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“Aquí no hay evangélicos ni ateos porque todos creen en la Guchita”

La Guchita
Para la comunidad de Engunga, la niña Agustina tiene poderes milagrosos, de ahí que exhorten su beatificación a la iglesia Católica. En vida, la Guchita (Agustina Mateo) no podía caminar. Fotografía: Revista Bagre.

Agustina de Jesús Mateo Jiménez murió “en olor de santidad”, de una “extraña fiebre”, en 1976, cuando la comuna de Engunga, cantón Santa Elena, apenas estaba dejando de elaborar carbón y su gente buscaba en lares lejanos, nuevas y más rentables ocupaciones.

De Agustina Mateo, a quien la gente prefiere llamar, cariñosamente y llena de fervor, Guchita, lo único que permanece es el recuerdo de algunos de sus supuestos milagros, todos sucedidos en esa comuna polvorienta, ubicada a 15 kilómetros de la parroquia Chanduy.

Nelson Amador Eugenio Mateo dice que la Iglesia Católica ha sido renuente en reconocer todo el bien que ha hecho su santa, “a pesar de haber tantas evidencias” a lo largo y ancho de esos territorios ajenos al desarrollo.

La tumba de la Guchita fue profanada por sus feligreses, a pesar de que la iglesia católica prohibió que se lo hiciera. Los devotos argumentaron que levantaron una cripta en honor a su santa porque ella se lo pidió. Fotografía: Revista Bagre.

Nelson es el presidente del comité —formado por cinco personas— que brega por la beatificación de la Guchita.

Nadie como él habla con tanto respeto, vehemencia y devoción sobre la santa de Engunga, a quien tuvo el privilegio de conocer cuando era pequeño. 

“Mi papá era panadero y le vendía pan a su familia”, relata desde el taller en el que ejerce su papel de soldador, aunque su verdadera labor, en la que más pasión ha volcado, ha sido —y es— lograr la beatificación de “la niña Agustinita”. 

Molesto porque algunos medios de comunicación han puesto en entredicho los milagros de la Guchita, advierte que hablar mal de la niña Agustina es irse en contra de la voluntad de Dios, porque si hay algo que tienen claro en Engunga es que ella es milagrosa. 

El mayor anhelo de Nelson es que a la niña Agustinita se le reconozca el don de milagrosa y sea beatificada, sobre todo ahora que, según cuenta, ha salvado a mucha gente de la pandemia. 

—Gracias a ella estamos con vida —dice convencido. 

—¿Cómo era la niña Agustina?

—Físicamente, como la imagen de El Señor de las Aguas —patrono de la comuna de Colonche—, con los dedos de las manos entrelazados, como si estuviera siempre orando.

Así nació ella. Y con las piernas recogidas y cruzadas. Como nunca tocó tierra —nació con las piernas encogidas— su papá Eloy la llevaba a la iglesia cargada o en una carreta de madera.

Guchita era una niña especial que no podía caminar, de modo que sus padres la sacaban en carretilla y durante esos retazos de recreación no hubo quién la viera en otra posición que no fuera la de rezo.

Así nace la historia de la niña Agustina

Relata el presidente del comité que cuando ella murió —en 1976, a la edad de 34 años— uno de sus devotos colocó un clavo en su tumba para colgar un ramillete de flores y formó un hoyo desde el cual era posible ver imágenes, estampas, número de versículos, e incluso percibir un penetrante olor a rosas.

Esta noticia se regó por toda la comuna, lo que atrajo la curiosidad de los creyentes y de los escépticos.  

“Así nace la historia de la niña Agustina, pero luego vino lo más trascendental: adentro de la tumba se escuchaban voces”, señala Nelson. 

El 9 de octubre de 1985, por pedido expreso de Guchita, a través de unas intérpretes, fue sacada del cementerio por tercera ocasión después de nueve años de lucha, gracias al entonces inspector de Sanidad, quien también creía en su poder milagroso. 

“Él dio el permiso para que la niña Agustina venga y se quede estable desde el año 1985 en su capilla. Desde ahí hasta la actualidad ha sido inmóvil. Por eso cada 9 de octubre se la celebra con misas y procesiones”.

Cuenta Nelson que todos saben que lo único que se necesita para que la devenida en santa les conceda milagros es frotarse o beber el agua que ella bendice, desde su urna de cristal, en su santuario. 

Nelson Eugenio ha recogido los testimonios de todos quienes dicen haber sido tocados por la generosidad de la Guchita. En su casa tiene un libro de unas trescientes páginas con el “testimonio de los milagros”. Fotografía: Revista Bagre.

Guchita, la vidente

Pero Guchita, según el coro de voces de Engunga, no solo curaba sino que también tenía habilidades para predecir el futuro, es decir era clarividente.

“Su madrina vivía en Anconcito y la niña Agustina sabía cuándo vendría a visitarla, por eso pedía, al vislumbrar la visita, que barrieran la casa”,  asegura Nelson.

“En ese tiempo era difícil trasladarse porque solo había caballos o todo se hacía a pie, de manera que las visitas eran poco frecuentes”.  

Otro de los testimonios de la clarividencia de la niña Agustina tiene que ver con uno de sus hermanos, de quien predijo su muerte.

El hombre trabajaba en la cooperativa General Villamil Playas y un día se enredó con unos cables al ubicarse en el estribo del bus, en el que oficiaba de cobrador, con medio cuerpo afuera.   

“Cuando la niña Guchita les comunicó a sus padres que su hermano había fallecido, ellos se molestaron y le dijeron: ‘ya empezaste con tus locuras’, pero en la noche llegó la noticia: en efecto, su hermano había fallecido”, narra Nelson. 

La cripta de la niña Agustina, más conocida como la Guchita, fue levantada con la contribución económica de sus devotos. La iglesia no reconoce esta infraestructura. Fotografía: Revista Bagre.

También cuenta que otro día el padre de la cuasipatrona de Engunga, de vocación ganadero, se disparó en un pie accidentalmente y que nadie sabía de su paradero, hasta que ella dijo que fueran a buscarlo a una zona específica del campo. Lo encontraron.  

Quieren que la sepultemos

La renuencia de la iglesia a reconocer a la “niña Agustinita” abruma y entristece a Nelson, por eso, aunque desconfiado de lo que pueda publicar la prensa, se deshace en testimonios que avalen su poder milagroso.  

“Vivimos en un dilema, señorita, porque la iglesia solicita, como primer paso para su beatificación, que la sepultemos y que cerremos el santuario, pero nosotros acatamos las disposiciones de sus dos hermanos —Leonilda e Isidro Mateo— que aún viven”. 

“La iglesia también se opone a reconocer sus dones”, agrega, “porque hubo una profanación, esa es la parte más delicada, pero estamos para dialogar porque el sueño que yo tengo es por lo menos dar el primer paso para su beatificación, y ya es hora.

Su historia es tan grande que un día o dos nos quedan cortos para contarle, manifiesta como si estuviera haciendo un ejercicio de introspección.

“Aquí no hay evangélicos ni ateos porque todos creen en la niña Agustinita”, aclara Nelson. 

Hasta verla beatificada, a la Guchita le rezan el santo rosario todos los jueves en el santuario que su hermana Leonilda abre diligentemente a diario durante tres horas. 

Nelson agrega que la Guchita ayudó a mucha gente por esos lugares y que pasaba noche y día rezando el santo rosario.

“Ahí están ellos, pregúnteles a ellos mismos”, evoca, señalando, con boca y mentón, una especie de cancha en donde el polvo hace de las suyas y el sol calienta todo lo que se mueve y lo que no, también.