Cultura urbana

Gabriela Cruz: trabajar, dirigir y ganar plata

Gabriela Cruz
Gabriela Cruz. Ilustración: Manuel Cabrera. Revista Bagre

“Entendiste”, dice Gabriela Cruz Salazar, presidenta de la Federación Nacional de Cooperativas Pesqueras del Ecuador (Fenacopec), cada vez que explica algo, como si quisiera asegurarse de que su palabra quede escrita en piedra. Su tono es fuerte, diáfano, conminatorio. 

La oficina que ocupa, situada en las calles 9 de Octubre y Baquerizo Moreno, es una suerte de santuario marino en donde reposan diversas piezas que hablan por sí solas de su oficio: un cuadro que contiene carnadas; un tablero que muestra los diferentes nudos que se usan en la pesca; una embarcación en cuya proa se lee “Lcd. Gabriela Cruz”; varias fotografías en las que aparece rodeada de pescadores y placas que ha recibido como testimonio de su lucha por el sector.

San Pedro, el santo patrono canoso y barbado de los pescadores, ornamenta la entrada de su despacho, con su manta y su saya impecables. A él y a Dios se encomienda diariamente.

Entrevista a Gabriela Cruz

—¿Tiene miedo de que le suceda algo?

—Mañana te meten un tiro y estamos jodidos porque muchos dirigentes se han dañado y cogen las coimas para los ladrones. Hemos alejado a mucha gente, hoy capturaron a un armador, dirigente pesquero. Conmigo se sentó una vez y me hizo mierda.

Yo te doy la mano para ayudarte, pero por la derecha. Siempre he tenido dinero porque trabajo desde los siete años. En el gobierno de Lenín Moreno me hicieron una persecución política; le hice una marcha, me acusó de traficante y de pertenecer a una organización delictiva. Me costó 10 mil dólares defenderme, por eso, tengo deudas y juicios. Me encomiendo a Dios. Te cuento que soy de pelea.

Como presidenta de la Fenacopec, institución que vela por los intereses de los pescadores artesanales, la mujer se traslada constantemente de General Villamil Playas a Guayaquil para atender sin intermediarios los entuertos que deben sortear los miembros de su agrupación. 

Su amplio escritorio —un mamotreto donde descansan un frasco de Factor de Transferencia, un legajo de documentos, una confitera de cristal y dos equipos de rastreo satelital— parece una madera atornillada a las olas, que se mece cada vez que sus vigorosos brazos rozan la superficie. 

Ese reducto, en el que pescadores, abogados y asesores entran y salen como Pedro por su casa, se ha convertido en testigo del océano insondable de alegrías y decepciones que le confieren ser la directora de un gremio al que defiende. 

Mi padre me enseñó como varón 

Gabriela aprendió el arte de la pesca cuando era adolescente. Cuenta que aprendió a ser fuerte en el mundo que le tocó vivir, por eso su padre le hacía pelear con Carlos Métiga, un boxeador de General Villamil Playas que pegaba fuerte. Por cada sílaba que pronuncia golpea con una de sus manos su escritorio, para afianzar lo que dice. 

—Mi padre me preparó, me enseñó como varón. Yo no soy de discotecas, ni de baile ni de fiestitas. Esa pendejada a mí no me gusta. Yo estaba donde había que trabajar, dirigir y ganar plata.

Hoy, con una licenciatura en Ciencias Políticas en sus manos, no necesita hurgar en papeles ni abrir archivos para dar datos y ofrecer cifras sobre las actividades inherentes al cargo que ejerce. 

—Teodoro, llama al abogado y dile que venga a las cinco porque quiero revisar la presentación. —le ordena a su asesor con un atisbo de urgencia. 

La presentación a la que se refiere será en Quito y tiene premura porque los pescadores industriales quieren que se reforme el artículo 104 de la Ley de Pesca para poder faenar dentro de las ocho millas, una petición que, de aprobarse, perjudicaría a los pescadores artesanales. 

