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“No hay cámaras como las análogas”

fotógrafo Guayaquil
Marco Antonio Izurieta, fotógrafo desde hace 25 años, se ubica diariamente en el corazón de Guayaquil para ofrecer sus servicios de fotógrafo. Fotografía: Revista Bagre.

“Tuve muy buen ojo desde mis inicios para tomar fotos, rara vez me salían desenfocadas”, dice el fotógrafo Marco Antonio Izurieta sobre las calles 9 de Octubre y Pedro Carbo.

Lleva más de dos décadas ganándose la vida como fotógrafo, desde que decidió comprarse una Polaroid, en 125 mil sucres, y colocarse en el Malecón Simón Bolívar.  

“No me vanaglorio, por favor, pero muchas personas que han venido aquí me han dicho: primer fotógrafo que me saca bien en una fotografía”. 

Marco Antonio tiene 59 años, un metro setenta y tres de altura y piel morena.

Su afición por esta profesión viene de tiempo atrás, cuando a sus 25 años vio una imagen familiar que lo dejó patidifuso.

“Vi un retrato en el que yo tenía siete años y me di cuenta de que pueden pasar los años pero la imagen de la persona queda “prigmatizada” (eleva la voz); entonces empecé a interesarme en que las personas se den cuenta de cómo eran y cómo son ahora”. 

Para él no hay cámaras como las análogas, por más modernas que sean las de ahora, y con ninguna se encariñó tanto como con una Canon, que en un acto de imprudencia perdió.

“Me había enamorado tanto de esa cámara que sabía lo más mínimo: qué velocidad ponerle, qué diafragma, qué abertura; o sea, conocía a esa Canon más que a mi mujer, jajajaja”.

Cuenta que hubo un tiempo en que a ningún fotógrafo le permitían usar el trípode porque las autoridades esgrimían que obstaculizaba el paso peatonal, pero tuvieron que recular en esa decisión porque este es un “aparato an-ces-tral”.  

—Además de que el trípode mantiene el peso de la cámara, es necesario porque en el día puedo tomar la foto normal, pero en la noche lo necesito para bajar la velocidad y que la cámara absorba toda la luz exterior sin distorsionar el rostro de las personas. 

Marco Antonio Izurieta se da una tregua. Su labor como fotógrafo lo orilla a estar permanentemente de pie, llamando a viva voz a sus potenciales clientes. “Venga que lo saco monstruoso”, dice para convencerlos. Fotografía: Revista Bagre.

—¿Cuál es el lugar más bonito de Guayaquil para fotografiar?

—Guayarte, es pintoresco.

—¿Qué momento del día es mejor para tomar una foto? 

Cualquiera. A mí me da lo mismo, todo depende de la experiencia que uno tenga.

Cuando hace sol simplemente aumento la velocidad y cierro el diafragma para que la cámara capte más rápido la luz.

En la tarde bajo la velocidad y abro el diafragma; y en la noche abro totalmente el diafragma y bajo la velocidad para que la cámara capte la luz exterior. 

El diafragma en realidad se encarga de graduar la intensidad de la luz; hace las veces del iris del ojo, que se abre o se cierra; y la velocidad es el tiempo en el que se recibe la imagen. 

Marco Antonio ha hecho de su cámara actual, una Nikon, una credencial que no se quita ni para tomar café.

—¿Sus clientes  más frecuentes son ecuatorianos o extranjeros?

—Son las personas más humildes porque hay mucha gente arrogante que saca su teléfono y se toma fotos. Las fotos salen mejor con la cámara que con el “chololar” porque ningún teléfono puede prigmatizar —aparecen nuevamente los resabios de maestro que lleva— una imagen. 

Explica que en una despedida de soltera tiene que cobrar bien porque “primeramente está mi reputación, luego mi integridad como fotógrafo y después mi trabajo psicológico” (la risa se apodera de su garganta). 

—Oiga, pero hoy no ha tenido clientes.

—Yo tengo paciencia. Para ser fotógrafo hay que tener una buena vida, una buena perspectiva y tener inte… 

Corta la charla. Una pareja se aproxima a su remedo de exposición. La atiende.

—Venga que lo sacamos monstruoso. Una foto a tres dólares y dos a cinco —los motiva. 

La pareja se aleja, y él, digno representante del Guayaquil más insolente exclama: 

—Salgan a pasear más seguido.