Cultura urbana

Mariana Andrade, la cultura y los bufones de palacio

Mariana Andrade, la cultura y los bufones de palacio

La comandante Mariana Andrade (así se titula la canción que cineastas manabitas eclipsados con su nobleza le compusieron y dedicaron) lleva con orgullo sus canas; se muestra contraria a la cultura de la cancelación (separa la obra del artista: si Woody Allen tiene un problema legal que lo enfrente en los tribunales, dice) y reivindica el derecho de las mujeres a negarse a la maternidad. 

“Yo también fui una mujer violentada, ahora lo puedo decir sin ningún problema”, declara categórica al pasar revista a su pasado, una época imbricada de machismo que marcó su vida, de ahí que diga: he perdonado pero no he olvidado. 

Esa experiencia que vivió en los años 80 fue descrita por ella en el artículo titulado “Entre Marx y machos al desnudo”, una suerte de testimonio en el que tuerce el título de la célebre película de Camilo Luzuriaga “Entre Marx y una mujer desnuda”, donde ella fue productora ejecutiva, para describir el comportamiento de sus entonces camaradas, “hombres de izquierda que llevaban gorras del Che y que gritaban consignas a favor de los derechos —se asumían antipatriarcales y hasta feministas (aunque en ese tiempo no era común el término)— pero que luego de varias copas era común escucharles decir que se habían ‘comido a todas”.

“Era rumor, comentado en los pasillos, que luego de las fiestas, asambleas, reuniones del partido y marchas ejercían sobre sus parejas violencia física y psicológica, lo que desentonaba radicalmente con sus discursos de construcción del hombre nuevo”, escribe en su artículo.

Esa denuncia la puso bajo el escrutinio de la izquierda, pero ella siguió ofrendando su talento al cine. 

Esa manifestación de entrega —trabajó en varias producciones cinematográficas— se hizo carne cuando decidió hace 20 años abrir las puertas de su casa para que los amantes del buen cine, el independiente, desde luego, recalaran en las butacas de su sala.

A ese rinconcito entrañable en el que cada espectador se ha dejado acariciar el alma, ya sea con un drama flébil o con una desopilante comedia, le puso el nombre de una de las películas más célebres de Federico Fellini: OchoyMedio. 

Desde ese espacio, en el que es posible hacer catarsis, o al menos abstraerse de las miserias que rodean al mundo, Mariana Andrade habla telefónicamente sobre su militancia en la cultura, su rotundo rechazo al machismo venga de donde venga, su adhesión al amor, su censura inclaudicable al poder, su filiación al feminismo y su pasión desbocada por el cine. 

Huelga decir, su compromiso con el séptimo arte no es baba, así como tampoco su lucha para que las políticas culturales dejen de atrincherarse y solazarse en el patio trasero de Carondelet. 

—¿Cómo logró abrirse campo en un medio que era, en el tiempo que usted se inició en el cine, exclusivamente masculino? 

—Como militante, en los años 80, era el espacio y el lugar en donde teníamos que estar. El feminismo era un término distante de la cotidianidad y de la conciencia que en ese tiempo podíamos tener. Éramos jóvenes de 20 o 22 años que no teníamos conciencia de la situación. Se había normalizado que los líderes fueran exclusivamente hombres, políticos destacados, artistas, pero no éramos demasiado conscientes de esa situación. Yo te puedo decir esto ahora que lo veo más a la distancia. 

A finales de los 80 viene el desencanto y empiezo a ver todo lo que he sido y de lo que he formado parte. Yo también soy una mujer violentada, ahora lo puedo decir sin ningún problema, por machos de izquierda. Lo dije en el artículo que escribí (“Entre Marx y machos al desnudo”) y que justamente narra eso. No fue fácil para mí entenderlo, había un culto a la personalidad de estos líderes que ellos mismos fomentaban, eran seres intocables, inalcanzables y tenías que asumir un rol de sumisión; no podías brillar. Tú decías: mejor no digo mucho, mejor que sean ellos los que digan, los que den la palabra. Luego viene el desencanto, cae el muro de Berlín y una empieza a tener mucho más entendimiento de las cosas.

