Cultura urbana

Paisajes invisibles

paisajes invisibles
Ilustración: Manuel Cabrera.

“Todo lo que entra o sale de la ciudad viene de dos partes. Todo lo de aquí, sale en dos o más partes. You can get whatever you can pay. Ciudad de negocios. Precios accesibles para extranjeros. Música de banda. Morgue. Techno (…) Aquí empieza la patria” (Sayak Valencia, 2010).

Toma aproximadamente cuarenta minutos caminar desde el centro de Riobamba hasta el mercado La Esperanza 1, dónde se venden varias cosas, la mayoría de segunda mano y cachinerías, las cosas pequeñas, algunas por reparar, otras son piezas que son vendidas todos los sábados y miércoles desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la noche, por comerciantes, en su mayoría mujeres y adultos mayores.

La Esperanza 1 resalta por su estructura arquitectónica imposible y sus paisajes nómadas: son dos canchas de concreto, los graderíos forman infraestructuras vivas, llenas de comerciantes, los espacios —verdaderos laberintos— formados de parasoles, carpas, plásticos, ferretería, electrodomésticos usados, juguetes, ropa usada… cosas muy pequeñas, como detenidas en el tiempo, símbolos de modas pasadas, se dibujan como apéndices y vestigios de una ciudad que se renueva constantemente y piensa que su pasado se elimina. 

Mercado La Esperanza, vista exterior. Fotografía: Ángel Burbano.

El mercado se pliega y se desenvuelve sobre sí mismo, parafraseando a Italo Calvino, Riobamba no dice su pasado, pero está dibujado como las líneas de la mano, escrito en las cosas, equipos usados, algún uniforme de un colegio que no existe, los pernos, las tuercas, hay que decirlo, son símbolos tangibles y a la vez nómadas

—Es sol de lluvias— menciona un vendedor de mangos a la entrada, mientras recoge sus bandejas.

La caminata, por el mercado La Esperanza, se interrumpe, el cielo se oscurece de repente y cae un aguacero. La gente se disipa, varios comerciantes y vendedores ponen sus pequeñas cosas y sus objetos en costales, mochilas, los que tienen puestos grandes se ayudan de los plásticos para proteger sus mercancías.

Quedan, a medias, dos canchas desnudas, como superficies demasiado pequeñas para albergar lo que hace una hora fue un paisaje caótico y bullicioso, grande. Un paisaje invisible, aquel que nunca será foto de portada de una postal y aún así es memoria del viajero, del afecto, la querencia. 

Ventas de todos lados

Hace once años, la plataforma de comercio La Esperanza 1, al igual que otras plataformas formaban parte de uno de los mercados más grandes, populares y concurridos de Riobamba el Mercado Oriental o conocido popularmente como Plaza de las Gallinas.

Las ferias, en la Plaza de las Gallinas, ocupaban toda la plataforma del Mercado Oriental, gran parte del terminal de Baños, cuadras enteras que rodeaban las calles 5 de junio, Eugenio Espejo, Av. Luis Cordobés, entre otras. Se albergaba distintas ventas, tanto de la costa y sierra, y no podemos no mencionar sus conocidos puestos de gastronomía ambulante como señala Lucila Hidalgo Moradora del sector:

“Yo bajaba a comprar humitas para mi finado esposo, le gustaban las humitas de la señora Bernardina, eran distintas, de puro maíz, ahora le ponen mucha harina. También vendían la tripa mishqui, las carnes en palito, el mote con chicharrón, los bollos de pescado (…) ahí es dónde nos hicimos amigas con la señora Bernardina. Yo bajaba todos los sábados a comprarle y conversábamos. Ya después, les mandaron de ahí. Algunos siguieron con los puestos, pero en la pandemia le prohibieron vender por ser una persona de la tercera edad. Pero, yo le veía joven a la señora. Ahora no sé de qué vivirá mi amiguita. Como le digo, la gente es mala, es el gusto de hacer daño”.

Un mundo que persiste pese al nuevo orden

Comerciantes, Mercado La Esperanza 1. Fotografía: Ángel Burbano.

La reubicación de los mercados no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, en 2011 existió una reorganización de los espacios. Los animales en una plataforma, los alimentos, hierbas en otro, la cachinería y cosas usadas, mucho más lejos (…) La última Ordenanza de las Plazas y Mercados GADMR, reubicó a más de 5 148 comerciantes que trabajan en once mercados entre ellos los vendedores de cosas usadas y de cachinerías. 

Según la Coordinadora del Mercado La Esperanza 2, varios comerciantes habían comenzado su oficio hace más de 35 años en distintos mercados como San Alfonso, Oriental, entre otros (…) “somos más de 200 comerciantes. Algunos, como mi papá, comenzaron vendiendo fierros usados, cosas usadas, ferretería, máquinas, todo de casa… otros vinieron de San Alfonso. Pagamos la patente cada año, en el sitio que nos dan, con la finalidad de dar una buena atención al usuario”.

