Hoy no tengo ninguna
preocupación,
hoy respiro aire libre
al aire libre,
hoy no sufro
por el amor de nadie
ni recuerdo a la niña
humillada que fui,
hoy soy feliz,
hoy quisiera estar muerta.
(Marilyn Monroe, poema Hoy)

Cae la tarde en Nueva York. Marilyn Monroe y Truman Capote caminan por el puerto. De repente, ella se voltea y le pregunta: ¿Si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era en realidad Marilyn Monroe, ¿qué contestarías? Apuesto a que dirías que era una tonta.
Él —según narra su novela Música para camaleones— le habría querido contestar: Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?
Le respondió, empero: Eres una hermosa niña.

…Esta escena de la vida real, de quien ha sido nombrada —varias veces— la mujer más sexy y deseada de occidente; ilustra prístinamente la relación entre la película Blonde del director neozelandés Andrew Dominik (producida por Netflix), la avalancha de rotten tomatoes que ha recibido y el punto de vista que muchas feministas en todo el mundo han esgrimido sobre el filme.
Como una de ellas, como cinéfila empedernida y como curadora de audiovisuales; me propongo en las líneas a seguir suscribir aquello de hermosa niña.
De la sordidez a la misoginia
La historia del cine está plagada de guiones que van por caminos oscuros, sobre los que avanzan personajes turbios. La mirada de quien dirige la cinta nos acerca a la textura de esas pisadas, que se quedarán en nuestro imaginario para siempre.
Blonde, por ejemplo, irrumpe en el plexo solar lacerando la memoria colectiva de nuestra esencia primordial femenina.
Las vejaciones a la que el personaje es sometido una y otra vez, hablan de un diseño de producción en extremo misógino y extemporáneo: mientras mujeres de todo el planeta están alzando la voz —cada día en mayor número y con mayor fuerza— con el ánimo de derrocar al patriarcado que nos oprime, Andrew Dominik pone en escena —por el lapso de casi tres horas— la metáfora de lo que ambos monstruos persiguen: la mujer vulnerable, rubia, joven, hermosa y tonta —que trabaja en la industria del entretenimiento— debe hacerle una felación —en primer plano— al presidente de los Estados Unidos.
Horror de horrores que puede ser anquilado con una sola línea de la película de la directora feminista británica Lynne Ramsay.
La violencia explícita dentro de la obra de arte nunca será el problema. Lo será —siempre— cuando el hacedor la presenta al público sin el menor filtro crítico; y, por lo tanto, la subraya.

La toxicidad del blanco y negro
Blonde no es la primera película que aborda la vida de Marilyn Monroe, de hecho, sobre esta mítica actriz se han realizado un total de seis ficciones, seis documentales y dos series.
Rubia (título del film en castellano) está basada en la novela de Joyce Carol Oates —con idéntico título en inglés—, el libro apuesta por una mirada onírica y freudiana acerca de los aspectos más dolorosos de su biografía; únicamente por ellos.
Dominik echa mano de un recurso que en este siglo se ha convertido en la muletilla para disimular guiones deplorables: el blanco y negro.
Ya lo hizo el mexicano Alfonso Cuarón en Roma y lo replicó el ecuatoriano Diego Araujo en Agujero negro. (Tres, piezas fílmicas lamentables con pretensiones de cine psicológico); sobre las que genios del género —y del uso de la óptica— como Ingmar Bergman y Maya Deren sentirían vergüenza ajena.
Cabe recordar que la fotografía de un filme nunca hizo, no hace y no hará verano; por muy exquisita que esta sea.
De hecho, en Blonde, esta cromática binaria no hace otra cosa que reforzar el estereotipo barato que hacen de Norma Jeane Baker, nombre con el que nació nuestra artista.

