Medía 1,63 metros de estatura, pero en el escenario su presencia era avasalladora. Los grandes artistas, los prodigiosos, los genuinos, tienen esa peculiaridad, crecen exponencialmente cuando pisan el escenario. No en balde existe el afamado adjetivo que suele atribuirseles: monstruos.
Vendió más de 200 millones de álbumes, levantó ocho Grammy y obtuvo un récord Guinness por haber congregado, en 1988, a ciento ochenta y cuatro mil espectadores en el estadio Maracaná, una cifra que hasta el día de hoy no ha podido ser superada por ninguna cantante solista en ningún lugar del planeta.
Su potente garganta, su insondable reciedumbre, sus trepidantes movimientos… Todo en ella era mayestático. Hipnotizó a su público de tal modo que esa candorosa e inequívoca declaración de embeleso llamada aplausos retumbó en más de quinientos estadios.

Pero quién fue Tina Turner. Nació con el nombre de Anna Mae Bullock, en Tennessee, Estados Unidos, el 26 de noviembre de 1939, en el seno de una familia pobre que cosechaba algodón.
Tenía once años cuando empezó su peregrinaje por varios hogares a causa de la decisión irrevocable de su madre de abandonar a su padre, el hombre que había hecho de su vida un infierno debido a las incesantes palizas que solía infligirle.
Abandonada por su madre y apesadumbrada por el comportamiento de su violento padre, Tina fue finalmente acogida en el hogar de su abuela. A los 17 años —edad en que las hormonas empiezan a manifestarse con mayor ímpetu— conoció a Ike Turner, el líder de la banda musical Kings of Rhythm.
Reconocido como uno de los pioneros del rock, Ike ofrecía un espectáculo en un club nocturno cuando escuchó cantar a Tina y quedó patidifuso.
Ese encuentro no solamente fue para ella el preludio de una dilatada vida artística sino también la obertura de una perversa pieza musical que debió soportar durante aproximadamente dos décadas.
Violencia y huida
Pronto ambos hicieron un dúo y el éxito empezó a sonreírles. Tina adoptó entonces su primer nombre artístico, Litle Anna, el mismo que cambiaría por Tina Turner luego de que se casara con su implacable verdugo cinco años después.
El miedo ya se había apoderado de ella antes de pronunciar el ‘sí, quiero’. Los abusos y el maltrato por parte de su pareja llevaban tiempo reproduciéndose. Preso de adicciones, e irritable, el marido violento solía golpearla con zapatos y ganchos de ropa, lanzarle café caliente y abusar sexualmente de ella.
Una noche en Dallas, después de haber sido golpeada y antes de una presentación, Tina se puso sus gafas para ocultar los moretones, tomó los 36 centavos que apresuradamente pudo reunir, cogió sus maletas y no volvió a mirar para atrás.
Esta decisión le supondría desistir de su sueño de gravitar en la esfera musical, por ello lo único que reclamó para sí cuando enfrentó el divorcio fue su nombre artístico. Lo quiso conservar.
Finalmente, luego de la disolución legal del matrimonio, en 1979, Tina limpió casas e interpretó sus éxitos en algunos cabarets de Las Vegas.

En el mundo discográfico, dominado en ese tiempo exclusivamente por hombres, no era raro que la cantante fuera considerada una villana: había osado abandonar a su marido, por eso en 1981, cuando Roger Davies decidió representarla su círculo más cercano creyó que se había vuelto loco.
Tina tenía más de cuarenta años y ningún éxito en solitario. Contaba, sin embargo, con la certeza de que su vida era la música, por ello decidió conceder una entrevista ese mismo año a la revista People en la que relató la pesadilla que había vivido al lado de su exesposo.