Siempre he tenido una personalidad fuerte, pero no en el sentido de querer lograr cosas. Sobre mí se ejercía violencia psicológica, pero además medio tapiñada porque no era consciente y terminé aceptándola: no soy buena, no soy bonita, no soy inteligente, pero ya en los 90 felizmente me divorcio y empieza otro momento en mi vida. Cuando empecé en el Ochoymedio, por ejemplo, siempre el director era Camilo (Luzuriaga), yo era su asistente, su secretaria, cualquier cosa menos la persona que estaba gestionando todo el proyecto junto a él. Más adelante, colegas míos se llamaban a sí mismos directores del Ochoymedio y no lo eran, la directora era yo, pero así firmaban. Es increíble este tipo de violencia que luego, al final, es difícil de ver; sin embargo, sigues callada y comienzas a brillar con una potencia y una fuerza que luego es una ola incontenible.

 —¿Hubo un hecho puntual, un parteaguas, un punto de inflexión para que Mariana dijera no más?

—En el artículo “Entre Marx…” lo digo, porque empiezas a ver a estos machos izquierdosos, violentos con sus parejas, que nos decían feministas de bigotes. Después de las fiestas vociferaban que se habían comido a todas y una empieza a ver las historias de sus parejas, mujeres que los acompañaban. Ahí lo narro, fue difícil. Es real, uno perdona pero no olvida. 

—Después de toda la experiencia vivida en los pasillos de esa producción ¿le fue difícil afianzar su nueva relación de pareja?

—Mi pareja es un hombre maravilloso, llevamos una relación de muchos años, ha sido artista, creador, ahora mismo es parte del Ochoymedio. 

—¿Se puede hacer cultura al margen de la izquierda y de la derecha? 

—Lo que pasa es que la izquierda capitalizó mucho la fuerza creativa y artística. La izquierda la hizo suya. Ser artista tenía una connotación antisistema y eso ha sucedido durante todas estas décadas. La izquierda cooptó muchos movimientos culturales. Pero en el fondo yo creo que más bien su mirada es la misma. Hasta ahora no podríamos hablar de políticas culturales en un gobierno de izquierda o de derecha. El Plan de Gobierno del presidente Lasso menciona a las industrias creativas, habla de fomento, de desarrollo, de economía naranja. Pareciera que se reconoce al fin el valor del trabajo cultural como parte de la economía. Y sin embargo, su ministra —y su ministerio— hacen exactamente lo contrario, es decir, apelan a políticas asistencialistas y no toman en serio al sector cultural.

Para mí son exactamente iguales; en los dos lados se ejecuta exactamente lo mismo: populismo, demagogia, eventismo, tarimazos, espectáculos, aplauso incondicional; es decir, se desarrolla la industria del espectáculo, en el uno como propaganda y en el otro como show de territorio y de aplauso fácil. Creo que es importante hablar sobre el trabajo cultural, trabajadores de la cultura, que producen productos culturales que se crean, se distribuyen y circulan en beneficio de consumidores donde la creatividad y la innovación son fundamentales, y en el cual se genera trabajo, se paga impuestos, se crece profesionalmente. Ninguno habla de esto.

La cultura para los políticos es como una entelequia de captación de votos, de subir la imagen, de tener un aplauso incondicional. Ahí son igualitos, no hay mucha diferencia. No nos toman en serio. Somos bufones de palacio. A mí me conmueve esta situación porque hemos peleado tantos años; somos mujeres empoderadas, maduras y venimos peleando por leyes toda la vida, por mejores condiciones de trabajo, por reconocimiento. Y aunque hay un plan de gobierno que da esperanzas, al final es un ministerio que se sienta al final de la mesa en el gabinete, en la última silla. Es inexistente, no influye en ninguna decisión del gobierno.