Para el arquitecto Jorge Valdiviezo en su investigación El análisis de Urbano de los Mercados en Riobamba, menciona que la reubicación se efectuó debido al aumento de la desorganización, el comercio informal, la invasión de las aceras y las calzadas. En palabras de Valdiviezo:

Las reubicaciones de los mercados han sido comunes a lo largo de la historia, desde 1919 que se había reubicado la Plaza Santo Domingo del centro de la ciudad, para construir el actual Parque Sucre. Según el conocedor de urbanismo, el funcionamiento aislado de los mercados es un problema, porque impide que asuman su rol en el comercio, además de aislarlos de los barrios y de su entorno.  

Muñecas, Mercado La Esperanza 1. Fotografía: Ángel Burbano.

Habían pasado once años, así como 35 años o 103 años, de reubicación de estos paisajes urbanos, los mercados, como estas formaciones nómadas, en las ciudades que crecen, progresan, se modernizan, borran, esconden.

En el mercado La Esperanza, persiste su paisaje raro, extraño; candelabros, radios, muñecas usadas, (algunas rotas o sin un ojo), pesebres, virgencitas desgastadas, santitos sin alguna extremidad, focos, algunos que prendían otros que no, tornillos, zapatos sin par, ceniceros, fierros, bisutería, revistas antiguas, discos de acetatos, almanaques, directorios telefónicos. Paisajes no visibles o invisibles, el pasado que se desea borrar, ahora aislado de los alimentos, de los animales de lo que supone el progreso, lo que se muestra.

Según Ignacio Espinosa (Máster en Desarrollo de Urbanismo y Planificación), “los municipios o se hacen los que no conocen este funcionamiento o lo usan como discurso para que la sociedad acepte la reubicación de los mercados”. Sin embargo, la reubicación de estos paisajes urbanos no es sino la punta del iceberg de problemas mucho más grandes.

Ciudades invisibles y los mapas del progreso

“Las ciudades invisibles se tejen en el flujo incesante de intercambios y exclusiones, crisis, migraciones, e incertidumbres que configuran el pasado del futuro” Reguillo.

Puesto de ropa de segunda mano. Fotografía: Ángel Burbano.

—Ya no joven, la plaza de las gallinas ahora solo es ropa… —responde, José Villavicencio, miembro de la Cooperativa de taxistas La Dolorosa. 

—¿Desde hace qué tiempo?

—Antes, mismo, de la pandemia, pero también había “los madrugones”. Si usted quiere comprar por mayor, o necesita bien barato mismo. Desde las tres, desde las cuatro de la mañana ya venía la gente a vender de todo lado, de Ambato, la costa… 

—¿Y será que me puede hacer una carrera a “los madrugones” a las tres de la mañana?

—¡Qué quiere que lo baleen!, no joven muy peligroso por esos mercados. Pero, ya de lo que sé no hay los madrugones, creo que ahora les controlan más por tanto robo.

***

Hace dos años, se conformaron los conocidos “Madrugones” en el Mercado Oriental, con venta de varios productos, desde las tres de la mañana, el anverso de una legalidad cuyas restricciones hacen imposible el trabajo, ¿qué sucedió con los madrugones?

Son las cuatro de la mañana, y lo que se pude observar es una multitud de perros que salen de todas partes de las infraestructuras a ladrar a los desconocidos, tricicleros que llevaban carpas o mercadería, camiones o carros que paulatinamente instalan sus puestos. Los madrugones han desaparecido. Pero no la sensación de inseguridad y la cantidad de relatos de la población sobre robos, violencia, que afecta en mayor medida a los comerciantes que no se encuentran ubicados en la centralidad como es el caso del Mercado La Esperanza. 

—Lo que hemos optado, es colaborar entre todos. Si pasa algún problema, lo resolvemos entre todos— menciona Eduardo Flores, coordinador del Mercado Esperanza 1.

¿En algún caso de robo o violencia, no recibe ayuda de las autoridades?

No se recibe ayuda de las autoridades, ni en la infraestructura como usted ve. Lo que estamos ahorita es el autogasto. 

Los 80 socios y más de 200 comerciantes tienen la obligación de pagar una patente anual y un valor mensual al Municipio para comerciar en el Mercado la Esperanza. Los vendedores se han visto en la necesidad de contratar seguridad privada para que la clientela se sienta segura.

Artículos de segunda mano, fuera del mercado Esperanza 1. Fotografía: Ángel Burbano.