Esta entrevista, para ella una suerte de revulsivo, la convirtió en un referente de las mujeres abusadas. En esa época las sobrevivientes de abuso eran llamadas “mujeres maltratadas”, y sus violentas experiencias confinadas al pérfido aforismo “los trapos sucios se lavan en casa”.
Con sus dolorosas confesiones insufló a otras mujeres, sin pretenderlo y menos aún sin un atisbo de autocompasión, el coraje para que también hablaran.
“Me convencí a mí misma de que era feliz, y fui feliz por un breve tiempo, porque la idea de que estaba casada en realidad tenía un significado para mí. Para Ike era solo otra transacción”, confesaría durante la entrevista concedida a la revista.
Tina se vio impelida a hablar públicamente de estos temas porque a la gente le costaba entender que deseara iniciar su carrera como solista.
“Quería que la gente dejara de pensar que Ike y Tina eran algo positivo, que eran un gran equipo”, narró ella misma en “Yo, Tina”, libro autobiográfico lanzado en 1986 y en cuyas páginas revela el abuso del que fue objeto, su huida y su resurgimiento, asumiendo, inopinadamente, su rol menos previsible: el de activista.
Resurgimiento y éxito
Producido con el apoyo de David Bowie, el disco Let’s dance, lanzado en 1982, fue todo un éxito, lo que supuso para Tina su regreso a los escenarios. Su internacionalización, sin embargo, llegaría en 1984, con el álbum Private dancer.
Su siguiente éxito, Break every rule, fue lanzado en 1986. A este le siguió una gira de catorce meses alrededor del mundo.
En 1988 lanzó Live in Europe, con la colaboración de artistas como Eric Clapton, David Bowie y Bryan Adams.

En 1989 volvió a arrasar en las listas de medio mundo con el elepé Foreign affair, que contenía sencillos como ‘The best’ o ‘I don´t wanna lose You’.
Simply the best – Compilation– fue publicado en 1991 y What´s love got to do with it, en 1993.
Nuevamente el recibimiento de las producciones fue apoteósico.
Versátil e irreverente
Con más de sesenta años y aún en plena forma, en el año 2000 anunció su retirada, desde su residencia de Suiza, país en donde vivía con Erwin Bach —ejecutivo de la disquera Emi, 16 años menor que ella— con quien contrajo matrimonio en 2013, tras veintiocho años de relación.
En febrero de 2008 reapareció en una gala de los premios Grammy, donde hizo un dueto con Beyonce, y en 2009 emprendió, a propósito de haber cumplido 50 años en la música, otra gira mundial.
Cada vez que alguien insinuaba que era demasiado vieja para el rock, ella se mostraba más versátil, más moderna, más irreverente.
Sus vestidos de flecos y lenceros, sus transparencias, sus metales, su audacia de combinar el cuero con el jean, sus cabellos al viento —como si transmutara en una leona—, sus aerodinámicas piernas, acaso las de mayor kilometraje sobre un escenario… Todo en ella fue revolucionario.
En una entrevista en 2013, cuando Oprah Winfrey le preguntó cuál pensaba que sería su mayor legado, Tina respondió: “Resistencia. Mi legado es que me mantuve en el rumbo desde el principio hasta el final. Creía en algo dentro de mí que me decía que podía hacer algo mejor. Mi legado es el de una persona que luchó por algo mejor y lo consiguió”.
Ponderó su resiliencia sin saber lo que a continuación vendría. Ese mismo año —2013— sufrió un accidente cerebro vascular; en el 2016 le detectaron cáncer, y en el 2017 tuvo que someterse a un trasplante de riñón. En 2018, su hijo mayor, Raymond Craig Turner, se quitó la vida, y en 2022, su hijo menor, Ronnie Turner, murió de cáncer.
El 24 de mayo de 2023, a los 83 años y después de una larga enfermedad, Tina Turner falleció en su hogar en Küsnacht, Suiza. Partió así la insuperable cantante, la incansable bailarina, la infatigable creadora de moda y estilismos.
No exageró cuando dijo que su mayor legado había sido su resistencia. Y es que si algo debe destacarse de ella es su inconmensurable talento y su imponderable capacidad para sobreponerse a todo.