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La vitrina de dos kilómetros en la que los sueños gritan

Revista Bagre
En el siglo XVIII la 9 de Octubre también era llamada Calle de los Franciscanos, Calle de la Artillería y Calle del Congreso. Fotografía: Revista Bagre.

La avenida 9 de Octubre bulle con la marea de gente que va y viene en distintos sentidos en medio del vapor ardiente de la calzada.

“¡Lotería,  loteríííaaa!”, anuncia a voz en cuello un grupo de individuos que urgidos por el día y la hora seducen a los viandantes, con la ilusoria promesa de que más tarde, cuando el reloj marque las 19:00, su austera vida no será otra cosa que un triste recuerdo.

“¡Hoy juega, hoy juega!”, repiten con vehemencia, mientras trashojan los boletos que llevan en sus manos convertidas en bisturí cada vez que seccionan los guachitos situados en el centro de las planchas.

Para Néstor Aguirre, quien se encarga de la limpieza en la avenida 9 de Octubre, lo más importante es que la ciudad se vea limpia, por eso muchas veces limpia las cunetas, aunque esa labor no sea de su competencia.  Fotografía: Revista Bagre.

Néstor Aguirre ejerce allí dignamente las funciones de barrendero.

Conoce esta calle como a sus propios lunares, porque diariamente, desde las 06:30 hasta las 15:00, adecenta sus veredas con una escoba, cloro, creolina y otros artilugios.

Él se encarga de colocar bolsas en los 22 cestos de metal que la empresa para la que trabaja le ha asignado en la 9 de Octubre. Lleva ocho meses en esta tarea, tiempo suficiente para ver, oler y palpar las miasmas del puerto.

En los basureros de su parcela, que va sobre la 9 de octubre, entre Malecón y Escobedo, se encuentra a diario con todo tipo de desperdicios: desde heces fecales hasta ratones.

No obstante, lo que más le causa pesar es el comportamiento de algunos transeúntes que escupen la acera cuando él apenas ha terminado de limpiarla. 

Pero Néstor de temas escatológicos prefiere no hablar, aunque entiende los apuros que enfrentan los mendigos ante la falta de letrinas nocturnas donde vaciar sus excretas.

Sintió temor cuando la covid revoloteaba como ave carroñera sobre las cabezas de los guayaquileños, sin embargo, recuerda que esa fue una temporada tranquila en lo que a su trabajo respecta.

Los desechos públicos se redujeron a su mínima expresión.

La limpieza es lo suyo, por eso lleva también siempre consigo su colonia y su antitranspirante.

El cambista al que quieren estafar 

Julio Seminario quedó desempleado hace dos décadas, cuando lo despidieron de la empresa para la que trabajaba y se vio urgido a encontrar en la calle la forma de llevar el plátano a su casa. Fotografía: Revista Bagre.

Julio Seminario no grita ni deambula por las calles para llamar la atención, pero floretea un fajo de billetes como si se tratara de un abanico con el que mitiga el inclemente calor.

Desde hace 20 años se instala en 9 de Octubre y Pichincha con una bandolera negra y una credencial desgastada, que avala su condición de cambista. 

Tiene 68 años y con él son 60 los compañeros de su gremio que, plantados en esa zona, apelan al mismo ritual: abanicarse con euros, pesos, soles, yenes y cuanta moneda exista.

“El euro está a 1.25 para la compra y a 1.18 para la venta; no recibo bolívares ni pesos argentinos por su continua devaluación y los 20 años que llevo en esta vereda me han dado la suficiente experiencia para identificar los billetes falsos.

¿Y cómo están esas matemáticas? La calculadora ayuda, matiza con una sonrisa apocada mientras camina con la mirada a un hare krishna que invade su metro cuadrado.

Vuelve en sí y hace algunos apuntes necesarios sobre su labor: el dinero del que parece ufanarse todo el día cuando agita sus manos y se da aires de acaudalado no es suyo.

A las 18:00, cuando su faena diaria concluye, rinde cuentas al prestamista que le provee los billetes, se saca la credencial y se desentiende de su bandolera.