¿Qué es este sentimiento de inseguridad? ¿por qué aparecen estas narraciones en lo popular sobre la violencia? Porque estas narrativas se encarnan en la Esperanza 1. Con respecto a la violencia, Rossana Reguillo, teórica sobre la ciudad menciona:

Los miedos esconden un profundo malestar. Tenemos miedo a la globalización, al narcotráfico, a la inviabilidad de las economías precarias, a la desilusión constante de los políticos, a la guerrilla, al sida, al crimen organizado, a la policía, a la erosión de lo público, a ser borrados de las listas, al mal de ojo, al robo de los órganos, al chupacabras, a los extraterrestres, a la oscuridad, al fin del mundo, tenemos miedo y alguien debe pagar los platos rotos”.

Lucila Hidalgo, moradora del sector por más 35 años, menciona sobre la nueva disposición de los mercados: “Verá, yo lo que le puedo decir es que la gente se va acomodando a los mercados, si se siguen yendo más lejos, la gente va a comprar y a vivir más lejos. Al principio si parece inseguro, feo, a veces sin alumbrado, pero lo que yo estoy viendo cuando voy a ver hierva para mis cuyes, es que ahora todita esa callecita está llena de señoras que ahora venden nabo, rechazo para los chanchos, afrecho, balanceado para los pollos, eso le puedo decir (SIC), los mercados se van lejos y la gente poco a poco se va a vivir por ahí porque de eso viven”.

Espacios heterotópicos: el lugar de los cuerpos que ocupan el lado B de la ciudad

Comerciante de tercera edad. Fotografía: Ángel Burbano.

Fue difícil conseguir entrevistas con los comerciantes de La Esperanza 1, en medio de música, un sol agobiante, ventarrones que cada tanto levantaban los plásticos improvisados de las tiendas.

Cada uno se encontraba de cabeza en su oficio o en el mantenimiento de su espacio. los vozarrones del regateo, la gestualidad de cada uno de sus compradores, las estrategias de compra, las expresiones, el lenguaje de los comerciantes y la lectura sobre los habitantes que no son de esa ciudad. Hay mucho silencio entre tanto ruido.

Volviendo a Italo Calvino para comprender la ciudad, sus mercados, el autor se plantea preguntas sobre los viajes de Marco Polo en Irene, Eustapia, Zenobia, sobre el valor de los objetos en los mercados, más de siete siglos después, las cosas siguen siendo símbolos en la ciudad.

Unos tenis de marca de más de 100 dólares, una camisa extranjera, tal vez joyas de oro que en realidad no compran una utilidad, sino estatus, igual que las bandas bordadas, los palanquines y ajorcas en la época de Marco Polo. La ciudad lo dice todo, lo repite todo… menciona el buen Calvino.  

Desde esta perspectiva. Los espacios de lo devaluado, lo antiguo, no tiene su objeto en la mercancía como menciona Syak Valencia, autora del conocido libro Capitalismo Gore, sino en el cuerpo en una lógica de capital que devora todo a su paso.

Entonces esta crónica del espacio, de los objetos, es una crónica de los cuerpos que comercian estos objetos devaluados en la periferia de Riobamba.

La mayor parte de comerciantes son mujeres, un 74,5% según la Investigación Análisis de Comercio Informal en Mercados de Riobamba de Margarita Aucancela, seguido de una cifra representativa de adultos mayores: cuerpos empobrecidos y racializados, varios como el señor Coloma de migrantes internos de otras ciudades, o de sectores rurales.

—¿A cuánto los zapatos?

—¿Cuál?, ¿cuánto me da? Deme cinco… le rebajo…

Un adulto mayor se queda dormido cuando pregunto el precio por un par de zapatos usados y lustrados, probablemente suyos, dos relojes, una cadena y algunos objetos brillantes.  

Si pudiera dibujar nuevamente con los dedos, un paisaje sumamente raro, dibujaría las muñecas rotas, como una referencia de los lugares de mi ciudad, en los que he caminado, pero también aquellos cuerpos que han vivido el peso del capital, la migración rural, y el empobrecimiento, son los cuerpos y los objetos los que habitan los paisajes invisibles de las ciudades.

La ciudad se moderniza, se privatiza, se sobrecoge y son las mujeres, los adultos mayores, migrantes rurales, de distintas partes los que comercian desde muy temprano desde hace once, 35 o 103 años en un proyecto que no funciona, mientras estos objetos sigan en venta para la sobrevivencia de estos cuerpos que son invisibles para el Estado, por la inseguridad, por la violencia, por la pobreza, porque alguien debe pagar los platos rotos.

En el mercado de La Esperanza, donde uno puede encontrar desde un alfiler hasta un elefante, lo único que no se pierde es la esperanza.

Objetos de venta fuera del Mercado Esperanza. Fotografía: Ángel Burbano.