La Comisión de Soberanía Alimentaria le da chance a todos los pescadores industriales y no invita a ningún artesanal. Como a mí nadie me ha invitado, pero tampoco me han dicho que no vaya, iremos.

La mujer habla con un tono de picardía en defensa de la comunidad que representa desde hace 15 años, aunque el vértigo de su labor la orilla a percibir que lleva 20 y más. De pronto se hace el silencio y abre una botella de agua que irá sorbiendo con cada soflama que suelta.

—El pescador industrial habla mal de la Fenacopec o de su presidenta, y debe existir respeto. La Comisión no está para hablar de mí sino para debatir la Ley de Pesca.

La líder de los pescadores se defiende al verse apisonada por ciertos empresarios que protegen sus intereses, a pesar de que la pesca artesanal en el año 2020 exportó 120 millones de dólares, cifra nada despreciable.

Gabriela muestra con investidura de profeta, y separando los fonemas de algunas de las palabras que pronuncia, su preocupación por los pescadores artesanales y por los recursos del mar, porque si los industriales no respetan las ocho millas habrá en todo el sector “miiiii-seria, poooo-breza y paralizaciones”

Cada vez hay menos recursos por esta flota que pesca indiscriminadamente por la falta de control. Si aquí hubiese una normativa para que el grande respete al pequeño, sin padrinazgo y haciendo cumplir la ley, nosotros tendríamos mayor productividad —aclara. 

—¿Los industriales tienen mucho más poder que ustedes?

—Yo aprendí que todos tenemos contactos y todos sabemos cómo manejarnos políticamente con ellos. Lo que sí te puedo decir es que tiene más fuerza el que tiene más, no en lo económico, sino en gente. Hay una base que te hace más fuerte que el que tiene plata, pero también te puedo decir que siempre en todo prevalece el conocimiento y la razón. 

Yo te mando a la mierda

Se trata de una mujer con arrestos que no se amilana fácilmente ni se arredra ante nadie.

Ese tono es resultado del trajín que le ha supuesto ser dirigente de un gremio que aglutina a 120 mil personas, todos hombres, pero su abogado le ha pedido que se maneje con mesura. 

—He tenido que bajar el ritmo porque yo te mando a la mierda. Yo te muevo gente, hijueputa; yo ya pasé por lo que están pasando los agricultores —dice como quien recuerda que no está en su cargo para calentar el puesto. 

Cuando se convirtió en la secretaria del sindicato de pescadores de Punta Chopoya, luego de haber sido su reina, tuvo que tomar talleres con los miembros de su gremio. Ante esa situación se vio abocada a empoderarse. Fue en esa coyuntura que brotó su liderazgo:

“A ver, yo ocuparé primero el baño. ¡Y se me lavan bien los pies porque no quiero malos olores ni ronquidos aquí!”, decía cada vez que debía alojarse en un hotel y compartir habitación con hombres. 

En sus inicios la Fenacopec supo de ella y cuando notaron que entendía de pesca y que tenía liderazgo, la hicieron a un lado; la consideraban una persona peligrosa. Así que empezó a armar cooperativas y asociaciones y se hizo más conocida.

Vino después el mitin de 1995, donde cuestionó a Vicente Maldonado, entonces Ministro de Industrias y Comercio del Ecuador, quien firmó un documento para que los pescadores no usaran malla, pues pensaba que estaba hecha con material que conducía electricidad. Ese día logró que el funcionario declarara el 29 de junio como el Día del Pescador ecuatoriano

—Ese día nací yo. ¿Entendiste o no entendiste? —señala Gabriela con voz fuerte. 

Entonces, como si deseara aplacar su ímpetu, toma un caramelo de la confitera que tiene enfrente, la acerca a su interlocutora y exhorta: “¡Toma los que desees!”

—¿Gabriela tiene amigos? 

—Poquísimos, los amigos son aquellos que te dan la mano cuando necesitas. Tengo dos o tres.

—¿Y enemigos? 

—¡Hartísimos, muchos! 

Cuenta que le han llamado para decirle que la van a asesinar, pero ella ya aprendió, dice sin titubear, que el que tanto habla no hace nada. 