—Un saludo a la bandera. Están para calentar el puesto… 

—Creo que son funcionarios que lo mejor que saben hacer en gestión cultural es gestar su futuro. Por ejemplo, el proyecto hito que tiene ahora el gobierno, Teatro del Barrio, es exactamente igual al proyecto Arte para Todos, o Arte desde el Aula, implementados en los gobiernos anteriores. Supuestamente trabajo en territorio, fondos de mínimas cuantías para los artistas y sus presentaciones. Populismo, asistencialismo y demagogia nuevamente. Estoy segura de que esa no era la idea del presidente, pero así lo implementó su ministra. ¿Qué nos han dejado estos proyectos? Más precariedad del trabajo cultural.

Las ideas que tiene la gente de para qué sirven las instituciones de cultura son diversas. Para muchos es una feria del libro, para otros un festival de teatro. No necesitas un Ministerio de Cultura para organizar ambas. Con una oficina de celebraciones y eventos, bastaría. El país en general y tampoco sus gobernantes saben para qué necesitan un Ministerio de Cultura. Estoy en un momento de mi vida en que pienso que todo lo que haga dependerá de mi capacidad, de mi propio esfuerzo, de mi fuerza, de mi voluntad y de mi militancia cultural. 

—Usted dijo algo durísimo: que las instituciones culturales están hechas para fallar. ¿Con qué se ha topado a  lo largo de su trayectoria?

—Están hechas para fallar y para que te caigas. Hay desconfianza y poca credibilidad en esas instituciones. Hay caos administrativo. Hay desarticulación entre todas las instituciones encargadas del fomento cultural. Entras a la función pública y estás sometida a un sistema de contratación pública en el que muy difícilmente puedes hacer entender a los burócratas o a los funcionarios de Contraloría por qué tus decisiones son tales o cuales. Es complejísimo.

Cuando entré a la Secretaría de Cultura pude conocer de cerca estas falencias; ahí noté que las instituciones culturales están hechas para fallar. Ni siquiera tienen equipos técnicos ni antropólogos, sociólogos, filósofos, pensadores ni psicólogos que entiendan la cultura como parte fundamental del desarrollo. ¿Quiénes lo componen? Funcionarios públicos de muchos años que no pueden gestionar cambios profundos porque están sometidos al sistema de contratación pública, al control de la Controlaría, al poco personal y a las mismas exigencias de la ciudad y del país porque la ciudad demanda que hagas unas fiestas maravillosas en diciembre, porque ahí es donde se mide el capital político de los alcaldes, entonces al barrio tal le ofrecen la banda fulanita, al otro el disco móvil y al otro el desfile.

—¿Cuánto menos gana una mujer en el cine? 

—Depende mucho. Es que no puedes establecer un parámetro porque las películas ecuatorianas se hacen con muy poco presupuesto, solo un poquito más cuando logras fondos internacionales, pero no te quiero dar un valor fijo, aunque pueden ser cinco mil, 10 mil o 15 mil dólares, pero eso es relativo porque los presupuestos son un juego. En los fondos que tú pones siempre dices “esto pido y esto pongo”, pero tú aporte personal es muchísimo más en tiempo, recursos, capacidad; en todo lo que puedes dar, porque hay un aporte personal que no se cotiza, que no tiene una remuneración económica y que está más bien vinculado con la voluntad de hacerlo. Y ahí caemos directoras, productoras, todas, porque en realidad quisiéramos ganar más, pero nos adaptamos a presupuestos irreales. 

—Si debiera recomendar una película que toda mujer necesita ver, ¿cuál sería? 

—“Deseando amar”, una película maravillosa con la que abrimos Ochoymedio y que recientemente volví a ver. Pero en general es difícil recomendar alguna porque todo depende de tu estado de ánimo. “El secreto de tus ojos” fue una película que llegó en un momento de mi vida en que podía verla diez veces; también “Los puentes de Madison”, que son melodramas potentes que hicieron historia.