Dominik, el niño con la infancia doliente
No son pocas las entrevistas en las que el director que nos ocupa ha declarado sentirse identificado con la infancia doliente de Marilyn Monroe. Como tampoco son menores las veces en que el adulto contemporáneo se apresura con el consabido: Hay que separar la obra del artista, cuando se trata de un creador varón sobre el que pesan serias acusaciones de violencias hacia mujeres de su entorno.
Es también frecuente la pregunta que proviene de similar perfil: Lo importante es saber ¿qué vas a hacer con eso en el futuro?, articulada a manera de disculpa por los crímenes de sus pares; y, a la espera de que la respuesta ofrezca un listado de obras de arte inspiradas en lo que ellos llaman amar sus propios demonios.
Pero que —en el caso de Dominik— no es otra cosa que una evidente emasculación, que le conduce a replicar lo que en su momento hizo (ese otro cineasta misógino) Alfred Hitchcock: filmes de larguísima duración, en blanco y negro, protagonizados por actrices cuyos personajes son llevados al extremo del maltrato psicológico; que, en su caso, fue una constante detrás de las cámaras.
El trauma per se no es en absoluto reprochable; por el contrario, cuando ha sido contado en imágenes en movimiento, rodadas desde un lente consciente y empático; el cine mundial se ha visto nutrido de piezas magistrales como las de Chantal Akerman, realizadora belga que perdió a casi toda su familia en los campos de concentración de Auschwitz.

Netflix: un cálculo económico maquiavélico
Netflix sabe que el valor de sus acciones cayó (en abril pasado) en Wall Street, en un 60%; desde 2011.
Sabe también que un gran escándalo mediático —que involucra a un personaje mundialmente conocido— representa ganancias en dólares (y millones de horas de visualización: 37.3 en la primera semana de estreno).
Esta plataforma de streaming, vio en la propuesta de Dominik una oportunidad de oro para levantar sus finanzas con creces, a costa de la biografía de Marilyn.
Negocio calculado fríamente si consideramos que el filme contiene dos secuencias en las que los fetos no natos de la actriz, recitan textos sobre su deseo de vivir (con voz de bebés varones, claro está); y que es estrenado en el mundo entero cuando apenas faltan 30 días para que el senado estadounidense empiece el debate y la votación sobre el aborto.
El panorama que se torna más grave aún, cuando la película que nos atañe transcurre por entero en Los Ángeles-California; estado a donde acuden miles de mujeres desde otros donde el aborto está penado por la ley.
La industria del cine no da puntada sin hilo; es por ello desolador que en el reparto encontramos a Adrien Brody (Arthur Miller en Rubia), quien -por contraste- ha formado parte de cintas memorables como El Pianista (2002) o Bread and Roses (2000); y, de series fundamentales como Peaky Blinders (2017).
Así mientras Miguel de Cervantes debe dar vuelcos en su tumba cada vez que alguien cita su predicamento de El Quijote: Ladran, Sancho, señal que cabalgamos, para justificar cualquier barbarie a nombre de la envidia; Nicolás Maquiavelo debe frotarse las manos cuando los hacedores y difusores de arte pisotean la dignidad de los otros para lograr sus objetivos.
¡Cómo no ladrar como perras feroces ante la existencia de Blonde!
Hermosa niña, Gran-Diosa mujer

A estas alturas del partido, afirmar que una persona es hermosa por dentro y por fuera; traduce un hippismo patético e impresentable.
Marilyn Monroe con voz propia asentó en entrevistas varias, cuán decidida estaba para hacer de su cuerpo (como un todo) un culto.
Se regodeó hasta la saciedad en la construcción de ella misma como un mito de belleza deslumbrante. Sin el menor rastro de culpa… como debe ser.
Y, al contrario de lo que visiones rastreras -como las del libro y filme en cita- mostraron de ella; esta verdadera rubia peligrosa puso su esplendor, su fama y su talento al servicio de otras artistas con similares quilates, a quienes su piel de ébano les cerró las puertas del club Mocambo en la nariz.
Marilyn Monroe le abrió la ventana a la colosal Ella Fitzgerald: puso como condición para cantar en el sitio, que aceptaran a la segunda; y, que le pagaran un salario digno. No conforme con la dinámica de Hollywood, creó su propia productora de cine Marilyn Monroe Productions.
Blonde, aún cuando habla con creces de ella como actriz, omite la obsesiva relación de dependencia que tenía con su profesora de actuación Natasha Lytess; dada la gran dosis de responsabilidad con la que se tomaba su trabajo actoral que destacará eternamente en la pantalla para callar la boca de los necios.

…Marilyn pidió —en la última entrevista de su vida— al periodista Richard Merryman que no la hiciera quedar en ridículo.
Hoy, como su poema, Blonde es el rostro ridículo de occidente. Es francamente alentador leer aquí y allí, cuánto la detestan las Normas Jeanes Bakers del mundo entero.