
FOTOPORTAFOLIO
‘Mashi foto’: archivo visual, enigma y error fotográfico en Imbabura
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS:
“Shu, shu, shu. Shu, camine, camine”. Son las expresiones de Alberto Lima mientras arrea dos vacas, que en pasos cadenciosos descifran el camino empedrado de la comunidad indígena de Turuku, en la provincia de Imbabura. Una de ellas, al desviarse del itinerario, con arbitrariedad, ingresa al estadio de la comunidad, huele el césped y arranca un pedazo. Atrás, los jugadores dispersos realizan una secuencia de ejercicios de calentamiento, que se vislumbra como una danza o ritual.
Tayta Alberto se percata del bovino, apresura el paso e ingresa en la cancha para integrar al animal en el camino. El fotógrafo de 76 años avanza en zigzag y evita que las bicicletas de los niños, que lo saludan con un efusivo “¡allí punlla, mashi!” (“buenos días, compañero”), se impacten contra su humanidad. Desaparece, en un acto de escapismo, sin embargo, segundos después, regresa apresurado y se disculpa, arguyendo que el ganado ya está en su sitio.
Por la formalidad que atañen los encuentros, pregunta si el viaje fue bueno, no obstante, antes de escuchar una respuesta, entra en una casa de teja rústica, con ventanales de madera y fachalina color beich. Cruza un patio, que conduce al cuarto contiguo, donde reposa uno de los archivos visuales y fotográficos más importantes de Cotacachi y, particularmente, de la comunidad indígena de Turuku.

El guardián de la memoria
La habitación que custodia la memoria visual indígena, producida desde 1970, por el fotógrafo Luis Alberto Lima, narra en sus paredes los principales hitos políticos, deportivos, sociales, culturales, familiares y personales del imaginero. Destacan: fotografías en blanco y negro, foto óleos, retratos fotográficos, fotografías deportivas e instantáneas, enmarcadas y distribuidas sobre la pared de cemento, bajo una narrativa espontánea que tiene por objeto sintetizar el trabajo de Lima.

Sobre un aparador desvencijado están apilados una docena de álbumes fotográficos, donde el distintivo de cada cuadernillo es: años, fechas, eventos, personajes y leyendas técnicas para imprimir o ampliar. La información ubicada en la superficie posterior de las representaciones, con letra manuscrita, evidencia la rigurosidad del fotógrafo por marcar una línea temporal en sus registros.

Los álbumes son presentados de forma aleatoria por su autor, principalmente como herramienta para elucidar una trayectoria personal y fotográfica. Sin embargo, la información material, textual y visual que ha registrado por 53 años, sobre la vida social de las comunidades indígenas de Cotacachi, permiten hacer historia con las fotografías y de las fotografías.
El repositorio, una línea de tiempo
Para el historiador estadounidense John Mratz, los registros visuales son repositorios y fuentes de aproximación a las mentalidades, las prácticas y los rastros de la cultura popular, es decir, el lugar donde reposa “lo que ha sido” en lo cotidiano. Eso no supone la búsqueda por descifrar un significado a partir de la descripción de elementos, signos u objetos; por el contrario, posibilita rastrear miradas, representaciones y discursos de lo cultural y visual.
Es así como, en la fotografía postal del 22 de abril de 1979 se observa un equipo de fútbol indígena, en cuyas camisetas destaca la palabra Cotacachi. Sin embargo, hay un elemento que escapa a la escena y que, según diría Roland Barthes, es un signo dentro de la fotografía, que punza y trastoca al observador ya que se compone por el azar, al cual denomina punctum. Dicha herida visual se manifiesta en la imagen fotográfica del archivo de Alberto Lima, por una leyenda que es parte del encuadre y que invoca el siguiente texto: “Por el derecho de organización, movilización y expresión política de los trabajadores y el pueblo. MRT”.

Las fotografías son documentos para visualizar el pasado social, por ello dilucidar relatos, más allá del análisis estructural y formal, evidencia personajes excluidos de los relatos oficiales y textuales. Bajo esa perspectiva, la imagen del equipo de fútbol ofrece pistas sobre el fotógrafo como actor político y el contexto de la organización social en las comunidades de Cotacachi. En 1979, fue electo presidente del cabildo kichwa de Santa Bárbara y un año más tarde se fundó la Unión de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Cotacachi (Unorcac), de la cual fue presidente en 1980. Sin embargo, para explorar las posibilidades informativas del texto fotográfico hay que desarrollar un contexto más complejo respecto a las condiciones en que fue captada la imagen.
Recordar es volver a vivir
Lima comenta, en tono anecdótico, que la primera ocasión que portaba una cámara no tenía familiaridad con el equipo de marca alemana, del cual no recuerda el nombre. Su objetivo fue su padre, a quien quiso retratar en una foto tipo carné, pero no lo consiguió.

Otra de sus primeras fotografías es la de un niño indígena que sonríe. “Mashi Foto”, como también se lo conoce en Turuku, comenta que es su primogénito. Algo particular de la imagen es la sombra que se plasma sobre el piso, en la cual se observa un brazo retraído, puesto que la sombra es incompleta. Al consultar sobre la proyección del cuerpo en la imagen, manifiesta que es su humanidad. Nuevamente, justifica que, al tratarse de sus primeras fotografías no consideraba ciertos aspectos o errores fotográficos en la composición.



Momentos previos a que culmine la interacción con halos etnográficos, se corrobora la necesidad de realizar un nuevo encuentro; es insuficiente establecer las condiciones visuales que construyen su mirada a partir de la abstracción perceptiva evidenciada en sus registros. No obstante, la duda que planteaba el sociólogo John Collier, luego de su paso por los Andes, respecto a que la cámara es un instrumento automatizado, pero, al mismo tiempo, muy sensible a las actitudes de sus usuarios, se convierte en una certeza.
Para ultimar el (des)encuentro con el archivo de Mashi Foto, alega que sus fotografías tienen un valor referencial de dos dólares, lo manifiesta con tono bonachón, mientras en palabras kichwa insinúa a su familia que el automóvil rojo, aparcado frente a la casa, es de los “mishus”.
En los Andes de Imbabura, en la comunidad indígena de Turuku habita, el guardián de la memoria.