—Usted decía que no es de recibo ver una película con canguil, por eso en Ochoymedio ofrece vino y café para esos momentos. ¿Le está haciendo la guerra al canguil? 

—¿Cómo puedes comer canguil? El cine es sensación, emoción; no puedes estar oliendo nachos y comiendo cuando te están presentando una belleza, como una peli de Bergman, Bertolucci o de los directores latinoamericanos que a mí me encantan. No es posible porque el cine es una cuestión de sentidos, como el olfato o la vista, por eso la sala es oscura. Creo que en 20 años del Ochoymedio, la gente lo ha recibido bastante bien. Ayer vi Deseando amar, la volví a vivir en 35 milímetros y tuve la misma sensación de hace 20 años. ¡Guerra total al canguil! 

—¿Deja alguna película a medias?

—Claro, muchas ecuatorianas (risas). Hay algunas de las que me he salido; claro que pasa, si no te enganchan tienes que irte ¿Para qué vas a estar ahí?

—A su juicio, ¿cuál es la mejor película ecuatoriana que se ha realizado hasta el momento? 

—Tengo dos y las dos son producciones mías: “Entre Marx y una mujer desnuda”, que hice en los 90 con Camilo Luzuriaga, y que para mí es una de las mejores películas ecuatorianas; y “Black Mama”, una peli que produje y que creo va a convertirse en una película de culto, surrealista, vinculada al arte y a la danza, que se hizo en el 2009. “Black Mama” representó al Ecuador en la Bienal de Venecia porque está vinculada al arte más que al cine en sí mismo. Son películas que me enorgullecen mucho. 

—Decía la directora catalana Isabel Coixet que el amor está sobrevalorado. ¿Qué opina de eso?  

—Yo creo más en el amor que en el poder. El poder corrompe, te entra y no te sale de la piel, en cambio el amor se queda, se moviliza, te empuja. No creo que esté sobrevalorado. Para mí el amor es importantísimo. Yo soy una mujer querida y por eso he logrado muchas cosas y he tenido un hombre que me ha acompañado en todo. Me ha hecho sentir la reina más grande del mundo. He tenido la suerte de vivir esa experiencia. He tenido la suerte de darme cuenta de dónde no debería estar, como en otras experiencias sentimentales. 

—¿Alguna directora a la que admire? 

—Claire Denis y Agnès Varda. Son mujeres que han estado en la vanguardia con sus producciones; ambas son francesas. En el ámbito latinoamericano, Lucrecia Martel, una mujer potente. En Ecuador, Anahi Hoeneisen; me gusta mucho la actriz que está protagonizando la película “Lo Invisible”, de Xavier Andrade. Isabel Coixet también me gusta mucho. 

—¿Se podría decir que el Ochoymedio es su mayor logro? 

—Sí, es una gran obra, es la sala de tu casa en donde recibes a los amigos. Allí vives,bailas, amas, disfrutas de la gente alrededor de la sala de la casa. El Ochoymedio es la sala de la casa de mucha gente que ha pasado durante 20 años por allí y ha encontrado un sitio cálido para estar y sentir. 

—Un grupo de cineastas la llama La Generala, supongo que ese adjetivo nació en un momento suyo de empoderamiento. ¿Cómo nació el apelativo?

—Me hicieron hasta una canción que se titula “Mi comandante” y que circuló entre los dvd piratas de esta generación de cineastas llamada Bajo Tierra, que empieza a ver en mí una presencia fuerte. El apelativo nació en un viaje que hicimos con Fernando Cedeño a Venezuela para un encuentro binacional de cineastas de Ecuador y el país anfitrión. Fernando Cedeño es un cineasta manabita, parte del grupo denominado, “cine bajo tierra” o “cine guerrilla”, localizados en Manabí fundamentalmente.