—Vivo en una batalla por las millas y por el poder. No saben cómo hacer sus cosas y lo único que hacen es atacar a la presidenta de la Fenacopec. 

Mis hijos no tienen mamá

—En esta organización te dan fama, eres grande, pequeña, mediana, te sacan en la crónica roja, crónica negra, crónica azul, pero en la vida todo tiene un precio. Y los líderes tenemos un precio en la vida porque perdemos nuestros hogares, vivimos en reuniones, en hoteles —comenta.

Gabriela tiene dos hijos, una mujer de 19 años que estudia Medicina, y un varón que tiene 33 años. Cuando llega a su casa se olvida de la Fenacopec, pero sus teléfonos no dejan de sonar. 

—Lo que te quiero decir es que tú decides: o te quedas con tu esposo, o te quedas con el trabajo. Y mi trabajo es súper difícil, por eso en la vida real me quedé sola porque no tenía tiempo para lavar ropa ni para atender a un marido, ni siquiera para discutir con él.

Yo me dediqué a la organización. Mi madre crió a mis hijos y ya más grandes vinieron conmigo. Mis hijos dicen que no tienen mamá, pero mejor, porque no están pegados a ti y si tú tienes riesgo ellos están a salvo. Yo prefiero protegerlos”.

Estar al frente de los pescadores le ha dado la oportunidad de compartir mesa con Rafael Correa, Lenín Moreno y “el presidente que sea, incluido Guillermo Lasso porque él puede tener los Pandora (sociedades offshore), pero yo debo pelear y buscar beneficios para mi sector”, remata elocuente, haciendo gala de su renuncia, pero dejando claro que su militancia la vuelca hacia otros credos políticos. 

Ciegos, sordos y mudos

A Gabriela se le puede hacer cualquier pregunta sobre la actividad pesquera. Habla con solvencia sobre changueros, piratería, canaletes y cuanto tema relacionado con la pesca se le consulte.

—¿Qué puede decir sobre la piratería?

Gabriela empieza a acompañar con gestos cada palabra que articula: se cubre los ojos, se tapa los oídos y divide vertical y asimétricamente la boca en dos partes con el dedo índice derecho .

—La autoridad ha sido ciega, sorda y muda.  

Fenacopec tiene registradas, hasta el 27 de octubre de este año, 482 denuncias de robo en el mar y 12 muertes, pero hay un subregistro porque son pocos los pescadores que se atreven a poner la denuncia.

Fenacopec tiene registradas, hasta el 27 de octubre de este año, 482 denuncias de robo en el mar y 12 muertes, pero hay un subregistro porque son pocos los pescadores que se atreven a poner la denuncia.

Gabriela menciona los nombres de grupos delincuenciales que ya han entrado al mar. Masculla una palabra que no recuerda bien y pregunta a Teodoro, quien a su lado machaca el teclado de su computadora con sosiego, si otra de las mafias involucradas se llama “las iguanas”.

—Los lagartos —responde solícito el asesor. 

—¡Eeesooo! Los lagartos —asiente Gabriela y esboza una sonrisa como si hubiera completado la tabla de un bingo. 

—¿Alguna alegría en medio de tanta zozobra, Gabriela?

Se le expande inmediatamente la comisura de los labios. 

Acabamos de entregarle 60 mil kilómetros a la reserva marina de Galápagos porque mi gremio se comprometió a no pescar en esa zona. Con eso Ecuador está dando una señal de que protege el medio ambiente. Esta noticia dará la vuelta al mundo la próxima semana. Vas a ver”, dice notoriamente emocionada. 

En efecto. Cinco días después de esta entrevista, el 1 de noviembre del 2021, Ecuador anunció en el COP26 la ampliación de la reserva marítima de Galápagos, de 133 mil a 193 mil kilómetros.  

Caen las cinco de la tarde y llega su abogado. A las seis, Gabriela empieza a posar para las fotos y hace un pedido con tono de dictamen:

—Espero que redactes bien.