La tarde que Joel Piloso se accidentó, hace un mes, su pierna derecha llevó la peor parte: tres puntos en la rodilla y dos en la planta del pie confirman que el vértigo de la velocidad, ese día, tuvo muy malas consecuencias.
Varios quejidos y lamentos distraen la mirada de los viandantes.
El encargado de atender a Piloso es el Chino Rambo, un sobador de ojos apretados, oriundo de Portoviejo, pero criado en Calceta, cantón Bolívar, también en Manabí.
Es el más solicitado de todos los sobadores del emblemático parque Centenario.
Pareciera como si con cada estirón Piloso reviviera el día del accidente, pues de su boca se escapan repetidos ¡Ayyyy! ¡Ahhhhggg! ¡Ahhhgggg! El dolor es tal que podría hacerlo llorar, pero el joven se aguanta apretando los ojos.
Chino Rambo no se queda quieto. Con su cabeza de tres pelos y un moñito solitario, sudando como si hubiera corrido una maratón, danza sobre el cuerpo de Joel, quien contempla la esperanza de sentir el dolor que le aqueja marcharse de una buena vez.
—Con esto ya no se le va a hinchar la pierna, ¿verdad? —pregunta la madre del joven en tanto, desde la floresta cercana de árboles envejecidos, uno que otro pájaro de plumaje desconocido se hace presente.
—No, ya no. El Sikura desinflama, pero solo para frotarse, no para darse masaje —especifica Chino Rambo en tono casi marcial.
Por un momento cesan los alaridos y las personas que esperan su turno se permiten unos minutos de tranquilidad.
Un héroe del Cenepa

La medalla que le cuelga del pecho se mueve con cada movimiento que realiza.
Es una distinción que lleva por haber estado como reservista al mando del coronel Luis Aguas en la guerra del Cenepa del 95.
Estuvo en Base Norte, cuando Ecuador y Perú se enfrentaron en una batalla que se zanjó con la firma del tratado de Itamaraty.
Allí, con la patria en el pecho, el Chino no tuvo que enderezar el hombro de nadie pero sí cargar cuerpos mutilados.
Vio compañeros sin brazos, sin piernas y unos hasta sin alma, que se fueron para siempre a causa de las balas enemigas.
Y otra vez el dolor…
Echado nuevamente sobre su objetivo, el experto le pide a Joel Piloso que estire la pierna, que no haga fuerza, que se relaje, que no consuma bebidas heladas.
Otro apretón sobre el recto femoral de la pierna izquierda tensa las venas del cuello del paciente, como si fueran a estallar. Se las puede contar una por una aun con sus ramificaciones más pequeñas.
El grito de Piloso, largo y prolongado, muy de adentro, llama la atención de todos nuevamente. El músculo sigue abierto. El Chino opta por una toalla azul que aprieta, a manera de torniquete, sobre la pierna de Piloso. El chico, que lanza bufidos, también aprieta los dientes.
—Ese músculo es cosa seria, porque allí está toda la musculatura del cuerpo —sentencia el Chino.
El sobador de 56 años no deja de mirar las partes que sus manos someten con prestancia y agitación.
—¿Usted ha visto cuando la gallina tiene la carne abierta? Así mismo tiene él —dice con seriedad.
Para corroborar los aciertos de su sapiencia, recuerda el caso de un chico al que le hizo traquetear los huesos —trac, trac, dice— y lo mandó muy orondo sin las muletas con las que había llegado. Su lesión solo tenía dos días.

Joel Piloso sigue a ras de suelo en espera de un estirón más, pero ya no es necesario. Ahora debe esperar tres o cuatro días a ver cómo reacciona el músculo.
—Si ya no le duele, no es preciso otro masaje. No por cobrarle la plata lo voy a hacer venir —explica Chino Rambo, dando muestras de honestidad profesional.
Joel, con evidente alivio, asegura que el sábado va a volver porque quiere curarse del todo y, quizá, montar pronto en su moto.