Pude conocer a Fernando cuando con Miguel Alvear, amigo y socio creativo, hicimos una investigación del cine no profesional, amateur, que circula por la piratería y que se produce fundamentalmente en Chone. Esta investigación devino en una publicación, un festival, y luego una película. Con este grupo de cineastas establecimos una relación muy cercana, en lo afectivo y en lo profesional. Ellos, manabas super machos, empoderadísimos de su cine, empiezan a verme como su generala, su guía, su tutora, lo que da lugar a una relación de mucho cariño, humanidad y respeto. Yo, mujer con sangre manabita también, era quien había, junto con Miguel Alvear, finalmente logrado que su cine y sus prácticas cinematográficas de producción y distribución, se visibilicen tanto en los circuitos estatales como independientes. De ahí surge la canción “Mi comandante”,  de autoría de Iván Silva, que hicieron para mí y que circuló también en un DVD de una película del mismo Cedeño.

Nunca he estado en una campaña política ni he aspirado a un cargo de elección popular, por eso tener una canción hecha para mí, a mi medida y con ese amor, es un tesoro y un agradecimiento que lo guardaré siempre. He tenido una voluntad implacable para ser lo que siempre he sido, desenvainando mi espada cuando ha sido necesario y envainándola cuando me he cansado, pero han sido años muy intensos. También he sido una persona muy querida. 

Lo veo ahora a la distancia y puedo hacer un resumen a mis 60 años de todo lo que te digo, sin embargo soy la generala, la madrina, la comandante, y me encanta, pero esto no está vinculado al poder. Creo en el liderazgo en equipo; un líder sin equipo no existe y no me interesa el poder por el poder. Eso es sinónimo de respeto y de cariño porque la gente ha visto mi trabajo y se identifica; claro que también ha habido gente que me ha golpeado mucho por mi carácter. Vinculan el carácter fuerte, el temperamento, la voz potente, de una mujer como yo, con problemas sexuales, con la no maternidad. Es un medio hostil que hay que saber soprepasarlo e ignorarlo. Yo ya lo hice hace años, poco me importan esos comentarios.

—¿Cómo una mujer se convierte en lideresa? 

—No se puede seguir ciegamente a nadie. Ese liderazgo nace del cariño y de la admiración que sientes hacia determinada persona. Me ha tocado descifrar el tiempo en el que vivo, y eso a mis 60 años es mi mayor fortaleza. Mi responsabilidad no es mirarme el ombligo, debí reinventarme, tener la lucidez necesaria y asumir los desafíos para mantener vivo al Ochoymedio. No hay liderazgo sin equipo. Los liderazgos sin equipo de trabajo son tristes y dejan meros caudillos. Liderazgo no es acumular poder. Liderazgo es ceder el poder, para delegar. Y creo que eso ha pasado conmigo.

—¿Quiebra una lanza por el amor, entonces?

—El amor escucha, en cambio el poder ordena, porque el amor es solidaridad, bondad, empatía; en cambio el poder es sumisión, por eso no creo que sea una mujer mezquina. El amor abre puertas, el poder construye muros. Y esa es una reflexión que tengo ahora. 

—Ahora tiene 60 años, ¿cómo se siente al respecto?

—Me encuentro viviendo mi madurez con tranquilidad. Ya no hay prisa por llegar, hay más bien las ganas de observar, de escuchar pero de seguir aprendiendo siempre. Tengo ganas de más silencio y soledad. Disfruto de mi casa, disfruto de caminar en el bosque, de ser madre perruna. Amo mi lugar de trabajo, veo hacia atrás y me gusta lo que he logrado. Cuido más que antes mi salud, me rodeo de mujeres sanadoras para protegerme y seguir caminando. Además este entendimiento que tengo ahora, de sentirme viva y deconstruida, me permite crear cultura en un país de estos machos a los que no les importamos mucho. Pero tampoco quiero ser la reina de la cultura para estar sentada en la última mesa del gabinete.