

El formol es un producto peligroso -cuya venta libre está prohibida- que puede ser usado por personas sin escrúpulos para dormir a sus víctimas. Es un químico además que puede enceguecer o crear laceraciones a quien no sepa manipularlo:

“Cuando se ingiere formol este va quemando la garganta. Una sola gota genera ardor en los ojos; en una ocasión tuve que acudir al hospital del Seguro porque sufrí un accidente con este químico”, relata Wilder. 

Para prevenir cualquier incidente que pueda presentarse con el formol, los tanatopractores tienen a disposición una ducha y un dispensador de agua (para los ojos). No hay paredes alrededor porque el objetivo es que el experto se enjuague de inmediato las zonas afectadas. Fotografía: Isabel Hungría

Cristian y Wilder cuentan con una ducha de emergencia en el Laboratorio, para que con ropa y todo se mojen en caso de algún accidente.   

Si lo que se quiere es preservar un cuerpo -por más tiempo- los expertos recurren al embalsamamiento, una intervención que requiere de otro tipo de tratamiento. 

Con este procedimiento, un cuerpo puede resistir, sin entrar en estado de putrefacción, hasta quince días. 

En este caso se actúa sobre las arterias yugulares y  femorales y se extraen los órganos; una vez realizada la intervención se guarda el cuerpo en un frigorífico hasta que sea velado. 

Si se hace una formolización normal y se ha tenido cáncer, el tanatopractor encontrará tumoraciones, a veces en el cuello o en alguna mama, y es allí donde deberá almacenar formol porque esas zonas están en proceso de descomposición para que en el velorio no haya malos olores. 

El embalsamamiento puede durar, según los expertos, de dos a tres horas, pero todo dependerá del cuerpo. Y la contextura. Y las enfermedades. 

-A veces, hasta cuatro horas-, asegura Cristian. 

Cánula a través de la cual se inocula el formol en el cuerpo. Fotografía: Isabel Hungría.

La osamenta 

Parte inseparable del cuerpo humano y de un muerto, desde luego, son sus huesos. No en vano a la muerte se la conoce como “La Huesuda” y se la representa con una calavera. Sin embargo, esto es pura iconografía fantasiosa, ya que los huesos también desaparecen aunque, debido a su composición y otros factores, tardan mucho más.

Ejemplos de esta durabilidad los tenemos en nuestro propio territorio con los llamados Amantes de Sumpa, un par de osamentas que fueron halladas en actitud amatoria en la península de Santa Elena. Su antigüedad se remonta a los 7.000 años antes de Cristo, al periodo Precerámico, es decir, unos 9.000 años a la actualidad. 

Otro ejemplo de conservación de un cadáver en nuestro país es el de la momia de Guano que, según se cree, perteneció a fray Lázaro de Santofimia, un religioso de origen español que vivió en el siglo XVI en ese cantón de la provincia de Chimborazo.

La preservación o conservación de las osamentas depende de a quién pertenecen y el suelo en el que fueron enterrados.

Vestimenta y maquillaje 

La vestimenta del cadáver es otra parte de la tanatopraxia. 

-Muchas veces los deudos quieren incluso sentar el cuerpo para vestirlo- comenta Cristian, quien asegura que prefiere ser él quien haga esta actividad porque tiene mayor habilidad y no le gusta que sus muertos luzcan desaliñados. Ejemplo de ello es que le encanta maquillar a los difuntos. 

Lo que intenta Cristian es que los deudos piensen que su familiar está dormido, por eso pone esmero en que se vea presentable.  

Gasas, jeringas, pegamento, rasuradora y cepillo son algunas de las herramientas con las que trabajan los tanatopractores. Fotografía: Isabel Hungría.

Hágale un copete, doctor 

Cuando se trata de mujeres, manifiesta Cristian, hay personas que piden un maquillaje con todo el rigor que la belleza exige, pero también hay familiares que le piden ser ellos quienes coloquen rímel o delineador a sus deudos. 

En este sentido, el familiar tiene la última palabra. Jamás nos negamos cuando nos dicen: doctor, póngale más maquillaje, o hágale un copete. 

Dificultades… 

Cristian y Wilder están acostumbrados a lidiar con asuntos escatológicos; sin embargo, y a pesar de los años que llevan trabajando con difuntos, se les achica el alma cuando se encuentran con cuerpos en estado de putrefacción y sus deudos desean tenerlos consigo uno o dos días más. 

-Entran los sentimientos y ahí es donde uno como profesional debe decidir hasta cuándo se puede tener un cuerpo en velación. Es difícil decirle no a una persona que quiere tener a su ser querido en su casa, sabiendo que no se puede. Verme obligado a mandar sobre la persona muerta, e imponer mi voluntad es difícil- menciona Wilder. 

El certificado de defunción, un gran dolor de cabeza 

Los tanatopractores no pueden corromper un cuerpo si no tienen en sus manos, primero, la partida de defunción del difunto. 

A Cristian le sucedió hace muchos años un hecho así, de modo que intervino Medicina Legal, y supo lo que era meterse en problemas. 

-Cuando los tanatopractores metemos mano en un cuerpo, todos los indicios legales se borran; por ello jamás -lección aprendida- toco a nadie sin un documento legal. 

Wilder Rengifo y Cristian Carrera son tanatopractores. Llevan varias décadas dedicándose a la labor de conservar, al menos por unos días, los cuerpos sin vida. Fotografía: Isabel Hungría.

Adónde irán los muertos, quién sabe adónde irán…

El destino de las almas es un tema que ha apasionado y preocupado al ser humano desde hace miles de años, en tiempos difíciles de precisar. 

Algunos mitos orientales sostienen que las almas, con un supuesto peso de 21 gramos, cumplen un ciclo hasta llegar a la perfección reencarnadas de cuerpo en cuerpo; de este lado del mundo, en Occidente, ciertas religiones creen que estas, según el comportamiento de su dueño en la tierra, tienen deparado el cielo o el infierno. 

Sábato sostenía que nadie ha podido revelar qué hay más allá de la vida, a pesar de los enormes tratados filosóficos y religiosos escritos sobre el asunto; nadie ha podido confirmar la existencia de un plano superior en donde las almas encuentren un hábitat perfecto.

Nadie, que no sea un charlatán o aficionado a la mentira, puede dar datos y señas de lo que hay después de que se cierran los ojos para siempre. 

El misterio seguirá latente en tanto en cuanto seamos humanos finitos y falibles. 

Los únicos que se encuentran a las puertas del inframundo son los hijos de Tánatos, ellos nos dejan listos para iniciar el último viaje.